Por Abderrahmán Medina Molera
El sultanato Nasrí o nazarí de Al-Andalus con capital en Granada, se levanta como último reducto de soberanía andalusí, ante la permanente cruzada de conquista cristiana contra las tierras y pueblos de Al-Andalus. La cuestión mudéjar y la posterior morisca, tienen su origen en esta permanente cruzada promovida ya en sus orígenes por los Francos y la iglesia trinitaria de Roma, movidos por la intención de “refundar” el Imperio romano. Esta cruzada le lanza contra la mayor parte de los pueblos de la Península Ibérica, que rechazan en su inmensa mayoría los principios dogmáticos del Concilio de Nicea así como la nueva edición del imperialismo romano. Nuestra historia andalusí y morisca es contemplada todavía hoy, a principios del siglo XXI, como algo colorista y exótico, examinada como algo ajeno y extraño a un supuesto tronco cristianizante que terminaría por expulsarla. Pero el paulatino estudio y crítica de las fuentes que han venido realizando audaces investigadores como Dozy, Américo Castro e Ignacio Olagüe, entre otros, están revelando súbitamente la debilidad de las premisas en las que se fundaban los análisis tradicionales sobre nuestra historia. Gracias a los estudios de investigadores como los que especialmente hemos señalado, la vieja tesis que otorgaba “ley de extranjería” al Islam, junto a un supuesto influjo efímero en nuestra identidad y cultura resulta hoy imposible de sostener. Las corrientes unitarias, arrianas, donatistas, priscilianistas, adopcionistas o judías; que profesaban la mayoría de los pueblos peninsulares, van a propagar el Islam como madurez metodológica del unitarismo, en consonancia con un proceso de casi trescientos años de evolución de ideas. Nada de mutaciones. El Islam era la consecuencia de una larguísima depuración de tradiciones unitarias en el Oriente y el Occidente, cuyas referencias más próximas para nosotros serán las comunidades y seguidores unitarios de Jesús de Nazaret. El Profeta Muhammad no había invadido la Península Arábiga con tropas extranjeras para convencer a sus paisanos. Había suscitado una revolución civil, un cambio de ideas. Ocurría lo mismo en la Península Ibérica, también en el resto del mundo mediterráneo; donde tras la caída y desmembración del Imperio romano, no eran posibles agresiones militares de gran envergadura, propias de imperios poderosísimos. En aquellos períodos de la historia no eran posibles tamañas empresas expansionistas. Se trataba de una experiencia revolucionaria capaz de vertebrar el universo unitario. Ni más ni menos ello ha constituido el triunfo de Islam.
Se sitúa así, el centro de la controversia, en el momento de la dislocación del Imperio romano.
Desde el siglo cuarto, se asiste en las provincias de la Península Ibérica, dominadas por Roma, especialmente en su parte más meridional (la Bética-Cartaginense), al igual que en las del norte de África (Tingitana-Mauritania), a la aparición y estallido de hechos políticos, corrientes de pensamiento y espiritualidad unitarios sin parangón alguno con lo que ocurría en el resto de Occidente, pero que eran extraordinariamente parecidos a los que acontecían en las provincias romanas asiáticas de Bizancio: movimientos nestorianos, monofisitas, arrianos, gnósticos, judíos, paganos, etc. La antigua Bética-Cartaginense (Andalucía) y el litoral mediterráneo, los lugares más ricos y cultos en aquel tiempo del desmembrado imperio romano de Occidente, mantenían además estrechas relaciones comerciales con Bizancio. Ello explica la ayuda militar que presta Justiniano, emperador de Oriente, a los andaluces para impedir las invasiones godas. No hay que olvidarlo, fue en el siglo VII, unos ochenta años antes de la pretendida invasión de los árabes (711), cuando los visigodos logran durante el gobierno de Sisebuto y Suintila, conquistar los últimos reductos de resistencia de los andaluces y bizantinos. Ello va a permitir la comprensión de muchas cosas. En primer lugar, que el cristianismo trinitario era en las provincias andaluzas un fenómeno muy minoritario. Andalucía se aproximaba más en cuanto a contexto histórico, cultural, social y económico, a lo que existía en las provincias africanas y asiáticas administradas por el Imperio bizantino. Las tradiciones proféticas en Oriente, en el Norte de Africa y en las tierras meridionales de la Península Ibérica, eran un obstáculo insalvable para la predicación cristiana de los seguidores de Pablo de Tarso, auténtico fundador de la iglesia cristiana; un difícil obstáculo a su dogma trinitario y sus postulados doctrinales. De otro lado, las enseñanzas de la filosofía helenista, supervivientes en corrientes de gnosticismo e intelectualidad pagana, sobre todo en el cultivo de la cultura grecolatina, creaban de igual modo, una fuerte defensa de costumbres ancestrales y un obstáculo imponente a la penetración de la pobreza teológica del paulinismo.
Por el contrario, el donatismo y sobre todo el arrianismo, encontraron un medio adecuado para desarrollarse en estas provincias cultas. Entroncados estos movimientos en las tradiciones unitarias del universo profético, fueron capaces de transmitir los dos elementos singulares del mensaje de Jesús de Nazaret. El primero, la referencia insistente, propia de la tradición profética, que aboga por la superación social de la ley y el templo. El segundo, un mensaje de universalidad fundamentado en el conocimiento unitario de la existencia y por lo tanto de la trascendencia; capaz de atraer al unitarismo, sin violencia alguna, a las masas de población hasta entonces adheridas a los cultos y tradiciones de pensamiento pagano. Gozaba todo ello además de altura metodológica y aparato documental que impresionaba a los más cultos e intelectuales. De esta forma, las provincias más ricas y cultas de la Península Ibérica se adhieren al unitarismo; mientras que las más pobres e incultas, presionadas desde el edicto constantiniano de Nicea, terminaron algunas por aceptar en parte el cristianismo paulino. A partir de esta situación se evoluciona del unitarismo arriano al unitarismo profético del Islam, a lo largo de los siguientes siglos.
