martes, 10 de julio de 2007

IZQUIERDA, NACIONALISMO ANDALUZ Y ELECCIONES


Por: Francisco Campos

Fuente:www.erllano.org

Se llevan varias semanas debatiendo acerca de las repercusiones que para la izquierda y el nacionalismo han tenido las pasadas elecciones. En esta sociedad orweliana que nos ha tocado vivir. En esta era de la esclavización tecnológica, de la sociedad de la desinformación y la aculturización alienadora, del egocentrismo embrutecedor y el individualismo retrógrado, de la “globalización” del expolio; estamos siendo atrapados por tal grado de precariedad y confusionismo ideológico que para analizar la situación en que nos encontramos, habrá previamente que retrotraernos a los principios definitorios de que es izquierda y que nacionalismo para poder llegar a conclusiones con un mínimo de verosimilitud. Solo entonces podremos aclararnos con respecto a si estas elecciones han supuesto avances, retrocesos o hundimientos para unos u otros.

IZQUIERDISMO Y PROGRESISMO

Históricamente, a lo largo del siglo XIX, el término “izquierda” ha hecho referencia a un variopinto conjunto de ideas y movimientos políticos cuya característica común era la de ser oponentes radicales de la sociedad burguesa y la economía capitalista, propugnando su erradicación. Se diferenciaban en los métodos para llevarlo a cabo, así como en las características del resultante de su sustitución. Ser de “izquierdas” era no solo ser contrario al sistema social imperante, sino luchar por su destrucción. Igualmente, dentro de los defensores del mismo tampoco había más unanimidad que la que conllevaba la defensa de la democracia formal y la “sociedad de libre mercado” como modelo pero, a su vez, estaban divididos fundamentalmente en dos bloques, los conservadores o moderados y los liberales o progresistas. De forma esquemática, cabría afirmar que los unos, representantes de la gran burguesía y los sectores ideológicos más reaccionarios, pretendían restringir el acceso a la dirección y administración por parte de otras capas sociales al sistema; mientras que los otros, representantes de la mediana y pequeña burguesía, de sectores profesionales e intelectuales, eran partidarios de mejorar, de avanzar, de “progresar” en la ampliación tanto de los “beneficios” de la sociedad burguesa como de su base social. Hacerla más “participativa”.

A partir de la primera guerra mundial, la socialdemocracia sustituye a los liberales y demócratas republicanos en el papel de representar los intereses de la pequeña burguesía y de servir de muro de contención a los intereses populares en general y de la clase obrera en particular. Pero será a partir del final de la segunda guerra mundial cuando se convierta en el principal instrumento del capital para controlar y contener a la clase trabajadora. La derecha queda reservada para momentos críticos y como “policía malo” que empuje a la población a seguir al “bueno”, que no grita ni pega, por miedo al otro. La socialdemocracia, por tanto, no solo forma parte del sistema, sino que en los últimos cincuenta años constituye su mayor herramienta de control sobre la población. Los objetivos del capitalismo internacional se han obtenido gracias a ella, no a pesar de ella.

La socialdemocracia no aspira a cambiar el orden social establecido puesto que es el suyo. Está compuesta por aquellos que o bien creen en el o bien consideran imposible acabar con el. En cualquiera de los dos casos, ya sea porque no se concibe la necesidad de su erradicación o por estar convencido de la imposibilidad de hacerlo, no pretende su transformación sino solo una mejor “gestión” del mismo. Por ello es más adecuado denominar a su ideología “progresismo” que izquierda, ya que, como aquellos primeros liberales, solo anhela que el orden social burgués evolucione, que “progrese”, no a sustituirlo por otro. Y dicho “progreso” solo consiste en limar las aristas más dolorosas, en un capitalismo con “rostro humano”. Es el llamado “estado del bienestar”.

Por contraposición, la izquierda real, la que representa los intereses populares en general y de la clase trabajadora en particular, no pretende ningún “progreso” o mejora de esta sociedad, persigue su erradicación. Es aquella que no es que considere posible la transformación social sino imprescindible. Acabar con el capitalismo y establecer un sistema económico-social justo e igualitario que excluya la explotación del hombre por el hombre, es su razón de ser y, como consecuencia, indefectiblemente no solo es antisistema, contraria al mismo, sino revolucionaria, puesto que su objetivo es revolucionar, provocar un estado de cosas que haga factible dicha transformación.

