domingo, 2 de septiembre de 2007

LA PRESENCIA MORISCA EN MEXICO: UNA TRADICIÓN SILENCIADA


Por Aziz Amahjour

Fuente: C.E.M.A.

En primer lugar quiero expresar mis agradecimientos a la Fundación Temimi, y en concreto a su director el Dr. Abdejlil Temimi, por habernos brindado la posibilidad de participar en este Congreso. Y por supuesto quiero expresar mi agradecimiento y mi gratitud a quien gracias a él supimos de la celebración de estos eventos aquí en Zaghouan, nuestro profesor el Dr. Rodolfo Gil Grimau.

Quisiera empezar con un interrogante que podrían estar haciendo los colegas congresistas reunidos en este evento (Ahora los lectores de este artículo):
¿Existe realmente una presencia morisca en México? ¿o son simples ráfagas de aire oriental llegadas a ese país en los veleros de la Conquista? Y si existe, ¿cómo enfocar su estudio? En otras palabras ¿qué estudiar? ¿La identidad morisca en México, o la aportación morisca a la identidad mexicana? .

Realmente la presencia morisca en América es un tema que parece suscitar mucho interés y curiosidad en los últimos años. Después de muchos siglos de silencio están apareciendo en la actualidad estudios, aunque, eso sí, tratando sobre todo temas generales como la aportación cultural hispanomusulmana a las tierras americanas a través de la tradición española, principalmente estudios sobre arte y arquitectura hispano colonial y mudéjar, donde aparecen algunos datos y reflexiones relativos a la presencia física de ese colectivo en el Nuevo Continente. Ante la falta de una documentación sistemática relativa a este asunto, nos hemos basado en este tipo de estudios para la elaboración de este tema, recopilando los (pocos) datos que allí aparecen, y cuestionando algunos hechos relativos a los mismos. Asimismo nos hemos basado en fuentes históricas sobre México. Y para solventar de alguna manera esa falta de documentación de la que hemos hablado, nos hemos apoyado en la interpretación tomando en consideración el nivel pragmático del análisis del discurso o la pragmática, una etapa esencial en el análisis semiótico.

Evidentemente no se puede abordar el tema de la presencia -o supuesta presencia- de los moriscos en México sin evocar algunos pasajes decisivos de su historia “inmediata” todavía en su país de origen, sobre todo los ocurridos después de la caída de Granada.

Primero fue la expeditiva política de conversiones del Cardenal Cisneros puesta en marcha a partir de 1499 con una campaña de bautismos en masa que en sí fue una violación de las cláusulas de las Capitulaciones concertadas para la entrega del Reino de Granada . Luego la famosa Pragmática del mismo Cardenal Cisneros para la integración de los moriscos. Queremos recordar dicha Pragmática por lo mucho que tuvo que ver con acontecimientos posteriores. Se produce concretamente en 1516 con la intención, como hemos dicho, de integrar a esos “cristianos nuevos” en la sociedad cristiana; lo que equivale a que los que la respetaban se podían quedar y los que no, no; pero que muchos se las ingeniaban para burlarla permaneciéndose aferrados a sus costumbres y a sus rituales.

La Pragmática del Cardenal Cisneros obligaba a los moriscos a abandonar su traje, su lengua, sus costumbres, su religión y abrazar el modo y espíritu de vida cristiano. Dicha Pragmática no pudo llevarse a cabo evidentemente, y en 1576 fue el mismo Felipe II quien ordenó de nuevo el cumplimiento y la ejecución de las disposiciones iniciadas por Cisneros, dando un plazo de tres años para que los moriscos aprendiesen la lengua castellana, prohibiendo escribir o leer la lengua árabe y la celebración de ritos, bodas o fiestas según la tradición morisca, así como el uso de nombres árabes y de los baños . El decreto de la expulsión final, como bien sabemos, llegó en 1609.

Muchísimo antes de esta fecha (1609) y antes incluso de que Felipe II ordenara de nuevo el cumplimiento de la Pragmática dictada por Cisneros, concretamente en 1543 (o sea todavía en tiempos de Carlos I que reinó entre 1516 y 1556), se expidió una Real Cédula prohibiendo el paso de los moriscos a América. Es un documento de un valor inestimable, propiedad de Jorge García Granados del que el historiador (de arte) mexicano Manuel Toussaint publicó, en su valiosa obra Arte mudéjar en América, una copia obtenida directamente del original . Por su gran valor histórico y por su relación intrínseca con nuestro tema reproducimos aquí un fragmento relevante de la misma. Dice así:

