martes, 2 de enero de 2007

LAS CRÓNICAS DE LA REBELIÓN MORISCA: "Memoria de Guerra y Vida"


Javier Castillo Fernández, Archivo General de la Región de Murcia

Foto: Casa Abeh Humeya en Narila (Granada)

A Felipe II, conocido como “el rey prudente”, nunca le gusto que se escribiese, -y aun menos que se publicase- sobre su reinado. Al menos hasta que le hicieron ver la trascendencia que había alcanzado la divulgación de hechos históricos recientes y su influencia en la opinión pública. Pero para entonces ya era tarde, pues los impresos de los rebeldes holandeses habían ganado la guerra de la propaganda y se había comenzado a fraguar leyenda negra contra el monarca mas poderoso del momento.
Los acontecimientos ocurridos en el Reino de Granada entre la Navidad de 1568 y la primavera de 1571,cuando un puñado de campesinos moriscos enriscados en las montañas penibéticas pusieron en jaque a los ejércitos mejor preparados del mundo, lograron en breve tiempo una enorme repercusión nacional e internacional, a través de todo tipo de noticias, relaciones e informes diplomáticos. Sin embargo, ninguna historia dedicada en su totalidad a narrar el conflicto vería la luz, al menos de forma legal, hasta después de la muerte de Felipe II.
Y es que, además de la oposición de una recelosa Corona, no hubo nada de glorioso y en eso estuvieron de acuerdo todos los autores que se acercaron al tema en la guerra de Granada, porque se trataba de relatar algo realmente indigno: el genocidio y destierro de un pueblo, una auténtica operación de limpieza étnica. Ni Hurtado de Mendoza, ni Mármol Carvajal ni Pérez de Hita, los tres narradores más emblemáticos del conflicto, sintieron el orgullo de los vencedores. Incluso, como ya mostrara el contemporáneo Ercilla en su Araucana <> en ocasiones revelan cierta identificación con los vencidos.
Asombra comprobar cómo un suceso puntual, aunque de resultados traumáticos para el Reino granadino, generó una trilogía de tal diversidad y calidad histórica y literaria, sólo comparable al amplio ciclo de los cronistas de Indias. Episodios contemporáneos, como las interminables guerras imperiales en Europa, más extensa y prolijamente tratados, no cuentan con nada semejante. En cualquier caso, lo más recomendable es acercarse de primera mano a estos tres magníficos libros, auténticos testimonios del final de un pueblo orgulloso y oprimido.