La transmisión profética de Jesús de Nazaret no tiene carácter mesiánico ni mucho menos cristológico, de hecho no era una creencia aceptada o propagada por sus discípulos o por los que le conocieron. La práctica totalidad de las corrientes proféticas enunciadas no participaron del sentimiento mesiánico paulino, ni mucho menos del concepto cristológico helenizante. Eran muy pocos los que mantenían una perspectiva vaga de mesianismo, escatológica en todo caso, nada operante en la realidad. El mismo Filón de Alejandría silencia completamente la expectación mesiánica. Respecto al propio Jesús, prácticamente desconocemos por completo sus enseñanzas, ya que los diferentes evangelios canónicos o apócrifos atribuidos a Jesús, son una panoplia intelectual muy posterior a Jesús, como ya todo el mundo sabe; fueron elaborados estos evangelios por colectivos paulinos del entorno de la sinagoga, que se enfrentaban con el desafío del universalismo, muy influenciados por el pensamiento de Filón y la pobreza teológica de Pablo de Tarso. También Apolonio de Tiana, Plutarco, Plotino y los Hermetistas serán puentes entre el pensamiento judío coetáneo y la necesidad de abrirse a los llamados paganos, todo ello en un movimiento más envolvente y general..
La tradición profética de Jesús niega la revelación de Jesús como mesías o Cristo, así como la fundación de iglesia alguna. Pablo era el único que reivindicaba una interpretación mesiánica de la vida y muerte de Jesús en la Cruz. Pablo de Tarso sabía, según aparece en sus escritos, que su doctrina acerca de la vida, muerte y resurrección de Jesús no coincidía con la comunidad directa de discípulos de Jesús en Jerusalén. Pero no cede en su intento frente a los discípulos directos de Jesús. Las Espístolas de Pablo, son en parte, los únicos documentos “cristianos” de la época, en los que prescinde totalmente de la enseñanza de Jesús. Pablo no podía ignorar que la comunidad de discípulos en Jerusalén y quizá alguna otra de Palestina, retuvieron de forma oral o por escrito, retazos de la enseñanza de Jesús. Pero estos no le interesan, hasta el punto que apenas si da a entrever algo en sus cartas. Lo que nos lleva a afirmar con toda evidencia, que hay en ello una toma de posición consciente y calculada. La realidad profética de Jesús es una excusa para el judío Pablo, que es el único que proclama la resurrección como el hecho constitutivo de la mesianidad de Jesús (Romanos I, 2-4; Tesalonicenses I, 10). El acto de proclamación del mesías, es la divinización del héroe muerto en la cruz, como proclama solemnemente en la carta a los filipenses (II, 7-10). Jesús, por lo tanto, no detentaba calidad mesiánica alguna a lo largo de su vida. De ahí que Pablo no hable nunca del retorno del mesías, sino simplemente de su venida. El primero que habló de una primera y de una segunda parusías fue muy tardíamente Justino (Diálogo 1-4, 8: 40,4; 118,2).Esta creencia explica definitivamente la indiferencia de Pablo respecto de la enseñanza profética de Jesús en Palestina, ya que no se trataba de una enseñanza mesiánica, sino, a lo sumo, de una misión profética a un entorno humano limitado, prácticamente sólo a Palestina. Con Pablo se inician también los primeros escarceos trinitarios, siendo en definitiva Pablo y no Jesús, el auténtico artífice originario de la iglesia cristiana trinitaria. Este debate de las ideas implicaba también posicionamientos políticos. Por ejemplo, el movimiento donatista o el arriano fueron formas de rebelión manifestadas por diferentes pueblos contra el imperialismo romano; por el contrario el cristianismo trinitario favorecía sustancialmente la integración imperial.
CRISTOLOGÍA PAULINA
Loa andalusíes llamaban a los conquistadores cristianos “franyi” (francos), “rumíes” (romanos) o “cafres” (del árabe kafer). Tras la muerte de Pablo de Tarso, las primitivas comunidades paulinas se organizan mediante la constitución de sínodos y toman acuerdos sobre determinadas normas fijas: las reglas de fe (Regula fidei), el bautismo, el canon de las Escrituras con la aceptación de la Torah o Antiguo Testamento, y la creación de un episcopado monárquico (teoría de la consagración apostólica y de la sucesión), atitulándose católicos (universales). Se abandona un mínimo principio más participativo y democrático para adoptar una constitución autoritaria y jerárquica, proclamando la separación entre el clero (obispos y sacerdotes) y el laicado (simples creyentes) sin ninguna significación real.
