martes, 3 de abril de 2007

LOS MITOS FUNDACIONALES DEL ESTADO DE ISRAEL (1): Introducción


Roger Garaudy (*)

«Allí donde la libertad eche raíces, estará mi tierra.»
-Benjamin Franklin-
Este libro es la historia de una herejía. Esta consiste, en base a una lectura literal y selectiva de la palabra revelada, en hacer de la religión el instrumento sacralizado de una determinada política. Es una enfermedad mortal de este fin de siglo que ya he definido como Integrismos. He intentado combatirlos en los libros citados antes de esta introducción. En ellos dije cosas que no gustaron como: «El islamismo es una enfermedad del Islam» (Grandeur et décadences de l'lslam) o «El Cristo de Pablo no es Jesús» (Vers une guerre de religion).
Los combato hoy entre los judíos con este libro, con el riesgo de atraerme las iras de los israelí-sionistas a quienes tampoco les agradó que el Rabino Hirsh les recordara que «El sionismo quiere definir al pueblo judío como una entidad nacional Esto es una herejía».
¿Qué es el sionismo que denuncio en mi libro (y no a la fe judía)?
Se define frecuentemente por sí mismo:
1• Es una doctrina política (Desde 1896, sionismo se refiere al movimiento político fundado por Théodore Herzl).
2• Es una doctrina nacionalista que no ha nacido del judaísmo sino del nacionalismo europeo del siglo XIX. El fundador del sionismo político, Herzl, no apelaba a la religión: «No obedezco a un impulso religioso, Soy un agnóstico».
Lo que le interesa, no es particularmente la tierra santa; acepta de buen grado, para sus objetivos nacionalistas, Uganda o Libia, Chipre o Argentina, Mozambique o el Congo. Pero ante la oposición de sus amigos de fe judía, toma conciencia de la importancia de la «poderosa leyenda» como él dice que «constituye una llamada de reunión de una irresistible fuerza».
Es un eslógan movilizador que este eminente político realista no podía ignorar. De esta manera proclama, transformando la poderosa leyenda del retorno en realidad histórica: «Palestina es nuestra inolvidable patria histórica; este solo nombre sería un grito de reunión poderoso para nuestro pueblo. La cuestión judía no es para mí ni una cuestión social, ni una cuestión religiosa , es una cuestión nacional».
3• Es una doctrina colonial. A este respecto el lúcido Théodore Herzl no oculta sus objetivos: como primera etapa, realizar una Compañía a la carta, bajo la protección de Inglaterra o de cualquier otra potencia, a la espera de hacer el Estado judío.
Por ello se dirige a quien se había revelado como el maestro en este tipo de operaciones: el traficante colonial Cecil Rhodes, que, de su Compañía a la carta, supo hacer una Africa del Sur, dando a una de las tierras integrantes su propio nombre: Rhodesia. Herzl le escribió, el 11 de enero de 1902: «Le ruego que me envíe un texto en el que diga que ha examinado mi plan y que lo aprueba. Si se pregunta por qué me dirijo a Vd., Sr. Rhodes, le diré que es porque mi programa es un plan colonial». Doctrina política, nacionalista y colonial, tales son las tres características que definen al sionismo político tal y como triunfó en el Congreso de Basilea, en agosto de 1897. Théodore Herzl, su genial fundador, pudo decir, con justa razón al término de este Congreso: «He fundado el Estado judío».
Medio siglo más tarde es en efecto esta política la que aplicarán escrupulosamente sus discípulos al crear, según sus métodos y siguiendo su línea política, el Estado de Israel (inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial). Pero esta empresa política, nacionalista y colonial, no tenía nada de la proyección de la fe y la espiritualidad judías. Al tiempo del Congreso de Basilea que no pudo celebrarse en Munich (como lo había previsto Herzl) por la oposición de la comunidad judía alemana, se celebraba en América la Conferencia de Montreal (1897) donde, a propuesta del Rabino Isaac Meyer Wise, la personalidad judía más representativa de la América de entonces, se votó una moción que se oponía radicalmente a dos lecturas de la Biblia, la lectura política y tribal del sionismo y la lectura espiritual y universalista de los Profetas. «Desaprobamos completamente cualquier iniciativa tendente a la creación de un Estado judío.
