martes, 13 de febrero de 2007

DESPUES DE CASAS VIEJAS


Antonio Ramón Espejo

Editorial Arcos Vergara-1984

Blas Infante acudió a Casas Viejas tras la masacre del capitán Rojas. Todavía con el olor de la muerte. Infante recogió cuidadosamente la planta del rosal de Seisdedos, que se llevó a su jardín. El anarquista Pedro Vallina (nació en Guadalcanal, Sevilla, en 1879, y murió en el exilio mexicano, en 1970, médico, santón del anarcosindicalismo andaluz por el que el propio Infante sentía veneración), recogió este episodio que une simbólicamente la vida del carbonero de Casas Viejas con la del notario de Casares en un artículo, «El Rosal de Seisdedos», dedicado a la memoria de Blas Infante:
En aquel corralón de Seisdedos, en Casas Viejas, en donde fueron sacrificados muchos jornaleros andaluces en aras de una República macabra, fue arrancado de cuajo en la refriega un rosal anónimo, que rodaba por los suelos cubierto de lodo y sangre.
Mi gran amigo Blas Infante fue en peregrinación a Casas Viejas, contempló la caseta en ruinas de Seisdedos, con sus ojos cegados por las lágrimas y recogió condolido aquel rosal profanado por las bestias sanguinarias del Poder.
Lo llevó piadosamente a Sevilla y lo plantó en el más fértil suelo de su jardín, y lo regó con la más cristalina de sus aguas. El rosal se vistió pomposamente de verde y se cubrió de capullos prometedores de las más bellas rosas.
Y fueron objeto constante de especulación por porte de los visitantes del jardín las flores rojas que un día brotarían de aquel rosal cogido en la casita del crimen, rojos como el color de la sangre derramado por los campesinos mártires; Rojos como el color de la bandera de la rebelión de los esclavos.
Pero una esplendoroso mañana de primavera, en que la naturaleza renacía en un ambiente de luz y pájaros, al toque del alba dado por las campanas de la torre morisca, cambió el rosal sus capullos por unos hermosas flores, no rojas, como se esperaba, sino blancas como el color de la nieve y el armiño.
¡Cómo se regocijaba Blas Infante de la ocurrencia del rosal, burlando nuestras esperanzas y ajeno a los furiosos batallar de los hombres! Para nosotros, el rosal, agradecido, reflejaba en aquellas rosas blancas y puras lo conciencia inmaculada de Blas Infante, que lo había devuelto a la vida.
Otros bárbaros como los asesinos de Casas Viejas, esta vez no disfrazados con el gorro frigio, sino llevando por enseño la cruz gamada, aparecieron en Sevilla de improviso y dieron muerte al más ilustre de sus hijos: a Blas Infante.
El duelo tendió su manto sobre la viuda y huérfano del caído, y el jardín, no regado más que con lágrimas de dolor, se convirtió en campo yermo. El rosal perdió su lozanía, dejó caer como lágrimas, las hojas mustias de sus rosas; se despojó de su ropaje verde y se vistió con otro gris, de luto; y por último, la savia dejó de correr por sus venas. Y en una oscura noche sin luna y sin estrellas, exhaló su último suspiro el rosal de Seisdedos. Único superviviente de la más inicua de las tragedias, digna de la pluma del gran Esquilo.
Ya en el jardín no hay mayores, ni niños juguetones, ni pájaros cantores, ni flores blancas ni rojas, ni aguas cristalinas, ni por allí cruzan como otras veces, visitantes soñadores. El desastre cobijo aquella tierra del crimen, en la que no crecen, como en el corralón de Seisdedos, más que cardos y espinas.
Como no hay noche sin aurora, esperemos un alba rojo, tan encendido que todo lo revestirá de color de fuego, como el que arde imperecedero en nuestros corazones de revolucionarios andaluces.
Luisa Infante que nos ha enviado este pasaje de Mis memorias, de Pedro Vallina Martínez (publicadas en Caracas, en Tierra y Libertad, 1971), nos escribe: «Recuerdo a mi Padre sembrando personalmente el rosal y que era de estos que en Andalucía llamamos mosquetas, que son unas rosas blancas con pocas hojas. Después del asesinato de mi Padre, todas las tardes mi madre cogía las mosquetas y las ponía delante de una fotografía de mi Padre»
