lunes, 29 de octubre de 2007

RESIDUOS DE MORISQUISMO Y VISIÓN DE ESTE FENÓMENO EN LOS QUIJOTES DE CERVANTES Y AVELLANEDA.


Por: Dr. Rodolfo Gil Benumeya Grimau para Identidad Andaluza

“Don Miguel de Cervantes Saavedra, tanto en nombre propio como en el de su supuesto doble arábigo Cide Hamete Benengeli, contaba en un capítulo de la segunda parte del Quijote como el buen Sancho Panza, regresando de su perdida ínsula Barataria, encontró a su viejo amigo y paisano el morisco Ricote, quien le ofreció compartir con él un tesoro que había dejado escondido”1

Ahora es mi intención, Sancho, sacar el tesoro que dejé enterrado, que por estar fuera del pueblo, lo podré hacer sin peligro, y escribir o pasar desde Valencia a mi hija y a mi mujer, que sé que están en Argel y dar traza como traerlas (…) si tú, Sancho, quieres venir conmigo y ayudarme a sacarlo y a encubrirlo, te daré doscientos escudos con que podrás remediar tus necesidades, que ya sé yo que las tienes muchas (…), como se dice en el Capítulo LIV de la Segunda Parte.

Evidentemente, en ese tesoro compartido de los préstamos y los resortes culturales árabes e islámicos presentes en el Quijote de Cervantes, el personaje del morisco emigrado, que vuelve a su pueblo a recuperar algo y habla familiarmente con uno de sus convecinos, no es el único rasgo importante de interacción con el que el autor nos presenta a una sociedad española imbuida de arabismos, ni lo es tampoco de los morisquismos posteriores a la expulsión concurrentes en su obra.

Está cada vez más claro que el supuesto doble árabe de Cervantes, Sidi Ahmad o Sidi Hámid, - el Cide Hamete Benengeli, presente tanto en la Primera como en la Segunda Parte del libro, en donde el Benengeli ya es más difícil de precisar, aunque haya varias teorías sobre su nombre, alguna considerándolo un acróstico y otras un nombre real pero mal transliterado - no es un artificio literario de Cervantes, como se ha venido suponiendo hasta hace poco, sino un hecho de base real con el que él quiso decirnos algo, igual que tantos otros ‘algos’ hay en su obra dichos disimuladamente o con expresiones sibilinas, en lo referente a los moriscos, a sus movimientos y a sus estancias en tierras varias, a la ósmosis entre algunos sectores de población cristiana y morisca, a la protección de parte de la nobleza y a la nobleza morisca ella misma. Como lo hay igualmente respecto a posibles alzamientos de los moriscos aragoneses y a los movimientos autonomistas de Cataluña, ya en ciernes la guerra civil, por ejemplo.

Lo cierto es que Sidi Hámid vuelve a surgir con fuerza como segunda voz narrativa que es de la obra. Los primeros capítulos del libro serían pues de un autor árabe andalusí y su intérprete, un morisco bilingüe. “Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos. Y puesto que aunque los conocía no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado, que los leyese, y no fué muy dificultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. En fin, la suerte me deparó uno, que, diciéndole mi deseo y poniéndole el libro en las manos, le abrió por medio, y leyendo un poco en él, se comenzó a reír. Preguntéle yo que de qué se reía, y respondióme que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese, y él, sin dejar la risa, dijo:

Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: “Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia referida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha”.

La salazón del puerco era cosa de mujeres y, puede ser, como dice el Dr. Al-‘Uthmani2, de la Universidad de Rabat, que muchas moriscas de nivel campesino y modesto se dedicaran a esta labor, que no suponía la ingestión del cerdo pero sí un cierto marchamo o prueba aparente de cristianismo, ya que el puerco y lo relacionado con él tenían mucha importancia a ojos de los llamados cristianos viejos. Y, al propio tiempo, el autor nos gasta una broma, a nosotros sus lectores, y se la gasta a sí mismo, cuando, ya convertido de autor en lector de una traducción, a Dulcinea, la dama ideal de don Quijote y musa altiva de sus sueños, la pinta salando magros del animal prohibido, con una ironía indudablemente digna de moriscos o de conversos.

Morisco sería con toda probabilidad el musulmán convertido al cristianismo de un modo sincero o no, y moro el musulmán que aun continuaba siéndolo dentro o fuera de la Península, a ojos de Cervantes; pero ambos términos se le solapan con frecuencia en sus escritos.