Tras el edicto de Milán proclamado por Constantino y en el que se promulga la libertad religiosa para todos los pueblos del imperio, surgen diferentes cristólogos que unen las ideas mesiánicas paulinas con la filosofía griega del logos (Ireneo, Tertuliano, Hipólito, Cipriano, Clemente de Alejandría y Orígenes). Estos cristólogos rechazarán, al igual que Pablo, el humanismo de la cultura de su época, buscando en el universo de concepciones populares helenístas y judías, de un carácter dualista, el trasfondo sobre el que proyectar su nueva teoría del “pueblo elegido”, ahora la iglesia. La tesis de estos cristólogos es en lo fundamental la misma que mantuvieron Filón en la filosofía y Pablo de Tarso en la teología: la imagen que tenemos de dios –según estos autores- condiciona la imagen que tenemos del mundo, pretendiendo fundir dos universos culturales con dos imágenes distintas de la trascendencia: helenistas igual al dios cosmológico, principio de necesidad; judaismo igual a Yahveh, histórico y personal, principio de emergencia, en uno solo. No hubo diálogo sino fagocitosis: se engulleron mutuamente, la una a la otra, en una larga y pesada indigestión que dio como resultado el occidentalismo cristiano y su historia. Algo semejante se ha venido practicando por parte de los Estados e imperios occidentalistas respecto a otras culturas y otros pueblos: engulléndolo todo para impedir y dificultar hasta lo indecible el normal desarrollo de las civilizaciones humanas. La institucionalización de esta fagocitosis se lleva a cabo con el Concilio de Nicea en el año 325, convocado y presidido por el propio Emperador Constantino y en el que se presiona manu militari para la formulación de una profesión de fe trinitaria (Credo), ateniéndose a la doctrina de Atanasio: el hijo es igual al padre por homousía (identidad de sustancia).
EL PUEBLO DE LOS FRANCOS
A mediados del siglo IV las tribus germánicas padecen en sus territorios originarios cambios climáticos desfavorables junto a un incremento demográfico; ambos factores van a provocar hambrunas muy graves. A su vez, el avance de los hunos que destruyen el reino ostrogodo de Ermanerico en el año 375, es la causa inmediata de la avalancha de los pueblos germánicos sobre las tierras y pueblos que dominaba el imperio romano. La consecuencia será la desmembración total de este imperio romano de Occidente que será sustituido por un mosaico de reinos germánicos. La iglesia católica, detentadora del poder en Roma, pretende un pacto histórico con los reinos godos con el propósito de sustituir y heredar el ya dislocado imperio romano occidental. Ello no lo consigue, ya que los pueblos godos inmigrados, habían aceptado el arrianismo como consecuencia de las predicaciones del obispo godo Ulfila y sus partidarios entre los años 310 al 380, traduciendo al gótico las escrituras bíblicas conocidas como Codex Argenteus de Upsala. Los arrianos godos habían sufrido persecución, torturas y matanzas a manos de los católicos amparados en los últimos emperadores romanos, por lo que tras diferentes incursiones de pillaje y otros sucesos políticos, marcharon sobre Roma poniendo sitio a la ciudad entre los años 401 y 403. Con el pago de un gran tributo, Estilicón levanta el asedio y se traslada a Rávena donde de nuevo asedia al emperador Honorio, firmándose un armisticio que no se cumple. En el año 410 los godos toman y saquean la ciudad de Roma con Alarico, que más tarde muere en Cosenza. Ataulfo, sucesor y cuñado de Alarico, se casa con la prisionera romana Gala Placidia, hermanastra del emperador Honorio, fundando más tarde su hermano Valia el reino visigodo de Tolosa (Toulouse).
Los francos penetran paulatinamente hacia el sur de Europa desde la frontera del Rhin, dando fin a los restos del dominio romano occidental al vencer Clodoveo al duque galo-romano Siagrio en el año 486, conquistando el territorio entre Somme y el Loira. Vencen también a los Alamanes que abandonan la parte norte del territorio. De nuevo, la iglesia romano-trinitaria (católica) ofrece un pacto de poder a los francos. Por intereses políticos expansionistas Clodoveo acepta esta confabulación, imponiéndose el catolicismo a todos los francos a partir de la navidad de los años 497 o 498, tras ser bautizado Clodoveo en Reims por el obispo Remigio; de esta forma Clodoveo conseguiría atraerse para su proyecto de expansionismo franco a los partidarios del imperialismo romano más caduco. Apoyado ahora por los bargundios y los partidarios católicos-romanos, vence en la batalla de Vouillé en el 507, conquistando el reino visigodo-arriano hasta los Pirineos; la intervención de Teodorico le impide llegar al Mediterráneo. Septimania permanece arriana y visigoda.
A partir del año 545 el reino visigodo arriano se transforma territorialmente en un reino ibérico con una provincia gala (Septimania). Más tarde, Tediselo es asesinado por los partidarios de Agila, lo que provoca la rebelión de las provincias del Sur en el 552. Las tropas del Emperador de Oriente Justiniano acuden en apoyo de la rebelión de los andaluces, ocupan la Bética y la Cartaginense, anexionan ambas provincias al Imperio de Oriente bajo un magister Militum. La Península se haya ahora administrada en tres soberanías: Sueva en Galicia, Bizantina en Andalucía y la provincia norteafricana Tingitania-Mauritania, y visigoda en el resto.
Con Leovigildo (573-586) los visigodos persiguen una política expansionista y centralizadora en la Península Ibérica: fijan su residencia en Toledo, combaten contra los andaluces y bizantinos conquistando las ciudades de Málaga, Córdoba y Sidonia; luchan contra los vascones en el 581, fundando la ciudad de Victoriaco (Vitoria); contra los suevos, incorporando Galicia a la soberanía visigoda en el 585; también se intenta someter a los grupos católicos, partidarios de la nueva edición que desarrollan los francos del antiguo imperio romano; Hermenegildo se rebela contra su padre por ambiciones de poder, confiando en el apoyo de la minoría católica y de los francos, persuadido por los astutos obispos trinitarios Isidoro y Leandro, muriendo en el intento.
