jueves, 21 de diciembre de 2006

REBELION Y CASTIGO DE LOS MORISCOS DEL REINO DE GRANADA


LUIS DE MÁRMOL CARVAJAL - ANDANTE EN CORTE DE SU MAJESTAD

CARTA DIRIGIDA A DON JUAN DE CARDENAS Y ZUÑIGA, Conde de Miranda, marqués de la Bañeza, del Consejo de Estado del Rey nuestro señor, y su presidente en los reales consejos de Castilla y de Italia:

HECHA POR LUIS DE MÁRMOL CARVAJAL, ANDANTE EN CORTE DE SU MAJESTAD

Capítulo XI (Pag. 99)

Cómo se alzaron los lugares de la taa de Jubíles, y la descripción della:

La taa de Jubíles confina á poniente con las taas de Poqueira y Ferreira, a tramontana tiene la Sierra Nevada, al mediodía el Cehel y á levante la taa de Ujijar de Albacete. Es tierra de muchas sierras y peñas, especialmente á la parte de Sierra Nevada. Hay en ellas veinte lugares llamados Válor, Viñas y Exen, Mecina de Bombarón, Yátor, Narila Cádiar, Timen, Portel, GorCo, Cuxurio, Bérchul, Alcútar, Lóbras, Nieles, Castaras, Notaes, Trevélez y Jubiles, que es la cabeza.

Hacia la parte de Bérchul hay grandes cuevas, que naturaleza hizo y fortaleció entre las peñas en lugares muy secretos, donde los moriscos tenian recogidos muchos bastimentos para el tiempo de la necesidad. A la parte de levante y mediodía cerca esta taa un rio que nace en lo mas alto de Sierra Nevada , junto al puerto de Loh que quiere decir puerto de la Tabla, porque está una tabla de tierra llana en lo mas alto dél, por donde se atraviesa la Sierra Nevada, yendo de Guadix á La Alpujarra.

Este rio es el que llaman de Cádiar, y entre él y el que dijimos que baja de junto a Trevélez y cerca las taas de Poqueira y Ferreira, está la taa de Jubíles, la cual es abundante de pan, trigo, cebada, panizo y alcandia, y de mucho ganado; mas tiene muy pocas arboledas, y la seda que alli se cria no es tan buena como la de las otras taas, especialinente la del proprio lugar de Jubíles.

Jubiles es el lugar principal desta taa, donde se ven las ruinas de un castillo antiguo, en un sitio asaz grande y fuerte, en el cual dicen los moriscos antiguos que habia en tiempo de moros un alcaide y gente de guerra para tener sujetos los lugares de aquel partido, que eran los mas inquietos de la Alpujarra, bárbaros y bestiales sobremanera. Levantáronse los moriscos deste lugar y de los otros desta taa el viérnes víspera de Navidad, cuando los monfís hubieron muerto los cristianos que fueron a alojarse á Cadiar con el capitan Herrera, y lo primero que hicieron fué robar la iglesia y destruir cuanto habia en ella. Luego corrieron a las casas de los cristianos que moraban en el lugar, y no con menor cudicia que ira las saquearon, y prendiéndolos, los metieron en la iglesia con gente de guardia, y allí los tuvieron algunos días, predicándoles su seta y amonestándoles que se volviesen moros, hasta tanto que volvió Farax, y mandó que los matasen a todos; y por su órden los mataron el juéves 30 dias del mes de diciembre. Los primeros fueron el beneficiado Salvador Rodríguez y el cura Martin Romero, y su sacrístan Andrés Monje. Lleváronlos desnudos en cueros, las manos atadas atrás, á una haza que estaba cerca de la iglesia , y allí los acabaron á cuchilladas, y con ellos otros dos legos. Y teniendo ya en aquel lugar para hacer lo mesmo de otros cristianos de los que tenian presos, acertó á pasar por allí don Hernando el Zaguer, que andaba requiriendo aquellos pueblos, y se los quitó y los entregó á un morisco del lugar, para que tuviese cargo de guardarlos hasta que se los pidiese. Estas crueldades que Aben Farax hacia, no aplacían nada al Zaguer; antes le aborrecía por ello á él y á los que con él andaban; mas no osaba contradecírselo, porque temía que los moros rebelados se lo ternían á mal, y dirían que favorecía a los cristianos, ó que se apiadaba dellos; y por el mesmo caso, haciéndose á la parte de Aben Farax, le alzarían por su gobernador, por ser hombre enemigo y perseguidor del nombre cristiano.

