Capítulo del libro LA VERDAD SOBRE EL COMPLOT DE TABLADA Y EL ESTADO LIBRE DE ANDALUCIA.
La candidatura Franco (Ramón) fue ante todo, andalucista. Y la novedad que más sensación vino a producir en España entre las mentiras electoreras, tendidas como red de mallas conspirantes contra el prestigio de los hombres que formaban en la candidatura y contra el de las ideas que venían a defender, fue la de que nosotros intentábamos el proclamar la República o Estado libre de Andalucía, mediante un acto de fuerza incivil. Lo de la aspiración es cierto; lo del método, ridículamente falso. ¡Ahí es nada! ¡Suponer que porque Sevilla y su provincia se llegasen a levantar en armas iban a secundar el movimiento las demás comarcas andaluzas, sin previa preparación!
¡Como si Sevilla viniese a ejercer autoridad alguna sobre las demás ciudades andaluzas, ni aun siquiera ligera influencia sobre la Andalucía Oriental, Córdoba ni Jaén! ¡Como si la capitalidad de Andalucía (la cabeza, y por consiguiente, el pensamiento director), estuviese discernida a Sevilla por el reconocimiento de alguna de las demás provincias andaluzas! En la Historia de Andalucía, se llega a aprender, además, que jamás se intentó por alguien hacer de Sevilla centro de un movimiento revolucionario de Andalucía, político ni societario, y que si alguna vez se ensayó ese intento, no pudo alcanzar nunca un apreciable desarrollo. Al contrario de lo que sucede con los operados en Andalucía del Centro y Oriental, y con la región de Cádiz, unida con esta última, los cuales llegaron a ofrecer con una importancia beligerante tomada en seria consideración por los Gobiernos españoles. Granada, Córdoba, Málaga, Cádiz, he aquí el territorio de prestigio revolucionario, el único adecuado para servir de centro director a un movimiento, al cual pudiera llegar a obedecer toda Andalucía. ¡Pero Sevilla!
Cuando el Duque de Medina Sidonia intentó imitar a Portugal en la acción de levantarse contra Felipe IV (1642), y quiso proclamarse Rey de Andalucía, no osó acariciar el disparatado proyecto de extender su reinado a todo el país andaluz; ni estuvo nunca esta idea en el pensamiento de su mentor y primo, el Marqués de Ayamonte, don Francisco Manuel de Guzmán, a quien costara la cabeza la ayuda prestada a su cobarde pariente.
Antes por el contrario, los conspiradores, según prueban los archivos moriscos y silencian las historias españolas (historias asimilistas), protegidos por Portugal, Holanda, lnglaterra y Francia, pusiéronse en relación con un caballero morisco, cristiano aparente, el cual caballero habitaba en la Sierra de Gador (Almería), y era descendiente de Mohamet VIII de Granada. Este caballero, cuyo nombre árabe fue Tair-el-Horr, asumió la empresa de proclamarse Rey de la Andalucía Oriental, con el apoyo de los aliados y el especial del Emperador de Marruecos, quien puso a sus órdenes un ejército compuesto principalmente por andaluces musulmanes, desterrados en Berbería; al mismo tiempo que los judíos andaluces contribuían a financiar la empresa del Duque y de Tair. Por cierto que El Horr (el Halcón), el último morisco andaluz rebelde, fue asesinado misteriosamente en los campos de Estepona, cuando en aquella costa esperaba la llegada de las tropas andaluzas de Marruecos; seguramente por instigación del Conde Duque de Olivares, enterado de la conspiración, y por la traición del de Medina. Pues bien, el lugar elegido por los conspiradores para irradiar la rebelión en la Andalucía Occidental. ¿Fue Sevilla? No, fue Cádiz. En Sevilla se limitaron a poner unos pasquines con la leyenda de «Viva el Rey don Juan» (nombre del Duque de Medina Sidonia) en la plaza de la Magdalena.
La Junta Soberana de Andalucía, en 1835, consiguió que el pueblo andaluz se alzase entero contra el Gobierno de Cristina, para venir a discutir, como hoy hace Cataluña, de potencia a potencia con el Gobierno de Madrid, porque aquella Junta llegó a escoger con suma cautela el centro de su acción, no situándolo en Sevilla, sino en Andújar; y desde allí Su Alteza (tratamiento que, a si misma, se decretó la Junta), pudo actuar con éxito, llamando a las armas a todos los andaluces para que viniesen a constituir su ejército enfrente del Poder de la Reina gobernadora.
Y, en cuanto a los movimientos de índole más social que política, no hay más que comparar, por ejemplo, el iniciado en Sevilla (junio, 1857) por don Manuel Caro, quien apenas llegó a reunir cien hombres, batidos inmediatamente por las fuerzas del Gobierno, sin haber logrado la ayuda de los pueblos que consiguieron atravesar de esta Provincia; con el gran alzamiento republicano-social, iniciado en Mollina por Rafael Pérez del Álamo (julio, 1861), a cuyo favor se pusieron algunos pueblos de Granada, Málaga y Córdoba (nunca de Sevilla), enviando hombres a las filas del Albeitar.
No, Sevilla no es centro adecuado. Es acaso el menos apropósito para iniciar un movimiento revolucionario, el cual, por razones que no he de exponer ahora, llegarían a apercibir con indiferencia los demás andaluces, en el caso de que se pudiera venir a provocar. Tan persuadido estoy yo de la virtud de aquellas razones, que por ahora dejo inéditas, que la única conspiración revolucionaria andaluza, en la cual he intervenido (la llegué a conocer a última hora) y para la cual hube de redactar el manifiesto, es decir, aquella conspiración desarrollada el año 1919 por nuestro Centro Andaluz de Córdoba y por los amigos inolvidables que en su seno se agrupaban; yo la aprobé y me avine a seguir a los compañeros cordobeses en su aventura, frustrada inconscientemente por el Gobierno maurista, porque, para mí, Córdoba era y es una garantía de fuerza o de energía brava al servicio de los ideales andalucistas; pero esto no hubiera llegado a ocurrir si se me hubiera llegado a proponer una empresa semejante para llegar a ser desarrollada en Sevilla y desde Sevilla.
Estas y otras cosas que llegaré ahora a decir, las ignora España; y, no hay que decir que sus Gobiernos; los cuales siempre han llegado a obrar a tientas y a ciegas sin previo conocimiento, sin meditado análisis de las realidades verdaderas sometidas a la acción de su Poder. Y no hay que decir, que considero al actual el más ignorante y el menos capacitado, no ya para empresas excepcionales, sino para reacciones ordinarias, de cuantos en la Península se sucedieron. De aquí, que la expectación de España con respecto a Andalucía tenga hoy por objeto principal, a Sevilla; por creer, equivocadamente, que los movimientos actuales desarrollados en esta última ciudad (cuya naturaleza verdadera es ignorada también), representan un orden de hechos imperativos, que el resto del pueblo de Andalucía habrá de acatar como emanados de su capital verdadera. Y de aquí, que el señor Maura haya tenido la osadía de editar el romance relativo al movimiento revolucionario andaluz, centrado por nosotros en Sevilla, con la ayuda de Tablada, y que gran parte del pueblo español lo haya estado creyendo durante algún tiempo; no obstante los absurdos de tanto relieve, verdaderamente toréuticos, que viene a hilar la leyenda y que expondremos en otra crónica a la consideración del lector. Amigo señor Maura, el joven: hasta para hilvanar truhanerías electoreras, se precisa conocer la Historia y tener talento.
Por carecer de tan simples condiciones el señor Maura el joven, habrá venido a quitarnos un acta; que no quisimos del Gobierno; pero ha hecho ya, desde ahora para siempre, nuestro panegírico electoral. Nosotros carecemos de talento; pero a nosotros no nos faltaba ni nos falta un conocimiento elemental de la Historia y de la psicología de nuestro país, y no íbamos a cogernos los dedos, como dice la gente, ni a comprometer los resultados de nuestra acción de varios lustros, ordenada a la restauración de Andalucía, viniendo a determinar en Sevilla un alzamiento, el cual, de iniciarse aquí, sabíamos nosotros que habría de fracasar irremisiblemente; aunque vinieran a ayudarnos todos los aviones de todos los aeródromos del mundo. El criterio rigurosamente pragmatista que ha venido presidiendo o dirigiendo el desarrollo de nuestra ya larga labor (larga en cuanto a la vida de un individuo, apenas empezada en cuanto a la finalidad que nos proponemos conseguir); ese criterio que verán los lectores expresado en el modo de realizar la obra que voy a darles a conocer, nos acredita de prudentes con exceso, según ajena calificación. Tanto hemos amado nuestra obra que a cada tiempo hemos puesto su cautela, temerosos de que una precipitación pudiera llegar a retardar su lento avance, haciéndonos perder por un salto impremeditado, lo ganado con tanta paciencia. Uno de nuestros reyes más representativos, Almotamid, decía: «La prudencia consiste en no ser prudente». Pero entonces, Andalucía era libre: hoy es esclava (ya lo demostraré); y, recelo de esclavos que aspiran a manumitirse, ha tenido que venir a vigilar nuestra obscura labor, poniendo una animación de complot sigiloso a todas nuestras acciones... Sin embargo, ese mismo pragmatismo nos manda iniciar, ahora, algunas revelaciones acerca de estos extraños asuntos. ¿Qué significa, para nosotros, el grito de «¡Viva Andalucía libre!» que anima nuestras propagandas? Vamos a verlo. Hasta ahora, no nos ha interesado la ignorancia de España con respecto a Andalucía. Esto no quiere decir que aspiremos a concluir con esa ignorancia. Forzosamente, España tendrá que ignorar, aún, a Andalucía durante mucho tiempo.
II Si. Nosotros aspirábamos y aspiramos, y seguiremos aspirando a la elaboración de un Estado libre en Andalucía.
Y qué ¿no proclamó su República Cataluña? Pues, ¿cómo va a ser delito en el Sur, una aspiración que vino a constituir en el Norte, un hecho lícito, acatado por el Poder Público de España? ¿Que en Cataluña se llegó a atenuar el radicalismo nominativo de República Catalana, con el nombre actualmente eufémico de Generalitat? Pues nosotros no tenemos, por ahora, otras denominaciones que las de «República Andaluza o Estado libre o autónomo de Andalucía», para llegar a expresar aquella «Andalucía Soberana, constituida en Democracia Republicana», que dice el artículo primero de la Constitución elaborada para Andalucía por la Asamblea de Antequera, hace medio siglo, en 1883. (Nuestro Centro Andaluz de Córdoba, editó esa Constitución, reimprimiéndola en el año 1919. A no ser que acudamos en el remontar de nuestra tradición, a la primera República que existió en España; a la andaluza de Córdoba, en el siglo once; (por cierto, República social; expresión política, acaso, de las agitaciones societarias, movidas por los discípulos de nuestro gran Aben-Mesarra; y posteriormente expresadas por el primer partido comunista que apareció en Europa: el dirigido por el almeriense Ismael el Roaxani), y de que vengamos a bautizar nuestra organización autárquica con el nombre del Consejo Directivo, que llegó a gobernar aquella primera República española: esto es, el MEXUAR. ¿Qué quiere decir República Andaluza o Estado libre de Andalucía, para nosotros, los actualmente denominados liberalistas andaluces, que antes nos agrupábamos en aquella inolvidable institución de Centro Andaluz, hoy continuada por la Junta liberalista de Andalucía? Esto es largo de contar. Digamos primero, que la Candidatura Franco vino a amparar la significación que esos términos tienen, para los hombres de la Junta liberalista, y ocupémonos enseguida de llegar a desvanecer todo motivo de alarma, que la mera enunciación de aquellas palabras, pueda venir a afirmar en la sensibilidad hispanista de los andaluces, no iniciados, y de los demás españoles, los cuales llegan a sentir terror ante las noticias de los movimientos revolucionarios, más o menos confusos e indescifrables para ellos, que vienen operándose en el Sur. ¿Queremos la separación de España, como aseguraba el romance del Ministro de la Gobernación? Andalucía, no puede ni podrá llegar a ser jamás separatista de España. La razón es obvia: ella es, y será siempre, la esencia de España, según decía nuestro hermano, el maravilloso poeta andaluz de pura estirpe, Abel-Gudra, en su primer discurso durante el último Congreso celebrado en Delhi (India), por el Comité insurrecional de los Pueblos de Oriente. Ya, nuestra Asamblea de Ronda (enero de 1918), hubo de expresarse unánime y terminantemente, ordenando que en el Escudo de Andalucía, se viniese a fijar esta leyenda, como lema de nuestra empresa restauradora: «ANDALUCíA, POR SÍ, PARA ESPAÑA Y LA HUMANIDAD». Esto es: Andalucía quiere volver a ser, por sí, para reanudar la obra creadora de su historia incomparable; pero esta inspiración, hacia la distinción de su propio esfuerzo y responsabilidad, tiene por fin: dar a España cuanto por sí llegase a crear con la propia energía; esto es, tiene por superiores incentivos, España y la Humanidad, para las cuales ella anhela lograr en hechos propios el devenir creador de su alma privativa; acreditado por una historia particular ininterrumpida de elaboraciones culturales, intensas, originales, directoras...