La ambigüedad del tratamiento respecto al moro o al árabe, al sarraceno, sigue la pauta de las narraciones y romances fronterizos, en donde unas veces aparece como modelo de caballerosidad y señorío y otras como un personaje fantasioso y poco realista, a veces taimado o de poco fiar. El llamado moro de la época y sobre todo el literario es ambivalente; por un lado atrae, por otro propicia la desconfianza, seguramente porque no se posee ni su lengua ni su cultura y, en bastantes ocasiones, de él lo que se juzga es su sabiduría, fascinante o rechazable según los casos. Pero la desconfianza, en El Quijote, cede paso a la justicia en el tratamiento del personaje ejemplar, que es tan caballeroso y veraz como el modelo del cristiano, ateniéndose ambos a la verdad de los hechos y los sentimientos.

“(...) Con esto se consoló algún tanto; pero desconsolóle pensar que su autor era moro, según aquel nombre de Cide, y de los moros no se podía esperar verdad

alguna, porque todos son embelecadores, falsarios y quimeristas. Temíase no

hubiese tratado sus amores con alguna indecencia, que redundase en menoscabo y

perjuicio de la honestidad de su señora Dulcinea (...)”

“- (...) Bienhaya Cide Hamete Benengeli, que la historia de vuestras grandezas dejó escrita, y rebién haya el curioso que tuvo cuidado de hacerlas traducir de arábigo
en nuestro vulgar castellano, para universal entretenimiento de las gentes.

Hízole levantar don Quijote, y dijo:

-Desa manera, ¿verdad es que hay historia mía, y que fué moro y sabio el que la
compuso?

-(...) Sólo vuesa merced lleva la palma a todos los caballeros andantes, porque e el moro en su lengua y el cristiano en la suya tuvieron cuidado de pintarnos muy al
vivo la gallardía de vuesa merced (...) la honestidad y continencia en los amores tan platónicos de vuesa merced y de mi señora doña Dulcinea del Toboso.”

En el capítulo LIV de la Segunda Parte, se insiste en la veracidad y justicia del autor moro al hablar de sus personajes, en este caso de Sancho: “(...) Y como él, según dice Cide Hamete, era caritativo además (...)”. Cualidades de historiador y cronista que, al morir don Quijote, le hacen defender la narración de su vida de todo nuevo intruso y posible continuador de aventuras a través de una nueva parte apócrifa. diciendo entre otras razones que: “!(...) Que el tal testimonio pedía para quitar la ocasión de que algún otro autor, que Cide Hamete Benengeli, le resucitase falsamente, y hiciese inacabables historias de sus hazañas. (...) Y el prudentísimo Cide Hamete dijo a su pluma: "aquí quedarás, colgada desta espetera y deste hilo de alambre, ni sé si bien cortada o mal tajada péñola mía, adonde vivirás luengos siglos, si presuntuosos y malandrines historiadores no te descuelgan para profanarte (...)”

Volviendo al tan conocido y comentado morisco Ricote, vemos cómo Cervantes nos describe perfectamente su salida, su entrada, su subterfugio y sus caminos en la diáspora hacia afuera y hacia adentro de España; haciendo de él y de su familia un símbolo de sus propios conocimientos sobre los moriscos y un modelo de tantos casos y hechos comúnmente conocidos de otras muchas gentes coetáneas sin animadversión oficial.

"¿Cómo, y es posible, Sancho Panza hermano, que no conoces a tu vecino Ricote el morisco, tendero de tu lugar?

(...) ¿Quién diablos te había de conocer, Ricote, en ese traje de moharracho que traes? Dime, ¿quién te ha hecho franchote, y cómo tienes atrevimiento de venir a España, donde si te cogen y conocen tendrás harta mala ventura?

Ricote viaja mezclado a un grupo de alemanes que vienen regularmente a mendigar a España. Viste como ellos y es de suponer que habla pasablemente el alemán.

Aparta a Sancho al pie de una haya y "sin tropezar nada en su lengua morisca, en la pura castellana" le cuenta la primera parte de su diáspora. Al promulgarse el bando de expulsión, el morisco salió solo "y sin la priesa con que los demás salieron" , fue a Francia," y aunque allí nos hacían buen acogimiento" , lo que supone un plural de huidas, pasó a Italia y a Alemania, quedándose en ésta "porque en la mayor parte della se vive con libertad de conciencia". Interesante observación de Cervantes, ésta, que abunda en su libertad de pensamiento y juicio. Ricote ha tomado casa en Augsburgo y regresa a España para recuperar el tesoro que dejó oculto en el pueblo y, luego, "escribir o pasar desde Valencia a mi hija y a mi mujer, que sé que está en Argel y dar traza cómo traerlas a algún puerto de Francia y desde allí llevarlas a Alemania, donde esperaremos lo que Dios quisiere hacer de nosotros".