Proclamado Recaredo rey de los visigodos en el año 586, un año más tarde acepta a instancias de Leandro, obispo de la minoría romano-trinitaria, participar en una confabulación católica, bajo el compromiso de la defensa de intereses expansionistas. Antes incluso de la apertura del III Concilio de Toledo, las basílicas arrianas y sus propiedades fueron entregadas a la minoritaria iglesia católica. Queda todavía una inscripción en la Basílica de Toledo rebautizada de Santa María, en la que se dice “fue consagrado in católico el 12 de abril del primer año del reinado de nuestro señor, el más glorioso rey, Flavio Recaredo, en el año 625 de la era hispánica”, es decir, el 587. La principal basílica arriana de la capital del reino visigodo pasa pues a manos de católicos, que pretenden instituirse como herederos y refundadores del imperialismo romano, practicando una política sectaria, represiva y exclusivista: en las actas del III Concilio de Toledo se decreta la obligación de aceptar la doctrina católica para todos los súbditos del reino. Sisebuto promulga el bautismo católico obligatorio para todos bajo pena de expulsión. Sisebuto organiza una flota contra andaluces y bizantinos, mayoritariamente arrianos y contrarios al exclusivismo católico y la soberanía goda, siendo arrinconados en el área del Algarve. Pero va a ser Suintila (621-631) el que somete por las armas a los vascos en el norte peninsular y a los andaluces en el sur, estableciendo también su dominio en la provincia Tingitana-Mauritania en el norte de Africa, incorporada al reino visigodo.
La situación se modifica durante el reinado de Wamba (672-680) que tiene que hacer frente a una invasión de los francos dirigidos por Paulo en las provincias de Septimania-Narbonense y la Tarraconense, víctima de una contraofensiva católica. La lucha por la corona entre los diferentes partidarios y pretendientes debilitan progresivamente la monarquía visigoda. También a lo largo de todo el siglo VII, tanto en el norte de Africa como en la Península Ibérica, experimentan una gravísima pulsación geográfica que transforma el territorio central del actual Sahara en desierto. Durante este siglo, las malas cosechas llegaron a ser cada vez más frecuentes. Oscilaría el fenómeno según lugares y años alcanzando con prontitud una extraordinaria gravedad entre las diferentes poblaciones peninsulares, dando lugar a disturbios por las hambres e injusticias de la tiranía católica. A finales de dicho siglo, la situación que iba de mal en peor, se hizo insostenible. La proclamación de Ervigio como rey visigodo de Toledo provoca los primeros enfrentamientos abiertos que no finalizarán hasta el año 687 con su muerte. La crisis continúa con Egica hasta el 702. Su hijo Vitiza es asociado al trono (702-710) convocando el último Concilio de Toledo, el XVIII, del cual fueron destruidas las actas por los católicos, porque atentaban contra la ortodoxia del cristianismo trinitario romano. No obstante, es fielmente atestiguado por la Crónica Latina anónima. El golpe de timón que significa Vitiza a favor del arrianismo, mayoritario entre la población; junto a una política de libertades y respeto al pluralismo, provoca que algunas crónicas católicas posteriores, como la del Alfonso III, se escandalicen y señalen que muchos sacerdotes y obispos trinitarios se pasaran al bando arriano como Don Oppas. Señala también la misma fuente: Episcopis, presbyteris et diaconis uxores habere proecepit (“ Exhortó a los obispos, presbíteros y diáconos a que tuvieran mujeres”). El autor de la crónica de Alfonso III es concluyente respecto a Vitiza: Censura ecclesiasticos consurgeret. Concilia disolvit..canones obseravit (“se ha opuesto a las reglas eclesiásticas. Ha disuelto concilios. Ha redactado Cánones.) Vitiza había dado la espalda a la minoría privilegiada católica y comienzan de nuevo los enfrentamientos por la corona. Opinan la mayoría de los autores que Vitiza debió fallecer por los años 708-709. Había asociado el trono a su hijo Achila, pero a la muerte de su padre no pudo mantenerse en el poder por su minoría de edad y a pesar del apoyo de su tutor, Rechesindo, que debía ser arriano. Los partidarios godos y obispos del bando trinitario-católico aprovecharon la ocasión para rebelarse, provocando la reacción general de las poblaciones que les eran hostiles. La guerra se hizo general tras la proclamación de Roderico en Toledo por una asamblea de obispos y cortesanos católicos; duraron los enfrentamientos unos setenta años, hasta el 770 aproximadamente, antesala y prólogo de la revolución islámica, formación de Al-Andalus y fin del reino visigodo.
