domingo, 12 de agosto de 2007

EL MITO EUROPEO


Por: Mesa Nacional de Liberación Andaluza.

Europa, a partir del Renacimiento, no se concibe otra forma de administración social que la de Nación-Estado. Todas las corrientes de pensamiento han sido, y son desviadas por este nacionalismo de Estado, que en el siglo XIX adquiere el grado del mayor ridículo de chauvinismo intelectual.

El primer “modelo” en el cual se inspiraron muchos intelectuales y principalmente europeo fue el “españolismo”, doctrina racista fundada en el mito de la pureza de sangre, de tipos humanos irreconciliables: El moro, el judío y el cristiano, que serviría de inspiración a Maquiavelo para redactar y dar forma a su obra “El Principe”.

Como todos los nacionalistas europeos que hacen del estado su proyecto social, fundamenta su ideología en una mítica de la raza y de la tierra. Pretende organizar una supernación-estado que por su carácter racial sea más capaz que cualquier otra nación o pueblo, más propensa a acometer una enseñanza y un estilo de vida impuesto a todos los demás, acompañado todo ello de una exaltación del militarismo y de la violencia, orquestado desde una religión de Estado a la que predispone la ideología de la cristiandad y el sionismo judío.

Como todos los nacionalismos estatalistas, el español se funda en una mitología de historias legendarias. inexistentes, sin fundamento alguno: se trata siempre de inventar unas «fuentes», un origen común, una raza o comunidad de sangre, una epopeya histórica a base de milagros y el vínculo carnal con una tierra que se desea conquistar.

El mito de la raza es una invención españolista que en el siglo XIX se generalizaría en toda Europa, para justificar los Estados occidentales y su hegemonía colonial. Se pasa de la distinción de diversos grupos lingüísticos a la idea de diferencia biológica, y sobre todo, de jerarquía entre la grandes étnias humanas. La edad Media cristiana reconocía en Cam al antepasado de los siervos (negros y amarillos) , en Jafet a los señores (blancos); y en Sem a la de los sacerdotes (herencia judeo-cristiana).

Gobineau, valiéndose de esta concepción estúpida y arcaica de la jerarquía de las razas, escribe una auténtica epopeya romántica de los arios: la más noble de las razas, surgidas del Asia central, y perdiéndose, en el curso de sus migraciones, en las oleadas impuras de los negros y de los amarillos, condenándose así a la decadencia por el determinismo de la sangre.

La humanidad, según Gobineau, está dividida por tanto en tres razas. En el punto mas bajo de la escala, la raza negra, predestinada a la servidumbre, después la raza amarilla, apenas superior y, en la cumbre, la raza superior, la raza blanca, dotada de las más altas virtudes humanas: la acción pensada, el sentido del orden, y la inteligencia.

En consecuencia, según Gobineau. «toda civilización es el producto de la raza blanca, ninguna civilización podría existir sin la ayuda de esta raza...» (Conde A. de Gobineau, Introducción al ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas, París, 1963, p. 376). Al proclamar la superioridad fundamental y eterna de la raza blanca sobre las otras, y al pretender que las razas de color no tienen capacidad de evolucionar, da un «fundamento» al antagonismo racial y a la dominación racial. Marx calificó a Gobineau de «caballero de la barbarie». Marx subrayaba también que, a través de sus invenciones racistas, Gobineau se esforzaba por demostrar que «los representantes» de «la raza blanca» son semejantes a dioses entre los pueblos, y que naturalmente las familias «nobles» en el seno de la «raza blanca» son a su vez la auténtica crema de los elegidos» (Carlos Marx, Obras Completas, Vol. XXXII, p. 546).

Este mito trágico, especialmente a través de las interpretaciones delirantes de Gobineau, no tiene nada que ver con la concepción tribal de la comunidad de la sangre, propia de todas las civilizaciones, por la proyección mítica de un antepasado común, héroe «epónimo» de la tribu, y de genealogías legendarias que se da tanto en los pieles rojas americanos, o en la Eneida, como en el Antiguo Testamento o en Tartessos . Más no se trata de “raza”, en el sentido adquirido por esta palabra en el Estado español del siglo XVI o en la europea del siglo XIX, es decir, de algunos grandes grupos humanos, sino de descendientes de un mismo linaje en comunidades tribales, o en ciertas capas sociales.

Sería solamente en el siglo XVIII, con Bufón, - por ejemplo - cuando se planteó un modelo original para la humanidad, el de la “raza blanca”, que “degeneraba” a medida que se alejaba de la zona templada. Después, en nombre de un “evolucionismo” muy etnocéntrico, cuyo pivote es, como siempre, EUROPA, se considera primitivos a los no occidentales, coartada fundamental, para “justificar” las conquistas coloniales mediante la misión del hombre blanco de aportar el “progreso”. La noción actual de “subdesarrollo” perpetúa esta visión jerárquica según la cual la trayectoria ejemplar de la humanidad es la de Occidente: Un pueblo está más o menos “desarrollado” según se aproxime más o menos a este ideal... Levy-Strauss, en “Raza y Religión”, ha denunciado enérgicamente este etnocentrismo, demostrando hasta que extremo era empobrecedor, porque excluía el dialogo entre culturas :”" ...La única tara que puede afligir a un grupo humano e impedirle realizar plenamente su naturaleza, es la de estar solo." (pag.37)

La pseudo teoría de la raza, siempre ha servido de justificación para denominaciones y las violencias.