Completa Cervantes la historia de Ricote y de su familia unos capítulos más adelante, ya en Barcelona, cuando las galeras de vigilancia costera capturan un bergantín del que el arráez es "mujer cristiana", según dice ella, resultando ser morisca, "de aquella nación más desdichada que prudente... de moriscos padres engendrada" . La mujer resulta ser Ana Félix, o Ana Ricota, la hija de Ricote, que narra su complicada historia de exilio y contra-exilio, tan digna de ocultaciones, ardides y propósitos como la de su padre, envueltas ambas en quejas y justificaciones.

Su enamorado, un hidalgo cristiano de su mismo pueblo -Gaspar o Pedro Gregorio- por amor a ella se entremezcla con los moriscos, "porque sabía muy bien la lengua", presumiblemente el árabe coloquial que los moriscos conservaban, y marcha con ellos al destierro, a Argel en concreto. Allí, la belleza de Ana , junto con la fama de sus riquezas, y la belleza de Gregorio llaman la atención, "porque entre aquellos bárbaros turcos en más se tiene y estima un mochacho o mancebo hermoso que una mujer" y ella industriosamente disfraza a su amante de mujer dejándolo oculto entre mujeres, y consigue que el rey le flete un bergantín para regresar a España en busca del tesoro. Un renegado le acompaña, entre otros.

Termina la aventura con el encuentro entre Ana y su padre, el proyecto de que el renegado vuelva a Argel con una pequeña embarcación tripulada por cristianos para rescatar a Gaspar, y la excelente acogida que los nobles y el virrey catalanes hacen de los dos moriscos, padre e hija.

Las idas y venidas de estos dos moriscos son cabales, sus personalidades, su entorno, su comportamiento y el comportamiento de las otras gentes con ellos. Aunque haya voces en contra , las expresiones con que el autor califica o hace autocalificarse a estos españoles exiliados a la fuerza son cuanto menos compasivas, si no comprensivas y hasta favorables dentro del fárrago de las justificaciones y tópicos oficiales con las que vienen envueltas.. "Nación desdichada", "desventura", "maltrato", "su mar de desgracias", "corriente de su desventura", "miserable destierro"....

Nada parecido al “aquellos bárbaros turcos…” , o “los dos turcos, codiciosos e insolentes” como los califica Ana Ricota. “… Los turcos… los cuales son tan insolentes… que los tratan (a los moros) peor que si fuesen esclavos suyos”, explica el Cautivo, de ‘el Cautivo y la bella Zoraida’, que reproduce lo que dice Agi Morato –Hâğğ Murâd- el moro importante, padre de Zoraida, refiriéndose a unos soldados turcos: “Hija, retírate a la casa, enciérrate en tanto que yo voy a hablar a estos canes…” Cervantes desprecia a los llamados turcos y aprecia a los moriscos por ser españoles, igual que lo hace con algunos de los renegados españoles aunque los renegados en general fueran incluidos entre los ‘turcos’.

El arraigo de los españoles musulmanes a su patria queda bien claro en boca de Ricote, de su hija, y en definitiva del propio Cervantes, lo que es significativo: "y es el deseo tan grande que casi todos tenemos de volver a España, que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo, se vuelven a ella". Esto último es un testimonio histórico respecto al hecho morisco peninsular posterior a la expulsión. También es explícito el motivo por el que bastantes de ellos prefieren no ir al Magreb o no permanecer en él -y ésta es la causa de su diáspora hacia otras zonas mediterráneas –imperio otomano- o trasatlánticas –América hispana- o del riesgo de su vuelta a España, en el que estamos con la saga de los Ricote- " Doquiera que estamos lloramos por España, que, en fin, nacimos en ella y es nuestra patria natural; en ninguna parte hallamos el acogimiento que nuestra desventura desea, y en Berbería, y en todas las partes de África, donde esperábamos ser recibidos, acogidos y regalados, allí es donde más nos ofenden y maltratan".