¿Pretendíamos o pretendemos la instauración de una forma político-social, en este pueblo secularmente esclavizado, a quien algunos denominan RUSIA DEL SUR? ¡Qué imbécil equivocación! Pero Maura el joven ha ofendido gravemente con este extremo de su romance hilado por la temeridad de la ignorancia, a esta ignorada Andalucía. Andalucía no ha copiado, ni copiará jamás, a algún otro pueblo. No tiene necesidad de copiar. Sabe crear originalmente. No podría copiar, aunque quisiere. La fluencia inevitable de su historia la lleva a volar siempre sobre campos vírgenes. ¡Ah! Y cuando no es vuelo sobre el exterior, el hacerse de su naturaleza, historia; cuando una influencia incontrastable llega a forzarla a una uniformidad aparente (como la influencia de Europa a través de España, a contar desde la conquista cristiana). No tiene razón Benard Shaw: España no es el país de influencia. Es Europa. Es la cristiandad precisamente la in-fluencia de España); la fluencia andaluza busca cauces subterráneos, y sigue, sigue inadvertida para el conquistador bárbaro y asimilista, a través del subsuelo, la corriente divina de su estilo, haciéndose conmovedoramente un cuerpo cultural propio ¡Copiar!.
Andalucía jamás espiritualmente fue un pueblo servil. Fue creado por la Naturaleza pueblo de espíritu, señor. Y hoy, esclavizada, no sirve, manda. El amo que le puso Europa, España, ¿no es hoy andaluz ante la misma Europa, y ante el mundo entero? Como el filósofo griego en el mercado de esclavos, Andalucía dice: «¡Quién compra un señor!» No, Andalucía, no puede copiar. La esclavitud de Andalucía se resuelve, hoy, en la esclavitud espiritual de España ante el mundo. Andalucía fue siempre un pueblo cultural, guía libre de otros pueblos de España, cuando ésta llegó a ser verdaderamente grande (no con grandeza bélica o excluyente y bárbara); y en varias ocasiones, muy solemnes y de enorme trascendencia, sirvió de modelo o de arquetipo a Europa.
Entonces, ¿qué nos proponemos, qué nos proponíamos al lanzar sobre las hoy desoladas tierras andaluzas el grito de «Andalucía Libre» que tanto ha alarmado ahora el Gobierno, cuando llegó a enterarse de que el pueblo andaluz la coreaba entusiasmado, durante nuestros mítines electorales, y al ver ese grito fijado con letras rojas bajo las alas de la avioneta de nuestro amigo Rexach, suspendido como una esperanza de fuego sobre las espaldas encorvadas de los esclavos andaluces? Cualquiera diría que ese grito es nuevo, snobista, como dicen hoy, cuando tanto horror ha producido al Gobierno, y tanta emoción vino a producir en España. Acaso, España, mandataria secular de Europa con respecto a nosotros, siente una mayor inquietud ante ese grito, que cuando ha llegado a escuchar el «Visca Catalunya lliure» del Noroeste peninsular. En la subconciencia de España, un crimen aguarda el asomar a su conciencia actual, florecido en el dolor de un remordimiento. ¡Andalucía! Esta es una razón de aquella mayor inquietud. Y es la otra, el que España todavía se apercibe mandataria de Europa.
Y Cataluña, es más Europa que Andalucía. Nosotros no podemos, no queremos, no llegaremos jamás a ser europeos. Externamente, en el vestido o en ciertas costumbres ecuménicas impuestas con inexorable rigor, hemos venido apareciendo aquello que nuestros dominadores exigieron de nosotros. Pero jamás hemos dejado de ser lo que somos de verdad: esto es, andaluces; euro-africanos. euro-orientales, hombres universalistas, síntesis armónicas de hombres. Durante el término de la acción asimilista europeizante desarrollada secularmente contra nosotros, en el ámbito del siglo XIX, y en la culminación del prestigio mundial de los valores europeos, los andaluces menos andaluces, los señoritos de la ciudad, hijos o nietos de inmigrantes o de colonos de las planicies o montañas castellanas, asturianas o gallegas, tenían por norte de su estimativa, el llegar a ser autómatas de Europa.
Pues bien: aun ellos, los señoritos, los andaluces menos andaluces, y no obstante ser el concepto de señoritaje de importación europea, no podían llegar a expresar propiamente a Europa. «¡Quieren parecer europeos—decían de ellos los visitantes extranjeros—, se ofenden si no se les llega a considerar como a tales civilizados; pero no pueden, no pueden fingir con perfección a Europa!» ¿Y, si esto llega a ocurrir con los señoritos, qué no sucederá con los jornaleros, con los campesinos sin campos, que son los moriscos de hoy; con la casi totalidad de la población de Andalucía; con los andaluces auténticos privados de su tierra por el feudalismo conquistador? No queremos. No hemos podido llegar a ser europeos, a pesar del bárbaro coloniaje, No queremos, no podemos ser sólo Europa; somos, Andalucía. ¡Europa! Europa tiene una clave; Europa llegó a definir su historia, inconscientemente desarrollada, como se llegan a definir todas las historias: en la concepción de un método, que fue el de Descartes, el cual, (desaparecida la voluntad revolucionaria animadora del nacimiento de todos los métodos, es el que está vigente hoy, en la calle, con el triunfo del industrialismo y del taylorismo...Es el útil, el método separado de todo poder de emoción; las facultades creadoras, desintegradas de sus correspondientes afectivas) (Aron et Dandieu). Europa es su método, traición al sentimiento, que alcanza a culminar en esa enfermedad, como nombran hoy a los Estados Unidos de América; en Detroit, en la barbarie de la standardización; en el ROBOT, en el hombre de acero, articulación movida hacia el dollar por la energía mecánica... Butller (Erewon) ha surgido, como terapeuta de esa enfermedad. Y el tratamiento, como la dolencia, es bárbaramente europeo, también. ¡Erewonh! ... El Estado, para el cual es el crimen mayor la manifestación del ingenio maquinista; y la maquinaria, incluso la de los relojes, es cosa tabú.
Europa vino a definir perfectamente, en su método, su historia guerrera y feudalista. Su técnica guerrera fue únicamente racional; jamás a la razón guerrera, llegó a templar el sentimiento. Y mataron hombres, y destruyeron pueblos, y robaron heredades, y segaron jardines. y talaron bosques, con igual frialdad de ánimo que los obreros tienen cuando horadan montañas hundiendo sus picos en el seno inerte de las rocas insensibles. Su método vino a sancionar el feudalismo pasado y a preparar el nuevo. Se ofreció a la conciencia, ese método, entre dos feudalismos, el territorial y el industrial, el medieval y el contemporáneo, dos épocas de la misma inspiración. La vagancia guerrera del primer feudalismo, pesaba sobre los siervos de la gleba. Como hoy, exactamente igual que hoy, durante la forma feudalista industrial, gravita sobre el obrero la nube de especuladores y de intermediarios. El señoritaje, la filotimia, la megalomanía. Estas son las consecuencias del predominio absoluto de la razón entre los civilizados (?). Son motivos racionales que descuidaron la educación de los demás motivos humanos, por egoísmo ancestral de dominadores. Han llegado a dominar, si, pero han dejado de ser hombres. Para su teorética sólo existe una facultad de conocer: la razón, porque creen que ella es la sola facultad de poder, en los dominios animales. Y un solo instinto orientador: el de rapacidad. . . Al sentimiento, el europeo le llama sensiblería, experimento de debilidad; y a la intuición anticipadora, locura de profetas. No. Nosotros no queremos ser solamente europeos. Nuestro método no sólo llega a excluir de la duda metódica al pensamiento, sino al sentimiento también. No decimos sólo: «Yo pienso: luego existo». Esto es Europa. Y Andalucía es: Pensar y sentir. He aquí la existencia. Si cada pensamiento no es motor de una vibración sentimental humana; si cada pensamiento sentimental no es un motor de la razón pura, ¿en dónde está el hombre? ¿a dónde va el hombre? ¿a Detroit? Nosotros jamás podremos ir a Detroit.
Nosotros queremos la técnica y la facultad creadora de la técnica, animada por la Historia, por el pensamiento hecho sentir, hecho entusiasmo, o vuelo de Dios. Nosotros no comprendemos la vida sin el entusiasmo, sin la alegría; y la alegría para nosotros está en «experimentar la sensación natural correspondiente a las cosas tal como ellas sin, naturalmente, cósmicamente, o en su ordenación al cosmos. Mucho antes que el método europeo sofista, nuestro insuperable Averroes definió la regla clave, también, de nuestra historia. Así la contemplación de una máquina poderosa, excluye de nuestra expectación la idea del dollar, como posibilidad de esa máquina. Antes que esa idea está la apercepción de esta otra: la de la potencia ganada por la especie para la coordinación de las fuerzas inarticuladas, en un divino resultado cósmico; el latido de entusiasmo correspondiente a la vibración en esa idea. Robinson Crusoe, no es el autodidacto de nuestro Thofail. El primero se ingenia buscando técnicas, para llegar a dominar el medio natural con el objeto de resolver los problemas relativos a comer y vivir. El segundo las inventa para ese fin subordinado, al fin de seguir investigando, para conocerlos y cumplirlos, la naturaleza y designios de Dios.
Schopenhauer, no es nuestro Avicebron. El filósofo europeo, copia de nuestro filósofo; «el mundo es representación de la voluntad»; pero el germánico ordena el mundo al dolor intranscendente o inútil, y el andaluz al goce de la creación espiritual y al fin de esta beatitud. ¡Europa, no: Andalucía! Europa es por su método, la especialización que convierte al individuo en pieza de máquina. Andalucía por el suyo, es la integridad que apercibe al individuo como un mundo completo ordenado al mundo creador. Europa, es el individuo para la masa. Andalucía, el individuo para la Humanidad. Europa, es el feudalismo territorial e industrial. Andalucía, el individualismo libertario que siente el comunismo humano, evolutivo, único comunismo indestructible por ser natural, el que añoraron todos los taumaturgos; aquel que tiene un alma en la aspiración, que cada individuo llegue en si a intensificar, de crear por sí, pero no para sí, sino para dárselo a los demás. Ese único comunismo posible que no puede llegar a crearse por artificio maquinista, sino por la alegría y por el espíritu que la alegría viene a crear. Europa es el empaque dominador megalómano, rabiosamente utilitario. Andalucía, es como decía no recuerdo quién, como son sus casas de apariencia humilde, con patios, jardines centrados por fuentes; sencillez por fuera; iluminación por dentro.
El Predicador, adivinó a Europa y vio a Andalucía. Todo el trabajo del hombre es para su boca, y con todo, su no llega a hartarse. Bienaventurada tú, tierra: porque tu Rey es hijo de Nobles y tus Príncipes comen, por refección, y no por el beber. ¿Se puede llegar a asociar, ahora, la sobriedad andaluza, con el grito de «Andalucía Libre?.
Nosotros ya no tenemos por qué ocultar nada. El grito de Andalucía libre, con respecto a Europa, tiene para nosotros igual significación que aquel grito apocalíptico que, para estimular a nuestra Tartesia, o nuestra Tarsis, lanzaba contra nuestra primitiva in-fluyente Tiro, o Sidón, quien hubo de cerrar a las naves de Andalucía los caminos del mar, uno de los Profetas del pueblo hebreo, quien siempre tuvo hermandad con nosotros. Europa ha caído, como Tiro cayó. Su poder ha sido quebrantado. Para Andalucía son de actualidad las palabras que entonces llegaron a conmoverla: ¡Aullad, naves de Tarsis, porque destruída es Tiro, hasta no quedar casa ni entrada. . . Avergüénzate, Sidón, porque la Mar, la fortaleza de la Mar, habló por ti, diciendo: Nunca estuve de parto, ni pan, ni levanté vírgenes!. ¡ Pasaos a Tharsis; aullad, moradores de la Isla! ¿No era esa vuestra ciudad alegre, su antigüedad de muchos días? Sus pies la llevarán a peregrinar muy lejos!.
Y ahora, España. España tiene un dilema: Europa o Andalucía. Europa ha quebrado. Ya España no tiene por qué ser instrumento de Europa, contra nosotros, que conservamos lo original de España. Nuestra sumisión de siglos, ha calmado los rencores que contra nosotros le llegaron a sugerir los bárbaros. Andalucía es el país más español de España. Si España llegó a andaluzarse, aceptando como propios los vicios de nuestra esclavitud, ¿por qué no ha de llegar a identificarse haciendo suyos nuestros fervores? España fue el instrumento de Europa contra su propia originalidad. ¿Por qué no ha de liberarse ya de su inspiración directora? El grito de Andalucía libre, ¿no seria igual al de «España libre. . . de Europa»? O esto ha de ser así, o es mentira que la España católica, hecha para Austrias y Borbones: esto es, para Europa, ha muerto; y que el Régimen nuevo ha venido a anunciar el nacimiento de la nueva España. El Feudalismo europeo que pesa sobre nosotros debe España cancelarlo por un acto de inmediata rectificación. Si así no lo hiciera, volveríamos, también, ante la caduca España tradicional, a repetir las palabras del Profeta: «Pueblo de Tarsis: Sidón ha muerto. Invade tu tierra, como tu gran río. Concluyó, para ti, toda fortaleza...» Esto significa también, nuestro grito «Andalucía, libre».
No es, pues, sorprendente que nuestro grito de resurrección llegue a producir tanta alarma, ni que venga a resonar extrañamente en los oídos de las gentes no andaluzas. Acaso en el vibrar de este grito se contiene la noticia confusa de su enorme trascendencia. ¡Viva Andalucía libre. . .! El primer Gobierno de este siglo que escuchó ese grito inesperado, para la ignorancia relativa a Andalucía, fue el del año 19, presidido por el señor Maura el Viejo. Un Gobernador de Córdoba, nombrado Conesa, lo transmitió; azorado, a Goicoechea, Ministro de la Gobernación; quien, por orden de su jefe, mandó clausurar nuestro Centro Andaluz de Córdoba, esparciendo a sus asociados, por lugares de deportación, en los cuales siguió resonando, fluyente de los labios de los desterrados y de los labios campesinos, extrañamente para España. Eran los tiempos en que el Poder Central, hubo de enviar un Virrey, contra nosotros: el General La Barrera, cuya gestión, desgraciadamente, fue más laboriosa que la del fugaz Alto Comisario de la República en Andalucía, General Sanjurjo, lanzado contra nuestra candidatura.
