viernes, 19 de enero de 2007

BLAS INFANTE: Asesinato intelectual


Roberto Manzano

Era la madrugada del 11 de Agosto de 1.936. Del cine Jáuregui en Sevilla –lugar de detención de los opositores al golpe de Estado del General Franco- sale un camión con varios de los detenidos, custodiados por miembros de Falange Española. El camión se dirige en dirección a Carmona, por la antigua carretera que iba a esta ciudad; cada cierto tiempo, el camión paraba y bajaban a uno de sus ocupantes. Posteriormente se escuchaban varios disparos. Nadie hablaba, nadie preguntaba, todos conocían el porqué; el camión seguía su trayecto fúnebre, hasta llegar al km.4 de la carretera Carmona-Sevilla, delante del cortijo “La gota de leche”. En esta cuneta, bajan a un hombre sencillo, cuyo único delito fue soñar con la recuperación para Andalucía del esplendor perdido, de la “libertad y el brillo cultural” que nos legaron nuestros antepasados y que “la conquista cristiana vino a interrumpir”. No era un político al uso, de esos a los que antes y ahora estamos acostumbrados en Andalucía; era mucho más peligroso: un soñador, un pensador, un intelectual “al servicio del separatismo” –según decían sus ejecutores- , un hombre “extraño” que consagra su vida al servicio de los demás, especialmente a los más desfavorecidos, los que fueron su más profunda preocupación, los “jornaleros”, los “campesinos sin tierra”, “los moriscos, convertidos en jornaleros por la conquista cristiana”. Varios disparos retumban en la “madrugá” Sevillana mientras que de la garganta de un hombre, sale un tenue grito, ahogado en borbotones de sangre: “Viva Andalucía Libre”.

Era el primer mártir del andalucismo, después del resurgir de este tras el fluir subterráneo desde las últimas sublevaciones de reminiscencia morisca. La bandera verde y blanca ya se había manchado con la sangre del primer mártir, precisamente aquel que recoge el testigo de aquellos hombres que le precedieron en el ideal de una Andalucía Libre y que la historia –contada por los conquistadores- hizo invisibles.

Blas Infante Pérez, fundador de las Juntas Liberalistas y primer mártir andalucista del siglo XX, en algunos de sus escritos, comentaba la necesidad de mártires para que el “ideal andalucista”, prenda en los corazones de las futuras generaciones de andaluces. La historia, en su aspecto más macabro, concede a Blas Infante dicho honor, ser el mártir que el “ideal andalucista” necesitaba.

En carta dirigida por Infante al miembro de los ‘Centros andaluces’, residente en Barcelona, Pedro Demófilo Gañan, a finales del año 1.919, en referencia a la bandera verde y blanca, nos deja su reflexión sobre el impulso que daría al “ideal andaluz” su primer mártir.

“…Los regionalistas o nacionalistas andaluces, nada vinimos a inventar: nos hubimos de limitar, simplemente, a reconocer en este orden lo creado por nuestro pueblo, en justificación de nuestra Historia.
En el Himno “Blanca y Verde” del fervoroso nacionalista Doctor Tomás Orellana pleno de sagrada inspiración andalucista, se dice bellamente:

La bandera andaluza por la brisa agitada,
desde lejos parece un limonero en flor,
una clásica reja de jazmines orlada,
que promete el misterio de una noche de amor.
De paz y de esperanza son sus bellos colores,
poéticos emblemas de algún Abderramán,
que evocan el pasado de grandeza y honores,
que debe Andalucía al tiempo musulmán.
Condena de un presente de duelo y amargura
donde la raza sufre la pena de vivir,
promesa de una mañana de paz y de cultura,
espera de un grandioso, risueño porvenir.
¡Levanta, Andalucía, tu bandera de gloria,
con los bellos colores del limonero en flor,
al airón que condujo de victoria en victoria
la valerosa hueste del hagib Almanzor!...

