jueves, 25 de octubre de 2007

ANDALUCIA: CONTUNUIDAD Y DISCONTINUIDAD HISTÓRICA


Por: Juan A. Lacomba Avellán

Fuente: www.andalucia.cc/adarve

El pueblo andaluz, en tanto que construcción social, se asienta en un territorio percibido como propio y se despliega históricamente mediante continuidades de fondo y discontinuidades temporales. En su proceso de formación, se configuran determinadas estructuras socioeconómicas y políticas, que son condicionantes de las formas y expresiones sociales y culturales de dicha identidad.

La identidad del pueblo andaluz se sustenta en la existencia de un conjunto de rasgos estructurales, formas de vida y manifestaciones culturales que constituyen los aspectos significativos de lo que históricamente entendemos por Andalucía o por pueblo andaluz. Conforman las señas de autorreconocimiento y de identificación de los andaluces; y se ha dicho que "la identificación es la manera menos ambigua, aunque sea de orden emotivo, de entender la identidad" (F.Riaza). Todo ello da lugar a la progresiva configuración de los más singularizadores "marcadores de identidad" de Andalucía.

En cuanto a los profundos parámetros estructurantes de la identidad de Andalucía, cabe destacar los siguientes:

A.- El factor territorial (el "criterio geográfico y geológico" de Blas Infante). Se trata, por un lado, de la consideración de Andalucía como una muy amplia "demarcación natural" - según hacía ya tempranamente Blas Infante, y en lo que luego han insistido los geógrafos -, en la que la existencia de "varias Andalucías" manifiesta la presencia de "subdivisiones regionales" en "una Andalucía cuya unidad, reconocida desde la más vieja antigüedad, se impone" (J.Sermet). De otro lado, se refiere a la continuidad en el tiempo del territorio de Andalucía, lo que propicia oportunidades, estímulos y limitaciones que dan lugar a unos "condicionamientos geográficos", unos "desarrollos históricos" y unos "caracteres antropológicos", cuyo resultado es que el pueblo andaluz "tiene unas cualidades y aptitudes especiales que lo diferencian del resto peninsular" (B.Infante). De esta manera, el factor territorial, el hecho de la milenaria permanencia histórica de los fundamentos del pueblo andaluz sobre un mismo espacio físico y la incidencia de éste sobre su desenvolvimiento a lo largo del tiempo, es un elemento estructurante de la identidad de Andalucía.

B.- La continuidad histórica. Es el despliegue de la historia andaluza, prácticamente desde sus primeras formas de organización, sobre básicamente un mismo territorio, que será común a todas las etnias que se instalan en Andalucía. Ello ha dado lugar al peculiar fenómeno de la adición/asimilación/síntesis cultural, en el que el resultado, caracterizado como "Andalucía, crisol de culturas", es expresión de una "superposición de temporalidades" (I.Moreno), y muestra cómo la cultura andaluza, en su despliegue y construcción, "asume" e "integra". Esta "continuidad" fundamenta, en consecuencia, el desarrollo de un proceso histórico claramente "delimitado" y "diferenciado", cuya "recuperación", y la profundización en su estudio y conocimiento, puede ser un camino para encontrar los caracteres sustanciales de la identidad andaluza, ya que es en el campo de la historia "donde el problema de la identidad se podría plantear en todas sus dimensiones" (F.Riaza).

C.- La persistencia de rasgos estructurales. Consiste en la permanencia en el tiempo, aunque con sucesivas adaptaciones y transformaciones, de una serie de aspectos estructurales de diferente tipo. Van desde los sistemas de implantación y utilización del territorio por los distintos pueblos que se instalaron en Andalucía, hasta la manera de expresarse las gentes, pero siempre manteniendo una "evolución particularizante". Y ello, pese a los muchos vaivenes de pueblos, formas de vida y culturas sobrevenidos en el territorio andaluz. En este sentido, se ha destacado el papel de la población como "factor de continuidad", pero no entendida como "masa biológica" que permanece, lo que realmente no es así, sino en el de "crisol" de asimilación, lo que explica la amplia pervivencia de "las Andalucías pretéritas" en "las Andalucías posteriores", hasta la Andalucía actual: "la identidad de un pueblo, como la de un río, es compatible con la movilidad y continua renovación de las partículas que lo componen" (Domínguez Ortiz).