La socialdemócrata no es izquierda, sino mero progresismo pequeño-burgués. Su pretensión es “perfeccionar” y, con ello, no solo no modifica sino que fortalece las bases sobre las que se asienta el capitalismo. Por el contrario, la izquierda transformadora es revolucionaria. Su objetivo no es fortalecer sino debilitar, no es poner sordina sino acentuar las contradicciones, no es mejorar sino hacer tambalear las bases sociales de sustentación para posibilitar su caída. Y esta diferencia sustancial se percibe en cada actuación. El progresismo socialdemócrata utiliza a las clases populares para mantener la democracia burguesa. La izquierda transformadora utiliza la democracia burguesa para revelar a las clases populares contra ella. Mientras el progresismo “gestiona” la democracia burguesa, la izquierda la instrumentaliza para desactivarla. No aspira a gobernar mejor, sino a devolverle el poder al pueblo, a que este se autogobierne. A que sean ellos los dueños de sus destinos, de sus vidas y de su trabajo. No a que “participe” en la administración del Estado, sino a que se apodere de él, lo destruya y cree el suyo.

NACIONALISMO Y REGIONALISMO

El sentimiento nacional de los pueblos es tan natural como cualquier otro sentimiento identitario del ser humano. Al tratarse de un ser social, el hombre no solo detenta características individuales sino grupales. Como consecuencia de dicha existencia como ser social, el hombre no solo posee derechos inalienables personales sino, por extensión, igualmente colectivos. Además, el hombre no solo es un ser social, no solo vive agrupado, sino que es igualmente un ser territorial. Esa es su naturaleza. Cada sociedad humana, cada pueblo, convive y se desarrolla sobre un territorio determinado. La suma de pueblo, más características, circunstancias y territorio, delimita una nación. Nacionalista, es aquel que cree en la existencia de un pueblo, se considera parte de él y defiende tanto su pervivencia como sus derechos. Y el primer derecho de todo pueblo, de toda nación, como el de todo ser humano, es a ser y a decidir, a determinar por el mismo y sobre si mismo, al ejercicio de su libertad y su autogobierno. A su soberanía.

Andalucía es un pueblo, un colectivo social y territorial diferenciado desde hace milenios. Es evidente que la Andalucía de hoy no es la misma que la de hace mil, dos mil o cuatro mil años, de la misma forma que un hombre no es el mismo con diez años que con veinte, cuarenta o setenta, ni física ni vitalmente, pero esas diferencias coyunturales no pueden llegar a hacer afirmar que no hay una continuidad tanto en lo individual como en lo colectivo. Como en el conocido ejemplo de heráclito, el agua y el cauce varían pero el río permanece. Somos intrínsecamente lo mismo que siempre hemos sido, andaluces; lo mismo ahora que en la época islámica, romana o turdetana. Pero hace quinientos años ocurrió un acontecimiento trascendental en nuestra historia más reciente; se culminó la conquista de nuestro territorio, la confiscación de nuestros bienes y la esclavización de nuestro pueblo por parte del naciente imperio castellano. Castilla no pretendía “reconquistar”, lo que ansiaba era la posesión del fértil valle del Guadalquivir y la salidla marítima por el sur. El mito de la reconquista surge posteriormente, para justificar tratar al pueblo andaluz como los espartanos a los hilotas. El invasor se transforma en el dueño ancestral de la tierra y su propietario real en ajeno al lugar (árabe-moro) o en la raza inferior (cristiano nuevo-impureza de sangre) destinada a explotarla al servicio de sus amos y sin derecho alguno sobre ella.

Los andaluces no fueron tratados como compatriotas liberados sino como extranjeros colonizados. Y es en el hecho colonial donde radica la piedra angular de nuestra “idiosincrasia” actual, en todos sus aspectos: sociales, económicos, culturales, políticos, etc. Somos la consecuencia de una colonización. Ello conlleva que nuestro nacionalismo se diferencia sustancialmente del de los otros pueblos peninsulares. El nuestro se asemeja a los del tercer mundo, no a los europeos. La colonización es un hecho fundamentalmente económico, es la ocupación de un territorio para la explotación de su tierra y de su gente, en beneficio del conquistador. Todo un pueblo es transformado en clase explotada. En una colonia no hay gran burguesía propia, ese papel lo desempeña el ocupante. De ahí lo absurdo de plantearse nacionalismos interclasistas. El nacionalismo descolonizador solo puede ser de izquierdas y, a su vez, la izquierda de un país colonizado es indefectiblemente nacionalista. Liberación nacional y social solo son una. Ningún pueblo colonizado alcanza su liberación social mientras permanece esclavizado y nunca será realmente libre sin acabar con el sistema de explotación económica que originó o mantiene la opresión.