Y, ¡cuántas veces, el viva Andalucía libre, ha surgido vibrando de las gargantas jornaleras, y espontáneamente, sin que nadie se lo hubiera enseñado a las multitudes que hubieron de rodearnos, durante nuestras viejas campañas andalucistas; las cuales venían a hacerlo rimar con el vuelo de la bandera verde y blanca de Andalucía; «verde, como la esperanza, cuando se asoma a nuestros campos; blanca, como nuestra bondad», que dicen los versos árabes que la cantan! ¡Qué Gobiernos; qué país! ¡Llegar a sentir tanta alarma ante el flamear de una bandera de inocentes colores, blanca y verde! Le hemos quitado, desde el siglo XVII, el negro como el duelo después de las batallas» y el rojo «como el carmín de nuestros sables», que también rezan los versos citados, y todavía se inquietan! Pero hasta aquí, seguramente, estaré hablando en lenguas a la asamblea, como diría San Pablo. Empezaremos a aclarar en la crónica siguiente.
III .-Hace cuatro lustros, unos cuantos hombres modestos, profesionales, industriales, comerciantes, obreros y empleados, llegaron a sentir en si el nacimiento del ser redivivo de Andalucía; y este ser, fue corno una aspiración de llegar a afirmarse en ellos, y de alcanzar a vivir en los demás. Esos hombres vinieron a extender un acta de nacimiento en el registro de los pueblos vivos, que lo son esencialmente por el anhelo biológico de lograr el desarrollo de una historia, distinta. Por entonces, el triunfo de la política asimilista de España austriaca y borbónica, el sueño de Isabel Primera, con respecto a Andalucía, parecía definitivamente conseguido; a lo menos, superficialmente. Los andaluces decían «Ancha es Castilla, por Andalucía» «Madre Castilla»; y nombraban castellanos a las varillas para injertar, mejorando las plantaciones. Cualquiera que hubiera venido a considerar a aquel pequeño núcleo de hombres humildes, habría llegado a pensar, que ni siquiera se trataba de la formación de un modelo relativo a un grupo humano nuevo, cuya novedad entraña, sin embargo, el hecho profundo del nacimiento de un nuevo Estilo. Que el fenómeno era resultado de la mediocridad de espíritu de los componentes de aquel grupo, los cuales, a falta de capacidad para apercibir prácticas complejidades, e inducir de ellas objetivos próximos, asequibles por la virtud de complicados métodos; se llegaban a asir a ideales simplistas, fórmulas panaceas; algo así como hacen los puros georgistas, o los naturistas, esperantistas, etc. (respeto profundamente las ideas básicas de estos sistemas de principios; es más: no dejo de creer en ellas; solamente aludo aquí, a la fe ingenua en la fecundidad o virtud instrumental, absoluta, de sus respectivas fórmulas). A lo sumo, el observador hubiera discernido a ese grupo de hombres, para explicar su existencia, calificativos, extraídos de conceptos como el de neofilia, mimesis, etc. Es decir, esos críticos, hubieran venido a concluir: «Regionalistas andaluces...¡Bah!...amigos de exóticas novedades; imitadores del novismo político, norteño peninsular...quizás histéricos. . .» Algunos de los pocos críticos que no se desdeñaban en llegar hasta a conocer la doctrina destruida por aquel repetido núcleo de hombres; y. sobre todo los denominados nacionalistas y regionalistas, de los pueblos norteños peninsulares, venían, sin embargo a quedar, después de aquel conocimiento, un poco desconcertados o confusos. Se trataba de un regionalismo o nacionalismo, no exclusivista; su contenido económico, no era propiamente nacionalista, a la manera de List o de Carey; o al modo proteccionista, como vienen a enjuiciarlo los demás nacionalismos. Al contrario, la fórmula «Libre cambio» campaba en los programas del Regionalismo andaluz; y esto mismo ocurría en el aspecto político. Los andaluces enseñaban un—Estatuto, en el cual se leía: «En Andalucía no hay extranjeros»; y también venía a ocurrir en el moral. El lema de aquella empresa no era, ni el de «Cataluña, para y por los catalanes», ni algún otro de esencia parecida; sino este otro, cuyo significado ya hube de precisar más arriba: «Andalucía, por sí, para España y la Humanidad». Es decir, se trataba de un regionalismo o nacionalismo internacionalista, universalista; lo contrario de todos aquellos nacionalismos inspirados por el Principio Europeo de las nacionalidades. Más claro. Se trataba de una paradoja: Los nacionalistas andaluces, venían a defender un nacionalismo antinacionalista. El observador, entonces, quedaba un poco desorientado. «Nos decía: pues esto no es imitación, pues esto no es neofilia». Y al ver que aquel núcleo de hombres, poco a poco, iba agrandándose y que se fundaban secciones de Centro Andaluz en no pocas ciudades y villas andaluzas, el crítico, más confuso aún, concluía exclamando:-«Cosas de Andalucía!» ¿Qué será esto...?-Y, ya intrigado, reparaba en los demás principios, a cuál más extraños, de los que en la doctrina venían a contenerse sistematizados. ¿Pero qué es esto de «Tierra y libertad», resumen de esta idea central y objetivo el más próxima regionalista, de que la tierra de Andalucía se venga a entregar al jornalero andaluz? ¿Qué tiene que ver esto que parece una cuestión agraria con el regionalismo? Y el observador, ya perplejo, consideraba entonces cómo podían aquellos hombres del núcleo denominado regionalista andaluz, llegar a desarrollar su obra. Este cómo arrancó a un visitante norteamericano, quien ya se hubo de intrigar al conocer nuestra Liga regionalista andaluza formada con los compatriotas nuestros de Buenos Aires, esta exclamación: Pero esto es una flor exótica en España! El cómo, entre otras particularidades, tenía la siguiente: Ninguno de los constituyentes del grupo era rico. Sin embargo, se llegaban a repartir con profusión, periódicos, folletos, impresos de todas clases gratuitamente, y también gratuitamente, hasta volúmenes de más de trescientas páginas de propaganda. Cada cual entraba a saco en su propio bolsillo, sacaba cuanto tenía y el Centro marchaba, y su propaganda también. Recuerdo el caso de un sastre tesorero ya muerto, Subirá, quien jamás llegó a decir que la caja estaba vacía. Siempre había dinero: el de los trajes que aquel hombre abnegado podía llegar a cobrar. Los ricos nos huían, aunque llegaran a sentirse al pronto atraídos por nuestro nombre de regionalistas de sabor tradicionalista. Pero en cuanto llegaban a oler el contenido de este nombre, se alejaban más que de prisa sin osar volver la cabeza. Querer repartir las tierras a los jornaleros! Ellos, a todo proyecto de reforma territorial, le llaman reparto, volver la tortilla, etc.
Lo cierto es que jamás se apareció un Mecenas. La extraña causa, no obstante, seguía marchando. Es posible que de haber contado con medios económicos suficientes, los hombres que la sostenían, por lo menos de no tener que estar éstos adscriptos la mayor parte del tiempo a la obligación de haber de ganar mediante el trabajo de sus profesiones respectivas para la vida familiar y para la contribución de esa Obra, ésta hubiera avanzado rápidamente, y Andalucía entera, merced al espíritu de aquélla, estaría ya vigorizada y de pie, dispuesta a laborar por España.
Y comunicada ya a los andaluces toda nuestra verdad, ya no existirían críticos que al apreciar la aparente paradoja de este nacionalismo antinacionalista, y que al observar cómo en Andalucía el regionalismo, por sus características esenciales, no es reflejo del movimiento catalán, como ocurrió en Vasconia y como sucedió en Galicia; ya no existirían críticos que vinieran a decir: ¡Cosas de Andalucía! ¿Que será esto?. Buscaremos para explicarlo mayor espacio en el siguiente articulo.
IV.- El observador que pasajeramente venía a enjuiciar la existencia y la obra obscura del paradójico regionalismo andaluz, sólo alcanzaba, a lo sumo, a definir sus caracteres aparentes, y a explicarse superficialmente el fenómeno, atendiendo a los hechos externos y próximos determinantes de su origen. Se trataba de un nacionalismo antinacionalista. Unos hombres, que siempre habían atacado la injusticia de la propiedad de la tierra; una peña o tertulia georgista, aprovechando el momento político saturado de la moda regionalista (el regionalismo—se decía entonces—está en el ambiente), habían llegado a construir una doctrina regionalista andaluza, inspirados por el afán proselitista de encartar en ese regionalismo, como ideal central, la liberación de la tierra de Andalucía. Los caracteres universalistas que singularizaban esa doctrina, eran los que, naturalmente, venían a corresponder a todo sistema de principios, universalmente válidos; los cuales sistemas se llegan a formar, espontáneamente, sea cual fuere el Principio de ese orden, que llegue a servirles de centro; porque esas aspiraciones universalistas, se llaman las unas a las otras, naturalmente; algo análogo a lo que sucede con los sonidos que vienen a constituir una melodía.
Era, pues, un Regionalismo Universal, susceptible de validez, lo mismo en Andalucía, que en China; mejor dicho, no era regionalismo. Aquella razón de ser o causa biológica, trascendente, claro está, a la moral y a la política de los pueblos; que venía a explicar la distinción natural de éstos, entre sí, como ordenada a un pugilato agonal, ordenado a la mayor perfección o al mayor progreso del complejo de los pueblos, del cual, el púgil, venía a formar parte históricamente (véase Ideal Andaluz); esa concepción que, en cuanto a Andalucía fue traducida en la fórmula, repetidamente expresada, de «Andalucía, por sí, para España y la Humanidad»; o mismo era aplicable a un pueblo europeo que a otro asiático. Todas estas cosas las creían algunos de los mismos hombres que llegaron a levantar la extraña bandera. Y, sin embargo, ellos mismos se equivocaban. Andalucía había acertado a definir, y a definir pragmáticamente, su regionalismo. Aquello era universal, pero sostener la defensa de aquellos valores universales, era, también, lo propio de Andalucía. Pruébalo, a priori, un hecho negativo. En Andalucía no pudo llegar a surgir un regionalismo del tipo exclusivista o excluyente, que hubieron de llegar a elaborar los pueblos peninsulares de tradición románica o gótica. Aquí los plutócratas, y los tradicionalistas, no lograron amparar con el nombre regionalista, ni con los estímulos patrióticos regionales, que ese nombre despierta, sus eternas vindicaciones proteccionistas y de resurrección de valores históricos, pasados, etcétera.
El regionalismo universalista (?) se les había adelantado. Y lo más interesante es que este regionalismo, obscura, calladamente, se propagaba. . Los hombres de la Tertulia georgista no habían tenido en cuenta este principio indeclinable, escrito en los libros sagrados: «El hombre se agita y Dios (o el alma de los pueblos, o la historia de los pueblos), le conduce».
Andalucía, por ellos, aspiraba nada menos que a reanudar en plena superficie el sucederse de su estilo inmortal, que había venido produciendo hechos culturales en un fluir subterráneo, impuesto por despiadadas condiciones sociales y políticas, elaboradas por un Genio extraño, dominador desde hacia siglos en nuestra tierra, y con respecto al cual Genio dominador, la expresión del Genio andaluz había sido siempre heterodoxa. Un solo observador, extraño o forastero, muy perspicaz, por cierto, en esta ocasión, vino a apercibir el secreto que guardábamos cuidadosamente (y ya diré más adelante la razón de haber llegado a mantener este secreto). Ese observador fue un destacadísimo político catalán. Recuerdo que en cierta ocasión, ya hace muchos años, llegó a preguntarme: «¿Os fundáis vosotros en Al-Andalus?» Y que muy parcamente, sin añadir una palabra más, yo hube de contestarle: ¡Sí!.
Pues ya es hora de hacer luz, Europa ha quebrado. La España, instrumento de Europa, también. Valores considerados como inconmovibles, han sido derrumbados por catástrofes guerreras; inspiraciones dogmáticas de tan recia y profunda raigambre histórica, que aún dirige, al régimen republicano español van a ser descuajadas por una revolución auténtica de fondo, con relación a cuyos avances son las perturbaciones que sufre el cuerpo de la República, como señales de un sismógrafo. No creí jamás que la oportunidad de hablar claramente estuviera tan cerca. En el naufragio de los valores clásicos europeos y españoles, está la oportunidad de la epifanía sin velos, relativa a nuestros propios valores. Ahora, pueden llegar a ser considerados aptos para la beligerancia; antes, la vigencia de aquellos valores, hoy moribundos, imponía una reserva en cuanto a la promulgación, que no hay ya por qué seguir manteniendo. Vamos, pues, a descubrir el fundamento racional de aquellas extravagancias, o lo que es igual, el fundamento del regionalismo andaluz, que es el fundamento de Andalucía. Por adelantado pido perdón por las autocitas en las cuales habré de incurrir. Quiero que conste que en la iniciación y desarrollo de la creación andalucista a mí no me corresponde el honor de invención alguna. A no ser que esta palabra, invención, venga a ser considerada en su acepción jurídica civil, sinónima de hallazgo. El regionalismo andaluz, como ya hemos dicho y vamos a ver enseguida, no fue obra de alguien, sino un resultado natural expresivo de la Historia de Andalucía. Y, en cuanto al encuentro de algunas cosas coincidentes con su fundamento y adecuadas para su impulsión, mi papel ha sido igual, exactamente igual al de aquel sujeto que por azar llega a aventurarse por un espacio virgen de pasos ajenos, y que concluye por encontrar objetos valiosos. Si la capacidad o la perspicacia del viandante o acaso del extraviado hubiera sido mayor que la mía, cuántas más cosas bellas o fundamentales no habría venido a descubrir! Me acuerdo de uno que por casualidad cayó en una sima de la sierra de mi pueblo, y el hombre, de tumbo en tumbo, vino a parar en el fondo de aquel abismo. Encendió una cerilla para apercibir el lugar en donde se hallaba; y la humilde luz, vino a quebrarse en los reflejos maravillosos de un palacio de cristal. ¡Pues vaya un honor el que en justicia cabria discernir al inventor de la gruta aquella! Quien quiera encontrar plena justificación a las cosas que voy a decir, pronto la vendrá a tener en mi libro Fundamento de Andalucía.