En conclusión: las "coordenadas de espacio y tiempo, del medio físico y los condicionamientos históricos, han determinado la naturaleza de nuestro pueblo con una característica fisonomía cultural claramente diferenciada de los restantes grupos étnicos de nuestro viejo continente" (J.F.Ortega). Así pues, la "permanencia" del espacio geográfico-geológico y la “continuidad histórica" de Andalucía, con la matizada persistencia de rasgos estructurales, dan lugar a una diferenciada formación antropológica, con unos específicos "marcadores de identidad". Es lo que B.Infante caracterizaba como "criterios" etnográfico, psicológico, filológico y etológico, que fijan "la personalidad de Andalucía". Por ello decía Blas Infante que Andalucía existe; que no es necesario inventarla. Por ello, también, se precisa el análisis de sus raíces, para de esta manera poder acercarse al contenido de su identidad histórica, que sustenta su realidad de pueblo.

Desde el enfoque de la historia, se puede afirmar que Andalucía es una construcción histórica dialéctica. La dinámica sostenida de relación/asimilación entre diferentes etnias y culturas que se sucedieron y, en distintos períodos, convivieron en Andalucía, es la que le permite ir asumiendo las aportaciones "externas", para por ese medio ir conformando su identidad histórica propia. Por todo ello, la identidad andaluza tiene en la historia uno de sus referentes fundamentales.

Así pues, la identidad del pueblo andaluz es el resultado de un dilatado proceso milenario. A lo largo del tiempo se ha ido configurando la cultura andaluza, eje de articulación de su identidad. Se ha construido mediante la síntesis de elementos cambiantes, resultado de la "superposición de temporalidades", como consecuencia de la sucesiva presencia en el territorio andaluz de pueblos y etnias diferentes.

El peculiar y pluriétnico pasado, con variadas aportaciones y maneras de organización, es el fundamento de la compleja cultura andaluza. Al igual que ocurre en su geografía, en la que la "diversidad" de componentes se articula en una "unidad" de fondo, lo mismo cabe decir de su cultura, en la que "diversidad" y "unidad" no son elementos antitéticos, sino que constituyen la manifestación de una singular y cohesionada realidad cultural. Todo ello ha dado lugar a un conjunto de modos de vida, de formas de implantación económica y de relaciones sociales; en suma, a un sistema de valores y maneras de expresión colectivas, que constituyen "señales diferenciadoras", marcadores culturales de la identidad andaluza.



a) Continuidad y discontinuidad: Las fases del proceso histórico andaluz.



Andalucía ha sido, a lo largo de su historia, un “mundo de frontera". Como consecuencia, estuvo sujeta a choques culturales sucesivos, protagonizados por el paso, la instalación y la convivencia en su territorio de pueblos diferentes. Ello dio lugar a tensiones específicas y a síntesis continuas, que configuran el "mestizaje" de fondo de la historia de Andalucía. En este sentido, la historia de Andalucía es, en conjunto, una sucesión de "adaptaciones".

En el territorio andaluz, desde Tartessos a hoy, se han desplegado y "adaptado" varios "horizontes civilizatorios", delimitados por "rupturas" político-religiosas y socio-económicas, pero enlazados por una continuidad básica de cultura. En Andalucía no se dio nunca, prácticamente, un "trauma civilizatorio global". Esta "permanencia cultural" de fondo, que expresa una "cultura de síntesis", explica la persistencia de "la mediterraneidad" como tradición civilizatoria e identifica Andalucía en el conjunto de los pueblos mediterráneos (I.Moreno).