Tentativas de este género ponen en evidencia una concepción errónea de la misión de Israel que los Profetas judíos fueron los primeros en proclamar Afirmamos que el objetivo del judaísmo no es ni político, ni nacional, sino espiritual Apunta hacia una época mesiánica en la que todos los hombres reconocerán pertenecer a una sola gran comunidad para el establecimiento del Reino de Dios sobre la tierra».
Esta fue la primera reacción de las organizaciones judías desde La Asociación de los rabinos de Alemania, hasta la Alianza Israelita Universal de Francia, la Israelitische Allianz de Austria, al igual que las Asociaciones judías de Londres.
Esta oposición al sionismo político, inspirado por el vínculo a la espiritualidad de la fe judía, no ha cesado de expresarse. A continuación de la Segunda Guerra Mundial, se aprovechó en la ONU, la rivalidad entre las naciones, y sobre todo el apoyo incondicional de los Estados Unidos, para que el sionismo israelí se impusiera como fuerza dominante y, gracias a sus lobbies, invirtió la tendencia e hizo triunfar la política israelí-sionista de poder, contra la admirable tradición profética. Sin embargo no logró acallar la crítica de los grandes místicos. Martin Buber, una de las más grandes voces judías de este siglo, no cesó, hasta su muerte en Israel, de denunciar la degeneración e incluso la conversión del sionismo religioso en sionismo político.
Martin Buber declaraba en Nueva York: «El sentimiento que me embargaba, hace sesenta años, cuando entré en el movimiento sionista, es esencialmente el que siento hoy Esperaba que este nacionalismo no siguiera el camino de otros que comienzan por una gran esperanza y se degradan posteriormente hasta convertirse en un egoismo sagrado, que osan incluso, como el de Mussolini, proclamarse como sacro egoísmo, como si el egoísmo colectivo pudiera ser más sagrado que el egoísmo individual. Cuando regresamos a Palestina, la cuestión era:¿Quiere Vd. venir aquí como un amigo, un hermano, un miembro de la comunidad de pueblos de Oriente Próximo, o como el representante del colonialismo y del imperialismo? La contradicción entre el fin y los medios a alcanzar ha dividido a los sionistas: unos querían recibir de las Grandes Potencias privilegios políticos particulares, otros, sobre todo los jóvenes querían solamente que se les permitiera trabajar en Palestina con sus vecinos,para Palestina y para el porvenir.
»No siempre fueron perfectas nuestras relaciones con los árabes, pero existía, en términos generales, una buena vecindad entre el pueblo judío y el pueblo árabe. Esta fase orgánica del establecimiento en Palestina perduró hasta la época de Hitler. »Fue Hitler quien empujó a las masas de judíos a venir a Palestina. De esta forma, a un desarrollo orgánico selectivo se sucedió una inmigración de masas con la necesidad de encontrar una fuerza política para su seguridad La mayoría de los judíos prefirió aprender de Hitler que de nosotros Hitler ha enseñado que la historia no sigue el camino del espíritu, sino el del poder, y que cuando un pueblo es lo suficientemente fuerte, puede matar con impunidad Esta es la situación que nosotros teníamos que combatir En el Ihud propusimos que judíos y árabes no se contentaran con coexistir sino en cooperar Ello haría posible un desarrollo económico de Oriente Próximo, gracias al cual Oriente Medio podría aportar una gran y esencial contribución al futuro de la humanidad.»
Dirigiéndose al XII Congreso Sionista celebrado en Karlsbad, el 5 de septiembre de 1921, decía: «Nosotros hablamos del espíritu de Israel y creemos que no es parecido al de las demás naciones Pero si el espíritu de Israel no es más que la síntesis de nuestra identidad nacional, nada más que una bella justificación de nuestro egoísmo colectivo transformado en idolo, nosotros, que hemos rehusado aceptar cualquier otro príncipe que no sea el Señor del Universo, entonces somos como el resto de las naciones y bebemos con ellos en la copa que les embriaga. La nación no es el valor supremo Los judíos son más que una nación: son los miembros de una comunidad de fe. La religión judía ha sido desarraigada, y ésta es la esencia de la enfermedad cuyo síntoma fue el nacimiento del nacionalismo judío a mediados del siglo XIX. Esta forma nueva del deseo de la tierra es el trasfondo que marca lo que el judaísmo nacional moderno ha tomado en préstamo del nacionalismo moderno de Occidente ¿Qué tiene que ver en todo esto la idea de la elección de Israel? La elección no designa un sentimiento de superioridad sino un sentido de destino. Este sentimiento no nace de una comparación con los demás, sino de una vocación y de una responsabilidad de cumplir la tarea que los Profetas no han cesado de recordarnos: si os vanagloriáis de ser los escogidos en lugar de vivir en la obediencia a Dios, cometeis una felonía».
