viernes, 31 de agosto de 2007

SETENTA Y UN AÑOS FUSILANDO A BLAS INFANTE


Por: Francisco Campos

Fuente: www.erllano.org

Recientemente hemos celebrado el setenta y un aniversario del asesinato de Blas Infante. Y este año marcará el final de una época y el comienzo de otra. Por primera vez el españolismo militante ha huido de la escena del crimen, refugiándose en su parlamento, que no el andaluz, y celebrando en el un “acto institucional” donde se le ha “homenajeado” bajo el hueco de una escalera. Ese es el lugar que según ellos le corresponde. Por otro lado, el regionalismo vergonzante si lo hizo en el lugar de su muerte, recordando su faceta “flamencóloga”. Eso era para ellos lo más reseñable de su trayectoria el día en que se rememora su fusilamiento. Pero mientras unos lo escondían bajo una escalera, otros mediante unas bulerías y aún otros envolviéndole en flores, como si de un acto fúnebre se tratase, pues eso es para ellos: algo muerto; multitud de jóvenes, acudiendo a la convocatoria de Jaleo!!!, dignificaron el día, su sentido y significado, reviviéndole en su ideal mediante sus propias palabras: “Declarémonos separatistas”. Ellos son sus herederos y la esperanza de Andalucía. El vive en ellos.

Desde hace decenios, se nos ha “vendido” un Blas Infante pequeño-burgués y “romántico” que soñaba con una Andalucía de decadentes reyes-poetas y esplendores orientales, imitador de modas culturales regionalistas y políticas nacionalistas burguesas del norte peninsular. Un “iluminado” completamente enajenado. No obstante, una lectura sin prejuicios y “entre líneas” de sus textos, nos hace intuir por el contrario a un admirable pensador capaz de descubrir la verdad oculta de este país y, al unísono, incapaz de transmitirla tal cual. Alguien que murió con el dolor, con la profunda tristeza de la enormidad de la empresa a emprender y la imposibilidad de completarla por no contar con más medios ni más compañeros que sus desnudas manos. Tal era su soledad, tal la falta de medios y tal la incomprensión de sus contemporáneos, incluidos los suyos, que se vio obligado a actuar de forma “oportunista”. Oportunista en su sentido etimológico, de oportuno y oportunidad, no en el peyorativo. Hacia y decía lo que podía, no lo que quería. Pero poco a poco, no obstante, se fue destapando y encontramos, tanto en su vida como en sus libros, actuaciones y párrafos que mostraban al autentico Infante; al independentista y al revolucionario. Sus supuestas contradicciones no son tales, son la consecuencia de la perenne y desigual lucha interior entre la realidad y el deseo. La de quien desde la nada pretendía alcanzar un todo.

Como dice el poema de León Felipe, Infante descubrió que a los andaluces nos habían mantenido dormidos mecidos en nuestras cunas con cuentos. Comprendió quienes éramos y quienes estábamos llamados a volver a ser, e intento, por todo los medios a su alcance, lograr que despertáramos del sueño inducido. Desde esta perspectiva, la de aquel que pretende lograr una Andalucía consciente y en pié en un contesto tan negativo y mediante unos medios tan precarios, se comprende mejor muchos de sus pasos políticos. Sus acciones no eran las de alguien de trayectoria errática, sino la de un libertador solitario. Los de quien adaptaba las tácticas y las palabras a las circunstancias y a la capacidad de absorción ideológica de aquellos a quienes iban destinadas. Y por eso le mataron. No lo hicieron por investigar históricamente o escribir obras literarias. No era el erudito ni el intelectual el que preocupaba, tan siquiera el propio Blas. No, lo que se temía era su mensaje, unas ideas que si calaban en el pueblo sería extremadamente peligrosa para el Sistema: “¡Andaluces, levantaos. Pedid Tierra y Libertad!”. Ese grito fue el que intentaron acallar mediante las balas. Y aún hoy, setenta y un años después, se intenta silenciar, pues a oídos del españolismo sigue resonando tan aterrador como entonces El grito del despertar y la liberación del pueblo andaluz. Por eso, cada vez que se desvirtúa su figura o se tergiversa su mensaje se le vuelve a fusilar. Y el pelotón de ejecución está conformado por todos aquellos que persisten en presentar a un Blas Infante etéreo e inicuo, un “universalista” que renegaba de “nacionalismos egoístas” y se sentía tan español como andaluz. A un Blas Infante “moderado” y “pacífico”, conformista en lo esencial y meramente reformista en lo social No, ese no era Blas Infante. Si lo hubiese sido no habría sido asesinado. Lo hicieron por ser un independentista que perseguía librarnos de España y un revolucionario que pretendía liberar a las clases populares de la explotación. Ese fue su “crimen”, intentar poner en pie a este pueblo. Por eso le fusilaron y le siguen fusilando.