Así, la especificidad de Andalucía estriba en haber mantenido y desarrollado unos rasgos estructurales y en haberse desplegado como crisol y síntesis de elementos provenientes de algunas de las más importantes tradiciones culturales. De esta manera, subyacentes a las "rupturas" y "horizontes culturales" presentes en el proceso histórico andaluz, existen unas permanencias de fondo que dan continuidad a la historia de Andalucía.

Ya Blas Infante señalaba, y en grandes líneas la investigación histórica posterior lo ha confirmado, que el solar que habitaron los tartesios es prácticamente el mismo territorio en el que moran luego los béticos y después los andaluces. Los ligeros cambios de límites que se producen a lo largo del tiempo no alteran esa realidad de fondo. Sobre el espacio físico de Andalucía se irán asentando diferentes pueblos - fenicios, griegos, púnicos, romanos, visigodos, bizantinos, árabes, norteafricanos ... - que, asimilándose progresivamente, fundiéndose unos en otros, irán configurando una peculiar cultura, de claro mestizaje, pero de singular personalidad. En este sentido se ha escrito:

"La historia de Andalucía es la de una simbiosis incesante, donde lo más propio o peculiar se afirma (...) en el contacto con los otros pueblos y las otras culturas, no en el enclaustramiento en una forma singular de ser que temiese su pérdida al cruzarse, activa y pasivamente, con el ser de otras culturas y otros pueblos" (A.Millán Puelles).

Estos procesos irán creando y asentando unas estructuras específicas propias - económicas, sociales, políticas, culturales - en las que se sustenta, y desde las que se despliega, la identidad histórica de Andalucía. La conquista cristiana y la subsiguiente castellanización dislocará inicialmente este sustrato, pero paulatinamente se repetirá la dialéctica "integración"/"asimilación" cultural, que significa un nuevo enriquecimiento de la identidad histórica de Andalucía.

La peculiaridad del proceso histórico de Andalucía se fundamenta en su unidad geográfica, en su continuidad histórica y en su diferenciada síntesis cultural. En cuanto a su unidad territorial, según los planteamientos de J. Sermet y otros, Andalucía es un espacio que se puede identificar con la zona meridional de la Península Ibérica, que tiene como eje al río Guadalquivir. De aquí que en la Bética romana sea posible reconocer la prefiguración de la actual Andalucía. Es pues innegable "la rotundidad del espacio andaluz", que se explicita claramente en su despliegue histórico moderno.

Con respecto a su continuidad en el tiempo, la Andalucía "histórica" se organiza y articula político-administrativamente, con su antecedente lejano en la Bética, en los siglos XIII-XV, tras la "conquista y castellanización" de la Baja y la Alta Andalucía. Afirma Domínguez Ortiz que este es su "rasgo básico", aunque enriquecido "con supervivencias y aportaciones de diverso origen". Ahora bien, su "continuidad" hay que plantearla “en la evolución espiritual y la conciencia de identidad cultural". Y escribe Domínguez Ortiz:

"Podemos establecer (...) como un hecho firme que de los descendientes de los antiguos tartesios, incrementados con amplia aportación italiana, con una mezcla muy pequeña de sangre visigoda y bizantina en la Alta Edad Media, y luego con una copiosa inmigración árabe y, sobre todo, norteafricana, sólo permaneció en la Andalucía Moderna un porcentaje pequeño y que lo esencial de su población actual procede de tierras peninsulares del centro y del norte (...). Sin embargo, es evidente que a pesar de esta castellanización humana, religiosa, idiomática, institucional, mucho sobrevivió de lo anterior. Desde los comienzos de la Andalucía moderna se nos aparece ya con unos caracteres propios, claramente diferenciados del resto de España (...). La Geografía y la Historia colaboraron así para construir una Andalucía que, aunque con materiales humanos arrancados en su mayor parte de otras regiones españolas, configuraron una construcción original, con no pocas huellas y resabios del período anterior a la conquista cristiana".

Finalmente, en lo tocante a la síntesis cultural, Andalucía "ha sido y es un crisol de culturas de signo diferente, cuenta con una variedad de subculturas suficientemente ricas y asentadas, y dispone además de un caudal de elementos simbólicos que identifican y fijan su imagen, tanto externa, cuanto interna" (M. de Aguilera).