Es lo cierto, que Andalucía tiene una historia privativa, absolutamente ignorada, por lo menos en su interrumpida sucesión, la cual historia puédase llegar a marcar por los siguientes jalones.
La cultura ante histórica más temprana de Occidente, la denominada del «vaso campaniforme», fue creada por Andalucía, y ella la irradié por la Europa central meridional (incluso el resto ibérico) y occidental (incluyendo la moderna Inglaterra).
La cultura subsiguiente, la de los «Sepulcros cupuliformes» (Eneolitico final), Andalucía la viene a inventar también. Por cierto, que esta cultura que Andalucía llega a difundir hasta Francia -entrando por el Noroeste-, Holanda y Alemania, y desde Dinamarca a Suecia (siempre cerca de las costas y vías fluviales), alcanzando hasta el Asia menor y Grecia y Tirrenia, no llega a traspasar la Mariánica; es decir, Andalucía se encuentra absolutamente aislada de la España central y norteña; mientras que comunica por mar con países lejanos.
Mediante estas dos culturas, Andalucía descubre el uso del cobre, que llega a perfeccionar; durante la segunda, de entre ellas, enseña a sentir y a cultivar el arte desinteresadamente, sin finalidades prácticas, mágicas o de conjuro, y durante la cupuliforme, además, inventa la bóveda, la escritura con signos alfabetiformes, ensaya el uso del hierro, etc.
La primera cultura histórica también es creación de Andalucía. Es la cultura de Tartessos. Inventa el bronce, perfecciona la navegación y elabora el primer estado político de occidente; Tartesia, cuyos limites eran coincidentes con los de la Andalucía actual, excepto por Levante, que comprendía hasta cerca de Villajoyosa. en la provincia de Alicante, y por Poniente, que se extendía hasta llegar a incluir Mérida y Badajoz dentro de sus fronteras. Cultura refinada en todos los aspectos de la creación espiritual, como las anteriores directoras del mundo, a lo menos en sus inicios.
Tiro, primero, y Cartago, después, privan a los andaluces de los caminos del mar. Pueblos pequeños, estos enemigos, Andalucía no puede llegar a resistirles. No es bélica su vocación. Los pueblos, del mismo modo que los hombres, de vocación cultural, sobre todo si ésta ha sido desarrollada, podrán llegar a ser arrebatados en un instante por la vehemencia guerrera, la cual vendrán a expresar siempre en forma brillante, heroica o estética; pero son incapaces para la acción bélica persistente.
Roma, la propagadora de la cultura griega, encuentra en Andalucía la vieja solera de esta cultura, y trata con ella de potencia a potencia cultural. Andalucía depende del Senado. La meseta y el Norte, del Emperador, o lo que es igual, del ejército. Andalucía es libre para desarrollar su cultura. Confundiéndola con la misma Roma, tiene que resistir la enemiga de lusitanos y de celtíberos. Ella paga a Roma su libertad de expresión espiritual, dándole los mejores poetas, los mejores filósofos, los mejores pontífices y emperadores, precisamente los primeros no latinos, que ocuparon el trono imperial, los más cultos o más humanos. Los bárbaros (los germanos, vienen por primera vez; establecen en Andalucía su sistema de división y despojo territoriales, base del feudalismo medieval. Andalucía se rebela; pero, como siempre, es inconstante en el combatir guerrero. No sabe, no quiere. Córdoba se subleva. Pronto cae. Sevilla proclama Rey a un bárbaro civilizado, Hermenegildo. Fracasa también. Se lo llevan cautivo y sigue considerándole como Rey. Detenido el vuelo cultural propio, Andalucía se hace sincrética (San Isidoro). Pero hay un bárbaro andaluzado. Aquí tenía sus propiedades. Aquí educó a sus hijos. Tal vez corría sangre andaluza por sus venas. Este bárbaro era humano y utópico. Una de las más grandes figuras de la Historia.
Como Akenatem, como Evimorac o Asoca. Se nombraba Vitiza. Protege a los judíos que desde los tiempos de Tartessos inundaban a Andalucía. Ordena convertir las armas en instrumentos de labranza, derrumba fortalezas, desobedece a los Concilios de los Obispos, permite el matrimonio entre los clérigos. . . Los bárbaros reaccionan. Triunfa la reacción, y Cristo germanizado (clave esta fórmula de la historia medieval), vuelve a reinar con Rodrigo. Por poco tiempo. ¿Qué hacer? Andalucía es la Cava. La Cava, la mala mujer, es el símbolo de Andalucía, profanada por la barbarie. Legiones raudas y generosas corren el litoral africano predicando la unidad de Dios. El «Arroyo-Grande», que dijo Abu-Bekr, las separa de Andalucía.
Esta les llama. Ellos recelan. Vienen: reconocen la tierra y encuentran a un pueblo culto atropellado, ansioso de liberación. Acude entonces Tarik -l4.000 hombres solamente- Pero Andalucía se levanta en su favor. Antes de un año, con el solo refuerzo de Muza (20.000 hombres), puede llegar a operarse por esta causa la conquista de España. Concluye el régimen feudalista germano. Hay libertad cultural. Andalucía entera aprende el árabe, y dice que se convierte. Poco después, Andalucía, ¡Andalucía libre y hegemónica del resto peninsular! ¡Lámpara única encendida en la noche del Medioevo, al decir de la lejana poetisa sajona Howsrita! Europa germánica, es un anfictionado, bárbaro, inspirado por el Pontífice de Roma. «Nadie, ni aun los nobles, exceptuando al clero, sabía leer y escribir. En Andalucía todo el mundo sabia». No hay manifestación alguna cultural, que en Andalucía libre o musulmana, no llegase a alcanzar una expresión suprema. No puede llegar a existir una economía social que asegure mayor fuente de bienandanza. «Los más deliciosos frutos estaban de balde. El comercio era tan poderoso, que bastaban los ingresos aduaneros para cubrir los gastos públicos y mantener repletas las cajas del Estado». Y las artes; Andalucía canta; y su música se propaga deleitando a todos los pueblos del continente. Pero Europa, tiembla de envidia; se consume de rencores. Ella es cristiana. Andalucía, con nombre islámico, es librepensadora. «Sigue sin poder llegar a ser bélica. Los ejércitos mercenarios destruyen el imperio andaluz, y en su lugar se crean pequeños reinos, que eran otras tantas. Academias presididas por los Príncipes». Más florece aún la cultura de Al-Andalus. El anfictionado de Andalucía está compuesto de pueblos de poca extensión territorial, unidos por el mismo espíritu. ¿Qué importa la unidad política imperialista? Ya lo dijo Byron: Dios, como los cosecheros, no sirven en copas grandes el licor concentrado, rico de esencias.
Europa, entonces, precede al Japón. Como éste, viene a aprender a nuestras Universidades. Traduce nuestros libros y prepara con la ciencia andaluza su renacimiento. Todos sus grandes hombres, teólogos, filósofos, médicos, poetas, son discípulos de Andalucía. Pero la odian. ¡No es cristiana! Y nuestras invenciones sirven de recursos a Europa contra nosotros. ¡Francia! Ella fue, es y será, la inteligencia de Europa, contra los jamás germanizados, ni por la sangre ni por el genio. España, instrumento de Francia; los bárbaros expulsados por el auxilio árabe, con la colaboración de Europa entera, vienen otra vez contra nosotros. ¡ Las cruzadas! El robo, el asesinato, el incendio, la envidia destructora, presididos por la Cruz. Nos quitan nuestros territorios peninsulares, y llamándonos perros nos despeñan por los barrancos de la Mariánica. Fernando el Bizco nos arrebata Córdoba y Sevilla. Sangre y fuego.
Empiezan a quitarnos la tierra. Los bárbaros se revuelven vencedores contra el espíritu de todas nuestras instituciones, que se derrumban ante su empuje ciego. Por último, ISABEL, la empeña-joyas, la Católica, titulo que le concede el Papa, por haber degollado la valiente población malagueña; por haber repartido las doncellas andaluzas como a esclavas entre sus damas; por haber enviado al mismo Papa parte del botín, y un escuadrón de esclavos andaluces, cautivados en la rendición de Málaga; Isabel. la bárbara, grosera fanática, hipócrita, y cuya figura y cuyo reinado contrastado con los valores permanentes y universales de la Humanidad y de la Justicia, y aun con las normas políticas de ordinaria moral, ordenadas a la gobernación de los Pueblos, son los más desastrosos que tuvo España, como se llegará a demostrar en próxima revisión; Isabel viene a consumar la obra. Se queman Bibliotecas, se destruyen templos e industrias. La tierra de Andalucía queda toda ella, definitivamente, distribuida en grandes porciones entre los capitanes de las huestes conquistadoras o entre colonos de los pueblos conquistadores que no aman la labranza; y los andaluces, que la tenían convertida en vergel, son condenados a esclavitud de los señores, y a vagar en torno de las cercas de aquellos estados territoriales, cuyas obras de riego son destruidas o abandonadas hasta llegar a convertirse en erial. Ya lo dijo Abubekr: «A medida que las cruces y las campanas iban afeando las airosas torres de las mezquitas, la tierra de jardín se tornaba en yermo, y la cruz presidía la esterilidad de los campos, cerrados a los andaluces». Se encienden las hogueras de la Inquisición; millares de andaluces; mosaicos y musulmanes, son quemados en las salvajes piras. Se empiezan a decretar expulsiones de andaluces, de los cuales, unos quedan en el destierro; otros se salvan del exilio por la ocultación; otros retornan de Berbería en conmovedoras empresas, viniendo también a ocultarse en el seno de la sociedad enemiga, o en las fragosidades de las Sierras. Los Austrias continúan la obra de Isabel. Por fin, han llegado a triunfar y a asentarse definitivamente los bárbaros expulsados de Andalucía con el auxilio árabe. El despiadado asimilismo viene a imperar. Se castiga el baño, se proscriben el traje, la lengua, la música, las costumbres, bajo graves tormentos. Empieza la labor de enterrar nuestra gloriosa historia cultural; su recuerdo es castigado como crimen; al cabo de tres generaciones los andaluces creen que son europeos, y que los moros que había en Andalucía eran unos salvajes que ellos vinieron del Norte a echar más allá del Estrecho. De la Sociedad y de la Patria andaluza sólo quedan fermentos inorgánicos.
La Uniformidad, principio de la barbarie germánica, ha triunfado aparentemente. Sin embargo, los pueblos rurales andaluces quedan ahí, plenos de la raza pura, mientras que las ciudades se llenaban de gente extraña. Andalucía, no se fue. Quedó en sus pueblos, esclavizada en su propio solar. En sus pueblos rurales, constituidos por los moriscos sumisos de conversión anterior y lejana a la época de las expulsiones, a los cuales correspondía ya el título de cristianos viejos; por los moriscos que retornaron de la forzosa emigración, refugiándose en sierras y campos. Su etnos y su etos son inconfundibles. Fueron y son las enormes falanges de esclavos jornaleros, de campesinos sin campos...Son los flamencos (felah-mengu -campesino expulsado-). ¿Comprenden ahora todos los folk.-loristas y no folk-loristas, desde Borrow hasta Machado Alvarez; desde Schudart hasta Waldo Frank, a quienes ha venido intrigando este nombre de flamenco; todos sin excepción, perdidos en un mar de confusiones por haber llegado a creer que este nombre árabe era el flamenco, latino o germano, ingreso en el léxico español con acepción figurada? Véase la investigación y justificación de esta etimología en mi libro Orígenes de lo flamenco y secreto del cante jondo>. En el XVI, se inicia la era flamenca de la Historia de Andalucía, que desarrolla dos períodos: uno de ocultación, que va desde principios del XVII hasta últimos del XVIII; otro de revelación incomprendida, que va desde últimos del XVIII a principios del XIX, y por último, este de compresión del sentido de lo flamenco, que es el que se desarrolla, merced a los esfuerzos restauradores de la conciencia andaluza; esfuerzos desarrollados, primero, por el Centro andaluz, y después, por su continuadora, la Junta liberalista de Andalucía.
ERA FLAMENCA o FELAH-MENCA.
De desprecio de la raza vencida, de la raza morisca convertida en jornalera, de campos arrebatados convertida en truhán del feudalismo bárbaro que Europa vino a establecer sobre nosotros. Era de fluir subterráneo, oculto o inexpreso, del estilo andaluz, creando como el ladrón que se oculta entre sombras sus hechos culturales; continuando la fluencia original de Al-Andalus, a través de siglos enemigos. ERA FLAMENCA... continuadora de la autenticidad de Andalucía, a pesar de la tiranía europea que España instrumentó, desarrolló contra nosotros, con una barbarie y una impiedad como jamás el salvajismo de Europa y su fariseísmo malvado, llegó a emplear en ninguna empresa de sus acostumbrados coloniajes! Aquí, quedamos vivos aún. La terrible y secular tragedia, ha sido presidida por un treno: el cante jondo. Y vosotros que os veníais a reír de lo flamenco, como de una contorsión musical o plástica de vuestro secular bufón! Y vosotros, que hicisteis del nombre de nuestra tragedia un denominador peyorativo -toda creación de la raza vencida, es despreciable- para expresar gestos de bravía, de germanesca o rufería; nombre de sarcasmo, mediante el cual la subconciencia conquistadora, se ensaña aún contra los perros sometidos!