No puede sintetizarse con más belleza ni en menos estrofas, la justificación de los colores de nuestra bandera.
Fueron los colores preferidos por nuestros padres, aquellos gloriosos factores de la libre Andalucía, cuya civilización fecunda tuviera por nervio el anhelo de una suprema esperanza de triunfante y riente Eternidad, entrevista al mirar la última Finalidad del vivir, a través de esa perenne sonrisa azul que es nuestro patrio cielo. ¡Esa Esperanza que, consustancial con las más íntimas raigambres de la subconciencia andaluza, ha perdurado siempre latente, iluminando con un gesto optimista, a veces de bufón trágico, los sombríos duelos de nuestra historia de cristiana opresión!...
La bandera blanca y verde, enseña de esa pureza y de esta esperanza, despierta ya, por ser enseña de una Religión Superior que a la creación de la vida anima a los luchadores, místicos fervores, los cuales, durante las últimas persecuciones, principalmente en Córdoba, vinieron a consagrarla con el resplandor del martirio. Los andalucistas la enarbolan, repitiendo las palabras del citado himno:

Despierta, Andalucía. Levántate, Sultana,
recobra nuevamente tu personalidad
y vuelve de tu suelo a ser la Soberana,
al grito sacrosanto de Tierra y Libertad…

De desear es que sobre la pira de mártires andaluces, amontonados por la miseria y la tiranía política y espiritual que infligiera la dominación española durante el último lustro de siglos, caigan pronto andaluces conscientes, abrazados en el instante de la agonía a la bandera verde y blanca. De desear es que sus franjas de divinos colores sean pronto salpicadas de manchas rojizas, conveniente es que la sangre de los sacrificados por Andalucía, venga a poner en nuestra bandera el color de rojo fuego, que prenda en los venideros conductores de Andalucía y en el corazón de los luchadores actuales, un incendio de pasiones ardientes y heroicas por esa patria adorable, la única cuyo concepto tendrá razón de existencia después de la transformación que ya conmueve en sus vetustos sillares los valores morales y políticos de una humanidad imbécil y anti-humana y de una sociedad anti-sociable, porque en los dogmas básicos empieza por concebir al hombre como disociado de las demás fuerzas de la Vida.


Cuatro años después de su asesinato, Blas Infante sería juzgado por el Tribunal Regional de Responsabilidades Políticas, cuya sentencia dice:

“Que D. Blas Infante Pérez formó parte de una candidatura de tendencia revolucionaria en las elecciones de 1.931; en los años sucesivos hasta 1.936, se significó como propagandista para la constitución de un partido andalucista o regionalista andaluz, y según certificación del folio 46 falleció el diez de agosto de 1936 a consecuencia de la aplicación del Bando de Guerra”

No fue el único mártir del andalucismo. Después de Infante, otros andaluces siguieron vertiendo su sangre por los mismos motivos: defensa de los despojados de la tierra y lucha por la soberanía andaluza. Así, Álvarez de Salamanca fue asesinado en Granada y Escosura en Puente-Genil, en Jaén Pedro Pino, en Málaga Fernando Estrada, en Jerez Chacón Ferrant y Adolfo Santibáñez, En Utrera Antonio Rufino y Julio Tirado, en Algeciras Enrique Suares, en Ecija Manuel Lucero, en Sevilla Ariza, Puelles y Pérez Gironés. Otros sufrieron vejaciones, depuraciones, deportaciones, exilio y represión. El régimen fascista se cebó con estos hombres al igual que con otros muchos andaluces.

Sus restos, no se sabe donde reposan, seguramente en alguna fosa común en la provincia de Sevilla, junto a otros asesinados “anónimos”. La crueldad de los asesinos y sus descendientes políticos no ha tenido límites, al impedir a sus familiares y a todos aquellos que consideran a Blas Infante como parte de su biografía intelectual, darle un enterramiento digno. Los motivos fueron bien claros: evitar un centro de peregrinación y reivindicación del andalucismo. Pero los motivos políticos, no excusan la crueldad de los hechos.

Durante el franquismo, Blas Infante seguía siendo asesinado a diario, por el pelotón del miedo y las balas del silencio. El franquismo levantó un muro de silencio alrededor de la obra e historia de Blas Infante y de las juntas liberalistas, volviendo a la situación anterior de una Andalucía fundamentada en las tesis asimilistas de los conquistadores castellanos y a la Andalucía colonizada y de pandereta que ya nos habían asignado desde la “conquista”.