Y es que el mayor problema del andalucismo de los últimos treinta años, ante todo y sobre todo, ha sido el que no se ha conformado como un movimiento nacionalista real, sino como un mero regionalismo revestido de nacionalismo. De ahí sus incongruencias, sus contradicciones, sus miedos y su desarraigo. No niego la existencia de minorías nacionalistas en su seno pero, tanto por su propia situación marginal como por estar inmersas en un alto grado de confusionismo ideológico y, consecuentemente, padecer de una gran incapacidad de acción, su peso en el seno del andalucismo contemporáneo ha sido meramente testimonial. Solo asumiendo esta realidad pueden comprenderse muchas de sus actuaciones, incluidas las del pasado 10 de Agosto. Tranquilos... Antes de rasgaros las vestiduras por la “blasfemia” pronunciada, analicemos los hechos. En esta sociedad falsamente denominada como la de “la era del ocaso de las ideologías” y que, realmente, solo conlleva su banalización y la corrupción de los idearios de las opositoras al sistema, al extremo de transformarlos en sustentadores del mismo, será necesario retrotraernos a los orígenes, clarificar previamente que es el nacionalismo, que una ideología y una organización nacionalista, para poder así dilucidar si el andalucismo mayoritario actual es clasificable como regionalista o nacionalista.

Una nación es el resultante de la existencia de un pueblo diferenciado. La suma de sus gentes, sus características y circunstancias propias, más el territorio sobre el que se asienta y desarrolla, constituye su nación. Un nacionalista, por tanto, será aquel que cree en la existencia de un pueblo, de una nación, y defiende sus intereses colectivos. Parte del principio que, al igual que el hombre posee derechos individuales, los pueblos los tienen en igual medida, con las mismas características y extensión. Puede haber muchas tipologías de nacionalismos, dependiendo de los intereses sectoriales presentes en dicho pueblo, pero toda ideología nacionalista, con independencia del sector o clase social que represente o pretenda representar, se basamenta al menos en una característica común; el soberanismo. Todo nacionalismo y todo partido nacionalista es indefectiblemente soberanísta. Aquel que no aspire a la soberanía nacional de su pueblo podrá calificarse de “regionalista”, “autonomista”, “federalista”, “internacionalista”, etc..., pero no como nacionalista. Ese es el elemento esencial diferenciador. El objetivo finalista y último. Su razón de ser y el norte que guía y determina sus actos y estrategias.

Soberano es, según el diccionario de la R.A.E. (Real Academia Española de la Lengua), aquel “que ejerce o posee la autoridad suprema e independiente”. Durante largo tiempo, el Soberano fue la divinidad correspondiente y un monarca ejercía la soberanía sobre la población por delegación suya, “por la gracia de Dios”. La Revolución Francesa conllevó, entre otros cambios fundamentales, el que el pueblo colectivamente se constituyó en su propio “soberano”. De él emanaba todo poder y solo a través de el, con su consentimiento y en su nombre, se podía ejercer. Es lo que se denominó la “soberanía nacional”, la que según el mismo diccionario se define como “la que reside en el pueblo y se ejerce por medio de sus órganos constitucionales representativos”, por eso a partir de entonces los constitucionalistas hablan del “pueblo soberano” como aquel de quien dimana la autoridad y la legalidad. Y dado que un nacionalista es aquel que defiende los derechos colectivos de una nación, lucha fundamentalmente por la permanencia de la soberanía en manos de su pueblo o la restitución de la misma a este, en el caso de que le haya sido negada o arrebatada.

El concepto de “pueblo soberano” y el de “soberanía nacional”, no son más que una traslación a lo colectivo de los derechos individuales del hombre. En la Declaración de Derechos del Hombre y del Ciudadano, los revolucionarios franceses afirmaban que “los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos”. Ya que el hombre es igualmente “ciudadano”, ser social (pueblo), miembro de unas colectividades diferenciadas (naciones) y auto-organizadas (estados-nación); dichas sociedades nacionales poseerán un grado de libertad y derechos equivalente en lo colectivo a lo perteneciente en lo individual a cada uno de sus miembros, al conjunto de los “soberanos” que la componen. La “soberanía nacional” no será más, por tanto, que la consecuencia del ejercicio colectivo de aquella parte de la libertad individual que cada uno de los miembros hayan cedido al común social. Los pueblos, las naciones, son soberanos porque lo son los hombres que los y las conforman. Y, como consecuencia, la libertad y los derechos, la soberanía de los pueblos y naciones, al igual que la de los hombres, no se otorga, ni se solicita o se debate; se tienen. De la misma forma que “los hombres nacen y permanecen libres”, o sea que poseen la libertad por el simple hecho de ser, de existir, como parte de su propia naturaleza; los pueblos también poseen de semejante modo y por semejante razones su soberanía, su libertad colectiva. Ellos también nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Y, al igual que el hombre, los pueblos son dueños de su libertad y sus derechos sin ningún condicionante previo; con independencia de que la ejerciten, la deseen o tan siquiera sepan de su existencia.