Los del lugar de Alcútar se alzaron el mesmo día que los de Jubíles, robaron la iglesia, hicieron pedazos los retablos y imágines, destruyeron todas las cosas sagradas, y no dejaron maldad ni sacrilegio que no cometieron en compañía de los monfís y de Esteban Partal, su capitan. Fueron á casa del vicario Diego de Montoya, beneficiado de aquel lugar, y entrándola por fuerza, le mataron de una saetada. Prendieron al Licenciado Montoya, su sobrino, y cortáronle una mano; saquearon cuanto tenían. Tomaron vivos a Juan de Montoya, beneficiado del lugar de Cuxurío de Bérchul que se halló allí a la sazon y a otros cristianos y cristianas que vivian en él, y llevándolos después á matar al lugar de Cuxurio con otros captivos, como se dirá adelante, mostraban gran sentimiento de pesar por no haber prendido al vicario Diego de Montoya, porque quisieran tomar muy de espacio venganza en el.

Tambíen se alzaron los del lugar de Narila el viernes en la noche, los cuales destruyeron y robaron la iglesia y las casas de los cristianos, y prendiéndolos á todos, y entre ellos á un clérigo de misa llamado Cebrian Sanchez, los llevaron maniatados al lugar de Alcútar; y habiéndolos tenido allí predicándoles su seta y persuadiéndos que se tornasen moros, y amenazándoles que si no se hacian les darian cruelísimas muertes, cuando vieron que les aprovechaban poco sus persuasiones y amenazas, desnudaron todos los hombres en cueros, y los llevaron, las manos atadas atrás, al lugar de Cuxurio, donde los mataron; siendo autores desta maldad Lope y Gonzalo Seniz, vecinos de Cuxurio de Bérchul, que fueron crueles perseguidores de cristianos, y caudillos de monfis.

El lugar de Cuxurio de Bérchul se alzó cuando los otros desta taa, y los rebeldes dichos con cruelísima rabia entraron lo primero en la iglesia, y haciendo pedazos los retablos y las imágines y la pila del santo baptismo, quebraron el arca del Santísimo Sacramento, y no hallando la sagrada hostia de la Eucaristía, que la habia consumido el beneficiado Pedro Crespo, arrojaron con menosprecio y desden todas las cosas sagradas por el suelo. Luego fueron á saquear las casas de los cristianos, y prendieron al beneficiado, que se habia escondido en casa de un morisco su amigo, y le mataron cruelísiamente. A este lugar llevaron los cristianos que habían captivado en el lugar de Alcútar y Narila, y los mataron á todos delante de la iglesia. Al beneficiado Juan de Montoya, que habia sido preso en Alcútar, sacó uno de aquellos herejes el ojo derecho con un puñal, y luego les tiraron á todos al terrero con las ballestas y con los arcabuces, estando presentes á ello Esteban Partal y Lope el Seniz y otros capitanes de monfís.