Pero más grave fue si cabe el “asesinato intelectual” de Infante en la transición política a la Democracia española y fundamentalmente desde el acceso de Andalucía a su autonomía. En el Estatuto de Autonomía de Andalucía, se define como una de las prioridades básicas “afianzar la conciencia de Identidad andaluza, a través de la investigación, difusión y conocimiento de los valores históricos, culturales y lingüísticos del pueblo andaluz, en toda su riqueza y variedad”.

A pesar de este mandato de los andaluces a sus políticos, este artículo del Estatuto de Autonomía sigue sin aplicarse. Asimismo, al día de hoy, la obra de Blas Infante no se encuentra en librerías, ni bibliotecas públicas…ni se enseña en los colegios, institutos o universidades, siendo tan desconocida como lo fue después de su asesinato físico. Posiblemente, sus propuestas políticas, su “ideal andaluz” y la fundamentación histórica y nacional de Andalucía siguen siendo tan molestas para los políticos de hoy, - para los herederos políticos de sus asesinos y para esos políticos al uso, instalados en todos los partidos, de los que tan a menudo hablara Infante-, tanto como para aquellos que lo asesinaron.

De Blas Infante, la administración andaluza (Junta de Andalucía, Diputaciones y Ayuntamientos) nos ofrecen un “icono”, un nombre que podemos ver en pabellones deportivos, en calles, en fundaciones…es la marca que representa a Andalucía, la denominación de origen del “político andaluz”, que tras esta marca justifica su falta de compromiso con Andalucía, ofreciendo a los andaluces -en pos de sus intereses partidistas- un Blas Infante vaciado de contenido… un rostro sin alma.

El “asesinato intelectual”, no se queda en la actuación de las administraciones. Desde los partidos políticos y sus medios de “manipulación”: periódicos, radios, televisiones, publicaciones, nos ofrecen a un Infante sin ideología, reaccionario, católico y regionalista, que no interesa a nadie y que no pone en peligro la “unidad de España”, ni los privilegios de las clases dominantes, sustentadoras de los partidos políticos al uso, pudiendo ser asumido por la derecha y la izquierda centralista. Incluso el nacionalismo andaluz, secuestrado desde la transición por la burguesía Sevillana, se encuentra cómodo en esta visión de Infante, a la que ellos también contribuyen con la promoción de “biógrafos oficiales”, que tras secuestrar su obra -8.229 manuscritos “inéditos” de Infante siguen en su mayoría sin ser conocidos por los andaluces, ni siquiera por los estudiosos del tema- intentan divulgar un Infante ajustado a sus prejuicios religiosos, sociales, históricos, políticos y étnicos.

Su obra más difundida por los “biógrafos oficiales”, es sin duda “El Ideal Andaluz”, su primera obra, escrita en el año 1.915, donde Blas Infante refleja sus pensamientos de juventud, influenciados por las doctrinas Georgistas, muy de moda entonces entre la burguesía andaluza, cuya única validez, es la preocupación de Infante por el problema agrario andaluz. La primera obra de Infante, es tomada por el cuerpo de doctrina del andalucismo, con el objeto de obviar las obras posteriores; obras en las que Infante muestra su madurez de pensamiento y su evolución desde un regionalismo conservador, hacia un nacionalismo revolucionario, en lo social y en lo referente a la fundamentación histórica y nacional de Andalucía. Esta madurez humana y política, queda reflejada principalmente en sus últimas obras:”Fundamentos de Andalucía” y “La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía”.

Quedarnos en el “Ideal andaluz”, es negarle a Infante la capacidad de evolución, es amputar su biografía y su pensamiento para adaptarlo a los intereses de aquellos a los que Infante combatió.