Evocando esta crisis nacionalista del sionismo político que es una perversión de la espiritualidad del judaísmo, concluía: «Esperamos salvar al nacionalismo judío del error de hacer de un pueblo un ídolo. Si no lo logramos habremos fracasado».
El profesor Judas Magner, Presidente de la Universidad Hebraica de Jerusalén desde 1926, consideraba que el Programa de Biltmore de 1942, que exigía la creación de un Estado Judío en Palestina conduciría a la guerra contra los árabes. Al pronunciar, en la reapertura de 1946, el discurso inaugural de esta Universidad Hebraica de Jerusalén que presidía desde hacía veinte años, decía: «La nueva voz judía habla por la boca de los fusiles Así es la nueva Tora de la tierra de Israel. El mundo ha sido encadenado a la locura de la fuerza física. El cielo nos proteja de encadenar ahora al judaísmo y al pueblo de Israel a esta locura. Es un judaísmo pagano el que ha conquistado una gran parte de la poderosa Diáspora. Nosotros habíamos pensado, en los tiempos del sionismo romántico, que Sión debía ser redimido por la rectitud. Todos los judíos de América llevan consigo la responsabilidad de esta falta, de esta mutación incluso aquellos que no están de acuerdo con las artimañas de la dirección pagana, pero que permanecen sentados, con los brazos cruzados. La anestesia del sentido moral conduce a su atrofia».
En América, desde la Declaración de Biltmore, los dirigentes sionistas tendrán en lo sucesivo a Estados Unidos como su más poderoso protector. La Organización sionista mundial barrió la oposición de los judíos fieles a las tradiciones espirituales de los Profetas de Israel, y exigió la creación, no ya de un hogar nacional judío en Palestina, según los términos de la Declaración Balfour de la guerra precedente, sino la creación de un Estado judío de Palestina.
En 1938 Albert Einstein condenó esta orientación: «Sería más razonable alcanzar un acuerdo con los árabes sobre la base de una vida común pacífica que crear un Estado judío La conciencia que tengo de la naturaleza esencial del judaísmo tropieza con la idea de un Estado judío dotado de fronteras, con un ejército, y con un proyecto de poder temporal, por modesto que sea. Temo los perjuicios internos que el judaísmo sufrirá en razón del desarrollo en nuestras filas, de un nacionalismo estrecho Nosotros no somos ya los judíos de la época de los Macabeos. Volver a ser una nación, en el sentido político del término, equivaldría a apartarse de la espiritualidad de nuestra comunidad que hemos recibido del genio de nuestros Profetas».
En cada violación del Derecho Internacional por Israel, no han dejado de oirse las protestas. Citaremos dos ejemplos en donde se dijo en voz alta lo que millones de judíos piensan (aunque sin poder decirlo públicamente por estar bajo la inquisición intelectual de los lobbies israelí-sionistas). En 1960, durante el juicio de Eichmann en Jerusalén el American Council for Judaism declaraba: «El Consejo estadounidense del Judaísmo dirigió ayer lunes una carta a M. Christian Herter para denegar al Gobierno de Israel el derecho de hablar en nombre de todos los judíos. El Consejo declara que el Judaísmo es una cuestión de religión y no de nacionalidad».