Diego Hurtado de Mendoza y su «Guerra de Granada»
Hijo del famoso conde de Tendilla, primer capitán general de Granada, Hurtado de Mendoza nació en la Alhambra hacia 1503. Dedicado como era tradición familiar, al servicio a la Corona, ejerció diversos destinos militares y diplomáticos, especialmente en Italia, donde entró en contacto directo con el Renacimiento durante los más de veinte años que residió en aquel país. De hecho se considera a Don Diego como el autor más renacentista de la literatura española, tanto en su obra poética como en prosa. Caído en desgracia ante el emperador Carlos V, regresaría a España hacia 1554, ocupando empleos impropios de un aristócrata, como abastecedor de las flotas del Cantábrico. En junio de 1,568 protagonizaría un enfrentamiento armado en palacio con un cortesano, lo que le valdría a ambos sendas penas de prisión y destierro. Tras ocho meses recluido en Medina del Campo se produciría una afortunada circunstancia: Felipe II decidió enviarlo a su ciudad natal, Granada, donde su sobrino, el marqués de Mondéjar, acababa de ser destituido y reemplazado por el joven don Juan de Austria, tras fracasar en su intento de aplacar la revuelta morisca.
Don Diego, ya anciano, apenas participó en acciones de armas. Recluido en el Generalife, recibía noticias de los acontecimientos por medio de testigos directos, informes oficiales y de la infinidad de rumores y libelos que circulaban por una ciudad encogida por el miedo. Así fue pergeñando uno de los relatos más bellos, amargos y desgarradores de este inhumano conflicto, apenas ideado como un entretenimiento o un borrador que nunca concluyó. Mendoza, enfermo, conseguiría a la postre el perdón de Felipe II y el alzamiento de su destierro, a cambio de legar al monarca su famosa biblioteca de manuscritos latinos, griegos y árabes, que sería el germen de la magnífica librería del monasterio de El Escorial. De regreso a Madrid, fallecería en agosto de 1575.
El manuscrito de la Guerra de Granada quedó inconcluso, pero se supo enseguida que su contenido era muy crítico con la caótica actuación de las distintas autoridades (Chancillería, marqués de los Vélez, consejeros de don Juan de Austria...) a la hora de aplacar el conflicto. Debido a su contenido lacerante no sería dado a la imprenta hasta casi sesenta años después (Lisboa, 1627), ya en el reinado de Felipe IV, lo que no impidió que durante ese tiempo corriesen infinidad de copias y que la obra fuese muy conocida. Casi todos los autores coetáneos y posteriores que se ocuparon de la guerra granadina utilizaron o sencillamente plagiaron a Hurtado de Mendoza. La obra, tal como se conoce hoy <>, se inicia con una breve introducción sobre la conquista de Granada por los Reyes Católicos y los sucesos anteriores a la rebelión de la Nochebuena de 1568, para acabar bruscamente en enero de 1570. Faltan, por tanto, todas las últimas campañas militares y la expulsión de los vencidos; partes añadidas posteriormente por continuadores y editores.
Don Diego emuló en su obra a historiadores clásicos como Salustio o Tácito: puso discursos en boca de los principales protagonistas <>, realizó vívidos retratos morales de personajes como el rey rebelde Aben Umeya <>, el ambicioso e intransigente presidente de la Chancillería, Pedro de Deza, el vanidoso marqués de los Vélez o los distintos consejeros de don Juan de Austria, describió diversas ciudades y mostró su erudición en amplias digresiones sobre antigüedades y costumbres, etimologías de palabras árabes y castellanas, citas de autores islámicos y griegos... Se sabe que incluso concibió escenas de un gran dramatismo imitando pasajes clásicos, como el impresionante relato del hallazgo por el ejército del duque de Arcos en Sierra Bermeja de los restos de las tropas de don Alonso de Aguilar, aniquiladas setenta años atrás en la anterior revuelta morisca, que no es sino una extrapolación de la sepultura dada a las legiones de Varo, masacradas en el bosque de Teoteburgo (Germanía) en el año 9 a. C., por los soldados de Germánico veinte años más tarde, según se recoge en los Anales de Tácito.
La Guerra de Granada, a pesar de las diversas repeticiones, errores y saltos cronológicos y de su, a veces, denso y oscuro estilo, posee sin embargo un gran dinamismo y una trepidante narración, con descripciones muy gráficas, conseguidas con breves pinceladas. Se trata de una obra donde prima más lo literario que la narración histórica, de ahí su prolongado éxito a lo largo de los siglos. Uno de los principales méritos tradicionalmente alabados en Mendoza es su libertad y supuesta objetividad a la hora de criticar la rivalidad entre las autoridades granadinas <>, la opresión sobre los moriscos, la corrupción de los oficiales o la codicia sin límite de las tropas cristianas. Sin embargo, siendo esto cierto, no se puede olvidar que estamos ante un autor, desterrado por su rey y caído en desgracia, que veía cómo su familia, hasta entonces todopoderosa en Granada, perdía su poder, su dominio sobre la comunidad morisca y sus cuantiosos privilegios, frente al avance de una administración central, compuesta por funcionarios y letrados, ejemplificada en la Real Chancillería.
Don Diego, fajado en asuntos diplomáticos, prestó más atención a la alta política y a sus conflictos internos que a narrar la rebelión en sí, a la que quizás toma como pretexto para plantear un modelo general sobre las pasiones humanas <> y para abordar un ensayo de historia clásica adaptada a una lengua moderna.