Cervantes nos da muestras de su buen conocimiento de la idiosincrasia y la estructura familiar interna moriscas, contándonos como, en ausencia de Ricote, huido antes de la expulsión, son los hermanos de su mujer –siguiendo costumbres semíticas occidentales muy antiguas- los que asumen el mando y la emigración a Argel del resto de la familia. También el cambio de género en el apellido familiar, de Ricote a Ricota, corresponde a un hecho de posible tradición morisca, desde luego presente hoy mismo en las familias de este origen en Marruecos. El autor también alude a posibles intentos de sublevación, " ruines y disparatados intentos que los nuestros tenían", probablemente de los moriscos aragoneses -como está atestiguado que los hubo en combinación con los judeo-conversos según documentación diplomática otomana y francesa analizada recientemente. Y plantea de manera muy interesante el problema de la diglosia y el bilingüismo, como el del traductor morisco del Quijote de Benengeli, que no sólo parecía darse entre los propios moriscos, sino también entre algunos cristianos que convivían con ellos en la sociedad española interpenetrada: " ni en la lengua...di señales de ser morisca ", dice Ana Ricota, " que los más de aquellos, y son muchos, que saben la lengua como yo, se vuelven a ella" afirman los Ricote refiriéndose al español y al regreso de muchos moriscos a España. O el caso de Gaspar, el enamorado cristiano de Ana, que pasa por morisco, "porque sabía muy bien la lengua", refiriéndose sin duda a la lengua árabe.

En la historia de Ricote y sus allegados es patente la filtración entre las costas españolas, en este caso levantinas, y las magrebíes, yendo la gente de un lado a otro ciertamente con riesgo pero con mucha facilidad, o manteniendo una correspondencia habitual. También hay algo que la investigación histórica parece corroborar y es la concordancia, cuando pudo haberla, entre moriscos y protestantes (recuérdese la ayuda que algún español luterano pensaba dar a los moriscos sublevados de Granada facilitándoles la conquista de la Alhambra), en las alabanzas de Ricote tocantes a Alemania.

La desconfianza de muchos magrebíes respecto a los moriscos que se les vinieron encima y, en bastantes casos el aprovechamiento, y el expolio, a los que se les intentó someter, no fueron hechos infrecuentes. No debemos olvidar que, desde el punto de vista estrictamente musulmán y, en muchos casos, propio de sociedades rurales o semi-rurales no muy cultas, los moriscos eran unos extranjeros aparentemente cristianizados -unos españoles con su idioma, trajes, usos y cohesión diferenciadora- ciertamente no magrebíes y demasiado parecidos a los españoles cristianos y enemigos. La gran diferencia era que podían reclamarse de ser andalusíes vinculándose a los flujos migratorios anteriores, cosa que hicieron y que, en algunos puntos del Magreb, han mantenido prácticamente hasta hoy. Ya desde España, en donde fue uno de los argumentos fundamentales para la expulsión, los moriscos iban también precedidos por su fama de ahorradores y ricos, lo que junto con su debilidad al llegar y al comenzar en tierras nuevas los hacía susceptibles de toda clase de presiones y abusos.

En la historia del Cautivo y la bella Zoraida -capítulos XXXIX al XLI de la Primera Parte de la obra cervantina- se habla también y con asombro de la riqueza de los moros, de una mora magrebí en este caso, con estos términos: “más perlas pendían de su hermosísimo cuello, orejas y cabellos que cabellos tenía en la cabeza… traía dos carcajes (que así se llamaban las manillas o ajorcas de los pies en morisco) de purísimo oro, con tantos diamantes engastados, que ella me dijo después que su padre los estimaba en diez mil doblas, y las que traía en las muñecas de las manos valían otro tanto…

Ciertamente que el Cautivo y su enamorada no son moriscos, pero Cervantes los presenta con elementos relativos a los moriscos y a sus contactos con España, si bien sean anteriores al hecho de la expulsión. El hombre va vestido con la ropa usada por los cautivos y esclavos cristianos en Argel, semejante a la usada por los hombres del pueblo en la propia Granada morisca, y la mujer viste tocado y manto como los que aparecen en los grabados sobre la gente morisca granadina de los siglos XVI y XVII. Ella es una mora, hija de un moro importante y rico, puesto que así los define Cervantes, enemigos de los llamados “turcos”. Los circunstantes, damas y caballeros de la nobleza andaluza, tratan muy bien a la pareja y sobre todo a la mora. Su Islam –puesto que aún no se ha convertido al cristianismo y técnicamente vendría a ser una mudéjar- no sólo no les influye negativamente de alguna manera sino que, por el contrario, los hace más propicios. “(...) Dorotea la tomó por la mano, y la llevó a. sentar junto a sí, y le rogó que se quitase el embozo… y así, se lo quitó, y descubrió un rostro tan hermoso que (...) luego se rindieron todos al deseo de servir (...)