Los de Mecina de Bombaron se alzaron tambíen el viérnes en la noche, saquearon luego la iglesia, quebraron los retablos, despedazaron las venerables imágines, deshicieron los altares , y finalmente destruyeron y robaron todas las cosas sagradas; y hallando á los cristianos descuidados, los prendieron á todos y les saquearon las casas. En este lugar arbolaron los rebeldes una bandera de tafetan carmesí bordada de hilo de oro, y en medio un castillo con tres torres de plata, que la tenían guardada de tiempo de moros, y el que la tenía se llamaba Andrés Hami, vecino del mesmo lugar. Prendieron al beneficiado Francisco de Cervilla en su casa, y atándole las manos atrás, le dieron muchos bofetones y palos, y le llevaron de aposento en aposento, hasta que les entregó el dinero y la ropa que tenía; y después sacándole fuera, se adelantó un moro que solía ser grande amigo suyo, y haciéndose encontradizo con él en el umbral de la puerta, le atravesó una espada por el cuerpo diciéndole : "Toma, amigo; que mas vale que te mate yo que otro;" y allí le acabaron de matar los sacrílegos á pedradas y cuchilladas. Y no contentos con esto, tomó uno de los que allí estaban un palo, y le quebrantó todo el cuerpo á palos desde los piés hasta la cabeza; y otro dia de mañana le sacaron arrastrando fuera del lugar, y le echaron en un barranco. No mucho después mataron todos los cristianos que tenian captivos, y entre ellos al beneficiado Juan Gomez el viejo y al cura Juan Palomo, haciendo en ellos mil géneros de vituperios y crueldades. Fué cruel perseguidor de cristianos en este lugar Miguel Daloy, alguacil dél.

El lugar de Válor está en dos barrios; el alto y el bajo; entrambos se alzaron el viérnes en la noche. Los cristianos clérigos y legos que allí moraban se recogieron, en sintiendo el alboroto, a la torre de la iglesia del barrio bajo, donde estuvieron con harto cuidado aquella noche. Los moros saquearon y robaron la iglesia del barrio alto y las casas de los cristianos; y otro día de mañana los cercaron en la torre, y asegurándoles Bernardino Abenzaba que no les harían níngun mal, los captivaron a todos; y desque hubieron destruído y robado tambien aquella iglesia, los llevaron maniatados a unas casas, y allí les predicaron algunos días la seta de Mahoma; y viendo que aprovechaba poco su predicacion, porque todos decían que eran cristianos y que habían de morir por Jesucristo, sacaron los herejes a los hombres desnudos y maniatados fuera del lugar, y poniéndolos á terrero, les tiraron con arcabuces y ballestas. Los primeros que mataron fueron tres beneficiados, llamados el bachiller Delgado, Alonso García y Tejerína, y dos sacristanes, que el uno se decía Francisco de Almansa. Deste lugar era natural don Hernando de Válor, mas no se halló allí aquel día; y si bien se hallara, no dejaran de hacer estas crueldades, a las cuales no quería contradecir, por tener el pueblo mas culpado, mas oblígado, y con menos confianza de perdon; y por esta razon, si unas veces las permitía, otras muchas las mandaba hacer, porque le tuviesen por enemigo de cristianos.

El mesmo día y en la mesma hora que se alzó Válor, se alzaron los lugares de Yégen y Yátor, en los cuales no fueron menores las crueldades que usaron los enemigos de Dios. Destruyeron y robaron las iglesias y las casas de los cristianos, captiváronlos a todos, y haciéndoles muchos malos tratamientos, vinieron después a darles cruelísima muerte; y entre ellos mataron al bachiller Bravo y a su sacrístan, y un vecino que se decía Juan de Montoya, que se escapó herido de una saetada en la cabeza, fué ¿parar á Ujíjar, donde tambien fué muerto con otros muchos cristianos que allí había.

Capítulo XVII pag. 139
Cómo el campo del Marqués de Mondéjar partió de Pitres en seguimiento del enemigo