Luis del Mármol Carvajal y su «Historia del rebelión y castigo los moriscos»

Mármol, nacido en Granada hacia 1524, era hijo ilegítimo de un funcionario judeo-converso de la Real Chancillería y se desconoce, quién fue su madre; hay quien asegura que era morisca. Siendo muy joven se enroló en las tropas destacadas en el norte de África, cayendo cautivo de los sultanes de Marruecos de los que fue esclavo casi ocho años. Durante más de dos décadas recorrió todo el Magreb, desde Marruecos a Egipto, llegando por el sur hasta Mauritania. Su espíritu aventurero y observador de geografía y las costumbres le llevan a recopilar una valiosísima información que vertería años después en su monumental Descripción General de África (1573 y 1599). Tras un período en las guarniciones del sur de Italia regresaría a España hacia 1.564. Cuando estalla la guerra se traslada a Granada como interventor y abastecedor del ejército, siguiendo las principales campañas. Al final del conflicto estuvo temporalmente en la cárcel acusado de malversación, de la que sería absuelto en 1574. Instalado en un despoblado Albaicín, allí entabló amistad con interesantes personajes como el intelectual morisco Alonso del Castillo y concluyó su obra africana, al mismo tiempo que iba elaborando una narración del reciente conflicto granadino. Al poco se trasladaría como «nuevo poblador» a la pequeña localidad malagueña de Iznate, donde fijó su residencia. Tras diversos intentos fallidos de convertirse en traductor regio, embajador ante el rey de Marruecos o cronista real, conseguiría un empleo como administrador de la Real Hacienda en el distrito de Málaga, ciudad donde publicó su Historia del rebelión <> y donde debió de fallecer a finales del año 1600.
La obra de Mármol ha sido considerada de forma simplista como el reverso de la historia de Mendoza. Es decir, una aburrida y prolija crónica, escrita por un autor sin méritos literarios y encargada por la Corona para contrarrestar las críticas vertidas en el manuscrito de don Diego. Esta visión no se sostiene en la actualidad, ya que la primera versión de la Historia del rebelión, de 1571, es anterior a Guerra de Granada. Su autor no era un soldado ágrafo, sino una persona con una profunda experiencia vital, gran observador y voraz lector, que se interesaba en recopilar todas las fuentes a su alcance <> para fundamentar su producción histórica. Su libro, dividido en diez extensos tratados, es mucho más que el mejor relato del conflicto. Es una fuente autorizada e imprescindible para el estudio de la historia del Reino de Granada desde la Edad Media, labor a la que dedica casi un tercio de su obra, analizando las causas profundas de la sublevación. Al mismo tiempo, estamos ante el mejor repertorio geográfico de dicho reino hasta el momento, con impagables descripciones de las regiones recorridas o de diversas ciudades <> y una valiosísima información sobre el hábitat rural y la toponimia morisca. Mármol fue pionero en el uso de la información de archivo: en su obra se publicaron por vez primera documentos tan emblemáticos como las capitulaciones para la entrega de Granada, el famoso memorial de Núñez Muley, en el que defendía la identidad cultural morisca, o una colección de cartas en árabe incautadas a los rebeldes. Su otro gran caudal de datos, además de su experiencia personal, fueron los testimonios orales: encuestó e interrogó a leales y rebeldes, tomando nota de los más nimios detalles para otorgar a su relato la ansiada verosimilitud de la primera línea de fuego.
El autor supo describir con maestría <> las estrategias de cada uno de los bandos (batallas campales, acciones de comando, emboscadas...), a los líderes y sus estados mayores, el limitado apoyo norteafricano y otomano a los rebeldes, las matanzas en ambos bandos o el papel de los espías, renegados, colaboracionistas y traidores. Todo ello en un lenguaje sencillo y pulcro, tremendamente eficaz en la narración. No obstante, se sabe que se inspiró en el manuscrito de Mendoza para la concepción general de su relato, y que incluso copió pasajes a la letra, pero superó a aquél en cuanto a unidad, estructura, fidelidad de los datos, extensión <> y orden cronológico. También es cierto que evitó juzgar a los dirigentes cristianos, aunque sí fue muy crítico con los atropellos y saqueos de sus tropas, e incluso que dulcificó o eludió comentar hechos lamentables, pero en aquel contexto ¿quién se atrevía a cuestionar al monarca más poderoso del mundo? Tampoco contaba él, un simple funcionario y además bastardo, con la alcurnia y el prestigio de un aristocrático Hurtado de Mendoza.
Pero lo más interesante de su libro es, sin duda, la información sobre la comunidad morisca granadina. Gracias a su fino olfato sociológico desentraña las tensiones internas de la minoría, para descubrirnos que no nos encontramos ante un grupo homogéneo, pues los moriscos ricos del Albaicín no tenían los mismos intereses y expectativas que los pobres moriscos alpujarreños, y que estas discordias fueron causa, determinante de su derrota final. Mármol se revela, en definitiva, como un conocedor de la nación morisca y un admirador de la cultura arábigo-española, lo que no le impide rechazar la religión islámica y sobre todo, no perdonar la deslealtad de los rebeldes hacia su rey.