Don Carlos, por la divina clemencia Emperador (...) a vos, los nuestros presidentes e oidores de las nuestras Abdiencias e Chancillerías Reales de las nuestras Indias, islas e tierra firme del Mar Oçéano, e a cualquier nuestros gobernadores e otras justicias de las islas e provincias de las dichas nuestras Yndias e a cada uno e qualquier de vos a quien esta nuestra carta fuere mostrada, (...): Sepades que Nos somos informados que a esas partes an pasado, y de cada día pasan, algunos esclavos y esclavas beberiscos e otras personas libres nuevamente convertidos de moros , e hijos dellos, estando por Nos prohibido que en ninguna manera pasen, por los muchos inconvenientes que por esperiencia an parecido que de los que an pasado se an seguido, y porque se escusen los daños que podrían hazer los que ovieren pasado y de aquí adelante pasaren, porque en vna tierra nueva como esa, donde nuevamente plántase la fee, conviene que se quite toda ocasión para que no se pueda sembrar e publicar en ella la seta de Mahoma, ni otra alguna en ofensa de Dios Nuestro Señor (...) –y continua- visto y platicado en el nuestro Consejo de las Indias, fue acordado que debíamos mandar que todos los esclavos y esclavas berberiscos y personas nuevamente convertidas de moros o sus hijos, como dicho es, que en esas partes oviere, sean echados de la isla o provincia donde estovieren ...”

Es de observar que ese miedo a que se plantara la religión musulmana en América no es exclusivo de mandatarios, sino también de intelectuales e historiadores de la época. El mismo Fray Bernardino de Sahagún deja escapar una aguda reticencia en su Historia general de las cosas de Nueva España. Dice:

También se ha sabido por muy cierto que nuestro Señor Dios (a propósito) ha mantenido oculta esta media parte del mundo hasta nuestro tiempo, que por su divina ordenación ha tenido por bien de manifestarla a la Iglesia Romana Católica.”

Cabe preguntarse aquí: ¿Oculta a quién? Creemos que la respuesta está bastante clara.

Sin embargo a pesar de la prohibición dictada en 1543 parece que muchos lograron embarcar rumbo al nuevo mundo, sobre todo entre 1492 y la fecha del dictamen de dicha prohibición. Atraídos por los relatos de los primeros viajeros que habían vuelto a casa de visita o ya para quedarse, y quizás sobre todo por las persecuciones que sufrían, algunos decidieron aventurarse en el Atlántico huyendo de las hogueras de la inquisición. (Se sabe de cuatro moriscos que fueron procesados en el llamado Tribunal del Mar según informa Luis Cardaillac y otros (R. Carrasco, M. Coste, A. González) en “Les tribunaux des îles et d´outre-mer”, Les morisques et leur temps..., 316-335. (en Epalza; op. cit., 78).

Como dice Manuel Toussaint, comentando la Cédula Real, “... pero la misma razón que da: “por los muchos inconvenientes que por esperiencia an parecido que de los que an pasado”, nos indica que su abundancia era grande en las colonias para la fecha.” (Toussaint; op. cit. 10) Efectivamente, en cincuenta años cruzando el Atlántico han debido pasar muchos. Tal como se había puesto el tema en la Península a causa de las implacables consecuencias de la Inquisición creemos que no es nada disparatado suponer que algunos, o quizás muchos, ante la amarga realidad de tener que abandonar su tierra hayan optado por ir más lejos.

“Puede sostenerse –dice el autor citado (Op. cit. 9)- que entre los conquistadores de la Nueva España y seguramente de los otros países de América, pasaron muchos descendientes de moros. Los nombres y apellidos así nos lo enseñan y es esto explicable, pues los caudillos no hacían pureza de sangre entre sus hombres, y buen número de ellos ha de haber existido que deseaba alejarse de España y crear su vida en tierras lejanas.” Está documentado que cerca de 200 moriscos se alistaron como soldados con Almagro participando en la conquista del Perú. Pero en el caso de México no constan datos dice Toussaint. “Curioso e interesante comprobar –comenta este autor- que entre los innumerables procesos de herejes que se guardan en el Archivo General de la Nación de México, muchísimos, casi la totalidad son seguidos a judaizantes y ninguno a musulmanes.” (Op. cit., 10). Una buena señal, según nuestro parecer, de que los que han logrado pasar se han salvado de las garras de la inquisición. La taqiyya o el qitmán están contemplados en el Islam como recurso que permite al musulmán disimular su fe en caso de peligrar su vida . Además “los que existían no tenían por su culto el mismo ardor y fe que los de la Secta de Moisés.” (Toussaint; Ibid).

De todas maneras, de haber pasado moriscos a la Nueva España habrán pasado varones solos sobre todo , lo que auguraba un futuro nada halagüeño en cuanto a la conservación de la tradición y costumbres propias. El desarraigo, la ausencia de la institución familiar morisca en América van a orientar la definición de la identidad morisca hacia otras latitudes.

La estructuración de la sociedad mudéjar y morisca en España se fundamentaba en tres ejes esenciales: la familia, la aljama (al-yamâ´a) y la umma. Ya en España la umma se había convertido en una añoranza y las aljamas que constituían el elemento nuclear sobre el que se estructuraba la comunidad y el que garantizaba la perpetuidad de la identidad (Epalza; op. cit., 101), cada vez tenían más problemas para seguir velando por la integridad de los moriscos. En México, evidentemente, tanto la umma como la aljama se van a convertir en un recuerdo nostálgico, vivido en silencio, que se va a ir debilitando y diluyendo con el tiempo. Y la identidad individual como es natural también con el tiempo se va a ir diluyendo con los matrimonios mixtos, adaptación a costumbres nuevas y a cualquier circunstancia para no dar motivo de sospecha y caer en las garras de los Tribunales del llamado Santo Oficio.