Lo cierto es, también, que Cervantes pone en boca de Ricote y del Cautivo las palabras “Dios” y “verdadero Alá”, refiriéndose a Al-lâh, que significa Dios en árabe, tanto para musulmanes como para cristianos, pero que muchas veces cierta ignorancia occidental sectaria, antigua o actual, separa como si fueran dos personajes divinos contrapuestos y enemigos. Algo así como si el Gott germánico fuera una divinidad gloriosa enfrentada al Deus latino. Cervantes no suele caer en esa ignorancia ni en esta intención desorientadora. --------------

Respecto a su conocimiento, bastante exacto, de los moriscos y de sus asimilados, los renegados españoles, afincados en el Magreb, Cervantes explica que ” Tagarinos llaman en Berbería a los moros de Aragón, y a los de Granada, mudéjares, y en el reino de Fez llaman a los mudéjares elche, los cuales son la gente de quien aquel rey más se sirve en la guerra (...)" Los Îlğ, o “elche” –que aún sirve de apellido- eran una forma de renegados o adaptados cristianos que sirvieron a los soberanos marroquíes desde el siglo XIII como fuerzas mercenarias, luego prolongadas por las milicias moriscas en el XVI. De los tagarinos dice: “Con moro tagarino fuese a la parte con l en la compañía de la barca y en la ganancia de las mercancías (.... )”. “(...) Quiso hacer, como hizo, un viaje a un lugar que se llamaba Sargel que está treinta leguas de Argel hacia la parte di Orán, en el cual hay mucha contratación de higos pasos. Dos o tres veces hizo este viaje, en compañía del tagarino que había dicho”. "Con achaque de hacerse mercader y tratante en Tetuán y en aquella costa(...) Temíamos encontrar por aquel paraje alguna galeota de las que de ordinario vienen con mercancía de Tetuán, aunque cada uno por sí y por todos juntos presumíamos de que si se encontraba galeota de mercancía, como no fuese de las que andan en corso, que no sólo no nos perderíamos; mas que tomaríamos bajel donde con más seguridad pudiésemos acabar nuestro viaje(...) Aseguraríamos el temor que de razón se debía tener que por allí anduviesen bajeles de corsarios de Tetuán, los cuales anochecen en Berbería y amanecen en las costas de España, y hacen, de ordinario, presa, y se vuelven a dormir (...)"

En todos estos trozos, y en el del desembarco en Barcelona, el autor nos pinta los azarosos rumbos de cabotaje e intercosteros de su tiempo en el Mediterráneo occidental. Los corsarios argelinos, turcos y sobre todo renegados, o los corsarios moriscos tetuaníes, con los renegados correspondientes -que también los hubo y muchos en Tetuán- navegaban en busca diaria de sus presas y asaltaban de madrugada el litoral español para regresar luego a sus bases. Los corsarios franceses y los ingleses, evidentemente los españoles cristianos, hacían lo mismo o parecido atacando al rival. Sin embargo, al mismo tiempo, había un floreciente comercio entre unas y otras partes en un trasiego de intereses y de personas que a unos parecía natural y a otros asustaba.

La larga y prolija estancia de don Quijote y de Sancho en las tierras de los Duques3, contiene un episodio pequeño pero sobradamente significativo de presencia musulmana y de conocimiento cervantino de esta presencia. Dentro de una de las grandes farsas organizadas por los Duques, "pareció que todo el bosque por todas cuatro partes se ardía, y luego se oyeron por aquí y por allí, y por acá y por acullá, infinitas cornetas y otros instrumentos de guerra (...) Luego se oyeron infinitos lelilíes, a uso de moros cuando entran en las batallas (...)" . Los Duques montan una gran farsa, como todas las restantes a costa de don Quijote y Sancho, con la colaboración inmediata de sus criados, súbditos y campesinos. Ahora bien, los infinitos lelilíes, a uso de moros son los gritos de La ilaha il.là Al.lah -no hay más divinidad que Dios- absolutamente islámicos como profesión de fe en toda circunstancia, a la par que exclamación de combate que no es sino una circunstancia más.