Entre los que sobre valoran “El ideal andaluz” –con el objeto de infravalorar la obra de madurez de Infante, desde 1.918-1.919 hasta su asesinato en el 1.936- y los que combaten abiertamente su pensamiento, hay una fina línea, la que va de la manipulación al rechazo. Veamos la visión que estos últimos difunden de Infante:

“Las tesis sobre la débil nacionalización española han servido a algunos para justificar una supuesta fortaleza doctrinal de los "nacionalismos periféricos". Es hora de replantearse esto, de revisar los precedentes históricos fantasiosos, los antagonismos simplones y los reduccionismos que, hoy, sonrojan. Merece la pena, en medio de esta carrera nacionalista a la que asistimos en España, recordar los planteamientos sobre los que se sostiene uno de esos nacionalismos: el andaluz.
El Padre de la Patria Andaluza, declarado así oficialmente, es Blas Infante, un hombre más prosista que pensador, más gongorino que teórico, que inventó una nación anclada en el Islam, en el africanismo como vocación. La identidad andaluza consistía, y consiste, en recalcar que, como sentenció Infante, "Europa fue nuestra conquistadora (la de al-Andalus) y Castilla la avanzada de su ejército que contra nosotros peleó". La caída del Reino de Granada es para el nacionalismo andaluz lo que para el vasco la derrota del carlismo, y para el catalán la entrada de las tropas de Felipe V en Barcelona. De hecho, la bandera verde y blanca de Andalucía la crea la Asamblea Regionalista de Ronda, en 1918, tomando los colores de las banderas del reino nazarí de Granada.
Las raíces nacionales de Andalucía estaban en el sur, en África, y los males, qué sorpresa, provenían de la presencia española. "Rechacemos la representación de un Estado que nos deshonra –afirmó Blas Infante- (...). Declarémonos separatistas de este Estado (...) que nos descalifica ante nuestra propia conciencia y ante la conciencia de los pueblos extranjeros. Avergoncémonos de haberlo sufrido y condenémoslo al desprecio".
Y en esa descripción de la Andalucía que no era Europa, incluso a comienzos del siglo XX, había "andaluces auténticos" –escribe Infante en 1931- y "andaluces falsos", esos que adoptaban maneras, costumbres e incluso vestimentas europeas. La originalidad de España estaba en su islamismo, en ser al-Andalus, pero Castilla europeizó la Península, y el país se perdió.
El proyecto político de Blas Infante, y del actual nacionalismo andaluz, pasa por una confederación basada en el "derecho de autodeterminación". La fórmula consiste en un conjunto de Estados confederados por libre decisión de sus naciones, en un pacto rompible a demanda de cualquiera de las partes. Y Andalucía sería una federación de Estados provinciales "incluyendo -según Infante- Marruecos". Porque lo español –que Blas Infante identificaba con la civilización europea y el cristianismo– es dañino. Así, el Padre de la Patria Andaluza no tuvo ningún reparo en viajar a Marruecos, en 1924, en plena guerra de África, para visitar la tumba de Al-Motamid, último rey almohade de Sevilla.
El preámbulo del actual Estatuto andaluz dice que Blas Infante luchó "por conseguir una Andalucía libre y solidaria en el marco irrenunciable de la unidad de los puelblos de España". Y en la página web del Parlamento andaluz se puede leer que "se adelantó a su tiempo" con "propuestas" como la "división de poderes (ejecutivo, judicial y legislativo)".


En el texto anterior, sacado del diario digital “Libertad Digital”, cercano a las FAES de Aznar y al Partido Popular, podemos ver la otra cara de la moneda, la del rechazo frontal y el miedo a los argumentos de Infante y a una Andalucía fuertemente estructurada en torno a una ideología genuina. Para ello, no se recatan en sacar de contexto escritos de Infante, con el objeto de provocar en la sociedad el miedo que ellos sienten ante el pensamiento andalucista.
En las próximas entregas, haremos un recorrido por los aspectos ideológicamente esenciales de un hombre, nacido en Occidente, cuyo pensamiento y corazón, son básicamente Orientales, sin prejuicios y sin miedos al resultado final, interpretando y explicando el camino que llevó a este Andaluz a fundamentar Andalucía en la visión Orientalista de Al-Andalus:

“Un solo observador, extraño o forastero, muy perspicaz, por cierto, en esta ocasión, vino a percibir el secreto que guardábamos cuidadosamente (y ya diré más adelante la razón de haber llegado a mantener este secreto). Ese observador fue un destacado político catalán. Recuerdo que en cierta ocasión, ya hace muchos años, llegó a preguntarme: ‘¿Os fundáis vosotros en Al-Andalus?’ Y que muy parcamente, sin añadir una palabra más, yo hube de contestarle: ¡SI!...
(Blas Infante: ‘La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía’)

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