El día siguiente, que fue lúnes 17 de enero, partió el marqués de Mondéjar del alojamiento de Pitres, y con un temporal recio de agua y nieve, dejando el camino derecho que iba a Jubiles, tomó la vuelta de Trevélez. No había caminado legua y media, cuando descubrió el campo de los moros que iban hacia Jubiles por la cordillera del cerro de la otra orilla del río, donde había estado alojado aquella noche; los cuales entendiendo que nuestra gente hacia el mismo camino y les tomaría la delantera, enviaron seiscientos hombres con tres banderas, que entretuvieron con escaramuzas mientras se adelantaban los demás. Viéndolos venir el marqués de Mondéjar, mandó a los capitanes Diego de Aranda y Hernan Carrillo de Cuenca que fueron con sus compañías a darles carga. Los moros, pareciéndoles que eran poca gente, hicieron rostro, y los nuestros, aunque hacían muestra de ir hacia ellos, no se alargaron todo lo que era menester. Entonces el marqués envió a don Hernando y don Gómez de Agreda, hermanos, vecinos de Granada, y otros gentilhombres que se hallaron par dél, a que reforzasen las dos compañías con quinientos arcabuceros; mas luego advirtió que era entretenimiento que procuraba el enemigo, para tener lugar de ponerse en salvo; y haciéndolos retirar, caminó con los escuadrones a paso largo, enviando delante a los capitanes Chacón y Lorenzo de Leiva, y Gonzalo de Alcántara con sus caballos y algunos peones sueltos, á que atajasen el campo de los moros, que iban á más andar por aquella loma. La caballería pasó el río y fue tomando lo alto; mas por mucha priesa que los capitanes se dieron, cuando llegaron arriba ya habían pasado, y solamente pudieron alancear algunos que se quedaron rezagados, y porque cerraba la noche, dejaron de seguirlos. Llegó nuestro campo a alojarse por bajo del lugar de Trevélez, entre unos chaparros, cerca de un alcornocal y del río, por la comodidad del agua y la leña tan necesaria para guarecer la gente del frío que hacía. Los moros tomaron lo alto de la sierra, y no pararon hasta meterse en la nieve, donde perecieron cantidad de mujeres y de criaturas de frío, y aun de los cristianos amanecieron a la mañana helados tres o cuatro y algunos caballos reventaron de comer una maldita yerba que hallaron por aquellos valles.

Capítulo XVIII pág. 139
Cómo el marques de Mondéjar pasó al castillo de Jubiles, y los caudillos de los moros se fueron huyendo sin pelear