Aquel Rosal de Seisdedos, que plantó Blas Infante, floreció y murió en este jardín de la casa andalucista, entre Puebla y Coría del Río. Alegría, la hija más pequeña de Blas Infante, recuerda cuando su madre y ella cortaban las flores del rosal de Seisdedos. Luisa, que es la mayor, ermitaña y guardiana del andalucismo, saca del arcón la bandera verde y blanca de su padre. María de los Ángeles me detiene junto a una puerta y dice: «Aquí fue donde mi padre dijo: "Es la primera vez en mi vida que soy corregido y detenido".» Luis Blas, el único hijo varón, no está ni en Coria, como Luisa, ni en Sevilla, como María, ni en Lora, como Alegría. Porque Blas es emigrante en Holanda, donde otro puñado de andaluces de la emigración, con los de Frankfurt, Badalona, Baracaldo o Zurich, celebrarán este Día de Andalucía. Y esta casa de Coria, santuario del andalucismo, Blas Infante la construyó por la enfermedad de Luis Blas, que necesitaba del aire limpio. La guerra no acabó en Andalucía en 1939. A la muerte de los padres, siguieron las muertes de los hijos en esta otra guerra de la emigración que es interminable, y hasta hizo desaparecer el rosal de Seisdedos que Blas Infante plantó en su jardín.
Blas Infante había estado ante la tumba de Fermín Salvochea, el andalucista revolucionario. Sentía verdadera pasión por los santones del anarcosindicalismo andaluz: Salvochea, Pedro Vallina (al que le dedica un canto en el Complot de Tablada), Seisdedos. Adoraba la mística de aquellos revolucionarios, como la del pacifista Francisco de Asís, El gesto de acudir a Casas Viejas y traerse para su jardín de Coria un plantón de rosal de Seisdedos, revela la devoción mística de Infante por los defensores de la causa andaluza.
«Al día siguiente de ocurrir la masacre de Casas Viejas -cuenta Luisa- mi padre fue allí. Aquí vino alguien, representante del Gobierno, o de algún organismo, según nos decía mi madre, y creo que le dijo a mi padre: Usted, que es un hombre imparcial, venga a ver lo que ha pasado en Casas Viejas." Y fue mi padre a Casas Viejas. Y de allí se trajo una pata, quemada, de la cama de Seisdedos, y un plantón, que lo cogió de la misma choza, del corral, donde estaban los cadáveres calcinados. Me acuerdo yo hasta del coche que llevaban, que metieron sillitas bajas porque no cabían todos. Mi padre plantó aquel rosal, que nosotros llamaríamos después mosqueta, en el jardín. Y después puso otro en la huerta. El mismo cogió un amocafre y lo plantó. Y floreció. Y dio rosas blancas. Recuerdo que m¡ padre había escrito un artículo, que no sé dónde se publicaría, ni lo hemos conseguido, que se llamaba: "El rosal de Seisdedos." Y decía: El rosal de Seisdedos no ha dado rosas rojas, ha dado rosas blancas." Los rosales tardaron mucho tiempo en perderse. Yo creo que se helarían. La pata de la cama, carbonizada, estuvo siempre en la biblioteca mientras vivió mi madre. Después ya no sé qué pasaría .... »
«El rosal -dice Alegría- estaba frente por frente a la puerta de entrada, Al lado había un jazmín. Mi madre cogía una sillita baja, porque ya se cansaba mucho, para cortar flores de la mosqueta y del jazmín. Los ponía en una canastita de mimbre y después entrábamos las dos a colocar las flores, con las rosas de Seisdedos, en las fotografías de mi padre, que había puestas por toda la casa. Tampoco recuerdo cómo se perdió el rosal.»
«Mi padre vino horrorizado de Casas Viejas», comenta Luisa. Y María dice: «Yo recuerdo que mi madre nos hablaba del rosal de Seisdedos y de que mi padre había escrito no sé si en verso o en prosa, que aquel rosal en lugar de dar flores rojas de sangre, había dado flores blancas de paz.» «Y mi padre -insiste Luisa- no sabía cuando trajo el plantón sí el rosal de Seisdedos daba rosas blancas o rojas, o de otro color, porque cuando llegó a Casas Viejas se lo encontró todo quemado y fue un milagro que se salvara el plantón.»
- Mi padre no conocía a Seisdedos, creo yo. Pero mi padre quería muchísimo a los campesinos andaluces. Eran su pasión. Y entonces, casi todos eran anarcosindicalistas. El hambre que esos hombres pasaban... -dice la mayor de los Infante, que es una mujer con un caudal humano impresionante.