LOS FRANCOS Y LAS CRUZADAS
En el 751 es proclamado Pipino rey de “todos los francos” en Soissons. Por primera vez un rey franco recibe el óleo sagrado de la iglesia trinitaria, ungido por el arzobispo Bonifacio, legado del papa romano. Pipino, junto con sus descendientes, recibe del papa el título de Patricius romanorum (protector de los romanos), iniciando la primera guerra contra los arrianos y otros unitarios de Narbona en el año 759. Pero va a ser en el año 777 cuando Carlomagno aliado con Roma inicia la primera guerra contra los musulmanes de Al-Andalus y los otros pueblos arrianos o unitarios de la Península Ibérica. Carlomagno conquista Pamplona y pone sitio a Zaragoza. La ayuda de los andaluces que recibe esta ciudad, obliga a Carlomagno a levantar el sitio y regresar a Francia. En la huida sufre el ejército franco una grave derrota, infligida por los andaluces y vascos en el desfiladero de Roncesvalles. Posteriormente los andaluces se dirigen a Narbona para liberarla, lo que induce a Carlomagno a una nueva guerra y sucesivos pactos con los andalusíes para establecer la Marca Hispánica, origen del condado franco de Cataluña. El año 800 el papa León III corona emperador a Carlomagno con la fórmula Romanum gubernans Imperium. Bajo Carlomagno surge la iglesia imperial franca-romana. La actitud religiosa del emperador y el papa está totalmente condicionada por intereses políticos y expansionistas, apoyándose mutuamente en una política de cristiandad ya que la apuesta por la catolicidad era a su vez una apuesta por el neoimperialismo romano. Con la fórmula dogmática de la trinidad, Carlomagno y el papa pretendían uniformizar y perpetuar el imperio romano, ahora franco-católico, pretendiendo someter a los diferentes pueblos y culturas: eslavos, alamanes, germanos, ibéricos, etc. a una misma ley y religión del imperio. La principal oposición a este proyecto imperial-expansionista la encontraron en los diferentes pueblos de la Península Ibérica. La civilización unitaria había sido siempre de gran significación en la historia e identidad de los pueblos ibéricos. Escribe Menéndez y Pelayo: “Es insignificante el número de “divinidades” que puede decirse indígena de los íberos”. Agustín de Hipona asigna a los andaluces (turdetanos y antiguos íberos) la tradición unitaria. En su obra “La ciudad de Dios”, capítulo IX del libro séptimo, les atribuye la noticia de un dios único, autor de lo creado..., impersonal, inimaginable, incorruptible; en definitiva, toda una epistemología unitaria a cuya noticia habían llegado estos pueblos ibéricos, según Agustín de Hipona, gracias a las enseñanzas de sus profetas y sabios. Todo ello daría lugar a que el arrianismo en Andalucía, Valencia y Vasconia, junto al priscilianismo en Galicia, se convirtieron en una expectación favorable a la transmisión del Islam como madurez y universalidad profética. El Islam iba creando un universo, no exclusivista, de pueblos y culturas. Una civilización plural que hizo emerger a la mujer y al hombre de la mera suficiencia, procurándole la armonía entre la realidad plural y la conciencia unitaria; entre la persona y la comunidad, entre los pueblos, las diversas culturas y la Umma o nación universal sin fronteras, en abierto diálogo entre civilizaciones. La Humanidad conoció una de sus grandes épocas de esplendor.
Entre tanto, la concepción que Carlomagno y el clero católico tienen del imperium es una mezcla entre la tradición cesárea y la concepción germánica de la monarquía sacerdotal influida por el pensamiento agustiniano de la civitate dei. La dignidad imperial la otorga ahora el papa de Roma en calidad de translator imperii o suma autoridad. Carlomagno reivindica el derecho a dirigir también los asuntos eclesiásticos: preside los sínodos, establece el diezmo eclesiástico, la creación de circunscripciones metropolitanas (12 arzobispados francos, 5 italianos y 4 alemanes), además de parroquias autónomas en las zonas rurales. Podemos observar cómo todavía en el año 814 la iglesia católica no disponía de ninguna circunscripción metropolitana en toda la Península Ibérica, es decir, no había una población y tradición católica significativa.
El emperador católico Carlomagno fomenta la uniformización de la liturgia de acuerdo con el rito romano; se reserva la potestad de nombrar a laicos de su total confianza como obispos y abades, transformándolos en funcionarios encargados de la expansión del imperio junto al cristianismo católico. Se inicia pues una política abierta de cristianización y guerra de cruzada contra los pueblos ibéricos.
Los monasterios se convierten en auténticos caballos de Troya en las diferentes marcas de la Península. Se declara obligatoria la regla benedictina para todos los monasterios dependientes del imperio franco. En los siglos X y XI, frente al proceso de secularización de la vida monástica católica, como consecuencia del enorme poder feudal de esta iglesia, y ante la reivindicación de los señores feudales laicos que pretendían jurisdicción sobre los conventos situados en sus dominios, se origina el movimiento cluniacense, que irradia de las abadías de Cluny –fundada en el 910- y de Gorze. Propugna la protección exclusiva del papa y no la del obispo o señor, la implantación de una estricta disciplina y el reforzamiento de la autoridad del abad. Cerca de 200 monasterios pasan a formar una congregación bajo la obediencia del abad francés de Cluny. Era la mejor organizada y disciplinada quinta columna al servicio del expansionismo franco-romano. Desde Pelayo (718-737) y Alfonso (739-757) se repuebla Asturias de francos, fortificándose los puntos fronterizos con las avanzadas de los andaluces, que en el 794-95 saquean Asturias. Navarra mantiene su independencia entre andaluces y francos. La provincia gala de la Septimania-Narbonense es administrada por los andaluces, que son rechazados en la batalla de Poitiers (732). La Septimania es incorporada al reino franco por Pipino el Breve, veinticuatro años más tarde. Carlomagno (768-814), emperador de los francos, conquista los territorios peninsulares al norte del Ebro y los anexiona al imperio franco, fundando y repoblando de francos los condados de Castilla, Aragón, Sobrarbe, Ribagorza y Pallars; además de los condados catalanes de la llamada marca hispánica. Las repoblaciones masivas de francos –franceses- tienen lugar entre los años 801 con la conquista de Barcelona y el 897 que con el franco Wifredo I el Velloso, lleva la conquista hasta la línea del Llobregat, forzando a