Roberto Manzano
“…fundamentar una cosa es asentarla sobre las razones de su género o espacio cósmicos o universales…”
“…tuvimos que fundamentar doblemente a Andalucía, como Nación o Región, al uso, conforme al principio de las Nacionalidades y, como ser o genio -término que llegamos a emplear entonces- demostrando mediante positivas revoluciones culturales de idéntica inspiración la existencia y la continuidad a través de los milenios de un mismo estilo (…)en Andalucía. Estilo tan diferente del resto peninsular, que bien pudiera aparecer cierto el dicho de Ganivet: en España, hay dos naciones, una al Norte, España; otra al Sur, Andalucía”. (Blas Infante)
La historia de Andalucía, siempre ha sido contada por elementos ajenos a nuestra tierra, interpretada fuera de nuestras fronteras en base a intereses nacionalistas (españoles), religiosos y económicos, extraños a nuestra realidad. Por este motivo, en nuestras escuelas, institutos y universidades se ha estudiado siempre la historia de Castilla, de España en Andalucía, como si Andalucía no tuviera historia anterior a la conquista Castellana. Ya lo advirtió Fernando El Católico después de la conquista de Granada, con motivo de la promulgación de las pragmáticas de conversión de los moriscos al catolicismo: “estos no serán buenos cristianos, pero sus hijos y nietos si lo serán”. En esta corta frase, se podría resumir la política asimilista de España en Andalucía, encaminada a borrar toda reminiscencia de Identidad andaluza, para adoptar la identidad Castellana, y que a la vuelta de cinco siglos, ha dado los frutos apetecidos: un pueblo andaluz, creído en ser descendiente de los bárbaros conquistadores que con la cruz y la espada borraron nuestra cultura y nuestra identidad.
Desde muy diversos frentes, nos han querido hacer creer que el andalucismo o Nacionalismo andaluz nace con Blas Infante y las Juntas Liberalistas, siendo producto de la moda de la época –los nacionalismos vasco, catalán y gallego estaban en su apogeo, preparando sus respectivos Estatutos de Autonomía- y de la oportunidad política del momento.
Nada más lejos de la realidad. Blas Infante fundamenta Andalucía en una continuidad histórica y poblacional desde épocas remotas, desde las primeras civilizaciones que poblaron nuestro suelo.
“El Regionalismo andaluz, como ya hemos dicho y vamos a ver enseguida, no fue obra de alguien, sino un resultado natural expresivo de la Historia de Andalucía”
"Los regionalistas o nacionalistas andaluces nada vinimos a inventar: nos hubimos de limitar, simplemente a reconocer en este orden lo creado por nuestro pueblo, en justificación de nuestra Historia"(Blas Infante)
Si tuviéramos que destacar alguna de las aportaciones de Blas Infante al proceso de soberanía del Pueblo andaluz, sin duda alguna, destacaríamos su aportación a la interpretación histórica de Andalucía, rompiendo con las tesis asimilistas y uniculturales, que la conquista nos impuso, con el objeto de perpetuar la dependencia cultural e histórica de Andalucía, en relación a los pueblos del norte, diluyendo la Identidad Andaluza en una mezcla de pueblos –según la historiografía oficial- que sobreviene en una falta de identidad colectiva, de raíces y de sentimiento de pertenencia a una nación genuina, diferente de la española. Estas carencias que la falta de Identidad provocan en el Pueblo andaluz, nos hace sumisos a los intereses coloniales extranjeros, conforman un pueblo apático, incapaz de defender sus intereses, con un sentimiento de inferioridad respecto al colonizador que todavía perdura en nuestro subconsciente colectivo.
La interpretación histórica de Infante se basa en una cualidad que en la vida y en la obra de Infante tiene una importancia primordial: la INTUICION. Para esta interpretación, genuina y multicultural de Andalucía, Infante bebe de las fuentes más abundantes de su época: los arabistas Rivera y Tarragó, Asin Palacios…los historiadores de la escuela de hispanistas francesa Dozy, Levy Provençal…el investigador de Tartessos Adolf Schulten, sus compañeros en las Juntas Liberalistas, hombres de una gran capacidad intelectual, como Gil Benhumeya, Abel Gudrá, Fermín Requera, Lasso de la Vega…los contactos con grupos del exilio árabe en Andalucía, principalmente sirios y palestinos, como el emir Chekib Arslam e Ibsan Bey Et-Djabri…Pero ninguno de ellos, supo ver ni explicar la continuidad histórica de Andalucía –desde la prehistoria hasta nuestros días- con la clarividencia de Infante. Tuvo que ser la intuición de Infante, la que uniendo datos históricos, rasgos culturales, lingüísticos, sentimientos, observaciones…, nos mostrara el camino a seguir para la recuperación de una historia de Andalucía, que hasta el momento, había fluido subterránea bajo el manto de la opresión uniculturalista de los colonizadores. Nadie desde la conquista cristiana tuvo la capacidad de compilar la esencia de Andalucía, la identidad perdida. Solo la INTUICIÓN de Infante fue capaz de rescatar lo que nuestros conquistadores, con tanto afán han intentado ocultarnos, dejándose arrastrar por los sentimientos que le produce el contacto con los restos históricos y culturales de la última civilización andaluza que vivió en libertad: Al-Andalus, y con los restos más genuinos de ese pueblo morisco: los jornaleros, los felah-menco (campesinos sin tierra).
Pocas cosas han sido tan manipuladas y falseadas como la historia de Andalucía; instrumento del colono para perpetuar la conquista y campo de batalla donde recuperar la Identidad oculta. Blas Infante era conocedor de la importancia de esta lucha tan desigual, que las Juntas Liberalistas y él mismo libraron contra el enorme instrumento propagandístico del Estado: escuelas, universidades, ejércitos de escritores e “investigadores”, cuyo objeto era argumentar la historia en función de los intereses de Castilla para perpetuar la interpretación asimilista y uniculturalista que sirve a los intereses de Estado: religiosos y políticos; un Estado, una lengua y una religión.
La historia andaluza, que remontando en la prehistoria, con los primeros pobladores de Europa, -según los restos hallados en Orce (Granada), tiene una antigüedad de un millón de años- y siguiendo con las primeras manifestaciones de elementos socioculturales en el Neolítico, como la Cultura de los Sepulcros Cupuliformes, denota ya una fuerte organización social, exteriorizada en algunos ejemplos como Los Millares en Almería, Cueva de la Pastora en Sevilla, Cueva de Menga en Málaga, o la Cueva de los Murciélagos en Granada.
Ya en estas primeras manifestaciones civilizatorias andaluzas, Infante las considera “conscientes de la actividad de unas gentes que llevan en ellas mismas el germen del progreso…La cultura primitiva andaluza fue, pues, una cultura directora del mundo”.
“La cultura ante histórica más temprana de Occidente, la denominada del “vaso campaniforme”, fue creada por Andalucía, y ella la irradió por Europa central, meridional (incluido el resto ibérico) y occidental (incluyendo la moderna Inglaterra).(Blas Infante)
La cultura subsiguiente, la de los “Sepulcros cuculiformes” (Eneolítico final), Andalucía la viene a inventar también. Por cierto, que esta cultura que Andalucía llega a difundir hasta Francia (entrando por el Noroeste), Holanda y Alemania, y desde Dinamarca a Suecia (siempre cerca de las costas y vías fluviales), alcanzando hasta el Asia Menor y Grecia y Tirrenia, no llega a traspasar la Marianica; es decir, Andalucía se encuentra absolutamente aislada de la España central y norteña; mientras que comunica por mar con países lejanos.(Blas Infante)
Mediante estas dos culturas, Andalucía descubre el uso del cobre, que llega a perfeccionar; durante la segunda de entre ellas, enseña a sentir y a cultivar el arte desinteresadamente, sin finalidades prácticas, mágicas o de conjuro, y durante la cuculiforme, además, inventa la bóveda, la escritura con signos alfabetiformes, ensaya el uso del hierro, etc.(Blas Infante)
Estas primeras manifestaciones culturales, que comenzando por el levante, irradian toda la geografía andaluza, expandiéndose a través de esa gran vía de comunicación que para los andaluces siempre ha sido el Guadalquivir, evolucionan hacia lo que se ha llamado la cultura del Argar, cuyos restos hallados en la provincia de Almería, nos muestran unos rasgos característicos como son: poblados de trazados no circulares y gran especialización en las actividades económicas, siendo el precedente, o incluso, las primeras manifestaciones de lo que posteriormente fue conocido como Tartessos.
Tartessos, fue la culminación del proceso evolutivo de las culturas prehistóricas andaluzas, aglutinando en un organismo socio-político con forma de Estado, todas las formaciones históricas de Andalucía, en la primera demarcación política y social común dentro de un mismo espacio geográfico. La organización social y de poder, constituida en forma de monarquía, define a un Estado a nivel geo-político, con una fuerte proyección económica y política en todo el Mediterráneo.
Podríamos considerar Tartessos como el primer Estado de Occidente, y el primer Estado de Andalucía, ejerciendo la hegemonía mediterránea en los aspectos culturales y comerciales ante pueblos como fenicios, focenses, cretenses, etc. El conocimiento de Tartessos, nos llega a través de las referencias escritas por los antiguos griegos y romanos, además de los restos arqueológicos de Mesa de Asta (jerez), los del cerro del Carambolo (Sevilla), Cabezo de la Joya (Huelva),etc.
La primera cultura histórica, también es creación de Andalucía. Es la cultura de Tartessos. Inventa el bronce, perfecciona la navegación y elabora el primer estado político de occidente; Tartesia, cuyos límites eran coincidentes con los de la Andalucía actual, excepto por Levante, que comprendía hasta cerca de Villajoyosa, en la provincia de Alicante, y por Poniente, que se extendía hasta llegar a incluir Mérida y Badajoz dentro de sus fronteras. Cultura refinada en todos los aspectos de la creación espiritual, como las anteriores directoras del mundo, a lo menos en sus inicios.(Blas Infante)
Tiro primero y Cartago después, privan a los andaluces de los caminos del mar. Pueblos pequeños, estos enemigos, Andalucía no puede llegar a resistirles. No es bélica su vocación. Los pueblos , del mismo modo que los hombres, de vocación cultural, sobre todo si esta ha sido desarrollada, podrán llegar a ser arrebatados en un instante por la vehemencia guerrera, la cual vendrá a expresar siempre en forma brillante, heroica o estética; pero son incapaces para la acción bélica persistente.(Blas Infante)
En el estudio de Tartessos, Infante encuentra las similitudes y relaciones de Andalucía con las culturas Orientales, en cuyo ámbito inserta la cultura y el hecho civilizador andaluz:
“Los Turdetanos / curetes –jóvenes- ‘gigantes’ –escribe Justino- pelearon con los Dioses en los bosques de Tartesos”. “La tierra andaluza, no admite la tiranía naciente de Zeus y desarrollando un esfuerzo titánico se subleva contra él. Cronos (Tiempo), vencido en todas partes, se refugia en Tartesos bajo la figura de un rey viejísimo, servido por un pueblo de sacerdotes que articulándose al cosmos por medio de sus sacrificios crea dioses o valores culturales verdaderos de acuerdo con la evolución…(Blas Infante)
El establecimiento de andaluces en Creta debe tratar de esta segunda cultura eneolítica y haber continuado durante la primera fase de la cultura tartesa…De Erithea, hija de Gerión rey de los andaluces, nació mercurio, (Stéfano). El rey Osiris, primero de Egipto, casó con una hija del rey ibérico Hespérico o con su hermano Atlas (Sarabón).(Blas Infante)
Infante, no solo relaciona Tartesos con las culturas Orientales, va mucho más lejos, hasta las culturas andaluzas del “sepulcro cupuliforme”:
“Las concordancias evidentes que se aperciben entre las culturas pelasgas de Oriente (tipo cretense) y la andaluza del sepulcro cuculiforme. Pues bien, como la raza de los constructores de esas culturas, como sus artes e industrias, los signos alfabéticos, o alfabetiformes son, también, semejantes y, aún, idénticos entre ellas…”(Blas Infante)
Es decir, los elementos citados por Infante, nos indican una comunidad de origen cretense-andaluza.