De acuerdo con la perspectiva esbozada, en la historia de Andalucía se pueden destacar cinco grandes etapas, que se van superponiendo e integrando sin totales "rupturas civilizatorias", advirtiendo que dentro de ellas hay una serie de subperíodos de gran interés. En estos cinco grandes momentos se producen síntesis culturales y formas históricas de existencia, que conforman los fuertes cimientos sobre los que se alza la identidad histórica de Andalucía. Las etapas son las siguientes:

1.- La fase inicial autóctona. Se conforma a partir de un consolidado substrato civilizatorio autóctono, que arranca desde Tartessos y se extiende hasta la romanización. Se caracteriza por la constitución de una compleja realidad socioeconómica, con una rica cultura material, en el territorio andaluz, el aún poco conocido mundo tartésico, sobre la que se produce la sucesiva instalación de pueblos diferentes a lo largo del tiempo (fenicios, griegos, púnicos), pero manteniendo sustancialmente la "realidad diferenciada”. Ésta fase vendría a ser la de construcción y delimitación inicial de lo que hoy llamamos Andalucía.

2.- La fase de la Bética. Los romanos fijaron por primera vez administrativamente lo que es Andalucía al constituir la provincia de la Bética; con su dilatada presencia, afianzaron la estructura de poder de base agrícola y ganadera. La Bética será una de las regiones más importantes del Imperio, por su significación económica, su papel político y su riqueza cultural. En este período histórico llegaron a Andalucía amplios contingentes de población itálica que propiciaron la romanización, que, al fusionarse con las previas formas autóctonas, más el proceso de cristianización, dio lugar a un enriquecimiento y singularización de la realidad sociopolítica y cultural del territorio andaluz, una de cuyas manifestaciones fue la progresiva sustitución de las lenguas indígenas por el latín.

3.- La fase de Al-Andalus. Son ocho siglos que algunos han considerado decisivos en la configuración de Andalucía. Es una etapa de singular esplendor civilizatorio. En ella hay que destacar que se despliega en el territorio andaluz un persistente proceso de ósmosis entre las "tres culturas", cristiana, judía y musulmana, en el que el predominio de ésta última no diluye, sino que enriquece, la identidad histórica de Andalucía. Se produce así una nueva síntesis, que perfila más diferenciadamente, en el contexto occidental, la personalidad histórica del pueblo andaluz.

4.- La fase castellana. Irrumpe a partir de la conquista cristiana de Andalucía (en dos etapas, que matizarán interiormente la realidad andaluza: s.XIII, el valle del Guadalquivir; s.XV, el Reino de Granada, con la aparición de una etapa de marcada intolerancia). Es el largo período en el que Andalucía forma parte de la Corona de Castilla y experimenta un sostenido proceso de "castellanización forzada”, con todas sus consecuencias sociales, económicas, políticas, religiosas y culturales, que, pese a ello, acaba "sintetizándose" e integrándose en el substrato andaluz preexistente.

5.- La fase española. Arranca con Felipe V y se acentúa a partir de 1833, cuando la división provincial del país diseña una nueva organización administrativa del Estado, caracterizada por la implantación de un fuerte centralismo, que va acompañado del intenso impulso del nacionalismo español. Es la etapa de despliegue del capitalismo, que conducirá a la subordinación y dependencia - económica, social, cultural y política - de Andalucía, desde el exterior y desde el interior, que ve como paulatinamente se "enmascara" y desvirtúa su identidad histórica.

¿Qué sucede a lo largo de los muchos siglos que este esquema aglutina?. El proceso histórico, pese a sus bruscas "sacudidas", irá articulando progresivamente Andalucía como una realidad diferenciada. La permanencia de una serie de elementos estructurales, entre los que cabe destacar las riquezas naturales y su explotación, el valor geopolítico del territorio y su utilización, la organización social y la "acumulación" cultural, permitirán ir configurando una imagen de Andalucía que proporcionará a sus habitantes una cierta conciencia de pertenencia a un pueblo. Así, Andalucía se va "formando" históricamente y se despliega el pueblo andaluz, como una peculiar "construcción social", con unos rasgos específicos que manifiestan su "originalidad", socioeconómica y cultural, en el contexto del proceso histórico global, peninsular y occidental, en el que se desenvuelve.



b) La identidad histórica de Andalucía.