Es evidente que los súbditos, o parte de ellos, de los Duques, siguen siendo musulmanes, aunque no sea más que en sus expresiones externas, toleradas y alentadas por lo menos en cuanto al barullo por los mismos Duques. Con toda probabilidad esos campesinos o súbditos eran mudéjares como sus antepasados, con una relación de 'vasallaje' por un lado y de 'protección' por otro. Pero tengamos en cuenta que la expulsión oficial de los moriscos ya se ha producido. Por lo tanto estos 'vasallos' ya no son mudéjares sino moriscos y residuales, que viven en sus viejas tierras con una permisividad amplia en muchas cosas, incluso en sus manifestaciones religiosas públicas, hecho que no debió ser nada infrecuente en otras partes de Aragón y de Levante en donde un sector amplio de la nobleza los cubrió por toda clase de intereses.

En el episodio de Clavileño, el caballo de madera sobre el que Don Quijote y Sancho supuestamente cabalgan por los cielos en tierras de los Duques, hay una copia clara de la Noche 357 y siguientes de Las Mil y Una Noches, con la Historia del Caballo Volador. Un mago avieso y extranjero, el equivalente al gigante Malambruno, trae a la corte de un reino, probablemente iraní –en el caso de El Quijote a la corte de los Duques- un caballo de marfil y de ébano, de “leño” donde los Duques, que vuela accionándose en él una manivela mientras se conduce con otras dos. “El caballo se estremeció y echó a volar hacia las nubes con el hijo del rey… apretó la clavija que estaba en el lado derecho , y el caballo aumentó la velocidad y la altura… la movió -la clavija del lado izquierdo- y los movimientos del corcel se hicieron más lentos y empezó a bajar poco a poco, con cuidadosos movimientos”, se dice en la Historia y se abunda en ello. En Don Quijote se define como: “Clavileño el Alígero, cuyo nombre conviene con el ser del leño y con la clavija que trae en la frente y con la ligereza con que camina…” “Camina llano y reposado”, “reposado y llano”, se insiste. Sobre este caballo el gigante “robó a la linda Magalona, llevándola a las ancas por el aire”, nos cuentan en Don Quijote, y en la Historia oriental es el príncipe el que se lleva a una bella princesa que descubre en un palacio, y luego lo hace el taimado mago constructor del caballo.

Parece indudable que un episodio es transposición del otro cargado con la ironía y la parodia tantas veces habituales en Cervantes. Independientemente de que las historias de Las Mil y Una Noches corrieran por la Península, sobre todo en el contexto musulmán, lo cierto es que Cervantes tuvo todo un baño por inmersión en el ambiente oriental, empezando por el propio Nápoles y terminando en Argel, en donde la gran obra de cuentos debió ser tan popular y escuchada como en todo el resto de lo que entonces constituía el Imperio Otomano y sus aledaños.

Como he tenido ocasión de sugerir en otros trabajos4, de raigambre y tradición oriental, aunque quizá más judeo-conversa que morisca, son los personajes de “Rinconete y Cortadillo” en las Novelas Ejemplares de Cervantes. En “Rinconete y Cortadillo”, los personajes que aparecen en la casa-patio de Monipodio –ladrones de todos los géneros, matones, prostitutas, aprendices, y su estricto y respetado jefe Monipodio- son una transposición a la Sevilla del XVI-XVII de historias de Las Mil y Una Noches ocurridas en El Cairo y en Bagdad, de las aventuras y engaños del bandido llamado Halcón Gris de la época de al- Mu’tamid ibn ‘Abbad de la misma Sevilla, y de los grupos de marginados de la ley pero al servicio mercenario de la sociedad que todavía se conservan en muchas tierras actuales del Mediterráneo. En el caso de Monipodio y sus afiliados, pienso yo que pueden tener comportamientos más judeo-conversos que moriscos dada su ‘aparatosa’ insistencia, mayor en las mujeres que en los hombres, en los símbolos y ceremonias católicos bien visibles, hecho mucho más común –según el testimonio histórico y literario- entre los conversos de la época que entre los moriscos.