En la fundamentación histórica de Andalucía que hace Infante, tuvo una gran influencia la obra de Adolf Schulten “Tartessos”, publicada en 1.924. Siguiendo las teorías de Schulten, Infante diría:
“Mas que por su vieja industria y comercio, Tartesos se eleva por su cultura propia espiritual y representa un caso único en la Historia de Occidente. Tartesos, es la única cultura propia a que llegó Occidente…
Un pueblo de pacíficos navegantes, comerciantes y colonizadores, abierto a todas las ideas…un pueblo individualista al que repugna la acción absorbente del Estado…”
Estas características que Infante atribuye al pueblo Tartesico, van a ser una constante del “ser” andaluz a lo largo de su historia: antibelicista, individualista, libertario, antiestatalista, etc.
Espiritualmente, también podríamos decir que Tartesos es una civilización de una marcada esencia oriental:
“…el sol regía durante el día; la luna durante la noche. El tiempo, padre de todos los dioses es el regazo donde se suceden todos sus imperios divinos…Entre los dioses Tartesios no existe, pues, el combate y la contradicción continua que hay entre los dioses posteriores del Olimpo griego. Tartesia, pueblo antibélico, proyecta su pacifismo al cielo de sus deidades. Consta que el principal dios de Tartesia, dios universal, parece haber sido Cronos, al cual erigieron estatuas en Gibraltar y Cádiz, de bronce y de nueve codos de alta. Cronos era venerado en Andalucía, simbolizado en la figura de su primer rey el viejísimo Gárgoris, el que descubrió la miel…Acaso cronos fue personificado en las fuerzas animales, a través de la larga evolución. Seria, entonces, histórico el bello símbolo expresado por el escudo que la Asamblea Regionalista de Ronda (1.918) vino a elegir para Andalucía. El de Hércules adolescente, sujetando unos leones, con la leyenda del escudo de Cádiz: ‘Dominator Hércules Fundator’…Otras deidades universalistas que pueden articularse a las anteriores en un sistema primitivo, son el Trabajo, el Arte, y la Pobreza, a quién los Tartesos erigían altares y, aún, a la misma Muerte…”(Blas Infante)
Según Manuel Ruiz Lagos, en su obra recopilatoria de inéditos de Infante ‘Fundamentos de Andalucía’, “este Hércules andaluz es fundamental para relacionar las culturas orientales con la autóctona. La opinión de Infante es aceptada -sin saberlo- por el propio F. Sánchez Dragó:
“El Hércules español tiene también tres rostros, que corresponden a tres lugares, tres épocas y tres alcurnias. El primero es egipcio: ‘Este Hércules que vino a España contra Gerión no fue el Griego llamado Alcides sino el egipcio hijo de Osiris’…Todas las tradiciones africanas coinciden en afirmar que un semidios del Nilo, hijo de Isis, se enfrentó en época remota a un rey del Guadalquivir famoso por el lustre de sus rebaños…Siguiendo el hilo del Estrecho, hubo en cádiz y heracleo que se mantuvo en pie y abierto al culto, hasta que Teodosio elevó la fe religiosa a razón de Estado e inauguró la era de las intolerancias… Apolunio quedó impresionado por el trance místico y mágico que agitaba la ciudad de Cádiz, y tomó nota de que nadie moría en ella durante la pleamar. Dios Hércules –el egipcio y el tebano- se repartían con el ateniense Menestheus el favor de los idólatras, mientras piadosos intelectuales de corazón antiguo deificaban símbolos abstractos como el Arte, la Pobreza, la Senectud y hasta la Muerte…”
De la importancia que tuvo el pueblo Tarteso, se deduce la influencia que tuvo en otras culturas de su entorno: africano, mediterráneo y Oriental.
Las sucesivas invasiones que sufre Andalucía, suponen una simple influencia política, que marca los hechos externos, las relaciones impuestas de los conquistadores a los conquistados, pero que no acaban con los hechos interiores que definen una cultura, y que viviendo de forma soterrada, fluyen al exterior cada vez que la libertad lo permite.
“Los hechos políticos –escribe Infante- pueden ser estimulantes o refrenadores del desarrollo cultural, pueden ser negadores de la existencia de un pueblo, privativamente sustentador de una cultura. Hay que distinguir dos hechos políticos: los interiores de una cultura, fenómenos expresivos del mismo organismo cultural o de la animalidad del pueblo del cual forma parte; y los exteriores a ella, originados en el seno y expresivos de la acción de las culturas extrañas o de la animalidad del pueblo que la sustenta…”
Tras la decadencia de Tartessos, e innumerables avatares sufridos por sus descendientes los Turdetanos, llega la presencia romana a Andalucía. Después de un largo periodo de resistencia armada frente a los invasores romanos, se llega a un acuerdo tácito de no agresión. Andalucía reconoce la autoridad política de Roma a cambio de ser considerada provincia del Imperio, con las ventajas que ello conlleva, sobre todo en el terreno de autonomía política y cultural. La influencia cultural romana, principalmente la lengua, no caló en los andaluces hasta que el decreto de acceso a la ciudadanía romana, establecía como condición previa el aprendizaje del latín. La identidad autóctona se mantuvo, y aunque se asimilaran ciertas formas culturales añadidas, podríamos afirmar que la Bética, -la más importante referencia cultural del universo civilizatorio romano- mantuvo sus formas culturales autóctonas, desarrollando la civilización romana y aportando a la misma grandes pensadores, poetas, artistas, filósofos, emperadores, militares, etc.
Desde la decadencia del Imperio Romano y por lo tanto de la Bética, hasta el inicio de la gran y última civilización genuinamente andaluza: Al-Andalus, van a transcurrir trescientos años de estancamiento y oscurantismo cultural y político, propiciado por la irrupción en el tablero político de los pueblos bárbaros del Norte de Europa. Roma, para mantener el control de sus fronteras, concede a estos pueblos la vigilancia de las mismas, convirtiéndolos en la policía del Imperio. El posterior desmembramiento de Roma, provoca que estos pueblos se adentren en el Imperio, tomando el poder político y militar.
Roma, la propagadora de la cultura griega, encuentra en Andalucía la vieja solera de esta cultura, y trata con ella de potencia a potencia cultural. Andalucía depende del senado. La meseta y el Norte del Emperador, o lo que es igual, del ejercito. Andalucía es libre para desarrollar su cultura. Confundiéndola con la misma Roma, tiene que resistir la enemiga de lusitanos y celtíberos. Ella paga a Roma su libertad de expresión espiritual, dándole los mejores poetas, los mejores filósofos, los mejores pontífices y emperadores, precisamente los primeros no latinos, que ocuparon el trono imperial, los más cultos o más humanos…(Blas Infante)
Desde el año 410, diversos pueblos germánicos se adentran en la península ibérica, repartiéndose su territorio. Los Vándalos se asientan en Andalucía. Quince años dura su presencia en nuestra tierra, hasta que otro pueblo bárbaro, los Visigodos, hacen su aparición para expulsar a aquellos en nombre del Imperio Romano. Tras años de continuas escaramuzas guerreras entre distintos pueblos germánicos, se llega a un período de relativa calma, -al abrirse una etapa de cierta independencia de las ciudades turdetanas ya romanizadas- tras la unificación política de parte del territorio bajo la monarquía visigoda, a partir de la segunda mitad del siglo V. El levante peninsular, excepto escasos períodos, no llegó a estar bajo dominio Visigodo, por tener relaciones de clientela –convenio de protección- con el otro eje de la política mediterránea, Bizanzio, a cuyos dominios pertenecía toda la parte Oriental del Mediterráneo, –dato de gran importancia como ya veremos más adelante- en constante conflicto con los pueblos germánicos instalados en el mediterráneo Occidental.
Los Bárbaros (los germanos), vienen por primera vez; establecen en Andalucía su sistema de división y despojo territoriales, base del feudalismo medieval. Andalucía se rebela; pero, como siempre, es inconstante en el combatir guerrero. No sabe, no quiere. Córdoba se subleva. Pronto cae. Sevilla proclama rey a un bárbaro civilizado, Hermenegildo. Fracasa también. Se lo llevan cautivo y sigue considerándole como Rey. Detenido el vuelo cultural propio, Andalucía se hace sincrética ¿San Isidoro?(Blas Infante)
La historia hasta aquí contada, desde el punto de vista asimilista se reduce a una sucesión de invasiones y a la sustitución de unos pobladores por otros –Andalucía es (para la historiografía oficial) una sucesión y mezcla de diferentes pueblos: Iberos, griegos, fenicios, romanos y visigodos (Al-Andalus es una simple anécdota por la reinstauración de las monarquías cristianas tras la “reconquista” y expulsión de los moriscos), sin que se diera una población y una cultura autóctona, es decir, en la historia de Andalucía no han existido los andaluces.
Pero, cuando profundizamos en la historiografía oficial a partir del 711, - año en que se produce la supuesta invasión de los árabes- hasta nuestros días, nos podemos dar cuenta de que pocas cosas han sido tan manipuladas y falseadas como la historia que nos han contado las legiones de maestros, profesores, doctores e investigadores que los sucesivos gobiernos de España, desde los Reyes Católicos han puesto a disposición de esa interpretación asimilista de la historia y que sigue asentada en el actual tejido Universitario español, fuertemente ideologizado, y cuyo sistema de becas, subvenciones, ayudas a la investigación, etc., persevera la interpretación asimilista e impide la investigación en las facetas molestas para la historiografía oficial.
La penúltima prueba de esta afirmación –nunca podemos decir la última, pues tienen una gran capacidad para sorprendernos con nuevas infamias a la verdad y a la razón- fue la famosa lápida islámica encontrada en Xativa (Valencia) y fechada en el siglo VII, antes de la supuesta invasión de los árabes. Como los árabes invadieron España en el año 711 –esto es un dogma que nos impone la historiografía oficial y que ningún investigador que pretenda obtener ayudas oficiales, o acceder a un puesto en la administración, puede negar- la lápida no puede ser del siglo VII, por lo que el artesano que esculpió la lápida se equivocó de fecha, ¡un método deductivo muy científico! Y como había que datar la pieza, la datamos en el siglo XI, justificándolo con la pueril argumentación de que en el siglo XI –siglo de pleno apogeo de la civilización islámica en Al-Andalus y zonas de influencia, donde la astrología y la medición del tiempo era de gran importancia- los artesanos musulmanes no escribían las centenas ¡En unas lápidas no se escribían las centenas y en otras si; bravo por nuestros insignes investigadores!...Esto es solamente un botón de muestra del proceso de investigación histórica, que por encontrarse con el muro de los dogmas oficiales, ha tenido que salir de las universidades y de las instituciones –con la dificultad que ello conlleva por carecer de medios y de tiempo- para recaer en las espaldas de personas que por amor a la verdad y a la historia, invierten su capital y su tiempo en la investigación histórica, con la libertad del que no tiene que esperar que un jefe de departamento le apruebe una beca de investigación. Mención especial en este apartado, hay que hacer del célebre historiador e investigador español Ignacio Olague, autoexiliado a Francia en los años 70 por el boicot sufrido en el ámbito académico, y obteniendo en Francia el reconocimiento que no tuvo en España, siendo nombrado miembro de la academia de la historia de este país.