Si observamos los distintos movimientos nacionalistas de otros pueblos peninsulares veremos que lo anteriormente expresado se cumplimenta. Dichas naciones poseen organizaciones que cubren tanto la totalidad del espectro social como del ideológico. Nacionalistas burgueses y populares, “moderados” y “radicales”, capitalistas y anticapitalistas, etc., pero todos son soberanístas. Les diferirán las tácticas y estrategias para alcanzar dicha soberanía, así como en el tipo de Estado a construir tras la obtención de la misma, pero ninguno la negara, de facto o de dicho, y menos aún tendrá otro objetivo que su obtención para su pueblo. Ninguno reconocerá nunca la existencia de un pueblo español, de una nación española, ni se considerará español. No le escuchareis referirse a España más que como Estado, como estructura político-administrativa. Y no aceptará ese Estado español por ilegítimo, ya que a lo que aspira es a un Estado propio para su nación, o lo tolerará con carácter temporal y por motivos tácticos, porque su estrategia soberanísta sea gradualista. Estos últimos representan a las burguesías autóctonas, que se benefician de las estructuras económicas del Estado y no están interesados, actualmente y mientras les siga siendo útil, en la independencia política.

Un nacionalista andaluz, por tanto, será aquel que cree en la existencia de un pueblo, el andaluz, e igualmente en la de una nación, Andalucía. Será el defensor de los intereses del Pueblo Andaluz y de la Nación Andaluza, en exclusividad. Y puesto que el primer derecho de todo pueblo, de toda nación, es el de ser libre y ejercer su libertad, su soberanía, esa soberanía que residía en el pueblo, todo nacionalista andaluz luchara por la restitución y conservación de la soberanía nacional andaluza en las manos de su pueblo, del andaluz. Y recordemos que soberano era el que “ejerce o posee la autoridad suprema e independiente”. O sea, que para un nacionalista andaluz no hay más soberanía que la del pueblo andaluz, ni más poder legítimo que el que emana de la determinación soberana, “suprema e independiente”, de dicho pueblo. Subrayemos los dos condicionantes que la R.A.E. señala como determinantes para poder considerar que se es soberano: que se detenta la soberanía y se posee la capacidad de ejercerla, cuando la autoridad que se posee es suprema, y cuando es independiente, que no está subordinada a ninguna otra. Por tanto, la “soberanía nacional” andaluza y española son incompatibles, una excluye a la otra. Si, como afirma la Constitución, “la soberanía nacional reside en el pueblo español”, se niega la soberanía al pueblo andaluz. Y viceversa. Por eso los españolistas niegan a los pueblos peninsulares su reconocimiento como nación. Hacerlo sería admitir el principio del fin de España como nación y Estado.

Un regionalista andaluz, por el contrario, no es más que un españolista autóctono, defensor de la existencia de las peculiaridades específicas de una parte diferenciada de la nación española llamada Andalucía, que pretende una autonomía más o menos amplia de gestión de los andaluces en materias legislativas o administrativas, pero dentro de la “patria común e indivisible”: España. Y ahí radica el problema, muchos que se califican de andalucistas, en realidad no son más que españolistas regionalistas. Son esos “andalucistas” que hacen declaraciones de españolidad sin el más mínimo recato. Que afirman la no existencia de contradicción entre el andalucismo y la unidad de España. Que se sienten muy andaluces pero también muy españoles. Que pretenden la defensa de Andalucía pero siempre dentro de la incuestionable unidad de los pueblos de España. Descentralizados, autónomos, federados, etc., pero unidos. España; Una, Grande y Libre, en definitiva. Y es indiferente el que lo haga por convicción o por “realismo”. Lo determinante es lo que se hace, no sus motivaciones. Sean cuales fuesen los resultados serán idénticos, se consolida España y se perpetua con ello la opresión de Andalucía. El regionalismo andaluz no es nacionalismo descafeinado sino españolismo camuflado.

Juzgad donde encajan mejor los “líderes” y movimientos del “nacionalismo” oficial. Sus acciones responden por ellos. Hay poblaciones donde se ha gobernado durante años e incluso decenios, ¿ Que grado de conciencia nacional hay en dichos lugares, es mucho mayor o semejante a la media andaluza?. ¿Han construido, por tanto, pueblo andaluz libre o han contribuido, “por acción u omisión”, a la “adormidera” españolista?. La primera tarea del andalucismo no puede ser otra que la de diferenciarse del regionalismo españolista y autoafirmarse en su nacionalismo, hasta sus últimas consecuencias. Excluir a los regionalistas y a la mentalidad regionalista de su seno. Mientras no se haga, mientras el andalucismo no sea desparasitado de españolismo disfrazado de regionalismo folclórico, cobarde y victimista, será imposible ser y hacer. Mermaremos en cantidad pero ganaremos en calidad. Se trata en definitiva de algo tan básico como creerse lo que se proclama, actuando en correspondencia. Ese fue el ejemplo que nos legó Blas Infante y ese es el mejor homenaje que podemos ofrecerle. Seguir su senda, continuando con su obra despertadora y liberadora. El no perseguía fama, honores o bienestar material, sino la libertad de su pueblo. No le importaban sus votos sino sus cadenas. No pretendía gobernar una tierra esclava sino guiarla hacia su libertad. Ese era Blas Infante y eso es el verdadero andalucismo. ¡Adelante... Por Andalucía libre!.

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