La peculiaridad del proceso histórico andaluz da lugar a que cuatro grandes herencias nutran y sustenten la formación de la identidad de Andalucía:

El largo período que va de Tartessos a la Bética, en el que, con las continuidades estructurales señaladas, se configura una síntesis cultural, a partir fundamentalmente de elementos tartésicos, junto con aportaciones de fenicios y griegos, que van adicionándose y amalgamándose, conformando una formación social singular, instalada en un territorio permanente.

La intensa etapa de la Bética, en la que el proceso de romanización implicó la impregnación clásica de las formas civilizatorias autóctonas. De esta manera, la tradición mediterránea y el proceso modernizador romano, más la penetración del cristianismo, se incardinaron en la realidad socioeconómica existente en el territorio andaluz, enriqueciéndola y dando lugar a la implantación de la lengua, la asunción de una nueva organización institucional-administrativa y al despliegue de una significativa simbiosis cultural.

La decisiva fase de Al-Andalus, tanto por su riqueza cultural propia y por la singular impronta sobre la sociedad y sobre la economía, como por impedir la implantación feudal en el territorio de Andalucía, lo que la diferencia del resto de la historia peninsular. Todo ello confiere una originalidad peculiar a la realidad socioeconómica andaluza de la época.

La castellanización y cristianización tras la conquista, acompañadas de la "señorialización" de las tierras, a todo lo cual se une el impacto americano. No es tanto un radical "corte" civilizatorio, sino más bien un "trauma" profundo, que obliga a una reconstrucción cultural. No se borra el pasado, sino que hay una "instalación" de nuevas formas sobre una estructura que subyace. Como señala J. Alcina, mucho del pasado “tartésico, romano y árabe” sería heredado por los castellanos conquistadores. Es, por lo tanto, un nuevo aporte, con la imposición de una lengua única, por lo que esta etapa final "castellanista" no anula la historia pasada, sino que se imbrica progresivamente en todo lo anterior.

En suma, la identidad histórica de Andalucía, sumariamente caracterizada, es el resultado: de un lado, del despliegue en el tiempo de una formación socioeconómica que se fundamenta en la tierra y su explotación (de aquí su valor simbólico), dando lugar a una "construcción social" de propietarios y trabajadores, que implica la permanencia de una estructura de clases fundamentalmente dual y de una polarización en la distribución de la renta y de la riqueza; de otro lado, de la existencia de un continuo acarreo de elementos culturales, rico y diverso, procedentes de una "superposición de temporalidades" y de horizontes históricos distintos, que serán amalgamados y sintetizados en una cultura "resultante", propia de Andalucía.



c) Despliegue capitalista e identidad andaluza.



Con el despliegue del capitalismo se pondrá en marcha una nueva fase en el proceso de conformación de la identidad andaluza. Si en lo económico se produce un decidido avance de la dominación “externa”, que transforma Andalucía en buena medida en una especie de "enclave colonial", en lo referente a su realidad, la "visión" de los viajeros extranjeros construye una "imagen deformada" de Andalucía. El resultado es que, como se ha dicho, antes de ser consciente de sí misma, se había ya "inventado" mixtificadamente Andalucía desde el exterior.