En este periodo, -el de los comienzos, apogeo y decadencia de Al-Andalus- es en el que los dogmas oficiales más se radicalizan y más burdamente se muestran como consignas ideológicas, más que como hechos históricos avalados por fuentes fidedignas. Así, nos cuentan una fantástica invasión de árabes llegados de los desiertos de Arabia, que en el año 711 invaden España al mando del terrorífico Tarik y que en solo tres años conquistan toda la península. Los cristianos expulsados por los “moros” se reorganizan, iniciando la llamada “Reconquista” que culmina con la Toma de Granada en el año 1.492. Posteriormente, se decreta la expulsión de los moriscos y la repoblación de los territorios reconquistados con castellanos y gallegos, principalmente.
Como leyenda, puede resultar entretenida, y hasta se podría alabar la imaginación de los autores, si no fuera porque estas leyendas las han convertido en dogmas de fe, indiscutibles, y sobre los que se han montado toda la historiografía oficial, encaminada a dar “cobertura científica” a los intereses del Estado que surge de la conquista cristiana de Al-Andalus y que todavía perdura. Como Nación-Estado, España necesitaba una historia única para todo su territorio, un Estado, un Rey y una Religión. La historia, escrita por los vencedores de las cruzadas contra los andaluces, tiene como objetivo justificar la agresión violenta contra Al-Andalus, las pragmáticas contra sus costumbres y sus ritos espirituales, de fortalecer la idea de la unidad de España, fundamentada en un supuesto estado visigodo, heredero de Roma, en cuyo seno ya existía esa unidad político-religiosa que la reconquista vino a reponer.
La realidad fue muy diferente: un invento promovido por la iglesia católica, para justificar su derrota militar e ideológica ante los cristianos “unitarios”, seguidores del arrianismo que predicó Prisciliano en el siglo IV, así como encubrir la conversión voluntaria y el paso desde el sincronismo islamo-cristiano de los “unitarios” –versión cristiana, mayoritaria en Andalucía- al Islam.
El último de los dogmas, la expulsión de los moriscos y la repoblación, decretaba oficialmente la unidad católica de España, ya sin “moros”, e inculcaba a la población andaluza la idea de pertenencia a la clase colonizadora en el conflicto contra el “moro”, al que termina odiando como exponente de todos sus males. Con la Identidad borrada, se habían evitado las numerosas sublevaciones que acaecieron desde la conquista hasta el siglo XVIII. Los siguientes conflictos, tendrían la misma raíz, pero con la identidad perdida, sin conciencia del origen del conflicto, una vez asimilada su Identidad a la del invasor.
La verdad de esta historia, la irán desgranando historiadores e investigadores como Bernand Vincent, Domínguez, Américo Castro…hasta llegar a Ignacio Olague, que desarrolla una investigación multidisciplinar en torno a los acontecimientos mundiales y locales, originados desde el siglo VII, -Muhammad recibe la revelación, iniciándose la era Islámica- hasta el IX, siglo en el que la civilización Islámica está asentada en Andalucía, e inicio real de Al-Andalus.
Para entender lo que ocurre en Andalucía en el siglo VIII, nos tenemos que remontar varios siglos atrás en la historia, concretamente al año 325, en que el emperador del Sacro Imperio Romano, Constantino, convoca un concilio en la ciudad de Nicea para zanjar las disputas teológicas que enfrentaban a diversas sectas del cristianismo, perturbando la convivencia y la estabilidad del Imperio y poniendo en peligro su unidad.
En este concilio, el emperador Constantino decreta la secta Católica como la oficial del Imperio, imponiendo entre otros dogmas el de la Trinidad, mientras que se confirma la excomunión de su competidor, el obispo de Alejandría Arrio. Varias décadas después, las ideas que Arrio había predicado en Oriente: negación del dogma de la Trinidad, sólo existe un Dios Único, Jesús no es hijo de Dios, solo un profeta, nombramiento de mujeres para la dirección del culto etc. van a ser propagadas por Prisciliano en la Península Ibérica, especialmente en Galicia. La rápida propagación de las teorías de Arrio, a través de prisciliano, tuvieron una rápida acogida, lo que produjo fuertes tensiones en el campo Teológico, que rápidamente pasaron a enfrentamientos físicos. En el año 385 en la ciudad de Tréveris, el emperador Máximo, hace acudir a Prisciliano para defenderse de la acusación de hechicería, lanzada por sus adversarios católicos. En el juicio, en el que predominaron intereses políticos y clericales, fue condenado a pena de muerte. Le cortaron la cabeza, siendo el primer ejecutado por herejía en la historia de la cristiandad.
Sus restos, reposan en la Catedral de Compostela, en la tumba que años más tarde, y a consecuencia de otros intereses políticos, fue “asignada” a Santiago Matamoros. Las ideas de Arrio, contrariamente a lo esperado por sus enemigos católicos, se afianzaron tras la ejecución de Prisciliano, hasta el punto, de que en el año 460, toma el poder en la península el monarca Godo Eurico, convirtiéndose al arrianismo.
Con la llegada al trono godo de Recaredo, en el año 587, cambia el mapa político de la península. Recaredo, por conveniencia y alianzas políticas, abjura del arrianismo, convirtiéndose al Trinitarismo católico. Es decretada la prohibición del culto arriano, sufriendo estos una brutal persecución por parte de la oligarquía goda y del clero católico, con el resultado de robos, violaciones, asesinatos, esclavitud, etc.
Esta situación de represión religiosa, dura hasta el 702, año en que Vitiza sube al trono, tomando una serie de medidas, encaminadas a restablecer la paz social y a asegurar la estabilidad del reino: concede una amnistía a los perseguidos religiosos, les restituye sus propiedades y convoca el XVIII concilio de Toledo, cuyas actas –importantísimas para el estudio de ese período histórico- jamás fueron encontradas, posiblemente –en opinión de la mayoría de historiadores- por ser contrarias a los intereses de la ortodoxia católica.
A la muerte de Vitiza , se agrava el conflicto sucesorio. El sucesor natural de Vitiza, su hijo Achila, era menor de edad, circunstancia que aprovecha la nobleza y el clero católico para nombrar rey a Don Rodrigo, afín a sus intereses. La consecuencia de este nombramiento, es una guerra civil entre los partidarios de Rodrigo –católico- y los que defendía la sucesión de Achila, hijo de Vitiza, por considerarlo heredero legítimo –mayoritariamente arrianos-.
En esta situación de guerra civil y de descomposición del estado visigodo se encontraba la península Ibérica cuando nos acercamos al año 711. El control del ejercito visigodo de la Bética, lo mantenía un general fiel a Vitiza, Rechescindo, antiguo tutor de Achila, hijo de Vitiza. Fallece en una escaramuza con los partidarios de Rodrigo, lo que le permite a este entrar en Sevilla sin oposición. En esta situación de desesperación, los partidarios de Achila, piden ayuda a sus correligionarios de la provincia visigótica de Tingitania (actual Tánger), cuyo gobernador, Taric, había sido nombrado por Vitiza, siendo fiel a la causa arriana. El “árabe” Taric, seguramente Godo, tal como nos indica la terminación de su nombre: “ic” -en lengua germánica significa “hijo de”-, a la llamada de los seguidores de Achila, cruza el estrecho con un ejercito compuesto principalmente por bereberes. Las tropas de Taric, no se encuentran con oposición a su llegada a las costas andaluzas, por ser esperadas por la población, mayoritariamente arriana, para la lucha contra el que consideraban había usurpado el trono visigodo.
Pero hay un bárbaro andaluzado. Aquí tenía sus propiedades. Aquí educó a sus hijos. Tal vez corría sangre andaluza por sus venas. Este bárbaro era humano y utópico. Una de las más grandes figuras de la historia. Como Akenatem, como Evilmorac o Asoca. Se nombraba Vitiza. Protege a los judíos que desde los tiempos de Tartessos inundaban a Andalucía. Ordena convertir las armas en instrumentos de labranza, derrumba fortalezas, desobedece a los concilios de los obispos, permite el matrimonio entre los clérigos…Los bárbaros reaccionan. Triunfa la reacción, y Cristo germanizado (clave esta fórmula de la historia medieval), vuelve a reinar con Rodrigo. Por poco tiempo. ¿Qué hacer? Andalucía es la Cava. La Cava, la mala mujer, es el símbolo de Andalucía, profanada por la barbarie. Legiones raudas y generosas corren el litoral africano predicando la Unidad de Dios. El “Arroyo grande” que dijo Abu-Bekr, las separa de Andalucía…Esta les llama. Ellos recelan. Vienen: reconocen la tierra y encuentran a un pueblo culto atropellado, ansioso de liberación. Acude entonces Tarik (¡ 14.000 hombres solamente !) Pero Andalucía se levanta en su favor. Antes de un año, con el solo refuerzo de Muza, ( 20.000 hombres), puede llegar a operarse por esta causa la conquista de España. Concluye el régimen feudalista germano. Hay libertad cultural. Andalucía entera aprende el árabe y dice que se convierte. Poco después, Andalucía, ¡Andalucía libre y hegemónica del resto peninsular! ¡Lámpara única encendida en la noche del medievo, al decir de la lejana poetisa sajona Howsrita!(Blas Infante)
En este texto de Blas Infante, podemos ver la sorprendente interpretación que nos muestra de la ‘invasión árabe’, sobre todo si tenemos en cuenta la carencia de fuentes y de estudios sobre el tema. Infante interpreta la ‘invasión árabe’, a contracorriente, negando la interpretación oficialista de la ‘invasión’ que somete a la península por la fuerza de las armas, y presentándola -con una increíble similitud con las tesis que Olague desarrollara cincuenta años después- en el contexto de las luchas internas Visigodas, y en la similitud de creencias entre los andaluces –arrianos- y sus hermanos del norte de África que ya “recorren el litoral africano predicando la Unidad de Dios”. Para Infante, la conquista de la península Ibérica, no se produce como consecuencia de la invasión de los árabes, pues con 14.000 hombres en una primera oleada y 20.000 después, es imposible someter a una población de varios millones de habitantes. La conquista se produce –según Infante- por la ayuda que estos árabes prestan a los andaluces en su lucha contra el ‘régimen feudalista germano’.
Las posteriores leyendas de la batalla de Guadalete y la traición del Conde Don Julián, no son más que eso, leyendas, al igual que la muerte de Rodrigo, muerto en la batalla de Guadalete según la leyenda. Es mucho más probable que huyera hacia la Lusitana en busca de refugio, pues según el abate Antonio Calvalho da Costa en su “Corografía portuguesa”, en Viseu, existía una sepultura con la inscripción “aquí yace Roderico, rey de los godos”.