la población ibérica de esta parte de la antigua tarraconense a convertirse al catolicismo. De esta forma los francos conquistan y anexionan a su imperio toda la cornisa cántabra junto a los Pirineos, y para mantener este pasillo, a modo de contrafuego contra el Islam y las aspiraciones de libertades e independencia que con la administración andalusí habían logrado los diferentes pueblos ibéricos, se va a urdir el montaje de la tumba de Santiago de Compostela. Es a partir de Alfonso II el Casto con la invención del “descubrimiento” del cuerpo de Santiago en Compostela, cuando los reyes francos hacen un uso político de este camino para unir el norte peninsular con el imperio franco, lo mismo que crearán otro hacia Roma con el mismo fin. El rey Alfonso preocupado por la reestructuración del reino leonés siguiendo los cánones del imperio Carolingio y necesitando también vencer las resistencias con los unitarios de Al-Andalus, va a utilizar el camino de Santiago como una barrera con el centro y sur peninsular, haciendo de este apóstol el símbolo permanente de la lucha contra el Islam. La sociedad leonesa se ha convertido ya en tiempos de Alfonso II en una monarquía franco-católica, que empieza a desarrollar el mito de la “Hispaniam cristiana”, configurando en torno al supuesto sepulcro de Santiago todo su montaje ideológico. Más tarde, la monarquía aragonesa hará otro tanto de lo mismo, tomando el otro símbolo “santiaguista”: un supuesto pilar sobre el que una supuesta virgen se apareció a un supuesto apóstol. Y, hasta el siglo XVII llegará el último intento de violentar territorios y poblaciones a través de una política expansionista de cristiandad fundamentada en “Santiago Matamoros”. Incluso la fracción morisca moderada intentará evitar la marginación de las poblaciones musulmanas sacando a la luz en el Sacromonte granadino las revelaciones de San Cecilio, discípulo ¡cómo no! de aquel supuesto Santiago. El reino leonés es cristiano trinitario, fundamentalmente porque el camino de Santiago lo une al imperio franco-romano. Sin embargo, existe demasiada evidencia del colonialismo franco para que nazca todavía la idea de unidad de un pueblo hispano-cristiano y sobre todo, la ideología de reconquista.
En al argumento, fácilmente se ha introducido una falacia: la de que el enfrentamiento que se produce en la península era entre cristianos indígenas y supuestos árabes extranjeros, y la identificar a estos cristianos franceses que han constituido el reino de Castilla en el siglo XI, con los unitarios de la administración visigoda en el siglo VIII. La búsqueda de esta identificación era algo que se perseguía desde hacía tiempo, y en este propósito es donde su produjo la petición forzada al Emir Taifa de Sevilla Al-Mutadid del cuerpo del San Isidoro de Sevilla para que fuera trasladado a León en tiempos de Fernando I, padre de Alfonso VI. Poco después, con el oro que proporcionan las parias que pagan los reinos de Taifas musulmanes, se construyen las Basílicas de Santiago de Compostela y de San Isidoro de León, convertidas en símbolo de una reconquista que oculta un nuevo expansionismo francés en la Península.
Los franceses que administran Castilla se adueñan del concepto geográfico de Hispaniam, en detrimento de Al-Andalus, pero, en realidad, en detrimento de todos los pueblos de la Península Ibérica. De un concepto geográfico (la Hispaniam romana) se elabora un concepto político expansionista con el apoyo de la iglesia romana, que a partir del siglo XII es el principal agente de esta ideología de cristiandad, transformando en concepto de pirámide imperial franco por otro de pirámide monárquica hispánica, usando como apoyo y legitimación ideológica las palabras de cruzada de los pontífices: “No es contrario a la fe católica exterminar y perseguir a los sarracenos (musulmanes), pues, a ejemplo de lo que se lee en el libro de los Macabeos, los cristianos no pretenden adueñarse de tierras ajenas sino de la herencia de sus padres, que fue injustamente poseída por los enemigos de la cruz de Cristo durante algún tiempo. Además es legítimo y admitido por el derecho de gente de que en los lugares ocupados por los enemigos que los retienen con injuria de la divina majestad el pío expulse al impío el justo al injusto...” Entre los años 1000 y 1035, Sancho mayor de Navarra se somete al expansionismo franco permitiendo la reforma benedictina, base de la cluniacense, entre los territorios vascones para su catolización. Más tarde, el rey francés, Felipe III el atrevido casa a Juana, heredera del reino de Navarra, con su hijo Felipe IV; quedando Navarra incorporada a Francia hasta el año 1328, logrando el imperialismo franco su objetivo de dominación en todo el norte peninsular. El único bastión de independencia ibérica sería la administración andalusí. Esta política neoimperialista franco-romana es solamente frenada por los andaluces, que durante el gobierno de Al-Mansur (Almanzor), llegan en sus aceifas hasta Barcelona en el 985, León en el 988 y Santiago de Compostela en el 997, con la intención de frenar las agresiones expansionista franco-romanas.
El belicismo de la ideología de cristiandad que profesan los católicos, el expansionismo sin límite de esta iglesia que en aquel momento histórico aprovecha el imperialismo franco ascendente junto a pequeñas ambiciones locales de poder, van a provocar el estallido de una política genocida bautizada con el nombre de Cruzadas. La iglesia católica, los nobles terratenientes y los burgueses del los emporios comerciales (Génova, Venecia, etc.), aprovechan el crecimiento demográfico que experimenta Europa central para desatar esta agresión sin límite: los bárbaros del norte están ya sometidos a la autoridad del papa romano, y lo mismo sucede con los húngaros que han formado una monarquía católica dependiente de la Santa Sede; Bizancio está en su momento más débil, puesto que los normandos han conquistado sus posesiones italianas y los turcos las de Asia Menor. Se escogen de esta forma dos caminos de agresión y exterminio de poblaciones civiles: hacia Occidente el Camino de Santiago y hacia Oriente el Camino del Santo Sepulcro; caminos que abrían a aquellas masas de miserables, nuevas rutas comerciales u oro fácil a sus obispos y señores feudales, que pretendían la rapiña de aquellos pueblos y tierras musulmanas. En esta situación y con este bagaje mental, se inaugura un movimiento genocida como ya señalamos en el que participa la mayor parte de Europa, dirigidos por la iglesia católica.