En la era flamenca, el régimen implantado por la conquista, exalta su bárbara inspiración en un sistema de hechos fautores de la esterilidad de Andalucía. Cuando la conquista, la tierra sobrante de los grandes repartimientos verificados a favor de los nobles capitanes y de las iglesias, se distribuye entre los soldados, y para acotar el resto de la vacante se llama a colonos de Castilla o de Galicia; los primeros sin vocación agricultora, los segundos no acostumbrados a los riegos artificiales andaluces, cuyas obras bien pronto quedan abandonadas. Muchos colonos se ausentan, y las comarcas jardines tornan a ser selváticas soledades. Después, la especulación y el caciquismo territorial (la Europa antigua, vive en España, gravitando hacia el feudalismo) consumen y ratifican la obra conquistadora. La desamortización discierne las tierras a los más ladrones, que constituyen estados territoriales nuevos, sustituyendo a las manos muertas del Clero, antiguo poseedor de las tierras. El cacique territorial, a cambio de votos esclavos, obtiene del cacique político bajas de contribución que van a aumentar las de los pocos pequeños terratenientes que quedan aún, obligando a éstos el fisco y la usura a ceder sus terrenos a los grandes latifundistas, los cuales usurpan por igual razón, las pocas tierras que a los Municipios dejara la desamortización, y hasta las veredas y cañadas y abrevaderos, discernidos a esa Institución, tan extraña para Andalucía, como es el Consejo de la Mesta.
Los andaluces carecen ya de una piedra para reclinar la frente. Su existencia escandaliza al mundo. Viven en las ergástulas de las gañanías o son repartidos corno esclavos entre los propietarios. Cuando no tienen empleo en tierra extraña, o manijeros que los escojan en las plazas, convertidas en mercado de esclavitud. Sus mujeres están a merced de los señoritos. Hablando de ellos dice Mr. Malhall: «No hay existencia en el Mundo a la suya comparable».
También Mr. Dauzat, se estremece al pensar en sus miserias terribles. Ángel Marvaud, denuncia a todo el crimen tremendo. Ya desde el siglo XVIII, principio del segundo período flamenco, considerando la terrible situación del pueblo morisco, del pueblo jornalero, del verdadero pueblo andaluz, creador de las culturas más intensas de occidente, Campomanes, el ministro del Rey, lloraba.
El jornalero, sin embargo, ni ríe cuando ríe, ni llora cuando llora. Ya no sabe lo que es... El hambre lo ha venido a diluir. Sin embargo, no pasa día sin que aún venga a ser o a recordar lo que fue o a contar su historia. Es cuando dice, sin saber lo que dice, sin que nadie entienda lo que dice, pero saliendo de la hondura de su ser, una terrible, una lúgubre melodía que tiembla en sus labios exangües, que contorsiona su cuerpo y que descompone en gesto trágico las líneas de su semblante. Es lo falah-menco. ¡Cante jondo! ¡Ya veréis, si vive o no Andalucía.
V.- El observador informado acerca de la historia de Andalucía, no llegaría a preguntar desconcertado, ante el estudio de la doctrina del Regionalismo andaluz, o mejor dicho, al considerar sus fórmulas expresivas; las cuales se apartan (desde el lema de combate, expresiva de la aspiración esencial de ese Regionalismo, hasta sus arbitrismos prácticos) de todos los acostumbrados contenidos en las doctrinas regionalistas o nacionalistas peninsulares; no llegaría a preguntar perplejo: ¿Pero esto qué es? ¿Cómo se puede llegar a propagar esto? Andalucía fue siempre un pueblo cultural, creador de las culturas más intensas y originales de Occidente. Fue siempre un pueblo antibélico y acogedor. En su territorio, siempre que fue libre (la última vez, durante la época musulmana), se operaron las grandes síntesis, prácticas o industriales, y doctrinales y científicas, de Europa. Esta vocación sintética respondía, acaso, al acogimiento y libertad de convivencia social, que en su solar tuvieron siempre las razas más opuestas, africanas, orientales y europeas, desde los más lejanos tiempos dé su historia. (Véase mi libro Ideal Andaluz, Sevilla, 1915). Últimamente, en Al-Andalus, convivían perfectamente dentro de nuestra sociedad varias razas y religiones: bereberes, árabes, gallegos, catalanes, eslavos o centro europeos, y las tres grandes religiones de carácter universal: el judaísmo, el cristianismo y el islamismo; además de innúmeras heterodoxias. Por consiguiente, el regionalismo andaluz tenía que ser antirregionalista o antinacionalista, en el sentido de haber de repugnar los exclusivismos económicos y políticos. «Andalucía, por sí, para España y la Humanidad», no es una fórmula arbitraria. Es una expresión síntesis de la Historia de Andalucía. «En Andalucía no hay extranjeros», no es un snobismo, es una tradición. El libre cambio como regla en contradicción con los nacionalismos proteccionistas, son las nuevas palabras que vienen a traducir la aspiración constante de un pueblo universalista, comerciante y marítimo o navegante, cual ningún otro, durante sus períodos de libertad, y como ningún otro, cual hemos ya visto, acogedor.
«La tierra de Andalucía para el jornalero andaluz», es precisamente el imperativo que actualmente viene a contener la vindicación esencial de un pueblo privado de su tierra por la conquista cristiana o europea; de un pueblo cuyo genio es extraño al feudalismo medieval, que en el Renacimiento, precisamente, cuando Europa, merced a los gérmenes culturales lanzados sobre ella, por Andalucía; aquella institución sombría empezaba a morir, vinieron los bárbaros a arraigar en esta tierra, la cual sólo la hubo de aguantar durante dos épocas de esclavitud: la primera, en el principio de la medievalidad representada por la dominación germánica o goda; la segunda, la actual impuesta por los europeos, que son los descendientes y continuadores de aquellos bárbaros, los cuales se valieron para consumar la conquista de Andalucía, genio heterodoxo al suyo, del instrumento de los demás españoles.
Andalucía, pueblo cultural, necesita además de su tierra, como fuente de jugos nutricios que vengan a alimentar la reanudación de su historia. Debe serle devuelta su tierra, aunque sólo sea como decía, con respecto a Etopía, Heliodoro, «por el mérito de haber sido madre de los dioses».
En resumen, la extrañeza que aquel regionalismo sin estos antecedentes pudiera haber llegado a producir en los espíritus de los observadores, influidos por Europa, viene a concretarse en esta explicación: En Europa está vigente el bárbaro principio de las nacionalidades, comodín que viene a justificar la rapacidad de los Estados: las salvajes exclusiones determinantes del nacionalismo (nación es para ese principio, un mero pretexto o justificación del Estado); y, en Andalucía, que no es Europa, que es Europa y África (en el secundario la Penibética formaba con África una unidad, hasta el Atlas: esa unidad natural no se ha roto, ni puede romperse, por ser natural; a pesar de que se hayan quebrantado o disuelto las correspondencias unitarias políticas, morales y sociales, que en otros tiempos vinieron a expresar la existencia de un solo país), por haber sido pueblo cultural, no puede llegar aquel principio a alcanzar una vigencia rectora del ánimo de las gentes. Nuestra historia ha estado regida y continuará siendo regida por el principio de las culturas, no esencialmente político o excluyente, sino humano y universalista.
(Véase Fundamento de Andalucía).
Otra extrañeza que el conocimiento de la historia de Andalucía vendría a desvanecer, sería la que llega a producir el hecho de que el regionalismo andaluz hubiera nacido de improviso como creación artificiosa, sin previa evolución; sin que le viniese a preceder el estadio que Prat de la Riba llega a indicar como precedente de la expresión nacionalista: esto es, el provincialismo histórico. En Andalucía ha precedido al andalucismo el desarrollo de un hecho más significativo aún, sólo que este hecho se ha mantenido oculto jamás de haber sido Al-Andalus, esto es, algo extraño a España europeizada; algo completamente ajeno a Europa. Ese hecho es la continuación del estilo andaluz, a través de la modalidad flamenca; manifestación oculta, primero; revelada, después, en innúmeras formas, sin que estas formas, aun las más agresivas (verbigracia, el bandolerismo y el anarquismo) hayan venido a ser nunca -por no haberse conocido esta clave- realmente objeto de interpretación; Andalucía sigue en contra de Germania o de la Europa germánica su enemiga tradicional. . . Es anarquista apenas, en el siglo XIX, apuntan las inquietudes societarias. Recuérdese a don Joaquín Abreu, diputado en las Cortes del 23, propagandista de Fourier y de don Manuel Sagrario de Veloy, quien llegó a reunir un millón de duros para fundar en Jerez un falansterio en 1841, y cuando la escisión de 1872 entre Marx (germánico) y Bakunin (esclavo), Andalucía se pronuncia radicalmente por el segundo, a quien sigue fiel). Sólo que las revelaciones de la sucesión del estilo de Al-Andalus, a través de Andalucía, aparecidas, las más superficiales, en un siglo distante de aquellos en los cuales fueron abiertamente perseguidas; perdida la memoria de su heterodoxia, fueron confundidas con expresiones pintorescas del Sur español; repertorio de un tipismo inofensivo con respecto al cual el antiguo rencor ortodoxo y asimilista, vino a manifestarse en forma de consideración despectiva. (Véase Orígenes de lo Flamenco, etc.) En Andalucía no podía llegar a manifestarse el provincialismo histórico, por la sencilla razón de que Andalucía jamás llegó a constituir provincia. No fue miembro vivo de una nación, sino país conquistado, influyente por su solera cultural sobre el resto de la península, a la cual vino a expresar ante el Mundo.
Y, ya tampoco se llegará a extrañar, nuestras pretensiones acerca de as poblaciones marroquíes hasta el Atlas. No es imperialismo como el que dimana del principio de las nacionalidades. Es reconocimiento y defensa de hermandad. Nosotros pudiéramos liberar a España de la carga militar y militarista que supone la ocupación marroquí; porque los moros, dirigidos culturalmente por las familias andaluzas, musulmanas y los hebreos sefardíes, sienten el anhelo de una expresión social y política de nuestra hermandad. El recuerdo de la política de protectorado andaluz (de verdadero protectorado sin ocupación militar), protectorado que consistió en la dación generosa de recursos materiales y de cultura (véase mi conferencia acerca de la política de Al-Andalus en Marruecos, abril de 1922, en el Centro Andaluz de Sevilla, titulada «Un Annual en el siglo X»), todavía persiste en las almas marroquíes. Nuestra unidad étnica, geográfica y aun etológica, garantizará siempre nuestra hermandad. Ni aun diferencia religiosa existe realmente entre los andaluces de ambos lados del estrecho. Bastó el aliento de libertad mezquina político-religiosa del XIX, para que el andaluz de pura estirpe, el andaluz de los pueblos rurales; los moriscos, hoy jornaleros, en la península, dejaran la costumbre de ir a la iglesia. ¿Para qué? Ya no pasaban lista de los asistentes. ¡Ya habían suprimido la lnquisición, Que en un solo año quemó en Tablada a 2.000 andaluces «todos letrados e bachilleres, e personas de calidad», como dice el cura de los Palacios, Andrés Bernáldez!.
El conocimiento de nuestra Historia, y por consiguiente de nuestra esencial aspiración de vida distinta, viene a justificar también nuestra pretensión de llegar a restablecer nuestra unidad cultural con el Oriente, hasta el cual, a través de nosotros, puede llegar a alcanzar la influencia espiritual de España; influencia vedada a los demás países creadores de los bárbaros métodos de coloniaje europeo. A esto se ha denominado pan-andalucismo; y sobre esto, han llegado a ironizar los periódicos españoles. ¿Cómo es posible que un país tan pequeño pueda llegar a influir sobre un Mundo? Bastaría acaso un rincón de ese país, si España hubiese sido consciente. El rincón sobre el cual se alza la gran Aljama de Occidente. La restitución de esta mezquita a la religión, a la cual le fué arrebatada, atraería hacia España el amor del Oriente: lo que no podrán conseguir jamás con sus recursos bárbaros, por mucha perfección técnica que vengan a manifestar, las demás potencias colonizadoras del Occidente europeo. Pues qué, ¿creen los ironizantes que los orientales miden la grandeza por la extensión o intensidad de las masas, como hacen los europeos? Nosotros exponemos estos hechos a la consideración de España. Si España los atiende, bien; si no, seguiremos del mismo modo, trabajando, para la mayor gloria de España, por restaurar nuestra unidad cultural con el Oriente. Los hechos son: un millón doscientos mil andaluces musulmanes y mosaicos se extienden desde Tánger a Damasco. En el último Congreso del Comité insurreccional de los pueblos de Oriente, como decíamos en nuestro manifiesto de 1 de mayo de este año, la Asamblea acogía frenéticamente las invocaciones a Andalucía, que el andaluz Abel Gudra hiciera durante los siete discursos que llegó a pronunciar en Delhi. En el manifiesto de la Junta liberalista de 1 de mayo de este año, se publicó un fragmento resumen de dichos discursos. «La sublevación india es un episodio de la gran batalla. Las agitaciones de África, lo son también. Desengañaos ¡Nada adelantarán los pueblos esclavizados de Afro-Asía, mientras que en la tierra sagrada de España no llegue a abrir los ojos, nuestra cabeza, Andalucía!» Nosotros creemos que, como en el medievo las grandes síntesis doctrinales, en lo porvenir nos está reservado el destino de llegar a operar la gran síntesis entre el Oriente y el Occidente, hoy en enemistad, nuncio de mundiales catástrofes. ¿Se comprende, ahora, bien por qué aspiramos a que Marruecos; el Marruecos hoy sometido al protectorado de España, llegue a ser verdaderamente protegido, viniendo a formar un estado autónomo federado con los demás andaluces, dentro del gran Anfictionado de Andalucía? Esta verdadera protección, ¿no vendría a ser protección de España, quien se liberaría de los enormes gastos de hombres y de dinero que determina la ocupación? ¿No vendría España de este modo a protegerse a sí misma? ¿Se apercibe, ahora también la razón en virtud de la cual pedimos el que el Estado español delegue en Andalucía la relación internacional con los pueblos de Oriente? Recuerdo que en la subcomisión de latifundios para la reforma agraria, propuse la fórmula de «que se considerasen como españoles a los efectos de la reforma y en cuanto al fin de la distribución de las tierras que se llegasen a expropiar, a los descendientes de familias españolas, musulmanas y mosaicas, expulsadas de la península por intolerancias pretéritas. Algunos de los miembros de la subcomisión, penetraron la importancia de medidas de esta índole para el porvenir español en Oriente, y llegué a tener el gusto de que se viniese a votar favorablemente por ellos, insertándose esa disposición en la Ponencia. No aparece ahora en el proyecto de reforma agraria. Algún Pleno o el Gobierno la llegarían a suprimir.