La leyenda, convertida en fuente de la historia y en dogma posteriormente, nace de las “fuentes” árabes, concretamente de la obra titulada “Ajbar machmua”, cuya traducción es: “historias de oídas” y escrita después de más de trescientos años desde los supuestos hechos –según levy Provençal y L. Molina-, a instancias de la casa real cordobesa, con el objeto de legitimar la dinastía Omeya, emparentándola con los Omeya de Damasco y justificando su llegada a Al-Andalus con una historia copiada de otras que circulaban por el espacio de influencia de Al-Andalus. Las historias son las mismas, cambiando los nombres de lugares y de personas. En aquella época, era importante tener un apellido que emparentara con la familia del profeta Muhammad o con alguna otra de prestigio en el mundo islámico. En Al-Andalus, era muy frecuente falsificar el nombre para legitimar la ascendencia. Incluso la propia familia real falsificó el suyo: Abderrahman III era pelirrojo de ojos azules, al igual que la totalidad de su familia, nada parecido a un árabe de Damasco; más bien pudiera ser un descendiente de la minoría Visigoda que se mantuvo en el poder.
No hubo invasión de ejércitos árabes. La realidad, es otra bien distinta. En el siglo VII se produce un movimiento revolucionario que va ganando adeptos en Oriente y que empieza a extenderse por todo el mundo. Las lápidas encontradas en Xativa, fechadas en el S.VII, -y otras más encontradas en otros lugares y fechadas en el mismo siglo, según fuentes universitarias- demuestran que el Islam llega a la península Ibérica directamente desde Oriente, posiblemente a través de la costa mediterránea no sometida a la monarquía visigoda y que mantenía relaciones comerciales y de clientela –protección- con el Imperio Bizantino de Oriente. El proceso de asimilación de las nuevas ideas y los nuevos ritos, es lento, progresivo, pasando por una primera etapa de sincretismo con el arrianismo hasta llegar a las formas de culto islámicas y a unas formas sociales islamizadas: deslatinización, adopción del idioma árabe y arabización de los nombres.
Estamos en un período de descomposición del Estado Visigodo, producido por una guerra interna entre andaluces, mayoritariamente arrianos y el resto del Estado Visigodo, oficialmente católico. Al independizarse la Andalucía arriana del resto del Estado Visigodo, sus relaciones naturales fueron con el Imperio Bizantino, cuya influencia va pasando de la zona costera mediterránea al resto de Andalucía. Con esta influencia, llegan también las nuevas ideas, las ideas-fuerza que las llamara Olague, siendo asumidas paulatinamente por la población arriana andaluza por la similitud de creencias: un solo Dios, negación del dogma de la Trinidad, supresión del clero, Jesús no es Dios, es profeta, etc. Estas similitudes facilitan el sincronismo primitivo y la siguiente asimilación del arrianismo al Islam, no encontrándonos una Andalucía arabizada e islamizada hasta el siglo IX.
Es curioso, que los interpretes oficiales de la historia, solo hayan tenido en cuenta las fuentes del Ajbar Machmua y las derivadas de este, tanto las árabes como las cristianas, sin darle importancia a la historia de la Iglesia católica y a los documentos generados por esta: concilios, obras escritas por miembros de la jerarquía eclesiástica y correspondencia cruzada entre estos. No existe entre estos textos, la más mínima mención a la herejía islámica o a la nueva religión en todo el siglo VIII y mitad del IX. ¿Cómo es posible que las autoridades eclesiásticas no se hubieran percibido de la invasión de unos árabes que impusieron una nueva religión?
En este apartado, hay que hacer una referencia especial a San Eulogio. Miembro de una familia acomodada que vivió en Córdoba en la primera mitad del Siglo IX. Al regreso de un viaje a Navarra (849-850) y ante la difusión que tuvieron las herejías unitarias en Andalucía, se le ocurrió combatirlas predicando el martirio a las vírgenes cristianas de Córdoba, en la creencia de que la sangre vertida podría detener el proceso de islamización que se estaba engendrando en su ciudad. Las revueltas populares que el martirio de las vírgenes sacrificadas causaron, llevaron a la autoridad política a hacerle responsable de la alteración del orden público, siendo encarcelado por estos motivos. La fama alcanzada por sus escritos, hace que sea nombrado Arzobispo de Toledo, no pudiendo ocupar el cargo por haber sido condenado por la justicia del sultán cordobés y encontrarse encarcelado. Más tarde, Alfonso III consigue que Abderrahman II, monarca de Al-Andalus, le permita trasladar el cuerpo de San Eulogio hasta Oviedo. El cuerpo iba acompañado de manuscritos con las obras del escritor, reproducidas en vida de este, las cuales se conservan en la biblioteca de la catedral de Oviedo. Entre estos documentos, se encuentra el “Apologeticum martyrium”, escrito en 857, donde relata su viaje a Navarra, dando cuentas del hallazgo que hizo en la biblioteca del Monasterio de Leyre: un opúsculo que reseña una biografía de Mahoma. Los pormenores de este viaje, son conocidos por la biografía que Álvaro escribe de San Eulogio y por la carta que este escribe al obispo de Pamplona a su regreso a Córdoba, por lo que no hay duda de su autenticidad y del año en que fue escrita.
Alojado San Eulogio en el Monasterio de Leyre, hizo un gran descubrimiento en la biblioteca de este monasterio. El mismo lo relata de la siguiente forma:
“Cuando últimamente me hallaba en la ciudad de Pamplona y moraba en el monasterio de Leyre, ojeé todos los libros que estaban allí reunidos, leyendo los para mí desconocidos. De pronto descubrí en una parte cualquiera de un opúsculo anónimo la historieta de un profeta nefando”.
Se trataba de una biografía del profeta Muhammad. La lectura de esta biografía de un profeta desconocido para él, le produjo tal sensación, que se vio en la necesidad de compartir el hallazgo con sus correligionarios, los intelectuales católicos Juan Hispalense y Álvaro de Córdoba. Juan Hispalense, que seguramente había recibido la carta antes que Álvaro, escribía a este, remitiéndole un extracto de la biografía de Muhammad, para hacer partícipe a Álvaro del extraordinario descubrimiento que su amigo común, Eulogio, había encontrado en Leyre. Estas cartas, fueron intercambiadas entre los años 849 y 851.
Estos aspectos de la historia, ya empiezan a ser reconocidos por la historiografía oficial, ante la rotundidad de los argumentos expuestos a favor de las tesis de la no invasión de los árabes; pero la historia no acaba aquí, pues en el año 1.610 se decreta la expulsión de los moriscos –también se reconoce la barbarie del genocidio- y con la posterior repoblación, tenemos una población Castellana y Gallega en Andalucía. Nada más lejos de la realidad… la salida de moriscos de Andalucía, fue mínima, como lo atestiguan numerosos historiadores. Un caso muy llamativo del fracaso de esta expulsión, lo tenemos en la carta que envía el Conde de Salazar –designado por el rey Felipe III para llevar a cabo las tareas de expulsión de los moriscos en el reino de Castilla, tarea que cumple con gran celo, enviando la siguiente carta al rey tras su fracaso:
Carta del Conde de Salazar a S.M.
Fecha en Madrid a 8 de agosto de 1.615
Señor:
En un papel del Duque de Lerma del 31 del pasado me manda Vuestra Majestad que vaya dando cuenta del estado que tuviere la expulsión de los moriscos por que tenga efecto lo que está hecho y, aunque yo he quedado con mucha menos mano en esto que la que Vuestra Majestad mandó que tuviese cuando la ejecución de esta obra se remitió a las justicias ordinarias, siempre he dado cuenta a Vuestra Majestad de lo que en esto se ha ofrecido a que nunca se me ha respondido, así entendía que Vuestra Majestad tenía más ciertos avisos por otros caminos que ha sido causa de no haber yo dado cuenta de lo que tengo entendido por relaciones muy ciertas. En el Reino de Murcia, donde con mayor desverguenza se han vuelto cuantos moriscos salieron, por la buena voluntad con que generalmente los reciben todos los naturales y los encubren los justicias, procure que se enviase a Don Gerónimo de Avellaneda, que fue mi asesor, como se hizo cuando su Majestad mandó que llevase instrucción mía de lo que había de hacer por la mucha plática que de aquel reino yo tenía, el consejo no quiso admitir esta instrucción y diole otra tan corta que aunque fue e hizo lo que pudo, no hizo nada, ya que se han vuelto los que expelió, y los que se habían ido y los que dejó condenado a galeras acuden de nuevo a quejarse al consejo de toda Andalucía por cartas del Duque de Medina Sidonia, y de otras personas se sabe que faltan por volverse solo los que han muerto en todos los lugares de Castilla la Vieja y la Nueva y la Mancha y Extremadura, particularmente en los de señorío se sabe que vuelven cada día muchos y que las justicias los disimulan; una cosa es cierta, y es que cuanto a que Vuestra Majestad mandó remitir la expulsión a las justicias ordinarias no se sabe que hayan preso ningún morisco ni yo he tenido carta ninguna de ellas; las islas de Mallorca y de Menoría y las Canarias tienen muchos moriscos así de los naturales de las mismas islas como de los que han ido expelidos, en la corona de Aragón se sabe que fuera de los que se han vuelto y pasado de los de Castilla hay con permiso mucha cantidad de ellos y la que con las mismas licencias y con pruebas falsas se han quedado en España son tantos que era cantidad muy considerable para temer los inconvenientes que obligó a Vuestra Majestad a echarlos de sus Reinos, a lo menos el principal inconveniente, que es el servicio de Dios, se ha mejorado un poco pues de la cristiandad de todos los que digo que hay en esta corona se puede tener tan poca seguridad.
La jurisdicción que me ha quedado, es solo responder a las justicias ordinarias las dudas que me comunicaren y hasta ahora ellos no tienen ninguna de que les está muy bien dejar estar los moriscos en sus jurisdicciones, así nunca me han preguntado. Vuestra Majestad según todo esto mandará lo que más convenga a su servicio que la relación que yo puedo dar a Vuestra Majestad, cumpliendo con lo que manda, es la que he dicho.
Con lo que su Majestad me mandó responder a la consulta de los moriscos de Tánger me a obligado a darle cuenta del mal estado que tiene la expulsión de los moriscos por los muchos que cada día se vuelven y por los que han dejado de expelerse, que todos juntos es una cantidad muy considerable; yo habré cumplido con esto con mi obligación y con lo que su Majestad mandó, y holgaré mucho que su Majestad tome la decisión que pareciese que más conviene; una sola cosa aseguro a su Majestad y es que si convino echar a los moriscos de España, después de haberlos echado no conviene dejarlos volver a ella contra la voluntad de su Dueño y que con hacerlo queda deslucida la mayor obra que nunca se ha hecho y se falta al servicio de Dios a quien esta gente no conoce sino para ofenderle. Guarde Dios a Vuestra Majestad los años que deseo”.
José Checa, en “La permanencia morisca en Andalucía”, recoge las conclusiones de Bernard Vincent, respecto a la expulsión de los moriscos y nos cuenta de esta forma la expulsión y la posterior repoblación:
“Son muchos los cronistas e historiadores de la época, que escriben sobre la permanencia de gran número de moriscos en Andalucía y en toda la península.
Bernard Vincent, nos dice con respecto a la llamada repoblación del último territorio musulmán, el reino de Granada:
“…las gentes del Norte, apenas si acudieron, exceptuando un gran contingente de gallegos de la región de Orense que no pudieron resistir las terribles condiciones en que se efectuó el traslado. La repoblación fue un asunto entre vecinos. Los grupos más numerosos procedían de las actuales provincias de Córdoba y Jaén, venían después de Murcia, Sevilla, Valencia y Ciudad Real, sin olvidar a los hombres procedentes del reino de Granada, que representan del 10 al 15 por 100 del total. De esta situación, fuese necesario dar una mayor elasticidad a los reglamentos y admitir no solo a granadinos, sino también a solteros e incluso a adolescentes hijos de repobladores, a los que se emancipaban urgentemente. Se traicionaba de este modo el ideal, y los responsables de esta operación, desilusionados, observaban cómo ‘ la escoria’ de España invadía el reino de Granada…”
¿Acaso esos repobladores venidos de toda Andalucía, Murcia, Valencia, etc, no son ellos mismos moriscos y por lo tanto hijos de conversos, con ganas de cambiar de vida y de residencia y escapar de ese mundo de miseria al que estaban sometidos?