Al igual que tras la conquista de la ciudad de Jerusalén en el 1099, los príncipes cruzados francos se reparten los territorios conquistados constituyendo el reino de Jerusalén, diversos principados, ducados y condados; algo parecido ocurre en la Península Ibérica, donde los franceses (francos) fundan reinos como el de León, condados como el de Castilla y Aragón; repoblándolos y siendo administrados por señores feudales franceses al servicio del expansionismo franco-romano. Todavía en esta época no se había inventado el mito de la Hispania cristiana.
El aparato ideológico era administrado por los abades franceses de la orden de Cluny, personajes muy destacados en la historia de Francia y de otros reinos vasallos como Navarra, o nuevas fundaciones francesas como Castilla, Aragón o Cataluña. El conocido como san Odilón era algo así como el embajador plenipotenciario en le Península Ibérica del imperio franco-romano. Aparte de participar en la colonización francesa del Norte peninsular es el introductor más destacado del monaquismo franco-romano en el resto del mozarabismo peninsular, actuando de caballo de Troya, aprovechando las libertades y la tolerancia de que gozaron las diferentes culturas en Al-Andalus y en las marcas administradas por la soberanía andalusí. Este monje llamado san Odilón mantenía relaciones muy estrechas también con el emperador germánico, con el rey Esteban de Hungría y Casimiro de Polonia, entre otros; animando de forma muy especial a los cruzados al genocidio contra los andaluces y los otros pueblos ibéricos libres. Va a ser en esta época cuando la iglesia romana se establece de manera oficial en Castilla y ésta queda definitivamente incorporada al Occidente franco-romano.
LOS ORÍGENES DE CASTILLA
Un breve territorio al Norte del Ebro conquistado por los francos de Carlomagno a los vascos-ibéricos, territorio antes conocido como Bardulia, según la Crónica albeldense: “Bardulia qui nuc vacitatur Castella”. Territorio de paso y fortificado entre montañas, que poco más o menos coincidiría con lo que es hoy el partido judicial de Villarcayo y quizá parte del de Sedano, y que sirvió como avanzadilla al expansionismo franco-romano. Inmensa fortaleza natural que se abre con la fosa del Ebro por el sur; con el murallón de los montes Obarenes por el sureste; por los macizos de Peñagobla, Sierra Salvada y Peñalva por el Este, donde se abren los accesos naturales al País Vasco, en zonas donde inmediatamente se pierde la toponimia romance por la vasca. Hasta el mismísimo Claudio Sánchez Albornoz ¡qué ya es decir¡ tiene que reconocer que Castilla “no surgió como prolongación de un viejo pueblo hispano primitivo...”; aunque luego pretenda adornarlo e inventar una especie de solar síntesis de antiguas tribus ibéricas pobladoras de estas tierras (cántabros, austrigones, vardulos y turmogos); por no reconocer, en definitiva, que Castilla es un engendro colonial francés contra la independencia y libertades de las tribus y pueblos de origen ibérico peninsular. El ejército francés que se establece en Castilla es fundamentalmente ofensivo. La caballería llevaba el peso de las acciones, yendo caballo y caballero cubiertos con lorigas, lo que procuraba costes bélicos de gran envergadura. Es en este concepto militar en el que hace aparición el beneficio como compensación a estos gastos. De esta forma comienzan a ocuparse hasta el siglo XII lo que podríamos llamar como tierras de frontera o de nadie. Una vez conquistadas militarmente las marcas y avanzadillas andalusíes de poca importancia demográfica, con la caída de Al-Mansur y la desmembración del califato andalusí, la política de repoblaciones cambia de forma radical, adquiriendo un carácter contractual, al dotar los reyes cristianos a las poblaciones de fueros de población y estatutos de frontera o Extremadura.
La desmembración administrativa de Al-Andalus con el hundimiento del califato, permite una coyuntura favorable para el expansionismo franco-romano en la Península, que aunque sin potencial demográfico para asentarse en nuevas tierras, sí disponen de potencial militar para emprender correría y nuevas devastaciones, cobrando parias que se convierten en una fuente usual de ingresos de extraordinaria importancia.
Antes de que Alfonso VI se decidiera a cortar el nudo vital entre Al-Andalus y sus marcas conquistando Toledo, practica esta política de razzias: Alfonso se puso en marcha... con un ejército innumerable de cristianos: francos, vascones y gallegos, cruzó Al-Andalus deteniéndose ante cada una de sus ciudades, devastando, arruinando, matando y cautivando, para ir luego a otra. Acampó luego en Sevilla y permaneció allí tres días, asoló su región y la deshizo arrasando en el Aljarafe muchas aldeas. Hizo lo mismo en Sidonia y su región, luego llegó hasta la Isla de Tarifa, metió las patas de su caballo en el mar y dijo: ESTE ES EL FINAL DEL PAIS DE AL-ANDALUS Y YO LO HE PISADO.