Pero, se dirá, ¿cuál es la estructura a la cual aspira Andalucía por los hombres de la Junta liberalista? Explicada someramente a congruencia con la historia de Andalucía de algunos principios substanciales de la doctrina del regionalismo andaluz, con el cual nombre fue conocida hasta hace poco -también diremos la razón de haberla llegado a bautizar primitivamente con ese nombre-, vamos a hablar de la estructuración política que anhelamos para Andalucía; esto es: vamos a explicar qué significa República andaluza o Estado libre de Andalucía para nosotros.
VI
A grandes rasgos, circunscribiéndonos a algunos de sus principios capitales, hemos llegado a fundamentar el liberalismo andaluz en la historia de Andalucía, valiéndonos, para realizar esa obra, de una yuxtaposición de fragmentos (montaje literario, según la expresión nueva, significativa de la descripción de una intuición o de un concepto de una vida, valiéndose de recursos cinemáticos). Para terminar el montaje, ocupémonos de la estructura política y social de Andalucía, a la cual aspira el liberalismo. Es curiosa la historia, y vamos a contarla. Nosotros nos encontramos, al principiar el segundo decenio de este siglo, con la necesidad de expresar a Andalucía; o, mejor dicho: Andalucía sentía por nosotros una necesidad de expresarse; o, más exacto aún: la Andalucía que nosotros sentíamos interiormente, como término vivo de la fluencia histórica expresada, tenía necesidad de revelación, ¿Como verificar esta manifestación necesaria? Este cómo venía a plantear un curioso problema. Si nosotros, en el ambiente de aquellos años, hubiésemos llegado a hablar tan claramente como ahora, cuando ni los valores europeos, ni los tradicionales de España, habían llegado a quebrar definitivamente, un vacío de ironía hubiera venido a helar nuestra creación. La pretensión claramente expuesta de «restaurar Al-Andalus, en Andalucía, actualizando sus inspiraciones esenciales, habría venido a determinar el que se llegasen a reír de nosotros, y a que, por lo menos nos tuviesen por locos que pretendíamos volver a vestir de moros y resucitar en nuestro país el Islam. Algo parecido a lo que me sucedió en Portugal, no hace mucho. La Cámara Municipal de la bellísima ciudad de Silves, dedicó, a mi instancia, un homenaje a Al-Motamid, el gran poeta y rey de Sevilla, quien cantó en inmortales poemas la atracción que sobre su espíritu excelso, verdaderamente regio, ejercía el encanto de la estupenda ciudad algarbi. Pues los periódicos retrógrados de Lisboa, emprendieron una activa campaña: y, después de haber llegado a estar fijada la fecha del homenaje; de manufacturadas las lápidas, cuya colocación, en lugares adecuados, servirían de motivo al acto; y aun de invitadas las representaciones intelectuales andaluzas, que al mismo se disponían a asistir, dieron a través, como se decía antes, con la fiesta, y ésta no se llegó a celebrar, porque «o senhor Blas Infante era un islamita» y de lo que se trataba era de plantar la Media Luna rematando la torre de la Catedral de Silves; y hasta los cabritenses (nombre que tomaron los opositores a la fiesta, del iniciador de la campaña, señor Cabrita, en A Voz, de Lisboa), arremetieron contra los motamides (los portu- gueses partidarios de su celebración, acusándoles de querer resucitar las guerras entre moros y cristianos), e invocando, con un criterio aljubarrotista, los sospechosos orígenes de la iniciativa, porque, como «diz o velho ditado portugués: De Hespanha nem bom vento nem bom casamento».
El regionalismo era, cuando nosotros llegamos a surgir, un partido político más. Y a esta oportunidad nos acogimos. Y llegamos a escribir un libro pragmatista, Ideal Andaluz, en el cual, con respecto a Al-Andalus, no hicimos otra cosa que desvanecer prejuicios asimilistas, entonces ruidosamente expresados por algunos escritores contra nosotros; demostrando que debíamos sentirnos orgullosos de nuestra ascendencia semita, y considerar como propia la maravillosa cultura creada por Al-Andalus; y en cuanto a los demás postulados andalucistas, los vinimos a justificar en principios de justicia universal y de conveniencia práctica, actual; procurando, para Andalucía, una autonomía meramente administrativa; y pretendiendo llevar al ánimo de los andaluces la compatibilidad de la unidad española con las autonomías regionales. Para propagar las ideas contenidas en este libro, fundamos enseguida el Centro Andaluz; el cual, bien pronto vino a contar con varios periódicos y a establecer secciones en varias ciudades y pueblos. Poco a poco, por nuestros instrumentos de propaganda, periódicos y conferencias, íbamos manifestando, veladamente, la verdad; y la comprendían aquellos que podían llegar a comprenderla. Esta época del regionalismo andaluz, se desarrolló hasta el advenimiento de la Dictadura de Primo, que cerró nuestro último Centro, o sea el de Sevilla. En el Centro, los que no podían llegar a sentir nuestra aspiración en toda su trascendencia, recibían únicamente educación política regionalista, al uso. Por cierto que cinco o seis diputados de las Constituyentes actuales, formaron en nuestra Institución, y allí recibieron esa educación político-regionalista. La ineficacia de ésta, por sí sola, para Andalucía, se ha demostrado en las sesiones destinadas a la discusión de la candidatura Franco en las Cortes, y en la de los sucesos de Sevilla. Ni uno solo de aquellos antiguos asociados del Centro Andaluz hubo de levantarse para rechazar la difamación gubernamental contra nosotros; ni para exponer un criterio, conforme a nuestras doctrinas; acerca de la naturaleza de los movimientos revolucionarios en Andalucía. Sin embargo, no he dejado de creer en alguno de ellos: v. gr., en Eloy Vaquero, de Córdoba, hombre abnegado e inteligente, quien sabe perfectamente hacia qué términos nos encaminamos. Aun teniendo en cuenta los prejuicios que la profesión política llega a infundir en el ánimo de sus componentes, v. gr., el que justifica muchas abdicaciones, con la bonita frase «por disciplina»: esta ausencia de los diputados andaluces, en esos debates, no ha dejado de producirme una vaga impresión desoladora. Solamente se levantó, y esto fue para atacarnos, uno de Málaga, a quien, por lo visto, inquietaba el que quisiéramos repartir, entre los hombres, a las mujeres.
Durante esa época del Regionalismo político, llegamos a celebrar varios actos, cada vez más expresivos. Los más importantes, las Asambleas de Ronda (enero de 1918) y Córdoba (marzo 1919), en los cuales se vino por los delegados de las provincias a adelantar un poco en la manifestación de Andalucía. En la de Ronda se hubo de hacer esta declaración fundamental de la conclusión primera: «Reconocemos a Andalucía, como a una patria viva en nuestras conciencias». En ambas se llegó a debatir ampliamente y a concretar fórmulas prácticas para la restitución de la tierra a los jornaleros. Con relación a esta cuestión teníamos amplios antecedentes. Uno de los ingenieros más cultos de España, D. Pascual Carrión, llegó a captar para nuestra obra a algunos eminentes compañeros suyos. La obra de Pascual Carrión, jamás será bastante agradecida por los andaluces. Este hombre, sin ser de la Andalucía actual (nació en la provincia de Alicante), conmovido por sus dolores, vino a formar en nuestro Centro. Aportó hasta su concurso económico a la obra, como andaluz entusiasta. Trabajó denodadamente, años y años, en el estudio del campo andaluz, del cual nos traía, hasta magistrales gráficos expresivos de la distribución de las tierras, proyectos de cultivos, estadísticas complicadas... Merced a él, Andalucía y la Historia de Andalucía, ante la Justicia Universal, contarán siempre con recursos formidables para formular un tremendo «yo acuso» contra los regímenes que vino a establecer la conquista denominada cristiana. Su criterio constructivo, expresado en Congresos, libros, folletos y periódicos, de la nueva Andalucía campesina, elaborado con miras a atraer el capital, a las empresas de la reconstitución de esta Andalucía; manifestado con ecuánime energía y fundamentado en datos irrebatibles, investigados y organizados por este hombre ilustre, triunfa en todas partes. Últimamente, en aquella Comisión técnica agraria, en la cual formamos juntos, y que hubiera Negado, merced a él, a ser un instrumento eficacísimo de reconstrucción nacional, si el Gobierno no hubiese procurado que no lo fuera, con la organización que hubo de darle; y con las finalidades, a las cuales hubo de circunscribirla, de redactar un anteproyecto de ley, en un tejer y destejer ponencias, a estilo de Penélope.
Pues bien, este hombre formó, con nosotros, y a mis instancias, en la Candidatura Franco. Nuestros auditorios campesinos, bien pronto quedaban captados por la palabra serena de Carrión, quien con un profundo conocimiento de cada término municipal, les exponía, incluso con relación a cada finca de las integrantes del término, los aprovechamientos racionales; las organizaciones societarias más prácticas para llegar a ellos; los medios de interesar a los capitales, y de atraer su inversión a la obra común de los Sindicatos... Pues también este hombre venia a bombardear Sevilla; y a repartir mujeres, según el alarmado malagueño, al cual antes hube de referirme. Pero ha corrido la pluma. Tenemos que dejar para otro último artículo, la exposición de nuestro criterio acerca de un Estatuto de Andalucía, correspondiente al modo de ser de ella, según la Naturaleza, y según su Historia.
VII
Los Reglamentos de los Centros andaluces, contenían ya las líneas generales de un Estatuto para Andalucía, circunscrito a la estructuración de su autonomía, meramente administrativa. Ya hemos expuesto la razón de esta limitación, impuesta por las circunstancias de entonces. Las Asambleas de Ronda y de Córdoba, compuestas por delegados de todas las secciones del Centro Andaluz, llegaron a tomar en consideración la Constitución para Andalucía, elaborada por la Asamblea federalista de Antequera, de 1883. Pero ya es hora de hablar claro: quiebra de Europa y quiebra de España tradicional. Es la hora.
La primera vez que hubimos de exponer públicamente cuales eran nuestras aspiraciones con respecto a Marruecos, las cuales he procurado dejar justificadas, anteriormente, fue, como ya he dicho, el año 1922. El Centro Andaluz, de Sevilla, coincidiendo con un acto público que celebraba Romanones, presidente, creo, entonces del Consejo de Ministros, para exponer soluciones acerca del denominado “Problema de Marruecos”, organizó otro acto en el mismo día. El teatro de San Fernando estaba repleto de gentes, las cuales salieron decepcionadas de las «sensacionales declaraciones... así calificadas antes del discurso, verificadas por el Presidente. La modesta sala del Centro Andaluz, contenía a los andaluces, no gregarios, que concurrían para afirmar, enfrente de la política de España, en su zona de protectorado, la inspiración tradicional de Andalucía, con respecto a Marruecos. Indudablemente, no hay que decir que la voz de España o de la política española, llegó a encontrar ruidosos altavoces; y que la de Andalucía fue una musitación, no escuchada por la calle, pero que al contrario de la otra, que se perdió en el aire, llegó a encontrar unos cuantos senos resonantes, los cuales hubieron de acoger con amor y a guardar en el archivo de sus corazones y de sus cerebros, el conmovedor y salvador mensaje, que a través de los siglos, viniera a enviarles nuestra magnífica Historia, ¡Un Annual en el siglo X! Andalucía habíase negado durante dos siglos, a las instancias de Marruecos, para que le ocupase militarmente, pero hizo del Rif, y de su capital Nekor, un baluarte vivo para su defensa contra la invasión de normandos y de sectarios orientales; baluarte elaborado por la gratitud rifeña, ganada a cambio de efectivas y humanas protecciones; defensa gratuita de las costas rifeñas, por la escuadra andaluza, contra ataques enemigos; liberal envío de recursos de todo orden en las calamidades del agreste país, redención de cautivos rifeños operada por la virtud de los esfuerzos generosos de Andalucía. Abderramán III continúa esta política, tradicional de los príncipes andaluces; es invitado por los rifeños para que ocupe militarmente el país. Niégase, terminantemente. Sólo a fuerza de vivas instancias consiente en enviar una guarnición a Ceuta.