- ¿Por qué esa devoción de su padre por los anarcosindicalistas?
- Mí padre estaba con los que defendían a los campesinos, porque veía que la verdad está en los trabajadores. Andalucía son los pueblos. Andalucía es el campo. Mi padre, a nuestra edad, no nos hablaba de política. Yo creo que mi padre era un hombre profundamente bueno, liberal, que estaba contra la mentira, viniera de donde viniera. El no podía tener partido, Donde hubiera un hombre que valiera, no tenía por qué mirarlo a través del partido al que perteneciera. Por encima de los partidos estaba su tierra.
- Por su obra, era un hombre profundamente avanzado...
• Avanzadísímo. La misma letra del himno lo canta: Andaluces, levantaos, pedid tierra y libertad. Él veía que su pueblo estaba conducido por los fascistas aquellos, y que todavía lo conducen, que compraban los votos por un plato de potaje. Por eso yo digo que el Ideal Andaluz fue el libro de la ilusión, y el Complot de Tablada, el libro del desengaño. Pero él confiaba... Su delirio eran los campesinos y los pueblos. Mi padre adoraba a su pueblo, Casares. Yo recuerdo cuando nos llevaba. ¡Qué bonito es Casares! Y se rebelaba por la situación de los campesinos. Aquí cada hombre venía a vender espárragos o cisco, había que atenderlo. Cuando mi padre empezó a hacer esta casa, 61 no la proyectaría tan grande. Pero como había tanto paro en Coria, las obras no se acababan. Yo recuerdo ver aquí a mucha gente. Dormían los carpinteros, los escayolistas... todos, menos los albañiles, que eran de Coria.
• Una cita de Blas Infante (Ideal Andaluz, 1914) apoya la opinión de Luisa acerca de cómo sentía su padre el problema de los jornaleros:
«En Andalucía, prescindiendo de las ciento treinta mil hectáreas, próximamente, que ocupan las denominadas marismas en las provincias de Huelva, Sevilla y Cádiz, son innumerables las dehesas, los cotos de caza, los terrenos inscritos en los amillaramientos como de puro pasto; terrenos a los cuales, si los jornaleros tuvieron acceso libre, no se verían precisados a emigrar, He presenciado muchos casos elocuentes que demuestran cómo tal vez, con sólo tierra, sin necesidad de que los poderes se preocupasen de facilitar capital al jornalero, éste lentamente llegaría a redimirse. Les he visto demandar tierras en montes. Dehesas y prados naturales, para sembrar semillas, procuradas a costa de inmensos sacrificios y negárselas despiadadamente, impidiéndoles de este modo trabajar durante las huelgas festivas o los paros forzosos, y privándolos así de la ayuda que buscaban para su jornal!
Enero de 1933: Seisdedos, Casas Viejas. Agosto de 1936: Blas Infante, García Lorca... Kilómetro 4, carretera Sevilla-Carmona, Víznar-Alfacar... Largos años de posguerra, dictadura, represión... 21 de julio de 1970: Granada, tres albañiles (Antonio Huertas Remigio, Cristóbal Ibáñez Encinas y Manuel Sánchez Mesa) muertos... 1 de agosto de 1974: muere de otra bala perdida en manifestación, Miguel Roldán Zafra... Agosto de 1976: «Pan, T ... ». Almería, la pintada reprimida por otra bala. La muerte de Francisco Javier Verdejo... 4 de Diciembre de 1977, Día de Andalucía en Málaga: el turno de José Manuel García Caparrós... 4 de Enero de 1978. Muere Francisco Rodríguez Ledesma. Otra bala perdida le llegó al obrero sevillano, resultando gravemente herido el 9 de Julio de 1977 en una manifestación de trabajadores en El Cerro del Aguila, de Sevilla... lo de Mayo de 1981, Barranco de Gérgal, Almería: Luis García Montero, Luis Cobo Mier y Juan Mañas Morales, Los tres murieron carbonizados confundidos por etarras... 2 de Marzo de 1982, Trebujena: muere Ignacio Montiya, 18 años, y su primo, Antonio López, de 16, cae gravemente herido. Jornaleros furtivos. Venían de ordeñar una cabra cuando disparó un guardia civil... Cuánta sangre en este camino... Hasta que el rosal de Seisdedos vuelva a florecer con rosas blancas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Emosionante kompanneroo, grasiaa pó eette regalo

Anónimo dijo...

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