En los países colonizados si hay, en cambio, una mediana y pequeña burguesía comercial e intelectual que nace y prospera al amparo de las necesidades de servicios y administrativas del ocupante. Dicha clase social es colaboracionista por naturaleza pero también forma parte de la población autóctona, por lo que, aún sintiéndose plenamente identificada con el colonizador es “consciente” de sus “peculiaridades”. Esos son los que históricamente, en contraposición a la independencia propugnada por los nacionalistas populares, proponían regímenes más o menos autónomos, pero sin romper completamente entre la “madre patria” y la “patria chica”. Esa pequeña burguesía está representada en nuestra tierra por los regionalistas. Un regionalista es aquel que defiende los intereses de una región, de una parte, de una zona de una nación. No hay, por tanto, contradicción entre ser regionalista andaluz y nacionalista español. Entre sentirse a un tiempo andaluz y español. En cambio, es incompatible para un nacionalista andaluz ser o sentirse español. No puede existir una “nación de naciones”, como no puede haber un yo formado por varios “yoes”. Esa personalidad múltiple no es un estado natural del ser; según la psiquiatría es una enfermedad, la esquizofrenia.

Todo nacionalismo es imprescindiblemente independentista. Dado que a lo que se aspira es a devolver a un pueblo su soberanía, su plena y exclusiva capacidad de decisión, de autodeterminación sobre si y el territorio que habita; cualquier grado de interferencia de terceros, cualquier forma de restricción o limitación de dicha determinación, supone la negación misma de dicha soberanía. Incluso para determinar cualquier tipo de relación con otros, previamente tendrá que poseerse la capacidad plena de decisión. Para, por ejemplo, federarse un pueblo con otro, para compartir soberanía, tendrá anteriormente que poseerla, si no ¿como va a ceder lo que no detenta?. No puede haber confederación de naciones sin su previa existencia como estados independientes.

IZQUIERDA Y NACIONALISMO ANTE UNAS ELECCIONES

Decíamos que la izquierda es aquel conglomerado de ideologías que se caracteriza por oponerse al orden social burgués y pretender su erradicación, su desestabilización y sustitución. Mientras, y por el contrario, el progresismo es aquel otro conjunto cuyo objetivo es la “profundización” en la democracia burguesa, su “perfeccionamiento” y, por tanto, su estabilización y consolidación. Uno de los mecanismos mediante los que se perpetúa la democracia formal son los procesos electorales. Como consecuencia, en principio toda participación en los mismos supone legitimación del sistema y estabilización del mismo. No obstante, utilizados adecuadamente, pueden constituir una herramienta útil para su debilitamiento. Por tanto, lo trascendente, lo definitorio, no es la participación en dichos procesos electorales, sino el fin que se persigue.

Aquellos para quienes las elecciones son meramente un posible medio más para utilizar las propias bases del sistema contra si mismo, para socavarlo, el obtener más o menos votos solo es un síntoma de hasta que extremo su mensaje y alternativa está calando entre las clases populares y en que grado de avance o retroceso se encuentra el proceso concienciador y revolucionador. Carece de importancia el obtener más o menos número de votos, concejales, alcaldes o diputados. No se pretende “representatividad”, la representatividad está en la calle no en las instituciones. En cambio, para el socialdemócrata, para el “progresista”,las elecciones son un fin para obtener cuotas de poder dentro del sistema. No constituyen un medio más o menos apropiado según las coyunturas del proceso transformador, sino el porqué fundamental de su actuación, la meta de la misma. En esas circunstancias, el número de “electos” si es determinante ya que proporciona o imposibilita la “gobernabilidad”, la obtención de parcelas de poder. La izquierda real, la trasformadora, la revolucionaria; avanza o retrocede en los barrios, en las fábricas, en las facultades, en los tajos. Avanza cuando logra levantar pueblo consciente y autogestiaonado, dueño de si. Y retrocede cuando fracasa en ello, cuando no consigue despertar a la población y sacarla del sueño inducido por el sistema.