El racismo carece de todo fundamento científico. Desde el punto de vista biológico, la vieja teoría del “indicador craneano” para distinguir a los “dolicocéfalos” de los “braquicéfalos” , se ha revelado impracticable. La genética moderna, según la cual ciertos genes ordenan las propiedades serológicas de la sangre; así como el más reciente descubrimiento del mapa genético humano, ha demostrado lo absurdo del concepto biológico de las razas.

El especialista más eminente en la materia, el profesor Jean Bernard, destruyendo el “mito de la sangre”, que postula la desigualdad de las sangres y el valor desigual de las sangres de hombres diferentes, escribe: “ ... Es admitida, postulada, una relación entre el valor de la sangre de una parte , y de otra parte el valor del hombre, su inteligencia, su fuerza, su valor, sus virtudes físicas y morales”. Este tema es muy antiguo. Gozó de gran favor en el siglo XIX, favor que se extendería hasta el siglo XX, desde Galtón, cercano Darwin, a Hitler, pasando por Vacher de Lepouge y Gobineau. Recientemente aún inspira ciertas tendencias de nuevas sociobiologías. A lo largo de esta peligrosa historia, características de la sangre y cualidades de la inteligencia no cesan de entrelazarse, acentuando tan pronto, las unas como las otras.

Estas falaces y peligrosas afirmaciones no se basan en nada. (Jean Bernard, La sangre y la Historia, Ed. Buchet-Castel, París 1983, p.17).

Las leyes hitlerianas de Nuremberg tenían como objetivo “proteger” la sangre alemana” acosando la sangre judía. Su aplicación tropieza con el mismo falso problema que es, hoy día, el del Estado de Israel con su “Ley del retorno”: ¿Quién es judío?. Porque no existe más “raza judía” que “raza aria”.

En el nacionalismo español, la mística de la tierra, está unida al mito de la raza. También ello será una herencia para el romanticismo europeo del siglo XIX.

Cuando tantos defensores de la hispanidad y de la raza, desarrollan una concepción metafísica de la nación-estado, como entidad eterna, anterior a la conciencia y a la voluntad de los hombres, e indisociable para siempre jamás, están justificando de antemano las mayores atrocidades

La Nación-Estado española se organiza por la ideología de la cristiandad y el expansionismo mercenario del sistema feudal como reflejo de una voluntad divina que le ha asignado la misión de "Reserva espiritual de Occidente", “Expresión única de virtudes”, o esta otra de “Estado defensor de la catolicidad”, el “Ser” auténtico de toda la historian humana (?)...

Este mito de pueblo elegido, de “misión espiritual”, “cruzados” y libertadores Universales por derecho divino, será el alma de la doctrina de la “hispanidad”. Pues ello justifica de antemano toda la conquista, la colonización, el genocidio, e incluso una historia, como es la del Estado-español, de amplio aventurerismo, represión, oscurantismo y terror colectivo.

Al igual, que ha sucedido con el Imperio español, - que prácticamente ha desparecido y que afortunadamente solo ha quedado como pesadilla en la historia de la Humanidad - ocurrirá otro tanto con el Estado español, más tarde o más temprano, pero cuanto antes sea posible, mejor, pues el nacionalismo del Estado español solo vive por su exclusivismo, y el odio que despierta en todos los demás. De triste y próximo recuerdo el del golpista general Franco con su mesianismo y “falso” patriotismo españolista, anegando en sangre los diferentes pueblos de la Península con sus máximas de “cruzada, por el Imperio hacia Dios”.

Por el contrario, Al-Andalus fue, y debe restablecer uno de los centros de irradiación de tolerancia y convivencia tan importante y necesario para la Humanidad, a pesar de los errores y carencias de toda obra humana.

Personajes importantes de la comunidad judía fueron allí, entre otros, Hasdai Ibn Saprout, ministro del Califa de Córdoba, o Samuel Hannaguid, ministro del sultán de Granada. Filósofos, teólogos y poetas, como Salomón Ibn Gabirol (1020-1050) Judah Halevy (1085-1141), y sobre todo Moisés Maimónides (1135-1204); florecieron en lo que Andé Chouraqui llama “ las horas de oro” del judaísmo en Al-Andalus, donde la simbiosis historia-tolerancia logró sus más bellos frutos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En España ha habido mas ejemplos de simbiosis Historia - Tolerancia que al andalus y recuerdo al escritor del articulo las diversas invasiones de los fundamentalistas islámicos anteriores a la reconquista que no se caracterizaban precisamente por su tolerancia. Gracias a la tolerancia alcanzada precisamente por pertenecer a lo que el autor llama "mito europeo" uno puede colgar cualquier estupidez en internet en nombre de una supuesta identidad perdida si que pase nada.