El Emperador Al-Haken II, rectifica momentáneamente esta política, tradicional de sus antecesores. Ocupa militarmente Marruecos. Sublevación, poco después. Las guarniciones andaluzas son degolladas, perdido el contacto las unas con las otras. El resto que queda del ejército derrotado se viene a refugiar desordenadamente en Tánger. Intervención del Consejo Andaluz. Rápidamente, un ejército poderoso atraviesa el estrecho, invade el Rif, recorriéndolo todo, sin fraccionarse en guarniciones. Avanza entero contra el Príncipe de Nekor. El General en jefe, el Galib, lleva orden de gastar el dinero a manos llenas y de ir directamente con su ejército a aprisionar al Príncipe rebelde, en un término perentorio. Poco después, Galib se apodera del Príncipe. El Consejo ordena su conducción a Córdoba. «Ya conoces el poder incontrastable de Andalucía. Ahora, vuelve a tu reino: eres libre; y nosotros, siempre tus amigos, como de los tuyos fueron siempre nuestros padres». El príncipe, maravillado, vuelve a Nekor, restituido en su reino, plenamente. El Consejo ordena, simultáneamente, la evacuación de Marruecos por el ejército andaluz. Y torna a la política tradicional, que un acto de soberbia pasajera del culto emperador hubo de interrumpir... Vuelve Andalucía a proteger a Marruecos. Vuelve a negar la ocupación militar cuando ésta le es exigida por los rifeños. Vuelve a enviar a las montañas inaccesibles, pródigamente, cuanto la pobreza y la incultura de aquellos hombres demandan de su generosidad. Y el Rif torna a ser un baluarte vivo, efusivo y valiente, que se alza amenazador contra todo ataque que se intentase desarrollar sobre Andalucía, por la parte de Marruecos.
Marruecos, como entonces, Estado libre de Andalucía. Política orientada a suprimir la ocupación militar, en armonía con la cautela que exige la defensa de los colonos españoles allí establecidos. Españoles: no os dejéis engañar por intereses deleznables. Fijaos lo que pueden esos intereses. El año 19, interesamos del Comisariado español en Marruecos, el que nos enviasen de Tetuán dos tipógrafos que supieran componer árabe, y el material tipográfico suficiente para editar una revista bilingüe, en la cual se viniese a enseñar a los moros la aspiración del Centro Andaluz, relativa a llegar a restablecer con ellos nuestra antigua comunidad cultural, y a que nos llegase a servir de instrumento de hermandad con los moros andaluces, directores en definitiva, por ser los más cultos de todo el litoral africano norteño. Aquella labor estimábamos nosotros que vendría a ahorrar vidas y dineros, y que para la penetración en la zona, sería, por lo menos, tan eficaz como una posición artillada. Pues bien. Se gastaban, entonces, por España, en Marruecos, 500 millones de pesetas. Y no hubo 25 ó 30 pesetas diarias para coadyuvar mediante el pago de dos tipógrafos, a una obra de penetración pacífica, intentada por unos hombres que sin medios económicos, venían, no obstante, a poner imprenta redacción y todos los demás gastos de un periódico, gratuitamente, al servicio de la Empresa! ¡Ni aun siquiera se dignaron contestamos!
Marruecos, Estado libre de Andalucía. . Esta es la única solución: delegar en Andalucía el ejercicio del protectorado de Marruecos. Cumplimiento, por Andalucía, con respecto a Marruecos, de su humanista tradición no sólo cultural, sino que también política. Nada más que con miras a esta política, debiera el Gobierno de la República haberse apresurado a contribuir a la restauración de Andalucía, empleando sus poderosos medios oficiales en excitar a los andaluces para la elaboración y rápida práctica de un Estatuto político.
¡Pero, al contrario! Hablemos claro. ¿No nos difaman por habernos lanzado contra los criterios de los mandones? Pues que se lleguen a conocer los fundamentos esenciales de nuestra determinación. La verdad. Vamos a la verdad! El Gobierno provisional de la República, pretendía continuar en Marruecos la inspiración de Alfonso el Africano. ¿Por qué? Veamos, primero, cómo es cierta nuestra imputación:
l. ¿Cómo en las declaraciones políticas del Gobierno, no se llegó a osar el anuncio de una rectificación de la política española con respecto a Marruecos; y es su único acto, de naturaleza meramente formal, ensayado ya antes de 1923, el restablecimiento de la Alta Comisaría Civil?
2. ¿Por qué fue trasladado de Tetuán el cónsul interventor Isidro de las Cajigas, nuestro amigo compañero del Centro Andaluz; un hombre que desde que tuvo uso de razón se dedicó a los estudios árabes y marroquíes; que cuando Annual, fue y redimió GRATUITAMENTE a centenares de cautivos españoles, valiéndose de su influencia, como andaluz, con los moros? ¿Un hombre que, acaso por este motivo, fue detenido en Uxda por los franceses, premiándolo el Gobierno español de entonces, con la declaración que hizo por justificar a Francia, de que Cajigas no era cónsul de Uxda, sino agente consular? ¿Un hombre que realizó en Alcazarkebir obra estupenda de atracción, restaurando santuarios y hasta haciendo obrar milagros a los santos musulmanes?; ¿un hombre, en una palabra, a quien estorbaban, únicamente, las violencias para su obra de captación? Pues, yo, fui a protestar contra la destitución fulminante de Cajigas, ante uno de los miembros del Gobierno. El ministro de Estado estaba en Ginebra, entonces. Quedó remitida, para su vuelta, la solución. ¡Nada! Cajigas, como sabia tan bien el inglés, y había vivido toda su vida en Norte América, en vez de en Marruecos, siguió trasladado a Boston!
3. ¿Por qué tanto dime y direte por parte del Gobierno, para autorizar el que la comisión de notables musulmanes viniera, en el mes de junio, a presentar una solicitud de humildes facultades autonómicas; y por qué no se accedió, de plano, ni a larga fecha, a tan razonables peticiones? ¿Por qué a cierta reunión de andaluces, interesados en todas estas cosas, con la mira puesta en el bien de España, se les vigilaba por la Policía? Misterio, misterio y misterio. Pues el misterio, españoles, no creo que esté en una amenaza más o menos formulada por parte del ejército de ocupación de Marruecos. El ejército español, se ha mostrado digno de España y de la Revolución, dejándose, en manos del Ministro de la Guerra, someter a cuantas operaciones quirúrgicas éste quiso desarrollar. El misterio está en otra parte. Acaso no sea un secreto para nadie. Para mí, desde que supe que el señor Lerroux ocuparía la cartera de Estado, pensé que Marruecos seguiría tratado igualmente a como lo llegara a ser en tiempo de don Alfonso de Borbón, no por inspiración conquistadora medieval, sino por otra motivación de carácter más moderno: la irresistible simpatía que el señor Lerroux siente por Francia. Esa fervorosa simpatía, acaso nacida de su compenetración con la Revolución francesa, que llevó al señor Lerroux a ser hasta apedreado por los españoles, cuando, contra la firmeza de aquel hombre bueno que se llamó Dato, se empeñaba en arrastrar a la pobre España a la guerra, por la humanidad, por la civilización, por la democracia y hasta por la paz universal (?), que contra los imperios centrales mantenían los aliados. Entonces se contaba que el señor Lerroux gritaba en París, con más energía que nadie: «¡Cochons!», contra los aviones enemigos que bombardeaban la ciudad. Y que, para explicar su actitud a los parisinos, admirados de aquellos excesivos fervores antibóchicos, el ex-emperador del Paralelo gritaba a la multitud, asombrada de aquellos paroxismos patrióticos, en el Bar: «iJe suis Mr. Lerroux!» Y que los circunstantes, desconcertados, se preguntaban, naturalmente en francés, que yo pongo en español: «¿Y quién es ese señor Lerroux?» Contestando los más enterados: «¡Quién lo sabe! Quizás un poeta (?); acaso un loco».
Lo cierto es que a Francia pudiera no convenir el que España abandonase los métodos de protectorado sobre Marruecos, que siguió hasta aquí. España será respetada en Marruecos; amada en Marruecos; inmediatamente después que sustituyese la ocupación militar por la protección pacífica. Aun así, España es preferida a Francia por los naturales. Pero, Francia, no; Francia, para sostenerse en África, necesitará, cada vez más, aumentar en ella sus medios de dominación militar. Francia sabe que si España aprovechara sus oportunidades, dimanadas de la Psicología de la raza y de la historia común con los denominados indígenas, y los viniese a tratar como a hermanos, no sólo Marruecos, todos los territorios africanos colonizados por Francia, mirarían hacia España con amor. ¿Francia siente celos? No ignora que las familias andaluzas, musulmanas y mosaicas, existentes en sus colonias africanas, acarician la nostalgia de España a través de Andalucía. Hace varios meses, y no sé con cuál fundamento, me decía el escritor Gil Ben-Humeya, en una de sus cartas, que Francia se proponía expulsar a todas as familias musulmanas andaluzas de sus colonias africanas. Francia no ignora que, a pesar de haberse ella misma proclamado potencia musulmana, y de haber llegado a erigir una gran Aljama en París, los fieles del Islam siguen mirando hacia el Gran Aljama, en Córdoba. No deja de saber que una rectificación esencial en la animación tradicional de la Historia de España; y que cualquier acto elocuente expresivo de esa rectificación, v. gr., la restitución de la mezquita cordobesa al culto musulmán, vendría a hacer más por la potencia espiritual de España en Afro-Asia, que todos los ejércitos de Francia, Italia y Britania coaligados. ¿Responderá a esta política de Francia, tendente a vigilar por que España no llegue a sustituir en Marruecos sus métodos de protectorado; responderá a este deseo de Francia, su actitud francamente favorable a la Dictadura de Primo y a la Monarquía de Alfonso; y su conducta con respecto a los emigrados españoles, desterrados por la Monarquía; y su afán de complacer a Quiñones de León, su devoción por el Rey, etc.?
¿Pudiera obedecer la actitud descompuesta del Gobierno español; sus difamaciones y su tirar a dar contra la candidatura nuestra, por Andalucía; su enemiga insólita, si se compara con la que el Gobierno vino a desarrollar respecto a otras candidaturas de oposición, a presiones de espíritus alarmados, por las consecuencias que pudiera tener en Marruecos, y en África entera, la noticia, ruidosamente propagada por la existencia de dicha candidatura, de que existe la aspiración de constituir un Estado libre o una República de Andalucía; y un deseo de ésta relativo a trabajar por la restauración de su unidad cultural con África y el Oriente? Esa declaración, que tantos rumores despertó en la Cámara española, al ser leída por el señor Maura, en nuestras hojas andalucistas de propaganda electoral; la declaración de que aspirábamos a que «el Estado federal español delegara en Andalucía el protectorado de su zona de Marruecos y las relaciones internacionales con los pueblos de Oriente», ¿no llegaría a resonar en algún extraño Gabinete con una vibración anuncio para lo porvenir de otra cosa distinta a la trascendencia de un inofensivo lirismo? Ved que el Mundo político y societario, en trance de disolución, a cualquier fantasía poética (así calificaba yo un mes antes de la candidatura, ante un periodista francés, esas pretensiones extrañas), le concede una importancia excesiva.
¿No lo decía al principiar? La Candidatura Franco por Andalucía; las persecuciones insólitas desarrolladas contra ella por el Gobierno, pudieran llegar a tener muy interesantes significaciones, aspectos insospechados. Yo soy amigo y aun admirado, de Francia. Pero he apercibido, desde siempre, que en cuanto a los métodos políticos de España y Francia, relativamente a Marruecos, llegará a surgir, a la postre, una inevitable contradicción. La era más brillante de la cultura auténtica española fue, o se nombró, sin llegar a serlo, musulmana. Esta verdad, cada vez más llegará a afirmarse en el espíritu de los españoles, determinando, esa afirmación, las naturales consecuencias políticas con respecto a Marruecos. Y Francia fue la enemiga de aquella cultura. Y, tradicionalmente, los españoles europeizados vinieron siendo los instrumentos de aquel gran país contra Al-Andalus. Francia fue el baluarte de Europa contra nuestra cultura, y mediante sus monjes, sus políticos y sus ejércitos, persuadió a España a determinarse contra su propia originalidad. Pero esta Revolución española, o nada llegará a ser, o habrá de representar una rectificación del recuerdo histórico, en el sentido de haberse de llegar a seleccionar el recuerdo adecuado al triunfo o desarrollo de nuestra originalidad. Confié en que, al fin, no se vendrá a romper la cordialidad entre Francia y España. El criterio colonista de Europa, ha fracasado más de lo que a primera vista pudiera parecer.
Pero al meditar acerca de la inusitada persecución de la cual fuimos objeto, sin saber por qué, he llegado a relacionarla con los hechos apuntados, y con otros privados que he de callar. Y la sospecha de este motivo entre los demás que vengo exponiendo como determinantes de la enemiga del Gobierno contra nosotros, ha venido a arraigar en mi conciencia.
Considere el lector; dos causas se alegan como motivos de la persecución ensayada contra nosotros: Una el proyecto de sublevación militar. Al final, demostraré el absurdo de ese estúpido proyecto, no obstante que quienes debieran en buena lógica jurídica y ordinaria llegar a demostrar la veracidad del complot son los mismos que han afirmado, con escándalo, su existencia. Pero por de pronto fíjese el lector en un detalle: escribo a últimos de agosto; van dos meses, a contar desde la acusación. ¡Y todavía no se ha celebrado contra nosotros consejo de guerra, sumarísimo ni ordinario, y todavía no hemos sido ni sumariados siquiera; ni por tanto, han llegado a requerirnos a prestar declaración en el proceso!