Por otra parte, está el popularísimo héroe oriental de Nasr al-Dîn, basado quizás en la figura histórica de un místico sufí, hombre inteligente y sencillo de hábitos campesinos, que pasó a ser conocido como Guha o Goha, en el oriente mediterráneo, Giufa en Sicilia e Italia en tiempos de Cervantes, y Ğehâ hasta nuestros días en el Magreb. Es el protagonista popular de varias líneas de historias famosas en todo el Islam occidental de aquellos siglos y aún de ahora. Su sentido común, su acomodación a las circunstancias, su ‘inocencia’, su socarronería, su capacidad de ilusión, son claramente las de Sancho. Incluso por detrás de Ğehâ, como por detrás de Sancho, flota siempre la figura contrapunto de su mujer. A mí me parece que los juicios de la Ínsula Barataria de Sancho, son transposición directa o casi de los juicios de Ğehâ o Nasr al- Dîn cuando es nombrado cadí. Una investigación a fondo probablemente encontraría los paralelos exactos.

Pasando al Quijote apócrifo del llamado Avellaneda5, el desconocido y controvertido autor del mismo comienza su obra diciendo que "el sabio Alisolán historiador no menos moderno que verdadero, dice que, siendo expelidos los moros agarenos de Aragón, de cuya nación él descendía, entre ciertos annales de historias halló escita en arábigo la tercera salida que hizo del lugar de Argamasilla el invicto hidalgo don Quijote..." El supuesto Alisolán, a diferencia del Benengeli en Cervantes, es específicamente 'no menos moderno que verdadero' y perteneciente a los moriscos, o moros, agarenos o tagarinos, es decir aragoneses, recién expulsados. Por entonces Alisolán reaparece una sóla vez más en todo el libro y no sabemos si bajo su supuesto nombre se esconde un acróstico, como ya se ha estudiado varias veces. Tampoco se sabe quién es el autor que se oculta bajo el de Avellaneda, aunque por igual se han hecho toda clase de especulaciones entre los escritores más o menos menores de la época. Uno de ellos es Fray Luis de Aliaga, dominico confesor de Felipe III y personaje de soterrada y decisiva actuación política, a cuyo apellido -para añadir especulación sobre especulación- que es la aliaga o aulaga, planta y flor silvestres, cabría aproximar el solán, las solanáceas, plantas igualmente silvestres o medio silvestres. Y esto por no atender a la etimología, tal vez excesiva, de 'Alî Agà, algo así como "coronel 'Ali", con nombre propio árabe y denominativo militar turco, con la que algún autor europeo hacía del fraile Aliaga un hijo de moriscos o, mejor dicho, de morisca y de un oficial asesor otomano venido a la guerra de las Alpujarras años antes, luego niño recogido por la Iglesia.

Lo cierto es que el autor parece asegurar la realidad firme y coetánea del imaginario historiador morisco, lo que no deja de ser curioso.

Las referencias al moriquismo en este Quijote apócrifo se centran y, desde luego, no de manera diáfana, en uno de sus personajes cardinales: Tarfe, el principal de un grupo de caballeros granadinos que se dirige a Zaragoza y luego regresa de ella, interviniendo de forma determinante en las aventuras de don Quijote. "don Álvaro Tarfe y que decendía del antiguo linaje de los moros Tarfe de Granada, deudos cercano de sus reyes, y valerosos por sus personas como se lee en las historias de los reyes de aquel reino, de los Abencerrajes, Zegríes, Gomeles y Muzas, que fueron católicos después que el católico rey Fernando ganó la insigne ciudad de Granada" .

Don Álvaro Tarfe aparece también y de modo principal en el capítulo LXXII de la Segunda Parte del Quijote de Cervantes, en donde éste subraya la diferencia que hay en los dos don Quijote y los dos Sancho Panza en su propia obra y en la de Avellaneda, pero nada se añade al personaje desde nuestro punto de interés.

Álvaro Tarfe puede haber sido una figura real, de otro nombre, perteneciente a la nobleza cristiano-nueva de Granada. Su proximidad de parentescos así lo demuestra. Está ligado a los dinastas Nazaríes, como dice el texto, a los Bâni Sarrâğ, o Abencerrajes, a los omeyas granadinos o Zegríes6 , a los Gomeres, combatientes profesionales de Gumara en el norte de Marruecos, que protagonizan una cierta nobleza militar en la última Granada, y a los Muza, sin duda Mûsa, o sea Moisés, nombre propio de difícil identificación familiar. Avellaneda muestra tener unos conocimientos de linajes moriscos granadinos cuanto menos sorprendentes.