Ginés Pérez de Hita y su «Segunda Parte de las Guerras Civiles de Granada»

Pérez de Hita <> era un maestro zapatero nacido hacia 1537 en alguna localidad murciana. Durante algunos años residió en la villa almeriense de Vélez Rubio, conviviendo, con su población morisca. Al estallar la guerra se alistó en las milicias lorquinas que cruzaron la frontera granadina al mando de don Luis Fajardo, marqués de los Vélez. Su participación en el conflicto fue intermitente, aunque él afirme lo contrario en su libro. Además de su traba manual, era poeta, autor y empresario teatral de autos sacramentales, actividad que le llevaría a residir en ciudades como Lorca, Murcia y Cartagena. Se sabe que aún vivía a comienzos del siglo XVII pero no se conoce la fecha y el lugar de su muerte.
Hita planteó las Guerras Civiles <> como una continuación de su historia de los bandos de los Zegríes y Abencerrajes, un relato a caballo entre la novela caballeresca y la narración histórica ambientado en la corte nazarí de Granada, que obtuvo un inmediato éxito en España y en Europa. Una misma fórmula pero con un resultado distinto: primacía del relato histórico sobre lo literario, aunque no escasean escenas moriscas de tipo costumbrista <>, numerosos romances populares o fantásticas peripecias como la de El Tuzaní. El problema que la obra plantea a los historiadores es deslindar lo verídico de lo fabulado, lo que quizás y paradójicamente sea el principal mérito de su autor, que supo realizar una mixtura muy sugerente.
El libro, dividido en 25 capítulos, usa como fuente de información indirecta a Hurtado de Mendoza a través del poema épico La Austriada, del cordobés Juan Rufo, que versificó previamente el manuscrito mendociano. Hita también atribuyó emocionantes discursos a sus personajes y asimismo encuestó a todo tipo de protagonistas, cristianos y moriscos, a algunos de los cuales siguió la pista por su destierro castellano. Para describir algunos episodios que no presenció, como el cerco de Galera, utilizaría el detallista diario de campaña de Tomás Pérez de Evia, un alférez murciano amigo suyo. Las Guerras Civiles muestran ya en su título el desgarro que para Hita supuso la revuelta granadina: una lucha cruel entre compatriotas. Y es que estamos ante el autor más decididamente pro-morisco que, junto a la narración de las «hazañas» de las milicias murcianas, lamenta con tristeza las matanzas de mujeres y niños inocentes, se alegra por la huida de algunos supervivientes del saqueo de Galera o muestra una indisimulada simpatía por el valeroso personaje de El Tuzaní. Un poético y bello relato, en suma, de la cultura popular de los moriscos granadinos en su ocaso.

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