La inserción de Andalucía en el sistema significará su dominación, dependencia y periferización. Esta "posición" de Andalucía en el sistema capitalista implicará el desenvolvimiento en Andalucía de los que J.Mª. de los Santos ha denominado "cultura en la dependencia", cuyas características son: a) ser una cultura invadida, penetrada por formas ajenas, pertenecientes a los sistemas culturales dominantes; b) ser una cultura manipulada, en el sentido de estar determinada y condicionada desde el exterior; c) ser una cultura desvirtuada, al estar "marcada" por la dependencia y aparecer "subordinada" a formas culturales dominantes, lo que hace peligrar los elementos configuradores que le dan sentido y significado propio. No obstante todo ello, la cultura identitaria andaluza “resistirá” estos embates externos (la “resistencia” ha sido históricamente un “marcador” de la identidad andaluza), subsistiendo y desplegándose como manera expresiva del pueblo andaluz, pese a su situación de dependencia.

A través de estos procesos, la cultura andaluza trata de ser "ocultada"; sobre ella se construye un nuevo universo simbólico, que busca arrumbar la cultura propia de Andalucía, imponiéndose sobre ella como un "avance modernizador", dando lugar a una anomia cultural (debilitamiento de la conciencia de la propia cultura). La fuerza de la dominación está en la "violencia simbólica" que los valores culturales "dominantes" imponen a la cultura "dominada", forzando su sumisión y tendiendo a su "desvirtuación". Estamos, con todo ello, ante un proceso de "desnaturalización identitaria". Como escribió el prof. J.L.Pinillos, "los clichés mentales y las frases hechas, convenientemente reforzados, constituyen las apoyaturas imperceptibles, pero efectivas, del control del pensamiento colectivo, y también de la conducta regulada por éste".

Quizás por todo ello, más algunos aditamentos introducidos durante el franquismo, período en el que, de forma sistemática, se forzó el vaciamiento de contenidos y la “vampirización” de elementos expresivos de formas culturales de Andalucía, sigue aún sin cuajar una conciencia andaluza solidaria. Los localismos y provincialismos, como vimos, continúan ampliamente arraigados, obstaculizando la formación de una voluntad andaluza común, sustentada en una asumida "conciencia de identidad".



d) Un sumario balance final.



En suma, balance final de todo este largo proceso reseñado son las tres características estructurales básicas de la identidad andaluza que propone I.Moreno:

El acentuado antropocentrismo o tendencia a la personalización de las relaciones sociales, con el fin de crear "relaciones humanizadas" y no exclusivamente instrumentales.

El rechazo de cualquier tipo de inferioridad, real o simbólica, que afecte a la autoestima, lo que conduce a la emergencia de un sentimiento y de una ideología igualitarista.

Una visión del mundo y una actitud relativista respecto a las ideas y a las cosas, que está en la base de la tolerancia y la permisividad, y explica la flexibilidad de la cultura andaluza para la aceptación de innovaciones y de elementos procedentes de otras culturas.

Estos rasgos identitarios no constituyen ninguna "esencia inmanente", sino que, como se ha explicado, son producto de la historia de Andalucía y configuran la estructura profunda que conforma la identidad colectiva de los andaluces.

En definitiva, la experiencia histórica del pueblo andaluz ha generado un conjunto de valores, actitudes y comportamientos que constituyen hoy significativos "marcadores identitarios". Sólo desde el autorreconocimiento como pueblo y desde la conciencia de identidad, desde la recuperación y profundización de las raíces históricas y los valores culturales propios, será posible al pueblo andaluz afirmar su presencia en la nueva Europa que se construye y en el despliegue incesante de la globalización uniformizadora.

En otras palabras: para hacer el futuro de Andalucía, hay que conocer y asumir su pasado. En tanto la sociedad andaluza no es una construcción monolítica y que han existido y existen en ella diferentes clases sociales y fracciones de clase, distintos grupos de intereses y de arraigos territoriales, habrá variadas maneras de entender Andalucía, pero siempre desde una común realidad identitaria de fondo. Aceptando el matiz, es necesario, no obstante, que Andalucía encare el futuro junta, unida y consciente de su identidad como pueblo, para evitar que, entre la europeización y la globalización, desde "fuera" decidan el futuro de Andalucía, le acaben "robando" su futuro; porque solamente participando como sujetos activos en la construcción de ese futuro se podrá realmente formar parte del mismo como pueblo.

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