Más sorprendente, y me parece muy difícil que sea una casualidad, es el apellido y linaje Tarfe que atribuye al personaje. La palabra es árabe y, puesto que no está transliterada de forma fonética, puede corresponder a tarf, tarfy, con una t enfática, ﻑ ﺭﻃ ﻰﻓﺭﻁ , o a lo mismo pero con t dental ﻑ ﺭﺗ ﻰﻓﺭﺗ . La pronunciación varía pero no es determinante. En el primer caso podría significar linaje, nobleza, cúlmen o perteneciente a linaje y nobleza, y en el segundo caso algo entre opulento, echado a perder, engreido o afeminado. Ambas cosas pueden ir conceptualmente enlazadas si se refieren a un personaje determinado coetáneo del autor, y no apreciado, y a mi juicio suponen un inesperado conocimiento del árabe en el mismo; incluso unas intenciones difíciles de imaginar en algunos de los posibles 'Avellaneda', como por ejemplo Ruíz de Alarcón, Tirso de Molina, Castillo Solórzano, Céspedes y Meneses, Lope de Vega, Bartolomé Leonardo de Argensola, etcétera. .

La descripción de la belleza de su amada, que hace Álvaro Tarfe, también manifiesta un esquema, que es el árabe, presente en la literatura de esta lengua tanto culta como oral hasta nuestros días, incluyendo la clásica andalusí de El Collar de la Paloma, pero también es más o menos la que nos da Cervantes acerca de la enamorada del Cautivo, que acabamos de ver, y es la del Libro de Buen Amor; por ejemplo, respondiendo todas a un bosquejo oriental presente en el gusto español hasta tiempos recientes.

Volviendo a Avellaneda y a la personalidad que encierra, si bien no es éste el asunto que centra este trabajo, creo que el propio Cervantes sí que conocía su identidad y probablemente su poder, puesto que no se atrevió a declararla abiertamente aunque si que lo hizo, muy a gusto de la época, en esta frase del Prólogo de su Segunda Parte del Quijote: "Sabiendo que no se ha añadir aflición al afligido, y que la que debe tener este señor sin duda es grande, pues no osa parecer a campo abierto y al cielo claro, encubriendo su nombre, fingiendo su patria, como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad".

Parece señalar a un personaje que trabajaba en la penumbra, que algo ocultaba y al que algo pesaba y afligía -algo tal vez de lo que el rumor público lo estaba acusando- su verdadero nombre y origen, no sólo el seudónimo literario, " como si hubiera hecho alguna traición de lesa majestad ". Se trata de una acusación muy grave la que hace Cervantes y no de una mera frase de rechazo y enfado hacia su imitador. No veo la necesidad de decir "alguna traición de lesa majestad" si esa persona no era efectivamente próxima al rey y perteneciente a las más altas autoridades de la corte.

Tal vez el dominico e Inquisidor general Fray Luis de Aliaga, procedente de Aragón, miembro del consejo del estado y confesor del monarca, sea el personaje aludido. Aliaga fue enemigo político del Duque de Lerma, de su familia y de su camarilla, que gobernaban al rey anulando su personalidad, y es normal que hubiera toda clase de rumores y de ataques sobre este fraile procedentes del entorno del Duque. En su privilegiada posición, Aliaga parece haber sido uno de los principales frenos a la expulsión para los moriscos, expulsión y expolio, que ya era asunto de empeño oficial por entonces y que habría de tener desgraciadamente lugar, tanto para España como para los expulsados, después de su retirada de la escena política.

Siempre hubo sectores de la Iglesia que trataron de hacer las cosas de otra manera, respecto a los moriscos. Siempre hubo miembros de aquella, incluso de alta jerarquía y fama, que fueron sospechosos de criptojudaismo y criptoislamismo; lo que unas veces resultaba ser mentira y otras verdad. El pensamiento de que 'debajo de la lámpara es donde suele haber más oscuridad', porque nadie espera que el fugitivo y afligido se exponga a su luz, ha sido muchísimas veces válido y continúa siéndolo en las persecuciones. Los dominicos, como inquisidores, persiguieron y juzgaron a los llamados "herejes", pero igualmente intentaron captarlos en ocasiones, estudiar su fe, enlazar con ellos en beneficio de la misma Iglesia y absorberlos en su seno; cosa que han seguido haciendo hasta nuestros días7. Tal vez en este mismo criptomorisquismo dolido y teñido de toda suerte de alusiones eclesiásticas y de conocimiento de los linajes, y cualidades o defectos de sus miembros, es como haya que entender al autor del falso Quijote.

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