Conclusiones:
Hacia la mitad del siglo IX, la jerarquía eclesiástica andaluza, desconocía la existencia del Islam. No se habían enterado de la invasión de los árabes en el 711, no se habían percatado de que cinco veces al día, los almuecines de las mezquitas cordobesas llamaban a la oración a los fieles del Islam. Su preocupación no era el Islam, -no lo conocían- sino el judaísmo, el arrianismo, otrás herejías cristianas y el ateismo, pero no el Islam, del que no se hace mención en ningún documento eclesial hasta las cartas de Eulogio en el año 849 aproximadamente, en las que muestra su perplejidad ante el descubrimiento de una nueva religión.
La Islamización en Andalucía, fue un fenómeno posterior a la arabización de las costumbres y del lenguaje. El proceso no fue igual en todo el territorio andaluz, siendo más tardío en la zona Occidental, como lo demuestra la política cultural de Abd al Ramán II y sus esfuerzos por acelerar el proceso. Fue en la Andalucía Oriental, donde el fenómeno se consolidó de forma más rápida, debido a los intercambios comerciales y culturales que desde estos puertos se realizaba desde que surge el fenómeno en Arabia. El lento proceso del sincretismo arriano al musulmán, hizo que el fenómeno quedara oculto para los líderes católicos, hasta que Eulogio alerta a sus correligionarios de que algo estaba pasando.
En este punto de la historia de Andalucía, nos encontramos con Al-Andalus, visible al mundo. La ruptura del Estado Visigodo, y la nueva reestructuración social, política y económica que traen las ideas revolucionarias llegadas de Oriente, junto a la recuperación de la libertad de pensamiento que había caracterizado a Andalucía desde épocas remotas, aglutinadas por el ‘genio’ andaluz, provocan el afloramiento de una cultura que será –en palabras de Infante- “foco cultural”; La fuerza gravitatoria del Universo cultural mundial, gira en torno al núcleo cultural andalusí. Al-Andalus exporta su cultura tanto a Oriente como a Occidente, siendo el germen de futuras culturas, como por ejemplo el “Renacimiento Europeo”, hijo de Al-Andalus, como lo demuestran los estudios de Asín Palacios –al que Infante tanto admiró- , o Juan Vernet en su obra “Lo que Europa debe al Islam de España”.
Europa germánica, es un anfictionado, bárbaro, inspirado por el pontífice de Roma. “Nadie, ni aún los nobles, exceptuando al clero, sabía leer y escribir. En Andalucía todo el mundo sabía”. No hay manifestación alguna cultural, que en Andalucía libre o musulmana, no llegase a alcanzar una expresión suprema. No puede llegar a existir una economía social que asegure mayor fuente de bienandanza. “Los más deliciosos frutos estaban de balde. El comercio era tan poderoso, que bastaban los ingresos aduaneros para cubrir los gastos públicos y mantener repletas las cajas del Estado”. ¡Y las artes! Andalucía canta; y su música se propaga deleitando a todos los pueblos del continente. Pero Europa, tiembla de envidia; se consume de rencores. Ella es cristiana. Andalucía con nombre Islámico, es librepensadora. “Sigue sin poder llegar a ser bélica. Los ejércitos mercenarios destruyen el imperio andaluz, y en su lugar se crean pequeños reinos, que eran otras tantas academias presididas por los príncipes”. Más florece aún la cultura de Al-Andalus. El anfictionado de Andalucía está compuesto de pueblos de poca extensión territorial, unidos por el mismo espíritu. ¿Qué importa la unidad política imperialista?. Ya lo dijo Byron: Dios, como los cosecheros, no sirve en copas grandes el licor concentrado, rico en esencias… Europa, entonces precede al Japón. Como este, viene a aprender a nuestras Universidades. Traduce nuestros libros y prepara con la ciencia andaluza su renacimiento. Todos sus grandes hombres, teólogos, filósofos, médicos, poetas, son discípulos de Andalucía. Pero la odian. ¡No es cristiana! Y nuestras invenciones sirven de recursos a Europa contra nosotros.
(Blas Infante)
Los reinos cristianos del Norte, no veían con buenos ojos una Andalucía ‘Unitaria’ –arriana en principio y musulmana después- ni la hegemonía política y comercial que esta había alcanzado, por lo que estos reinos, unidos en torno al ‘Papado’ de Roma, deciden las cruzadas contra Al-Andalus, con la cristiandad como elemento aglutinador frente al ‘unitarismo’ andalusí.
Antonio Medina Molera, precursor del ‘moderno’ nacionalismo andaluz, al desarrollar ideológicamente la fundamentación de Andalucía en la visión Orientalista de Al-Andalus, allá por los años 70 y 80 del pasado siglo, y rescatando autores como Ignacio Olague –por entonces marginado y con sus obras secuestradas- nos da la línea interpretativa de la historia andaluza, así como nos facilita la comprensión de Infante, al desplegar los argumentos de un Infante ‘Orientalista’. En su trabajo “Origen de la Identidad y Causa Morisca”, nos ofrece la visión –excelentemente argumentada- del origen de las Cruzadas contra Al-Andalus:
“va a ser en el año 777 cuando Carlomagno, aliado con Roma inicia la primera guerra contra los musulmanes de Al-Andalus y los otros pueblos arrianos o unitarios de la Península Ibérica. Carlomagno conquista Pamplona y pone sitio a Zaragoza. La ayuda de los andaluces que recibe esta ciudad, obliga a Carlomagno a levantar el sitio y regresar a Francia. En la huida sufre el ejército franco una grave derrota, infligida por los andaluces y vascos en el desfiladero de Roncesvalles. Posteriormente los andaluces se dirigen a Narbona para liberarla, lo que induce a Carlomagno a una nueva guerra y sucesivos pactos con los andalusíes para establecer la Marca Hispánica, origen del condado franco de Cataluña. El año 800 el papa León III corona emperador a Carlomagno con la fórmula Romanum gubernans Imperium. Bajo Carlomagno surge la iglesia imperial franca-romana. La actitud religiosa del emperador y el papa está totalmente condicionada por intereses políticos y expansionistas, apoyándose mutuamente en una política de cristiandad ya que la apuesta por la catolicidad era a su vez una apuesta por el neoimperialismo romano. Con la fórmula dogmática de la trinidad, Carlomagno y el papa pretendían uniformizar y perpetuar el imperio romano, ahora franco-católico, pretendiendo someter a los diferentes pueblos y culturas: eslavos, alamanes, germanos, ibéricos, etc. a una misma ley y religión del imperio. La principal oposición a este proyecto imperial-expansionista la encontraron en los diferentes pueblos de la Península Ibérica. La civilización unitaria había sido siempre de gran significación en la historia e identidad de los pueblos ibéricos. Escribe Menéndez y Pelayo: “Es insignificante el número de “divinidades” que puede decirse indígena de los íberos”. Agustín de Hipona asigna a los andaluces (turdetanos y antiguos íberos) la tradición unitaria. En su obra “La ciudad de Dios”, capítulo IX del libro séptimo, les atribuye la noticia de un dios único, autor de lo creado..., impersonal, inimaginable, incorruptible; en definitiva, toda una epistemología unitaria a cuya noticia habían llegado estos pueblos ibéricos, según Agustín de Hipona, gracias a las enseñanzas de sus profetas y sabios. Todo ello daría lugar a que el arrianismo en Andalucía, Valencia y Vasconia, junto al priscilianismo en Galicia, se convirtieron en una expectación favorable a la transmisión del Islam como madurez y universalidad profética. El Islam iba creando un universo, no exclusivista, de pueblos y culturas. Una civilización plural que hizo emerger a la mujer y al hombre de la mera suficiencia, procurándole la armonía entre la realidad plural y la conciencia unitaria; entre la persona y la comunidad, entre los pueblos, las diversas culturas y la Umma o nación universal sin fronteras, en abierto diálogo entre civilizaciones. La Humanidad conoció una de sus grandes épocas de esplendor.
Entre tanto, la concepción que Carlomagno y el clero católico tienen del imperium es una mezcla entre la tradición cesárea y la concepción germánica de la monarquía sacerdotal influida por el pensamiento agustiniano de la civitate dei. La dignidad imperial la otorga ahora el papa de Roma en calidad de translator imperii o suma autoridad. Carlomagno reivindica el derecho a dirigir también los asuntos eclesiásticos: preside los sínodos, establece el diezmo eclesiástico, la creación de circunscripciones metropolitanas (12 arzobispados francos, 5 italianos y 4 alemanes), además de parroquias autónomas en las zonas rurales. Podemos observar cómo todavía en el año 814 la iglesia católica no disponía de ninguna circunscripción metropolitana en toda la Península Ibérica, es decir, no había una población y tradición católica significativa.
El emperador católico Carlomagno fomenta la uniformización de la liturgia de acuerdo con el rito romano; se reserva la potestad de nombrar a laicos de su total confianza como obispos y abades, transformándolos en funcionarios encargados de la expansión del imperio junto al cristianismo católico. Se inicia pues una política abierta de cristianización y guerra de cruzada contra los pueblos ibéricos.