Los moros que iban huyendo delante de nuestro campo fueron á parar a Jubíles, donde tenían recogidas las mujeres y la riqueza de aquellas taas, pensando defenderse en el sitio de aquel castillo antiguo que dijimos, el cual era asaz fuerte para cualquier batalla de manos. Su intento era entretenerse allí algunos dias, mientras se trataba de medios de paz, porque Jerónimo Aponte les había dado esperanza dello, por lo que había entendido en Pítres de la voluntad del Marqués, aunque el Zaguer y los otros caudillo estaban temerosos de ver que no les había querido dar seguro firmado de su nombre, y sospechaban lo que por ventura llevaban en pensamiento, que haría algún castigo ejemplar en los autores del rebelion. Dando pues y tomendo sobre este negocio de reducirse, hubo varias opiniones entre los moros aquella noche. Los malos, á quien las culpas hacian perder la esperanza del perdon, decían que degollarse todas las mujeres cristianas que tenían captivas, y que se pusiesen en defensa y peleasen todo su posible, y cuando más no pudiesen, dejarian en sitio y se meterian por las sierras; lo cual podrían hacer fácilmente, por haber disposicion para ello, á causa de la esperanza dellas, que era tanta, que no la podrian ollar caballos; y los que no se tenían por tan culpados, movidos del amor de sus mujeres y hijos, que veian padecer hambre, frio, cansancio y otras incomodidades, con la esperanza de poder tener algún sosiego en sus casas, arrimándose á la opinion del Zaguer, no quisieron que las matasen; antes pensando aplacar con ponerlas en libertad, la indignación de los cristianos, las sacaron aquella mesma noche las cuevas donde las tenían metidas en el castillo, y les dijieron que se fuesen a las casas del lugar y esperasen a sus parientes, que llegarían prestos. Hubo muchas moras que las recogieron en sus casas y las acariciaron a fin de que ellas las favoreciesen cuando los soldados entrasen. Siendo pues informado el marqués de Mondéjar del camino que el enemigo haía hecho aquella noche, el martes, 18 dias del mes de enero, bien de mañana levantó el campo y caminó la vuelta de Jubíles. No habian entrado por aquella taa, cuando llegó Jerónimo de Aponte, y con él Juan Sanchez de Piña, y le dieron otra carta del Zaguer, en que repetia lo de la primera, pidiendo todavía un seguro por escrito para su persona y la de Aben Humeya. Estos cristianos refirieron al marqués la voluntad que aquellos moros mostraban tener, y lo que habian tratado en sus juntas, y cómo habían defendido que los monfís no matasen las cristianas, certificándole que ellos habian sido la principal causa del mal que se habia hecho en los templos y en los sacerdotes y en los vecinos cristianos, y procurando descargar al Zaguer y á a Aben Humeya. El cual les respondio que volviesen á ellos, y les dijesen que se visiesen luego á rendir, porque él los admitiria, y á todos los que se vinisesen con aquellos, como se lo habia dicho en Pitres; mas que entendiesen que no les habia de dar una solo hora de tiempo, disimulando lo del seguro por escrito; sospechando que era todo entrenimiento para sacar la ropa y las mujeres que allí tenias, mando marchar mas apriesa la gente. Vueltos los dos cristianos con la respuesta, los caudillos moros no se satisficieron nada della; y regogiendo la gente de guerra y algunas cosas de precio que pudieron llevar, dejando órden que hiciesen todos los mismo, dejaron el castillo y se fueron por las sierras hacia Bérchul. El marques de Mondejar, llegando cerca del lugar, hizo alto con los escuadrones, y envió á reconocerle á Gonzalo de Alcantara, con algunos caballos, mandándole que no dejasen entrar los soldados en las casas, porque no se desmandasen á robar y sucediese alguna desgracia. No tardó mucho que volvieron los dos cristianos, y dijeron al marques como los dos caudillos y toda la gente de guerra se habian ido la vuelta de Bérchul y Cádiar, y con ellos la mayor parte de las mujeres, y que quedaban como quinientos hombres en el castillo, viejos y impedidos, y muchas moras que no se habian podido ir. Luego mando marchar hácia el lugar, y junto á unas peñas que están cerca de las casas á la parte alta hácia poniente, salieron á recibirle las cristianas captivas con un piadoso llanto verdaderamente digno de compasion; las mas dellas llevaban sus hijitos en los brazos, y otros algo mayores que las seguian por sus piés, y todas con las cabezas descubiertas y los cabellos tendidos por los hombros, y los rostros y los pechos bañados de lagrimas, entre gozo y tristeza destilaban de sus ojos. No habia consuelo que bastase consolarlas viendo nuestros crsitianos, y acordandose de los maridos, hermanos, padres y hijos que delante de sus ojos les habian sido muertos con tanta crueldad, y dando voces decian: "No tomen, señores, á vida hombre ni mujer de aquellos herejes, que tan malos han sido y tanto mal nos han hecho, y sobretodos nuestros trabajos nos persuadian á que renegásemos de la fe con ruegos y amenazas". El marques se enternecio de ver aquellas pobres mujers tan lastimadas, y consolandolas lo mejor que pudo, hizo que se apartasen a un cabo, y envió gente á tomar los pasos po0r donde les pareció que tenian la retirada los moros, á unas partes peones y á otras caballos, conforme al sitio y sisposicion de la tierra, y con el golpe de soldado camino la vuelta del castillo.

Capítulo XX
Cómo los cristianos ocuparon el castillo de Jubiles, y de la mortandad que hicieron aquella noche en la gente rendida