El 8 de junio de 19S2, el Profesor Benjamín Cohen, de la Universidad de TelAviv, durante la sangrienta invasión de los Israelíes al Líbano, escribió a P. Vidal-Naquet: «Le escribo escuchando el transistor de radio que acaba de anunciar que nosotros estamos a punto de alcanzar nuestro objetivo en el Líbano: asegurar la paz a los habitantes de Galilea. Estas mentiras dignas de Goebbels me vuelven loco. Está claro que esta guerra salvaje, más bárbara que todas las precedentes, no tiene nada que ver, ni con el atentado de Londres, ni con la seguridad en Galilea A quellos judíos, hijos de Abraham. Aquellos judíos víctimas de tantas atrocidades, ¿han podido volverse crueles hasta tal extremo? El mayor éxito del sionismo es, así pues, éste: la desjudeización de los judíos. Haced, queridos amigos, todo lo que esté en vuestras manos para que los Beghin y los Sharon no logren su doble objetivo: la liquidación final (expresión de moda aquí estos días) de los Palestinos como pueblo y de los israelíes como seres humanos».
Esto es lo que está en juego en la lucha entre la fe profética judía y el nacionalismo sionista, fundado, como todo nacionalismo, en el rechazo del otro y la sacralización del yo.
Todo nacionalismo tiene necesidad de sacralizar sus pretensiones, tras la dispersión de la cristiandad, los Estados-nación han tenido la pretensión de recoger el legado de lo sagrado y de haber recibido la investidura de Dios: Francia, es la Hija mayor de la Iglesia, por medio de la cual se cumple la acción de Dios (Gesta Dei per Francos). Alemania está por encima de todos porque Dios está con ella (Gott mit uns). Eva Perón proclamaba que la Misión de Argentina es la de anunciar a Dios al mundo, y en 1972, el Primer Ministro de Africa del Sur, Vorster, célebre por el racismo salvaje del apartheid, vaticina a su vez: «no debemos olvidar que somos el pueblo de Dios, investido de una misión». El nacionalismo sionista comparte esta embriaguez de todos los nacionalismos. Incluso los más preclaros se dejan tentar por esta borrachera.
Hasta un hombre como el Profesor André Neher, en su magnífico libro L 'Essence du prophétisme tras haber evocado el sentido universal de la Alianza: alianza de Dios con el hombre, llega a escribir que Israel es «el signo, por excelencia, de la historia divina en el mundo. Israel es el eje del mundo y en él está el nervio, el centro, el corazón».
Tales frases evocan desagradablemente el mito ario en cuya ideología se basó el pangermanismo y el hitlerismo. En esta vía se está en las antípodas de las enseñanzas de los Profetas y del admirable Je et Tu de Martin Buber. El exclusivismo no permite el diálogo: no se puede dialogar ni con Hitler, ni con Beguín, puesto que su superioridad racial y su alianza exclusiva con lo divino no les permite en absoluto escuchar al prójimo.
Tenemos conciencia de que en nuestra época no existe más alternativa que el diálogo o la guerra, y que el diálogo exige, como no nos cansaremos de repetir, que cada cual sea consciente de lo que le falta a su propia fe, y que tiene necesidad de los demás para cubrir ese vacío. Nuestro libro se sitúa en la prolongación de los esfuerzos de aquellos judíos que han intentado defender un judaísmo profético contra un sionismo tribal. Lo que alimenta el antisemitismo, no es la crítica de la política de agresión, es el mantenimiento incondicional de esta política que no proviene de las grandes tradiciones del judaísmo, que podían justificarse por una interpretación literal, es la política que eleva por encima de cualquier ley internacional la sacralización de los mitos de ayer y hoy.

Fuentes
Kimhe John, Palestine et Israël. Ed. Albin Michel. 1973
Encyclopaedia of zionism and Israel. Herzl Press. Nueva York (EEUU)
Isaac Shamir, Looking back, looking ahead
. Herzl: Diaries. Ed. Victor Gollanz. 1958.
Herzl, L'Etat juif
Conferencia Central de Rabinos estadounidenses. Yearbook VII, 1987
Martin Buber, Israel and the World, Ed. Schocken, Nueva York, 1948.
Norman Bentwich. For Sion Sake. Biografía de Judas Magnes. Philadelphia. Jewish Publication Society of America. 1954.

(*)Título original: Roger Garaudy, Les Mythes fondateurs de la politique israélienne. 2a édicion: Samiszdat Roger Garaudy, Paris, 1996.
© Historia XXI Ap. C. 14.243 08080 - Barcelona 1ª edición: Diciembre 1997. Traducción: José Luis Jérez Riesco. ISBN: B-84-923089-0-7 Depósito legal: B.48.721-97.

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