Los monasterios se convierten en auténticos caballos de Troya en las diferentes marcas de la Península. Se declara obligatoria la regla benedictina para todos los monasterios dependientes del imperio franco. En los siglos X y XI, frente al proceso de secularización de la vida monástica católica, como consecuencia del enorme poder feudal de esta iglesia, y ante la reivindicación de los señores feudales laicos que pretendían jurisdicción sobre los conventos situados en sus dominios, se origina el movimiento cluniacense, que irradia de las abadías de Cluny –fundada en el 910- y de Gorze. Propugna la protección exclusiva del papa y no la del obispo o señor, la implantación de una estricta disciplina y el reforzamiento de la autoridad del abad. Cerca de 200 monasterios pasan a formar una congregación bajo la obediencia del abad francés de Cluny. Era la mejor organizada y disciplinada quinta columna al servicio del expansionismo franco-romano. Desde Pelayo (718-737) y Alfonso (739-757) se repuebla Asturias de francos, fortificándose los puntos fronterizos con las avanzadas de los andaluces, que en el 794-95 saquean Asturias. Navarra mantiene su independencia entre andaluces y francos. La provincia gala de la Septimania-Narbonense es administrada por los andaluces, que son rechazados en la batalla de Poitiers (732). La Septimania es incorporada al reino franco por Pipino el Breve, veinticuatro años más tarde. Carlomagno (768-814), emperador de los francos, conquista los territorios peninsulares al norte del Ebro y los anexiona al imperio franco, fundando y repoblando de francos los condados de Castilla, Aragón, Sobrarbe, Ribagorza y Pallars; además de los condados catalanes de la llamada marca hispánica. Las repoblaciones masivas de francos –franceses- tienen lugar entre los años 801 con la conquista de Barcelona y el 897 que con el franco Wifredo I el Velloso, lleva la conquista hasta la línea del Llobregat, forzando a la población ibérica de esta parte de la antigua tarraconense a convertirse al catolicismo. De esta forma los francos conquistan y anexionan a su imperio toda la cornisa cántabra junto a los Pirineos, y para mantener este pasillo, a modo de contrafuego contra el Islam y las aspiraciones de libertades e independencia que con la administración andalusí habían logrado los diferentes pueblos ibéricos, se va a urdir el montaje de la tumba de Santiago de Compostela. Es a partir de Alfonso II el Casto con la invención del “descubrimiento” del cuerpo de Santiago en Compostela, cuando los reyes francos hacen un uso político de este camino para unir el norte peninsular con el imperio franco, lo mismo que crearán otro hacia Roma con el mismo fin. El rey Alfonso preocupado por la reestructuración del reino leonés siguiendo los cánones del imperio Carolingio y necesitando también vencer las resistencias con los unitarios de Al-Andalus, va a utilizar el camino de Santiago como una barrera con el centro y sur peninsular, haciendo de este apóstol el símbolo permanente de la lucha contra el Islam. La sociedad leonesa se ha convertido ya en tiempos de Alfonso II en una monarquía franco-católica, que empieza a desarrollar el mito de la “Hispaniam cristiana”, configurando en torno al supuesto sepulcro de Santiago todo su montaje ideológico. Más tarde, la monarquía aragonesa hará otro tanto de lo mismo, tomando el otro símbolo “santiaguista”: un supuesto pilar sobre el que una supuesta virgen se apareció a un supuesto apóstol. Y, hasta el siglo XVII llegará el último intento de violentar territorios y poblaciones a través de una política expansionista de cristiandad fundamentada en “Santiago Matamoros”. Incluso la fracción morisca moderada intentará evitar la marginación de las poblaciones musulmanas sacando a la luz en el Sacromonte granadino las revelaciones de San Cecilio, discípulo ¡cómo no! de aquel supuesto Santiago. El reino leonés es cristiano trinitario, fundamentalmente porque el camino de Santiago lo une al imperio franco-romano. Sin embargo, existe demasiada evidencia del colonialismo franco para que nazca todavía la idea de unidad de un pueblo hispano-cristiano y sobre todo, la ideología de reconquista.
En al argumento, fácilmente se ha introducido una falacia: la de que el enfrentamiento que se produce en la península era entre cristianos indígenas y supuestos árabes extranjeros, y la de identificar a estos cristianos franceses que han constituido el reino de Castilla en el siglo XI, con los unitarios de la administración visigoda en el siglo VIII. La búsqueda de esta identificación era algo que se perseguía desde hacía tiempo, y en este propósito es donde se produjo la petición forzada al Emir Taifa de Sevilla Al-Mutadid del cuerpo de San Isidoro de Sevilla para que fuera trasladado a León en tiempos de Fernando I, padre de Alfonso VI. Poco después, con el oro que proporcionan las parias que pagan los reinos de Taifas musulmanes, se construyen las Basílicas de Santiago de Compostela y de San Isidoro de León, convertidas en símbolo de una reconquista que oculta un nuevo expansionismo francés en la Península.
Los franceses que administran Castilla se adueñan del concepto geográfico de Hispaniam, en detrimento de Al-Andalus, pero, en realidad, en detrimento de todos los pueblos de la Península Ibérica. De un concepto geográfico (la Hispaniam romana) se elabora un concepto político expansionista con el apoyo de la iglesia romana, que a partir del siglo XII es el principal agente de esta ideología de cristiandad, transformando en concepto de pirámide imperial franco por otro de pirámide monárquica hispánica, usando como apoyo y legitimación ideológica las palabras de cruzada de los pontífices: “No es contrario a la fe católica exterminar y perseguir a los sarracenos (musulmanes), pues, a ejemplo de lo que se lee en el libro de los Macabeos, los cristianos no pretenden adueñarse de tierras ajenas sino de la herencia de sus padres, que fue injustamente poseída por los enemigos de la cruz de Cristo durante algún tiempo. Además es legítimo y admitido por el derecho de gente de que en los lugares ocupados por los enemigos que los retienen con injuria de la divina majestad el pío expulse al impío el justo al injusto...” Entre los años 1000 y 1035, Sancho mayor de Navarra se somete al expansionismo franco permitiendo la reforma benedictina, base de la cluniacense, entre los territorios vascones para su catolización. Más tarde, el rey francés, Felipe III el atrevido casa a Juana, heredera del reino de Navarra, con su hijo Felipe IV; quedando Navarra incorporada a Francia hasta el año 1328, logrando el imperialismo franco su objetivo de dominación en todo el norte peninsular. El único bastión de independencia ibérica sería la administración andalusí. Esta política neoimperialista franco-romana es solamente frenada por los andaluces, que durante el gobierno de Al-Mansur (Almanzor), llegan en sus aceifas hasta Barcelona en el 985, León en el 988 y Santiago de Compostela en el 997, con la intención de frenar las agresiones expansionista franco-romanas.
El belicismo de la ideología de cristiandad que profesan los católicos, el expansionismo sin límite de esta iglesia que en aquel momento histórico aprovecha el imperialismo franco ascendente junto a pequeñas ambiciones locales de poder, van a provocar el estallido de una política genocida bautizada con el nombre de Cruzadas. La iglesia católica, los nobles terratenientes y los burgueses del los emporios comerciales (Génova, Venecia, etc.), aprovechan el crecimiento demográfico que experimenta Europa central para desatar esta agresión sin límite: los bárbaros del norte están ya sometidos a la autoridad del papa romano, y lo mismo sucede con los húngaros que han formado una monarquía católica dependiente de la Santa Sede; Bizancio está en su momento más débil, puesto que los normandos han conquistado sus posesiones italianas y los turcos las de Asia Menor. Se escogen de esta forma dos caminos de agresión y exterminio de poblaciones civiles: hacia Occidente el Camino de Santiago y hacia Oriente el Camino del Santo Sepulcro; caminos que abrían a aquellas masas de miserables, nuevas rutas comerciales u oro fácil a sus obispos y señores feudales, que pretendían la rapiña de aquellos pueblos y tierras musulmanas. En esta situación y con este bagaje mental, se inaugura un movimiento genocida como ya señalamos en el que participa la mayor parte de Europa, dirigidos por la iglesia católica.
Al igual que tras la conquista de la ciudad de Jerusalén en el 1099, los príncipes cruzados francos se reparten los territorios conquistados constituyendo el reino de Jerusalén, diversos principados, ducados y condados; algo parecido ocurre en la Península Ibérica, donde los franceses (francos) fundan reinos como el de León, condados como el de Castilla y Aragón; repoblándolos y siendo administrados por señores feudales franceses al servicio del expansionismo franco-romano. Todavía en esta época no se había inventado el mito de la Hispania cristiana.
El aparato ideológico era administrado por los abades franceses de la orden de Cluny, personajes muy destacados en la historia de Francia y de otros reinos vasallos como Navarra, o nuevas fundaciones francesas como Castilla, Aragón o Cataluña. El conocido como san Odilón era algo así como el embajador plenipotenciario en le Península Ibérica del imperio franco-romano. Aparte de participar en la colonización francesa del Norte peninsular es el introductor más destacado del monaquismo franco-romano en el resto del mozarabismo peninsular, actuando de caballo de Troya, aprovechando las libertades y la tolerancia de que gozaron las diferentes culturas en Al-Andalus y en las marcas administradas por la soberanía andalusí. Este monje llamado san Odilón mantenía relaciones muy estrechas también con el emperador germánico, con el rey Esteban de Hungría y Casimiro de Polonia, entre otros; animando de forma muy especial a los cruzados al genocidio contra los andaluces y los otros pueblos ibéricos libres. Va a ser en esta época cuando la iglesia romana se establece de manera oficial en Castilla y ésta queda definitivamente incorporada al Occidente franco-romano.
Otra visión de esta conquista de los pueblos Europeos sobre Andalucía, nos la ofrece Blas Infante, de una forma menos academicista, pero llena de intuición y de sentimiento, acertando nuevamente en una interpretación que años más tarde seria corroborada por los estudios académicos de numerosos historiadores:
¡Francia! Ella fue, es y será, la inteligencia de Europa, contra los jamás germanizados, ni por la sangre ni por el genio. España, instrumento de Francia; los bárbaros expulsados por el auxilio árabe, con la colaboración de Europa entera, vienen otra vez contra nosotros. ¡Las cruzadas! El robo, el asesinato, el incendio, la envidia destructora, presididos por la Cruz. Nos quitan nuestros territorios peninsulares, y llamándonos perros nos despeñan por los barrancos de la Marianica. Fernando el Vizco nos arrebata córdoba y Sevilla. Sangre y fuego. Empiezan a quitarnos la tierra. Los bárbaros se revuelven vencedores contra el espíritu de todas nuestras instituciones, que se derrumban ante su empuje ciego. Por último, ISABEL, la empeña-joyas, la Católica, título que le concede el Papa, por haber degollado la valiente población malagueña; por haber repartido las doncellas andaluzas como a esclavas entre sus damas; por haber enviado al mismo Papa parte del botín, y un escuadrón de esclavos andaluces, cautivados en la rendición de Málaga; Isabel, la bárbara, grosera fanática, hipócrita, y cuya figura y cuyo reinado contrastado con los valores permanentes y universales de la Humanidad y de la Justicia, y aún con las normas políticas de ordinaria moral, ordenada a la gobernación de los Pueblos, son los más desastrosos que tuvo España, como se llegará a demostrar en próxima revisión; Isabel viene a consumar la obra. Se queman bibliotecas, se destruyen templos e industrias. La tierra de Andalucía queda toda ella, definitivamente, distribuida en grandes porciones entre los capitanes de las huestes conquistadoras o entre colonos de los pueblos conquistadores que no aman la labranza; y los andaluces, que la tenían convertida en un vergel, son condenados a esclavitud de los señores, y a vagar en torno de las cercas de aquellos estados territoriales, cuyas obras de riego son destruidas o abandonadas hasta llegar a convertirse en erial. Ya lo dijo Abubekr: “A medida que las cruces y las campanas iban afeando las airosas torres de las mezquitas, la tierra de jardín se tornaba en yermo, y la Cruz presidía la esterilidad de los campos, cerrados a los andaluces”. Se encienden las hogueras de la inquisición; millares de andaluces, mosaicos y musulmanes, son quemados en las salvajes piras.
La expulsión de los moriscos y la posterior repoblación, como hemos visto por la carta que el Conde de Salazar dirige al rey Felipe III, así como otros muchos documentos de la época, demuestran el fracaso de la expulsión, así como la repoblación, que no fue otra cosa que el movimiento de andaluces de unas tierras a otras de Andalucía:
Se empiezan a decretar expulsiones de andaluces, de los cuales, unos quedan en el destierro; otros se salvan del exilio por la ocultación; otros retornan de Berbería en conmovedoras empresas, viniendo también a ocultarse en el seno de la sociedad enemiga, o en las fragosidades de las sierras. Los Austrias continúan la obra de Isabel.(Blas Infante)
Una vez concluida la conquista de Al-Andalus, comienza la historia más macabra que un pueblo puede padecer, un sueño tan cruel, que acaba borrando del subconsciente colectivo cualquier atisbo de recuerdo que nos traslade a esa etapa de sufrimiento, aceptando el asimilismo impuesto por el conquistador, con el objetivo de evitar el sufrimiento a las generaciones futuras, con el método de borrar nuestra identidad y aceptar la impuesta.