La segunda causa, por la cual dicen que nos acusan, son las violencias de lenguaje desarrolladas en nuestros mítines. En mi pueblo hay un refrán que reza: “¡Quién le va a decir p... a la Méndez; Maria Cuadros!.” Los individuos del Gobierno, son la María Cuadros de ahora. ¡Ellos acusadores de violencias de lenguaje! Por lo escrito, ya estará persuadido el lector de que no somos paflagonios, choriceros, voceadores de plazuela, estilo de aristofanesca farsa; sino hombres muy modestos, pero que han pasado toda su vida procurando ganar en profesiones catalogadas, dentro de marcos morales, dinero y espíritu, para darlos al pueblo. Nosotros consideramos la política como un juego de hombres. Como un fin, en sí. En vez de sacar el vicio de emborracharnos, hemos obtenido de nuestra ascendencia esta tara, de luchar por el crecimiento cultural del pueblo. Al contrario que los políticos profesionales, los cuales siempre se han encaramado sobre las espaldas del pueblo, halagando sus pasiones demagógicas para obtener poder o dinero que les permita el adorno salvaje, repugnante a nuestro sentido estético, de ceñir la curva de la panza con gruesas cadenas de metal, o los dedos de las manos con robustos sortijones.
¡Violencias de palabras! Que venga a enseñarnos moderación la élite ahora moderada, surgida de las enseñanzas ético-políticas de ese señor Alejandro Lerroux; los ex-jóvenes bárbaros que escuchaban entusiasmados las palabras del maestro, con cátedra en él. Paralelo: He aquí una muestra de su palabra siempre culta y pedagógica: “¡Destruid lo existente! ¡Llegad a matar o a morir! ¡Entrad en los conventos, levantad el velo de las novicias, y elevadlas a la condición de madres!” ¡Qué bonito! ¿Entraban, también, las monjas en nuestros repartos de mujeres? Por lo menos, concédasenos que, de haber repartido mujeres, nos hubiésemos llegado a inspirar por lo menos en Platón, quien las atribuye a los mejores del pueblo. ¡Y, entonces, qué desolación para don Alejandro Lerroux, y para sus crías!
Algo hubo contra nosotros, que no fueron ni el complot disparatado, ni las soeces violencias de lenguaje.
VIII
Aprovecharé ahora la ocasión para sincerarme con los amigos liberalistas, quienes han venido a escribirme, protestando del Estatuto redactado para Andalucía: obra de una ponencia nombrada por la Diputación de Sevilla. En primer lugar ruego a estos amigos, como ya lo hice en mis cartas, que no se apasionen, que consideren que el Proyecto de Estatuto aparecido en los periódicos, es eso, únicamente un proyecto sólo.
Claro que, como dice la nota que hubimos de entregar los de la Junta liberalista a nuestro delegado de Granada, nosotros no hemos tenido arte ni parte en la redacción de esa ponencia, la cual no puede llegar a satisfacernos a los liberalistas, quienes hemos venido manteniendo una estrecha comunicación y avanzado cada vez más en la expresión pragmática de lo que la restauración de Andalucía exige de nosotros. Yo no sé más de ese asunto de la Ponencia, que lo siguiente: La Junta liberalista de Sevilla solicitó de la Diputación que convocase una Asamblea de Diputaciones, para ver el medio de llegar a la elaboración de una Ponencia relativa a un Estatuto andaluz.
Del mismo modo, la Junta, valiéndose de mí, recabó también de personalidades políticas la convocatoria de una Asamblea de Municipios, indicando la conveniencia de que esta Asamblea no se llegase a celebrar en Sevilla. La Diputación accedió a la solicitud de la Junta y convocó la Asamblea de Diputaciones. Pero, tal vez -y no quiero pensar mal, lo digo considerando la necesidad de poner en claro, ingenuamente, este asunto -debido a que el intermedio entre la convocatoria y la reunión de las Diputaciones hubo de desarrollarse la candidatura Franco, por la cual, y en contra de los políticos, tomó parte la Junta, es lo cierto que ésta no fue citada a esa primera o primeras sesiones de la Asamblea, no obstante que uno de sus miembros -el que escribe estas líneas- había sido nombrado, según dijeron los periódicos, delegado por la Diputación de Jaén. Poco después leí con sorpresa y aún con cierta inquietud en los periódicos publicados un Estatuto, en el cual, como se ve, nosotros no llegamos a intervenir. Y más tarde fue cuando se entrevistó con nosotros una representación de la Diputación o de la Asamblea de Diputaciones, para preguntarnos si contarían con la Junta o con la asistencia de ésta para las siguientes sesiones, las cuales creo que no se han llegado a celebrar aún.
Nosotros, por consiguiente, no hemos podido aportar a esa obra nuestra humilde experiencia, adquirida en la meditación casi constante de los problemas actuales y de la historia de Andalucía, y en el trato continuo con los andalucistas de todas las provincias, y en la asistencia a dos Asambleas andalucistas, medios por los cuales llegamos a enterarnos un poco de las aspiraciones de Andalucía, con respecto a este problema fundamental. De haber asistido a esas reuniones, hubiéramos solicitado la suspensión de las mismas hasta que Granada no hiciera acto de presencia; habríamos planteado como cuestión esencial la discusión del método para llegar a la redacción de la ponencia; esto es: que al modo o al procedimiento para la confección del anteproyecto, le hubiéramos llegado a atribuir capital importancia: sin descuidar el haber propuesto a la Asamblea, que cada provincia buscase el asesoramiento de sus Municipios y Centros representativos de toda actividad, para venir, después de realizadas estas labores previas, a la celebración de una Asamblea, cuyas sesiones no se reuniesen solamente en Sevilla; en la cual se acometiese ya en firme la redacción y discusión del anteproyecto. En cuanto a la estructuración de Andalucía, nosotros, ya en esta Asamblea, defenderíamos:
1.
Andalucía es un anfictionado de pueblos, animados por el mismo espíritu y fundamentados en la misma historia; pero estos pueblos (ni por su tradición particular, la cual alcanza a distinguirse dentro de la unidad espiritual e histórica de Andalucía, ni por el carácter cultural de esa historia, que, al contrario de los pueblos de fundamento románico y gótico, no hace un fin esencial de la política), no pueden llegar a someterse a la regla inflexible de un estado político homogéneo. Puesto que, además, nos encontramos actualmente con el instinto de conservación de las capitalidades provinciales, las cuales, casi todas, han sido cabezas de reinos durante Al-Andalus, cada una de ellas debe llegar a constituir un Estado, el cual venga a reanudar la tradición de “las pequeñas cortes erigidas en Academias, presididas por los príncipes”. Esto no se opone a la existencia de una representación unitaria de Andalucía, en el orden político, constituida por delegados de los Estados andaluces; a la cual representación unitaria, para entendernos de algún modo, vendré a denominar ¡Consejo o Junta de Andalucía o del Anficcionado andaluz.
2.
A cada uno de los Estados andaluces, incluyendo Marruecos (España solamente está obligada, por los tratados internacionales, a proteger Marruecos, garantizando el orden en su zona; condiciones, las cuales, únicamente podrán llegar a realizarse verdaderamente, por el método que proponemos. Ya se ve. Sin perjuicio de nuestro sentir como andaluces, sólo pedimos a España que otorgue el valor de método más práctico a esta parte de nuestro programa), les vendría a regir una Corporación autónoma, v. gr., una Diputación, como las que hoy tienen, con facultades ampliadas en lo legislativo, encomendándose lo ejecutivo a sus Comisiones permanentes.
3.
Cada uno de estos organismos vendría a destacar un delegado, para llegar entre todos a constituir el expresado Consejo, o Junta de relación o de Gobierno de Andalucía, quien representaría a todos los Estados ante el Poder Federal español, relacionándose con este Poder, en nombre de todos ellos, para todos los efectos; y ejercería las funciones delegadas, para fines internacionales, que el Poder español le viniese a encomendar. La residencia de este Consejo seria turnada entre las ciudades andaluzas, capitales de Estado. Andalucía, pueblo cultural, es anfictionado de pueblos. Y por esta razón, como decía hace cerca de veinte años, en Ideal Andaluz, en pueblos de esta índole, «la capitalidad no se toma, se gana o se pierde naturalmente. Es decir, capitalidad verdadera vendrá ser de Andalucía, aquella ciudad o Estado que en un momento determinado de su historia venga a vincular una intensidad o un desarrollo mayor en las creaciones de su Espíritu.
4.
El modo de llegar a la redacción de un Estatuto para Andalucía, es que se ha de mantener dentro de la vigencia de una Constitución federable, como dicen ahora, con evidente barbarismo, relativamente a la que se prepara para discutir en las Cortes, es decir, si llega a prosperar indefinidamente el criterio equivocado a nuestro juicio (véase el capitulo de este folleto «La Revolución Española») que el Gobierno ensaya con respecto a Cataluña; Seria la convocatoria de una Asamblea de Diputaciones, en la cual convocatoria se viniesen a aludir a los principios anteriormente expuestos (números 1 a 2), expresando como condición sinequanon para la celebración de dicha Asamblea, la asistencia a ella de todas las Provincias. Esta Asamblea, constituida por delegados de todas las Diputaciones, se ampliaría, convocando a su vez a todos los centros intelectuales de la Región, Sociedades económicas, Ateneos, Círculos de este carácter, etcétera, y a los organismos provinciales, industriales, comerciales y obreros de cada provincia, para que enviasen asimismo a la Asamblea un delegado. Constituida ya ésta del modo expresado, se distribuiría en Secciones correspondientes a cada Provincia; y para cada uno de los Estados andaluces vendría a elaborar su respectiva sección el Estatuto correspondiente. Estos Estatutos serian sometidos al referéndum o a la aprobación de las Diputaciones y Municipios del Estado o provincia a que correspondan: y todos ellos, una vez verificada esta operación, vendrían a constituir el Estatuto de Andalucía que los representantes en las Cortes, andaluces, someterían al Parlamento español. Téngase en cuenta que a Andalucía corresponde un Estatuto verdaderamente federalista, es decir, de abajo a arriba y no de arriba abajo como el catalán. Y por consiguiente, que la intervención de los municipios en su elaboración, es esencial para Andalucía.
5.
También pudiera seguirse el procedimiento de que estos representantes recabaran del Parlamento autorización para que Andalucía viniese a poder verificar unas elecciones generales de representantes al efecto de celebrar una Asamblea para la redacción de su Estatuto, y esta Asamblea, distribuida en secciones provinciales del mismo modo que se dice en el número anterior, podría llegar a elaborar el estatuto de cada Estado; cuya articulación constituiría el Estatuto de Andalucía, que vendría a someterse a las Cortes españolas.
6.
Considero principios capitales substantivos de aplicación a toda la Región, y según sus tradiciones, la autonomía municipal. Las villas y aldeas o alquerías andaluzas, sin perjuicio de las cargas generales, se regían libremente, durante Al-Andalus. La libertad absoluta de enseñanza. El Estado debe sólo preocuparse de mantener y multiplicar el número de bibliotecas y centros de estudio, de enseñanza y de investigación. Pero para nada tiene que inmiscuirse en la elaboración de títulos de capacidad. Este último criterio es europeo. Europa lo tomó de los persas; pero no es andaluz. Aquí enseñaba quien podía; y ejercía las profesiones, aquel a quien el pueblo le reconocía la suficiente aptitud. La Justicia, sin trámites prefijados, y absolutamente gratuita. Así fallaban nuestros jueces o cadíes. Un juez supremo; jueces en cada localidad, que enjuiciaban y fallaban ex equo, ex bono. El criterio de Costa del arbitraje obligatorio, correspondería bien a la tradición de Andalucía, en Al-Andalus.
La aplicación del principio; nadie debe tener la tierra que no pueda cultivar; con la cooperación obligatoria para el alumbramiento y conducción de aguas; y las reglas sabias para su distribución, que aún ejemplarizan a España, del Tribunal de Riegos de Valencia; pudiéndose hoy llegar a extender la cooperación obligatoria, por la sindicación, para abonos, maquinarias, etc. La ganadería y la foresta, subordinadas, o mejor dicho, parte integrantes de la Agricultura; no algo separado como la conquista, vino a sugerir. El repetido Costa, parece haber estado inspirado por Andalucía, cuando expresaba aquella fórmula de Agricultura armónica: «Muchas ovejas y pocos rebaños; muchas casas y pocas ciudades; muchos árboles y pocos bosques... Esta fórmula, tengo la evidencia que Andalucía llegaría también a extenderla a la Industria y al Comercio. Viviríamos así, conforme a nuestro genio verdadero: Variedad: libertad para la variedad; de municipios, de enseñanza y de aprendizaje; de Religiones; de Justicia, de cultivos y de industrias, de inmigración y de emigración... Andalucía, volvería a ser la gran maestra de síntesis, científicas, religiosas, étnicas… Una Isla de Humanidad, en la Europa condenada; entre dos mares y dos continentes, residencia del Espíritu, que a la Coordinación fecunda de las variedades llama. Dios volvería a tener en ella su jardín. Y el efluvio de este jardín vendría a condensarse en una mágica palabra, mensaje de Andalucía, para el Mundo: Es
Selam... La Paz.
martes, 5 de diciembre de 2006
LA REVOLUCION ANDALUZA-Blas Infante
Publicado por IDENTIDAD ANDALUZA en 18:10:00
Etiquetas: Blas Infante
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