Georges Moustaki: "La diferencia entre Abraham e Ibrahim es de tres letras"
"Israel es un país occidental extrapolado, importado. No mantiene ninguna armonía con el contexto cultural y sociológico. Es un problema de mentalidad."
"Me desconcierta que se haya arraigado tanto entre los ciudadanos la intoxicación de la propaganda militar de Israel. Allí se considera normal que el precio de un soldado secuestrado sea una guerra en El Líbano."
"Hay un problema de desconocimiento recíproco. Cada extremo se ocupa de exagerar la diferencia ajena y de obviar las evidentísimas similitudes. Por eso se ha construido un muro divisorio."
"Mientras persista la incomunicación y el aislamiento no habrá solución. Es el resultado de una militancia que exagera el peso de la identidad propia sin contar la ajena."
"Hay que reflexionar más, entender las razones de los otros. Comprender por qué un palestino se inmola y por qué hay tanta miseria y desesperanza alrededor."
Título original: «Trabajando 14 horas a la semana rendiríamos mejor que con 35»
Entrevista por Rubén Amón
El Mundo (España). 07-01-2007
El gran cantante francés nacido en Egipto lo argumenta proclamando que la pereza es el mejor antídoto contra esta sociedad hiperactiva y estresada. Moustaki se ha transformado en escritor con «Siete cuentos fronterizos», donde ahonda en las heridas de Oriente Medio. Magazine lo visita en su escondite-estudio parisino: a sus 72 años sigue siendo un «vagabundo».
Georges Moustaki (Alejandría, 1934) vive en una ínsula. Psicológica, biográfica y hasta geográficamente, puesto que su domicilio parisino, memorial de la canción francesa y museo de instrumentos orientales, se ubica en la Isla de San Luis, a la espalda de un templo cristiano. Sólo hace falta cruzar un puente para encontrarse en el ajetreo de la capital, «el continente», tal como dicen los vecinos, aunque las aguas del Sena fortifican de manera invisible el islote, ahuyentan a los turistas y consienten a Georges Moustaki abandonarse en silencio al ejercicio de la literatura por iluminación. Es decir, que el legendario chansonier y parolier francés se ha transformado espontáneamente en escritor sin música al compás de Siete cuentos fronterizos (editorial Belacqva), cuentos cuyo sentido del humor y resonancias orientales no se distraen de la actualidad política ni regatean el problema de la identidad como trasunto de la beligerancia en la condición humana.
Moustaki había publicado en Francia algunos escritos autobiográficos, pero la ficción le ha abierto el camino de la sabiduría sin miedo a despojarse de la guitarra del vagabundo. Ya lo dice el protagonista de uno de sus relatos espirituales: el tañedor del laúd alcanza la maestría cuando ni siquiera necesita del instrumento para realizarse. Es un aforismo zen que subraya la fertilidad identitaria de Moustaki y que redunda en su aspecto de gurú cálido y transparente.
Se llama Georges en homenaje a Brassens. Tiene pasaporte francés pero nació en Egipto. Proviene de una familia griega... observante de la religión judía. Incluso escribe y habla árabe con vocación de sufista.
Y no es que Moustaki reniegue de su pasado canalla ni que haya destronado a los ídolos que alumbraron su ejecutoria. Tiene colgado encima del piano un cartel gigantesco de Edith Piaf como si fuera una virgen pagana. ¿Las razones? «Esta mujer ha transformado mi vida, me ha enseñado a andar el camino por donde luego ha transitado mi existencia», explica Georges Moustaki sin alzar la voz ni alterar la mansedumbre de su conversación.
P. Sin necesidad de ser irreverentes ni iconoclastas, podría decirse que su libro no se ha escrito, se ha revelado. ¿Es verdad que lo concibió sin punto final, notas ni idea de dónde se dirigía?
R. Ha sido una cuestión de inspiración. Nunca había pensado en hacer un libro de relatos, pero un día comencé a escribir y las palabras me salían espontáneamente, se deslizaban sobre el papel. Ni siquiera sabía dónde iban a terminar los relatos. Yo mismo desconocía su final y su desenlace. Es un libro pequeño. Pero estoy contento de haberlo escrito.
P. Partiendo de una visión angélica. Nos cuenta la historia de un colono judío, Abraham, que se convierte en Ibrahim una vez asimilado en el seno de una comunidad palestina. ¿Ciencia ficción?
R. La idea se me había ocurrido originalmente como un guión cinematográfico. Después me pareció que se defendía como relato. Y pensé entonces que sería interesante añadir otros hasta rematar el libro. La diferencia entre Abraham e Ibrahim es de tres letras. Una prueba de las pocas diferencias que realmente distancian a judíos y musulmanes. Hay un problema de desconocimiento recíproco. Cada extremo se ocupa de exagerar la diferencia ajena y de obviar las evidentísimas similitudes. Por eso se ha construido un muro divisorio.
P. Un muro que en el primero de sus relatos usted considera terapéutico. Al menos en la medida en que denota que se ha tocado fondo.
R. La situación de Gaza está muy presente en esta historia. Y, por tanto, también el muro. Los muros tienen la capacidad de unir en la lógica absurda de nuestro tiempo. Igual que la guerra es la medida de la paz, la construcción de un muro será la excusa para buscar un entendimiento entre quienes viven a uno y otro lado de la barrera. Sin el muro no había comprensión. Y no estoy defendiendo el muro. Estoy diciendo que el muro concentra las nuevas relaciones. Hay curiosidad por saber lo que sucede al otro lado. El objetivo final es la demolición del muro, claro. Pero muchas veces es necesario tener delante la prueba material de un delirio para percibir el grado de deterioro al que hemos llegado.