La conquista cristiana, finaliza en el año 1492, tras la firma de las Capitulaciones de Santa Fe, entre los representantes de los Estados Castellano-Aragonés por un lado y el Andalusí de Granada por otro. En este tratado Internacional, firmado entre estos dos estados, el Reino de Granada, reconoce vasallaje al Reino Castellano-Aragonés, a cambio de conservar sus lenguas –árabe y romance andalusí-, propiedades, oficios, vestimentas, cultura y religión. Pocos años duró el cumplimiento de este Tratado Internacional, roto por la promulgación de numerosas pragmáticas en contra de la utilización de la lengua árabe, seguida de la quema de libros arábigos, y de otras pragmáticas en contra de las costumbres andalusíes: baño, perfume, vestimentas, etc, seguidas por otras en las que se prohibían ciertos oficios a la población andalusí, culminando el proceso de presión contra esta comunidad, con el decreto de conversión forzosa al cristianismo. Este decreto, convierte a la población andalusí en morisca –aquellos que tras la apariencia de conversión al cristianismo, seguían conservando sus ritos islámicos-. Desde aquí hasta nuestros días, toda una historia de ocultación del ‘genio’ andaluz tras la aparente asimilación de la cultura impuesta:
Por fin, han llegado a triunfar y a asentarse definitivamente los bárbaros expulsados de Andalucía con el auxilio árabe. El despiadado asimilismo viene a imperar. Se castiga el baño, se proscriben el traje, la lengua, la música, las costumbres, bajo graves tormentos. Empieza la labor de enterrar nuestra gloriosa historia cultural; su recuerdo es castigado como crimen; al cabo de tres generaciones los andaluces creen que son europeos, y que los moros que había en Andalucía eran unos salvajes que ellos vinieron del norte a echar más allá del estrecho. De la sociedad y de la patria andaluza solo quedan fermentos inorgánicos.
La uniformidad, principio de la barbarie germánica, ha triunfado aparentemente. Sin embargo, los pueblos rurales andaluces, quedan ahí, plenos de la raza pura, mientras que las ciudades se llenaban de gente extraña. Andalucía, no se fue. Quedó en sus pueblos, esclavizada en su propio solar. En sus pueblos rurales constituidos por los moriscos sumisos de conversión anterior y lejana a la época de las expulsiones, a los cuales correspondía ya el título de cristianos viejos; por los moriscos que retornaron de la forzosa emigración, refugiándose en sierras y campos. Su etnos y sus etos son inconfundibles. Fueron y son las enormes falanges de esclavos jornaleros, de campesinos sin campos…son los flamencos (felah-mengu – campesino expulsado). ¿Comprenden ahora todos los folk-loristas y no folk-loristas, desde Borrow hasta Machado Álvarez; desde Schodart hasta Waldo Frank, a quienes ha venido intrigando este nombre de flamenco; todos sin excepción, perdidos en un mar de confusiones por haber llegado a creer que este nombre árabe era el flamenco, latino o germano, ingreso en el léxico español con acepción figurada?. Véase la investigación y justificación de esta etimología en mi libro “Orígenes de lo flamenco y secreto del cante jondo”.
En el XVI, se inicia la era flamenca de la historia de Andalucía, que desarrolla dos periodos: uno de ocultación, que va desde principios del XVII hasta últimos del XVIII; otro de revelación incomprendida, que va desde últimos del XVIII a principios del XIX, y por último, este de comprensión del sentido de lo flamenco, que es el que se desarrolla, merced a los esfuerzos restauradores de la conciencia andaluza; esfuerzos desarrollados, primero, por el centro andaluz, y después, por su continuadora, la Junta Liberalista de Andalucía.
Era flamenca o Felah-menca. ¡De desprecio de la raza vencida, de la raza morisca convertida en jornalera, de campos arrebatados, convertida en truhan del feudalismo bárbaro que Europa vino a establecer sobre nosotros! Era de fluir subterráneo, oculto o inexpreso, del estilo andaluz, creando como el ladrón que se oculta entre sombras sus hechos culturales; continuando la fluencia original de Al-Andalus, a través de siglos enemigos. ¡ERA FLAMENCA…continuadora de la autenticidad de Andalucía, a pesar de la tiranía Europea que España instrumentó, desarrolló contra nosotros, con una barbarie y una impiedad como jamás el salvajismo de Europa y su fariseismo malvado, llegó a emplear en ninguna empresa de sus acostumbrados coloniajes! Aquí, quedamos vivos aún. La terrible y secular tragedia ha sido presidida por un treno: el cante jondo. ¡Y vosotros que os veníais a reír de lo flamenco, como de una contorsión musical o plástica de vuestro secular bufón! ¡Y vosotros, que hicisteis del nombre de nuestra tragedia un denominador peyorativo -toda creación de la raza vencida, es despreciable- para expresar gestos de brivia, de germanesca o rufería; nombre de sarcasmos, mediante el cual la subconciencia conquistadora, se ensaña aún contra los perros sometidos!.
En la era flamenca, el régimen implantado por la conquista, exalta la bárbara inspiración en un sistema de hechos fautores de la esterilidad de Andalucía. Cuando la conquista, la tierra sobrante de los grandes repartimientos verificados a favor de los nobles capitanes y de las iglesias, se distribuye entre los soldados, y para agotar el resto de la vacante se llama a colonos de Castilla o de Galicia; los primeros sin vocación agricultora, los segundos no acostumbrados a los riegos artificiales andaluces, cuyas obras bien pronto quedan abandonadas. Muchos colonos se ausentan, y las comarcas jardines tornan a ser selváticas soledades. Después, la especulación y el caciquismo territorial (La Europa antigua, vive en España, gravitando hacia el feudalismo) consumen y ratifican la obra conquistadora. La desamortización discierne las tierras a los más ladrones, que constituyen estados territoriales nuevos, sustituyendo a las manos muertas del clero, antiguo poseedor de las tierras. El cacique territorial, a cambio de votos esclavos, obtiene del cacique política bajas de contribución que van a aumentar las de los pocos pequeños terratenientes que quedan aún, obligando a estos el fisco y la usura a ceder sus terrenos a los grandes latifundistas, los cuales usurpan por igual razón, las pocas tierras que a los municipios dejara la desamortización, y hasta las veredas y cañadas y abrevaderos, discernidos a esta institución, tan extraña para Andalucía, como es el Consejo de la Mesta…
Los andaluces carecen ya de una piedra para reclinar la frente. Su existencia escandaliza al mundo. Viven en las ergástulas de las gañanías o son repartidos como esclavos entre los propietarios. Cuando no tienen empleo en tierra extraña, o manijeros que los escojan en las plazas, convertidas en mercados de esclavitud. Sus mujeres están a merced de los señoritos. Hablando de ellos dice Mr. Malhall: “No hay existencia en el mundo a la suya comparable”. También Mr.Dauzat, se estremece al pensar en sus miserias terribles. Ángel Marvaud, denuncia a todo el crimen tremendo. Ya desde el siglo XVIII, principio del segundo periodo flamenco, considerando la terrible situación del pueblo morisco, del pueblo jornalero, del verdadero pueblo andaluz, creador de las culturas más intensas de occidente, Campomanes, el ministro del Rey, lloraba…
El jornalero, sin embargo, ni ríe cuando ríe, ni llora cuando llora. Ya no sabe lo que es…El hambre lo ha venido a diluir. Sin embargo, no pasa día sin que aún venga a ser o a recordar lo que fue o a contar su historia. Es cuando dice, sin saber lo que dice, pero saliendo de la hondura de su ser, una terrible, una lúgubre melodía que tiembla en sus labios exangües, que contorsiona su cuerpo y que descompone en gesto trágico, las líneas de su semblante. Es lo felah-menco. ¡Cante hondo! ¡Ya veréis si vive o no Andalucía!(Blas Infante)
Mentiras, mentiras…y más mentiras. Eso nos ha dejado la historiografía oficial. El mismo proceso acontecido con la historia de la invasión de los árabes, ha ocurrido también con la “Reconquista”, la “expulsión de los moriscos” y la “repoblación”. Los motivos de la manipulación histórica, siempre han sido los mismos, dejar al pueblo andaluz sin memoria, sin referente histórico ni cultural… sin fundamentos en los que basar sus protestas de siglos.
Hoy, en el siglo XXI, lo tenemos muy claro gracias a las investigaciones de muchos historiadores y científicos que han arrojado luz sobre la oscuridad de la mentira y la ignorancia. Ha sido un largo viaje, -lleno de trampas, de rechazos, de caza de brujas, de impedimentos legales, de amenazas, de chantajes, etc.- el que se ha necesitado para alumbrar el camino que comenzara a andar un andaluz de principios del Siglo XX, Blas Infante.
Infante fue el primero que interpretó la historia de Andalucía desde la intuición de una historia genuina, fuera de las tesis asimilistas de los historiadores españoles. No contaba con los estudios multidisciplinares en diversos campos de las ciencias que se han realizado en épocas recientes, ni disponía de las fuentes documentales de las que disponemos hoy en día… pero solamente con la Intuición y con unas dotes extraordinarias de observación y análisis, nos dejó una joya inapreciable: las bases de la fundamentación histórica de Andalucía, que años de investigación y estudios posteriores han dado el carácter de científica, al confirmar las intuiciones de Infante, las obras de estudiosos de la categoría de Olague y otros. Sin temor a equivocarnos, podríamos afirmar que Infante fue el primero que rompió con las tesis asimilistas, enseñándole el camino a Olague y a todos los que basan sus estudios en las tesis que este nos dejó en su extraordinario libro “La Revolución Islámica de Occidente”.
Los andaluces, al contrario de lo que nos puede parecer por la ocultación que la historia “oficial” ha hecho de los intentos por sacudirse el yugo castellano, no han sido un pueblo dócil ni resignado a la suerte que la historia les ha deparado. Durante siglos, los movimientos revolucionarios, de una índole u otra, se han sucedido en Andalucía, siempre con un mismo estilo, con un mismo fin, inmutables a través de los siglos: sacudirse la tiranía que para aquellos y estos andaluces representó la Conquista, con el sometimiento al rey de España, a las leyes y la justicia impuesta, a la religión oficial y al Estado. Esta línea de “resentimientos” contra el poder impuesto, iniciada con las primeras sublevaciones moriscas, llega hasta el siglo XX, facilitando la implantación en Andalucía de los movimientos anarquistas, cuyo lema, referido al Estado que los ahoga, bien podría ser morisco: Ni Dios, Ni Patria, Ni Rey, en una frase que representa todo el desprecio que estos campesinos anarquistas, desde tiempos ancestrales y sin conocer el origen de su fobia, sentían por las instituciones del Estado.