Está el castillo de Jubiles en la cumbre de un cerro muy alto, arredrado de las casas la parte de levante; y aunque tiene los muros por el suelo, es sitio en que los enemigos se pudieran defender si su desconformidad no se lo estorbara. Caminando pues nuestra gente hácia él, a la media ladera del cerro bajaron tres moros ancianos con la bandera de paz delante; y siendo asegurados para poder llegar, dijeron al marques de Mondéjar cómo los caudillos con la gente de guerra se habian ido yendo, y que ellos por sí y por l oque dentro del castillo estaban, le suplicaban los quisiese recibir á merced. Entonces mandó á don Alonso de Cárdenas y á don Luis de Córdoba, y á don Rodrigo de Vivero y á otros caballeros, que se adelantasen y se apoderasen del castillo y de lo que hayasen en él; los cuales lo hicieron luego, no sin murmuracion de los soldados, pareciéndoles que lo aplicaria todo para sí; mas el marques le dió á saco todo el mueble, en que habia ricas cosas de seda, oro, plata y aljófar, de que cupo la mejor y mayor parte á los que habian ido delante. Fueron los rendidos trescientos hombres y dos mi y cien mujeres; y porque tenia aquel sitio algunas veredas por donde poderse descolgar los que quisieran de parte de noche sin ser vistos, mandó que bajasen los captivos al lugar, y metiendo las mujeres en la iglesia, pusiesen los hombres por las casas. Esto se comenzó á poner luego por obra; y como el cuerpo de iglesia era pequeño, y la gente mucha, de necesidad hubieron de quedarse fuera mas de mil ánimas en la placeta estaba delante de la puerta y en los bancales de unas hazas allí cerca, poniéndoles gente de guerra alrrededor. Sería como media noche, cuando un mal considerado soldado quiso sacar de entre las otras moras una moza: la mora resistia, y él le tiraba reciamente del brazo para llevarla por fuerza, no le habiendo aprovechado palabra; cuando un moro mancebo, que en hábito de mujer la habia siempre acompañado, fuese su hermano ó su esposo ú otro bien queriente, levantándose en pie, se fué para el soldado, y con una almarada que llevaba escondida le acometio animosamente y con tanta determinacion, que no solamente la moza, mas aun la espada le quito de las manos, y le dio dos heridas con ella; y ofreciendose al sacrificio de la muerte, comenzó á hacer armas contra otros que cargaron luego sobre él. Apellidandóse el campo, diciendo que habian moros armados entre las mujeres, y crecio la gente, que acudia de todos los cuarteles con tanta confusion, que ninguno sabia donde le llamaban las voces, ni se entendian, ni veian por donde habian de ir con la escuridad de la noche. Donde el airado mancebo andaba, acudieron mas soldados, y alli fué el principio de la crueldad, haciendo malcadas muertes por sus manos; y ejecutando sus espadas en las debiles y flacas mujeres, mataron en un instante cuantas hallaron fuera de la iglesia; y no quedaran con las vidas las que estaban dentro, si no cerraran presto las puertas unos criados del marques que se habian aposentado en la torre, por ventura para mirar por ella. Hubo muchos soldados heridos, los mas que se herian unos á otros, entendiendo los que venian de fuera que los que martillaban con las espadas eran moros, porque solamente les laumbraba el centellar del acero y el relampaguear de la polvora de los arcabuces en la tenebrosa escueridad de la noche; y estos era los que mayor estrago hacian, queriendo vengar su sangre en aquellas cuyas armas eran las lagrimas y dolorosos gemidos. En tanta desorden el capitan general envio á gran priesa los capitanes Antonio Moreno y Hernando de Oruña y los sargentos mayores á que pusiesen algun remedio, y todos no fueron parte para ponerlo por haberse movido ya todo el campo á manera de motin, indignados los soldados por un bando que se habia echado aquel dia, en que mandaba el marques que no se tomase ninguna mujer por captiva, porque eran libres. Duro la mortandad hasta que, siendo de dia, los mesmos soldados se apaciguaron, no vayando mas hallando mas sangre que derramar los que no se podian ver hartos della y conociendo otros el yerro grande que se habia hecho. Luego comenzo á proceder el licendiado Ostos de Zayas, auditor general, contra los culpados, y ahorco tres soldados de los que parecieron serlo por la informaciones. Este mesmo dia el Zaguer, que se habia retirado á Bérchul, envió á decir al marqués de Mondéjar que se queria reducir; el cual envió á don Francisco de Mendoza y á don Alonso de Granda Venegas, con un estandarte de caballos y una compañía de infantería á recoger los que quisiesen venir; mas después se arrepintió el Zaguer, temiendo que se haria algun riguroso castigo en él, y se embreñó en las sierras; y don Francisco de Mendoza llevó consigo á su mujewr y hijas y famiilia y obra de cuarenta cristianas captivas que estaban con ellas; y con esto se volvió á Jubíles, informado que Aben Humeya se había ida á meter en Ujijar.

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