En cuanto al nacionalismo andaluz, dadas las características de colonización y alienación de esta tierra, es no solo de raíz popular, sino igualmente antisistema. Al constituirse en vanguardia de liberación nacional y social, atenta sobre las bases mismas de sustentación del estado burgués español y de su sistema económico de explotación. Si Andalucía es una nación conquistada y sojuzgada, el nacionalismo andaluz debe poseer las características propias de todo movimiento político de liberación. Y, a lo largo de la historia, uno de los principios de actuación de todo movimiento de liberación ha sido la no colaboración con el ocupante y el boicot a sus instituciones. Un movimiento nacionalista de una tierra ocupada no aspira a la “gobernación” de la administración impuesta sino a su sustitución por otra autóctona nacida de un estado propio. Desde este punto de vista, participar en la administración y en los procesos electorales españolistas es legitimar y consolidar la ocupación. No se puede construir “poder andaluz” formando parte del poder español. Muy al contrario, habrá más poder andaluz en tanto haya menos poder español. Por tanto, como en el caso de la izquierda revolucionaria, si se participa no es tampoco para obtener “representatividad” ni “gobernabilidad”, sino como un medio más de subversión y concienciación popular.
La semejanzas entre las características y objetivos de la izquierda y el nacionalismo andaluz no es casual. El nacionalismo andaluz no es que sea de izquierdas, es que es la tipología de izquierda transformadora propia de un país ocupado y colonizado. Y, puesto que es la autentica izquierda andaluza, la única posible, al nacionalismo andaluz cabe aplicarle todo lo anteriormente referido como propio y característico de la izquierda en general. En cambio, el regionalismo es la peculiar forma de “progresismo” localista de una realidad oprimida como la andaluza. El regionalismo no es nacionalista, como el progresismo no es izquierda. El regionalismo y el progresismo no luchan contra el estado actual de cosas porque forman parte de el. Como los progresistas, los regionalistas no pretenden cambiar la realidad sino exclusivamente “mejorarla” y “gestionarla”. Por eso no es ni soberanísta ni revolucionario. Y, por tanto, cabe igualmente aplicarles todo lo especificado al respecto del progresismo socialdemócrata.

A MODO DE CONCLUSIÓN

No es la izquierda ni el nacionalismo lo que ha ganado o se ha hundido en Andalucía tras las últimas elecciones municipales, sino el progresismo y el regionalismo. La izquierda y el nacionalismo habrán avanzado en esta tierra no cuando obtengan un cuantitativamente estimable número de votos y, por tanto, de cargos electos; sino cuando, como consecuencia de un trabajo de concienciación y subversión, una parte significativa de la población de la espalda al sistema y esté determinada al cambio social. Si la izquierda andalucista obtiene buenos resultados electorales o es que el proceso desestabilizador esta avanzado o es que se han traicionado los principios y se hace “política progresista”. No se sirve al pueblo sino al sistema. No se libera, se ata.

Para hacer factible un futuro, resulta imprescindible caminar ya. Conscientes de lo descomunal de la tarea a emprender pero convencidos de la imprescindibilidad de su realización. Comenzar a dotarnos de nuestro propio entramado socio-político. Toda una red de organizaciones que vehiculen los distintos aspectos de la construcción de la alternativa de liberación nacional y social. Y dos elementos primordiales de este amplio entramado son un sindicato propio, como el SAT, y un movimiento político plenamente autóctono y autónomo, como el BAI. Ellos dos constituyen los pivotes esenciales, las columnas maestras sobre los que se construirá y desarrollará el resto del entramado.

El principio es tan simple como ser consecuentes con el proyecto, así como desembarazarnos de lastres progresistas y regionalistas. Emprender el camino de forma independiente y unitaria. Comprender que el progresismo no forma parte de la izquierda, sino que solo es una cadena aferrada al tobillo de los izquierdistas para controlarlos e imposibilitarles ser. Que las organizaciones políticas y sindicales de la socialdemocracia “reformista” no son los hermanos descarriados a los que encauzar, ni los aliados naturales de la izquierda, ni tan siquiera sus “compañeros de viaje”; sino los primeros obstáculos que superar. Los traidores a los que desenmascarar, los cipayos a vencer, los enemigos a derrotar. Y asimilar igualmente que el regionalismo andaluz no es un nacionalismo descafeinado sino un españolismo camuflado. No son hijos de Blas Infante sino de los que le fusilaron. Cada vez que uno de ellos se dice “andalucista” y se proclama igualmente español, están volviendo a traicionar el ideal por que dio su vida y, con ello, a colaborar con los que pretendieron silenciarlo y ocultar la verdad mediante las balas. Adelante; despertémonos y levantémonos para poder despertar y levantar a nuestro pueblo, luchemos por nuestra tierra y por nuestra libertad como él proclamó, para “volver a ser lo que fuimos”. Por una Andalucía nuevamente libre.

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