Blas Infante, enumera algunos de estos hechos de consciente rebeldía o de resentimiento popular por la miseria impuesta, en el capítulo denominado “La Revolución Andaluza”, inserto en su obra “La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado Libre de Andalucía”, al defenderse de las acusaciones de “intentar proclamar la República o Estado libre de Andalucía, mediante un acto de fuerza incivil”. Según el propio Infante: “Lo de la aspiración es cierto; lo del método, ridículamente falso”. Para Infante, es ridículo pensar en un levantamiento armado en la ciudad de Sevilla, y mucho menos que este movimiento fuese seguido por el resto de Andalucía, pues –piensa Infante- Sevilla no ejerce influencia alguna en el resto de Andalucía, a pesar de ser su Capital y centro económico y social:
¡Ahí es nada¡ ¡Suponer que porque Sevilla y su provincia se llegasen a levantar en armas iban a secundar el movimiento las demás comarcas andaluzas, sin previa preparación! ¡Como si Sevilla viniese a ejercer autoridad alguna sobre las demás ciudades andaluzas, ni aún siquiera ligera influencia sobre la Andalucía Oriental, Córdoba ni Jaén! ¡Como si la capitalidad de Andalucía (la cabeza, y por consiguiente, el pensamiento director), estuviese discernida a Sevilla por el reconocimiento de alguna de las demás provincias andaluzas! En la historia de Andalucía, se llega a aprender, además, que jamás se intentó por alguien hacer de Sevilla centro de un movimiento revolucionario de Andalucía, político ni societario, y que si alguna vez se ensayó ese intento, no pudo alcanzar nunca un apreciable desarrollo. Al contrario de lo que sucede con los operados en Andalucía de Centro y Oriental, y con la región de Cádiz, unida con esta última, los cuales llegaron a ofrecer con una importancia beligerante tomada en seria consideración por los Gobiernos españoles. Granada, Córdoba, Málaga, Cádiz, he aquí el territorio de prestigio revolucionario, el único adecuado para servir de centro director a un movimiento, al cual pudiera llegar a obedecer toda Andalucía. ¡Pero Sevilla! Cuando el Duque de Medina Sidonia intentó imitar a Portugal en la acción de levantarse contra Felipe IV (1642), y quiso proclamarse Rey de Andalucía, no osó acariciar el disparatado proyecto de extender su reinado a todo el territorio andaluz; ni estuvo nunca esta idea en el pensamiento de su mentor y primo, el Marqués de Ayamonte, don Francisco Manuel de Guzman, a quién costara la cabeza la ayuda prestada a su cobarde pariente. Antes por el contrario, los conspiradores, según prueban los archivos moriscos y silencian las historias españolas (historias asimilistas), protegidos por Portugal, Holanda, Inglaterra y Francia, pusiéronse en relación con un caballero morisco, cristiano aparente, el cual caballero habitaba en la Sierra de Gador (Almería), y era descendiente de Mohamet VIII de Granada. Este caballero, cuyo nombre árabe fue Tair-el-Horr, asumió la empresa de proclamarse Rey de Andalucía Oriental, con el apoyo de los aliados y el especial del Emperador de Marruecos, quién puso a sus órdenes un ejército compuesto por andaluces musulmanes, desterrados en Berbería; al mismo tiempo que los judíos andaluces contribuían a financiar la empresa del Duque y de Tair. Por cierto que el Horr (el Halcón), el último morisco andaluz rebelde, fue asesinado misteriosamente en los campos de Estepota, cuando en aquella costa esperaba la llegada de las tropas andaluzas de Marruecos; seguramente por instigación del Conde Duque de Olivares, enterado de la conspiración, y por la traición del de Medina. Pues bien, el lugar elegido por los conspiradores para irradiar la rebelión en la Andalucía Occidental…¿fue Sevilla? No, fue Cádiz. En Sevilla se limitaron a poner unos pasquines con la leyenda de “Viva el Rey don Juan” (nombre del Duque de Medina Sidonia) en la plaza de la Magdalena.
La Junta soberana de Andalucía, en 1835, consiguió que el pueblo andaluz se alzase entero contra el Gobierno de Cristina, para venir a discutir, como hoy hace Cataluña, de potencia a potencia con el Gobierno de Madrid, porque aquilla Junta llegó a escoger con suma cautela el centro de su acción, no situándolo en Sevilla, sino en Andujar; y desde allí Su Alteza (tratamiento que a sí misma, se decretó la Junta), pudo actuar con éxito, llamando a las armas a todos los andaluces para que viniesen a constituir su ejército enfrente del poder de la Reina gobernadora.
Y en cuanto a los movimientos de índole más social que política, no hay más que comparar, por ejemplo, el iniciado en Sevilla (junio, 1857) por don Manuel Caro, quién apenas llegó a reunir cien hombres, batidos inmediatamente por las fuerzas del Gobierno, sin haber logrado la ayuda de los pueblos que consiguieron atravesar de esta Provincia; con el gran alzamiento republicano-social, iniciado en Molina por Rafael Pérez del Álamo (Julio, 1861), a cuyo favor se pusieron algunos pueblos de Granada, Málaga y Córdoba (nunca de Sevilla), enviando hombres a las filas del Albéitar”.
“Otra extrañeza que el conocimiento de la historia de Andalucía vendría a desvanecer, sería la que llega a producir el hecho de que el regionalismo andaluz hubiera nacido de improviso como creación artificiosa, sin previa evolución; sin que le viniese a preceder el estadio que Prat de la Riba llega a indicar como precedente de la expresión nacionalista. Esto es: el provincionalismo histórico. En Andalucía ha precedido al andalucismo el desarrollo de un hecho más significativo aún, solo que este hecho se ha mantenido oculto jamás de haber sido Al-Andalus, esto es, algo extraño a España europeizada; algo completamente ajeno a Europa. Ese hecho es la continuación del estilo andaluz, a través de la modalidad felahmenga; manifestación oculta, primero; revelada, después, en innúmeras formas, sin que estas formas, aún las más agresivas (verbigracia, el bandolerismo y el anarquismo) hayan venido a ser nunca (por no haberse conocido esta clave) realmente objeto de interpretación; Andalucía sigue en contra de Germanía o de la Europa germánica, su enemiga tradicional…Es anarquista, apenas en el siglo XIX, apuntan las inquietudes societarias. Recuérdese a don Joaquín Abreu, diputado en las corotes del 23, propagandista de Fourier y de don Manuel Sagrario de Veloy, quién llegó a reunir un millón de duros para fundar en Jerez un falansterio en 1841, y cuando la escisión de 1872 entre Marx (germánico) y Bakunin (eslavo), Andalucía se pronuncia radicalmente por el segundo, a quién sigue fiel. Sólo que las revelaciones de la sucesión del estilo de Al-Andalus, a través de Andalucía, aparecidas, las más superficiales, en un siglo distante de aquellos en los cuales fueron abiertamente perseguidas; perdida la memoria de su heterodoxia, fueron confundidas con expresiones pintorescas del Sur español; repertorio de un tipismo inofensivo, con respecto al cual, el antiguo rencor ortodoxo y asimilista, vino a manifestarse en forma de consideración despectiva. En Andalucía no podía llegar a manifestarse el provincialismo histórico, por la sencilla razón de que Andalucía jamás llegó a constituir provincia.
No fue miembro vivo de una nación, sino país conquistado, influyente por su solera cultural sobre el resto de la península, a la cual vino a expresar ante el Mundo.(Blas Infante)
Del texto anterior, se desprende la simpatía de Infante por todos los movimientos Independentistas, Revolucionarios o de cualquier otra naturaleza, acontecidos en Andalucía desde la Conquista Castellana, así como su deseo de constitución de un Estado Andaluz, Soberano, cuyas características abordaremos en un próximo capítulo de esta obra.
Blas Infante, ve la historia de Andalucía, como un pueblo que ha mantenido a lo largo de los siglos un mismo estilo cultural, una evolución basada en unos valores comunes que han quedado inalterados con el paso de los tiempos, y que ha quedado oculta, subterránea tras el proceso asimilista que ha continuado a la conquista cristiana:
“Una auténtica cruzada se ensañó contra esta cultura superior hasta dos extremos difícilmente alcanzados por otra cualquier acción conquistadora:
1º Pretendió desplazar, mediante terribles actos de fuerza el alma de los creadores de la cultura que venía a desolar, por la propia de los conquistadores.
2º Intentó enterrar y, aún, llegó a conseguir durante dos siglos, no solo la historia de aquella cultura, y, por consiguiente, sus fecundidades, sino hasta la historia social y política de los vencidos, señalando a la prole a odiar al progenitor, estigmatizando a este con el anatema de barbarie; llegando hasta a realizar un acto de trágica teatralidad, como la expulsión de los moriscos, para abrir una absoluta solución de continuidad entre nuestros padres y nosotros…Tan enterrada quedó esa cultura, tanto odio y tanto desprecio impotente se llegó a arrojar sobre su memoria que ¡Cuánto trabajo nos ha costado a los investigadores empezar a imponer a los científicos de Europa verdades que con el instrumento del árabe se encuentran a flor de tierra…
Yo no apercibo solución de continuidad entre las culturas creadas por Andalucía con diferentes nombres, correspondientes a épocas situadas entre grandes crisis históricas, sino tránsitos que engarzan esas épocas diferentes –hégiras o huidas- , influenciados por los extraños estilos que por virtud de estos hechos vinieron a ponerse en contacto con el estilo, privativo, siempre de Andalucía. Así, pude llegar a ordenar algunas notas muy significativas, acerca de la continuidad de Andalucía, reduciendo su historia a la sucesión ondulante –de tránsitos positivos o negativos- de un mismo estilo no agotado, aún, por sus diferentes cuerpos culturales…”
El fundamento de Andalucía, está –para Blas Infante- en el período de esplendor de Al-Andalus, basando en su conocimiento y en su difusión las claves para darle al pueblo andaluz su Identidad perdida, y las armas para luchar contra las corrientes asimilistas que la estructura del Estado español, apoyada en los intereses centralistas nos han impuesto.
Para Infante, “las causas de los pueblos jamás prescriben”. El paso del tiempo, los cambios políticos, los cambios de regímenes y de gobiernos, la constitución de la Comunidad Europea, los cambios de fronteras en países cercanos, los movimientos migratorios, la evolución hacia sociedades multiétnicas y multiculturales, la apatía del pueblo andaluz motivada por las políticas asimilistas…no invalidan la causa del pueblo andaluz, fundamentada en una historia genuina –como nos dice Infante- y en unos derechos mancillados por la conquista cristiana. Tras el incumplimiento de las capitulaciones de Santa Fe –Tratado Internacional entre dos estados soberanos, el andalusí de Granada y el Castellano-Aragonés- , del año 1.492, por la que los reyes andalusíes reconocían vasallaje a los reyes castellanos, a cambio de que los andaluces derrotados conservaran sus propiedades, cultura, costumbres, profesiones y religión, las siguientes pragmáticas de conversión forzosa al catolicismo, de asimilación a la cultura cristiano-castellana, con la prohibición de uso de las vestimentas propias de los andaluces de la época, con la prohibición de la lengua y escritura árabe y romance andalusí (aljamiado), con la creación de la más cruel maquinaria represiva jamás implantada: La Santa Inquisición, provoca uno de los mayores genocidios de la historia de la humanidad, y la salida de Andalucía de miles de andaluces, que en países vecinos, buscan una vida de mayor libertad. La historia de los andaluces que se quedaron no fue mejor: pérdida de propiedades, de profesiones, convirtiéndose en esclavos o en campesinos errantes, felah menco (campesino sin tierra). Los derechos de todas las generaciones de andaluces que han padecido la conquista cristiana no prescriben, así como las humillaciones y vejaciones no pueden ser eternas.
“Las causas de los pueblos jamás prescriben. Como el pueblo judío es el pueblo andaluz, arrojado fue de su patria por el espíritu del imperio romano, representado por los reyes españoles, y unos moran, todavía en hermanos o extraños países y otros, los que quedaron y los que volvieron, los jornaleros moriscos que habitan el antiguo solar, apartados son inexorablemente de la tierra que enseñorean, aún, sus conquistadores. Y es preciso unir a unos y a otros”. (Blas Infante)
martes, 23 de enero de 2007
FUNDAMENTOS DE ANDALUCIA EN LA OBRA DE BLAS INFANTE
Publicado por IDENTIDAD ANDALUZA en 9:50:00
Etiquetas: Blas Infante
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