En la etapa que se inicia a raíz de la conquista de Toledo por el franco Alfonso VI en el año 1085, encontramos por primera vez que la numerosa población musulmana, judía y mozárabe de la ciudad de Toledo y su entorno, no puede ser sustituida por los conquistadores, bien porque no tienen población para hacerlo, bien por la importancia demográfica del elemento autóctono que podría suponer para el futuro un grave revés a esta política expansionista. Por consiguiente se tiene que modificar el régimen de dominación y colonización. Lo que indica también, de paso, que los asentamientos anteriores de población no debieron ser de gran importancia, ya que más que la conquista del territorio andalusí, era la destrucción de sus barreras defensivas. Es a partir de aquí cuando los conquistadores franco-romanos necesitan de una asimilación, ideológica, que se llevará a cabo con la elaboración del mito de la Hispania cristiana, articulado por la iglesia católica y su ideología de cristiandad.
La política de cruzada franco-romana se reanuda con Alfonso VII el Emperador (los andalusíes lo llamaban el sultanillo). El expansionismo castellano de cruzada, plenamente identificado con los propósitos mercantiles de las ciudades italianas del mar Tirreno, fundamentalmente Pisa y Génova, comienzan a mirar hacia Almería, ciudad que cerraba por el Este el triángulo expansionista de Castilla en la Península. Los cruzados genoveses desembarcaron por su cuenta en las playas de Almería en el año 1146, saqueando cuanto pudieron y exigiendo el pago de 100.000 morabitín (la moneda almorávide que más tarde daría lugar al maravedí castellano). El papa Eugenio III, un cisterciense francés elevado al poder de la Santa Sede por el francés Bernardo de Claraval dio carácter de cruzada a esta empresa haciendo un llamamiento a todos los reinos europeos además de a castellanos y catalano-aragoneses. De esta manera, se forma al año siguiente un enorme ejército, engrosado por genoveses, mercenarios pontificios y pisanos que se concentra ante los muros de la ciudad. Los genoveses habían armado para la empresa 63 galeras y 163 navíos de todo tipo, todo ello también organizado que los andalusíes juzgaron que en los mil años anteriores no se había reunido una armada y un ejército tan bien ordenado.
Caffaro, cónsul genovés que había participado ya en el primer asalto, nos da para el ejército reunido los siguientes datos: 2.000 jinetes. 10.000 peones para servirles y unos 15.000 infantes; cerca de 25.000 marineros y remeros. De todo este ejército tan sólo unos cuatrocientos jinetes y mil infantes eran castellanos y navarros, quinientos treinta jinetes más y otros dos mil peones eran catalano-aragoneses.
Pero abundando en el origen de Castilla, los datos que nos ofrece la toponimia son de un extraordinario valor si se aplica un criterio adecuado y se juzga convenientemente: a excepción de la profusión de nombre de santos a consecuencia de la intensa actividad monástica previa a la colonización militar de los franceses, existe numerosa toponimia de origen ibérico anterior a la conquista y latinización romana: nombres como Villabezana en Alava, Bezana al sur de Nela, tienen un sufijo adjetival en ana, muy frecuente en diversas zonas de la Península, sobre todo en Andalucía, Murcia y Badajoz (Totana, Guadiana, Cantillana, Fiñana, Chiclana, et., etc). En el Norte y Castilla aparecen en el valle de Mena: Lezana, Leciñana, Maltrana; y metiéndose en Vizcaya, siempre sobre Cadagua, encontramos Orvijana e incluso Luchana, cerca de Bilbao.
Un foco importante lo tenemos en el extremo sureste de las tierras y poblaciones sobre las que el imperialismo franco organizaría su condado colonial castellano: Extremiana, Leciñana, Cormenzana y Lomana. Aguas abajo del Ebro siguen observándose: Añana, dentro ya de Alava, con sus famosas salinas, tantas veces liberadas por los andaluces y vueltas a conquistar por los francos; y más arriba Berberana, en el partido judicial de Villarcayo. A continuación siguen por el valle del Bayas, Luciñana, Surijana; en el valle del Zadorra y su afluente el Ayuda (del árabe aiiada, con el mismo significado), están Lacorzana, Escanazana, Ozana, Arana, Luciñana de la Oca, Antezana, Subijana de Alava, Crispijana, Lopidana, y más arriba de Vitoria por toda su llanada, encontramos Durana, Retana, Maturana (que también está en Andalucía), Audicana, Adana, Ordoñana... Todos estos nombres debemos considerarlos como recuerdo de villas ibéricas anteriores y coetáneas a la romanización, ya que como está suficientemente probado, no podemos hablar de conquistadores y repobladores bereberes llegados a la Península Ibérica a partir del 711.
Por razones de espacio, no podemos abundar en el presente trabajo, pero resumiendo, queremos señalar que los únicos y verdaderos conquistadores, extranjeros de lo más extranjero en la historia peninsular fueron en un principio los romanos, posteriormente los suevos, vándalos y godos; y como colofón final los francos, y católicos que apoyados en la ideología romana de cristiandad, conquistaron y agredieron nuestros pueblos y tierras de la Península Ibérica. Fueron esos franyi (francos), rumíes (romanos) o cafres, como le llamaban los andalusíes (musulmanes, judíos y cristianos), de los que los moriscos fueron los últimos testigos de identidad y soberanía, baluarte ibérico de libertades frente al expansionismo agresor franco y cristiano-romano.
Fuente: Islam y Al-Andalus
jueves, 14 de diciembre de 2006
ORIGEN DE LA IDENTIDAD Y CAUSA MORISCA
Publicado por IDENTIDAD ANDALUZA en 11:39:00
Etiquetas: Andalucia: La otra historia.
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