P. Aunque la posición de Georges Moustaki no es nada condescendiente con la política del Gobierno de Israel ni con las soluciones militares.
R. He nacido y vivido en Oriente Medio. Y con la experiencia de los últimos años he percibido que este conflicto tiene que ver mucho con la presencia de los judíos europeos u occidentales. E insisto en lo de europeos y occidentales. Se han instalado en la tierra amparándose en las viejas raíces, pero su comportamiento carece de esa sensibilidad medioriental tan determinante. Israel es un país occidental extrapolado, importado. No mantiene ninguna armonía con el contexto cultural y sociológico. Es un problema de mentalidad. Y me consta que es difícil ponerse en la piel de quienes viven allí, pero me desconcierta que se haya arraigado tanto entre los ciudadanos la intoxicación de la propaganda militar de Israel. Allí se considera normal que el precio de un soldado secuestrado sea una guerra en El Líbano. Hay que reflexionar más, entender las razones de los otros. Comprender por qué un palestino se inmola y por qué hay tanta miseria y desesperanza alrededor.
P. El problema es que ahora asistimos a un escenario de guerra civil entre los propios musulmanes.
R. Es una anomalía que proviene de otra anomalía. Y me refiero a esa europeización de Israel que he mencionado antes. Mientras persista la incomunicación y el aislamiento no habrá solución. Es el resultado de una militancia que exagera el peso de la identidad propia sin contar la ajena.
P. Su amigo Amin Maalouf dice a propósito en el ensayo de La identidad que unas y otras comunidades convierten su esencia religiosa y patriótica en razón excluyente. Una manera de empobrecerse.
R. En efecto, la identidad tiene que sumar, no restar. Tiene que ser la síntesis o el resumen de una existencia. Tiene que funcionar como un escenario de referencias concretas que nos definen pluralmente. Yo soy francés, pero también español por razones de afecto. Mi apellido es de griego, pero nací en Egipto. No es positivo afirmarse a costa de nadie. Somos mucho más felices en la pluralidad.
P. Usted es un ejemplo en el campo identitario y en el artístico, puesto que además de compositor, pintor, intérprete y cantante ha sorprendido por su faceta de literato. Que, en realidad, es un regreso a su infancia.
R. He leído mucho porque mi padre era librero y porque durante la guerra la literatura se había convertido en un refugio estable. Aprendí el francés y las primeras nociones de la vida en los libros. Fue un gran estímulo para la imaginación. Después conocí la literatura en la escuela, pero sobre todo tuve la suerte de frecuentar en Francia a grandes escritores. Mi impresión es que ellos mismos están por encima de sus obras. Tuve una gran amistad con Jorge Amado, conocí bien a Henry Miller. Descubrí que comunican muy bien cuando hablan. Que necesitan contar sus libros en público antes de escribirlos o mientras lo están haciendo.
P. Aunque usted se declara particularmente sensible a la literatura norteamericana. Concretamente a la negra y policiaca.
R. Creo que he llegado a ella a través del jazz. Me interesan los grandes maestros de la literatura americana como Faulkner, pero no pierdo de vista a Dashiell Hammet ni a Thompson. Tienen mucha audacia para retratar ese mundo oscuro y clandestino.
P. Usted, en cambio, maneja historias ¿más espirituales?, ¿más musicales?
R. Cuando hago una canción, primero escribo las palabras y luego la música. Pero las palabras ya nacen con una vocación musical. El lenguaje de un cuento lleva implícita una melodía. Lo aprecio cuando se leen en público. No escuchamos la música directamente, pero sí la percibimos de alguna manera. Y que quede claro que no hay premeditación alguna en el enfoque de los cuentos, pero sí se transmite una cierta universalidad. Podrían ser historias del western, de la Biblia, de la mitología. Son espejos donde podemos reconocernos. Es mi universo. Y aunque son historias de ficción, todos los personajes son reflejo de uno mismo. O aspiraciones.
P. ¿Se refiere en concreto a la aspiración de la sabiduría, al tañedor del laúd que ya no necesita el instrumento para realizarse?
R. Me gustaría llegar ahí. Es un modelo. La meta es la sabiduría, pero no me siento cerca de ella. Quizá mi aspecto despista, por la barba, los ojos azules y la constitución delgada. También por la edad o por la madurez que se nos supone a las personas que envejecemos. Pero necesito el jaleo mundano. Sigo haciendo locuras. En cierto modo todavía soy un vagabundo.
P. Un vagabundo que reivindica el derecho a la pereza.
R. Sí, reivindico la pereza. Que es un pecado original para los cristianos y una filosofía para los orientales. Cuando hablo de pereza lo hago contra el delirio de la sociedad hiperactiva y estresada. La sociedad está anestesiada, vive obsesionada con el trabajo y la producción. La pereza es un antídoto, un modo de detenerse creativamente, una manera de contrarrestar el modelo compulsivo que nos rodea. Pereza no es indolencia ni holgazanería. Es tomar distancias y conjurar la obsesión consumista. Trabajando 14 horas a la semana rendiríamos mejor que con 35. También hay una inflación de ideas y de propaganda política. La pereza es una manera de desalinearse, de rechazar el modelo que se nos impone.
«Siete cuentos fronterizos» (Ed. Belacqva), de Georges Moustaki, sale a la venta el próximo 17 de enero."
martes, 16 de enero de 2007
ENTREVISTA CON GEORGES MOUSTAKI, el gran cantautor francés de origen judío
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