De la identidad de toda una comunidad, como se puede ver, pasamos en México a la identidad del individuo; al cambio y mutación o adaptación irreparable a una nueva realidad. Quizás el ejemplo más representativo que conocemos es el de Estebanico de Orantes, conocido como Estebanico el Moro o el Negro; un conquistador de vanguardia, el creador auténtico del mito de las siete ciudades, según comenta Alicia Arias Coello en su estudio La imagen mítica de América en la España del siglo XVI . No era exactamente morisco sino natural de Dukála (Marruecos). Todo un modelo de integración en la sociedad indígena, ya que llegó a llevar coronas de plumas, campanillas en sus tobillos y pulsos, así como a aprender idiomas de los indios y a practicar, junto a ellos, sus ritos locales.

Pero no sólo va a ver adaptación, sino también aportación a la cultura del país receptor. Entre las aportaciones moriscas destaca el florecimiento del arte de la seda a tal punto que el primer obispo de México Juan de Zumárraga pensó traer un grupo de moriscos de Granada para que se dedicasen al cultivo de la seda y enseñasen el arte a los indios; una petición que presentó al Rey y por la que obtuvo el visto bueno del monarca, según cuenta García Icazbalceta en La industria de la seda en México (1935, 6). Una prueba, dice Toussaint, de que “la idea de que los moriscos pasaran a Nueva España no era vista con tanto horror a principios del siglo XVI, como lo hubiera sido después de establecido el Santo Oficio.” (Op. cit., p. 9). Sin embargo, este proyecto no se llevó a cabo pero es indudable que hubo moriscos trabajando en esta manifestación a tal punto que a principios del siglo XVII se pensó edificar una alcaicería en las casas que habían sido de Cortés, un mercado de seda cuyo plano publicó Lucas Alamán en el segundo tomo de su obra Disertaciones sobre la historia de la República Mejicana (1942, 207). Tampoco se llevó a cabo este proyecto pero en su lugar se abrieron unas calles estrechas que llevaron el nombre de Alcaicería y que luego se ensancharon dando origen a la calle Palma de la capital mexicana. (Toussaint; op. cit., 47).

Además del florecimiento del arte de la seda, en los siglos que sucedieron a la Conquista, en el modo de vida y las costumbres mexicanas imperaban las modas moriscas: “Las alfombras moriscas que sólo rivalizaban con las turquescas; los guadameciles para cubrir las puertas; los estrados en que las mujeres se sentaban sobre cojines, los bufetillos bajos, para servir de centro; las finas celosías de madera para impedir el registro de las habitaciones; los biombos que formaban pequeñas estancias (en las grandes cuadras).” (Toussaint; op. cit., 10) (...) Aun entre los mismos alimentos debe haber llegado la influencia mudéjar, pues bien conocidos son los dulces de Puebla, de origen indudablemente oriental como hasta el nombre lo revela: alfajores, alfeñiques. Otros del mismo origen son los camotes, las empanaditas de almendra, las tortitas y otros más.” (Op. cit., 47)

Quizás donde es más visible la pervivencia morisca es en la arquitectura. La presencia de las características mudéjares es evidente y tuvo inicio en México en el siglo XVII, como si coincidiera con la expulsión de los moriscos de la Península comenta Toussaint (Op. cit., 10). Informa este autor de que existieron y existen edificios que puedan ser asimilados a los que construyeron los moros en España. Tales son, por ejemplo, las capillas abiertas en forma de mezquitas musulmanas como la iglesia conocida con el nombre de Capilla de San José de los Naturales, anexa al convento de San Francisco de México; compuesta de siete naves abiertas todas en su extremidad, con techumbre sostenida por arcos, presentaba una estructura semejante a la Mezquita de Córdoba. Desgraciadamente este monumento no se conservó, pero sí la Capilla Real de Chulula cuya estructura, aunque haya sufrido modificaciones, es la misma del siglo XVI y que también se asemeja a la Mezquita de Córdoba. (Op. cit., 26). Dice Diego Angulo Iñiguez, en su Historia del arte hispanoamericano (1945, 144), acerca de este aspecto: “De antiguo se viene reconociendo que quienes construyeron la Capilla Real de Cholula tenían en su memoria los bellos efectos de perspectiva de las numerosas naves de la mezquita de Córdoba, -y continúa- y si en el aspecto constructivo este caso debe considerarse excepcional, en lo decorativo las manifestaciones mudéjares son frecuentes.”

Las manifestaciones más relevantes son la decoración con relieves de argamasa de trazo geométrico, la fábrica de techos alfarjes, los artesonados, las bóvedas sobre arcos cruzados (como la del Camarín de la Virgen en Tepotzotlán, S. XVII), los pilares ochavados, los arcos de herradura o polilubulados, almenas escalonadas, el uso del ladrillo, de los azulejos (distintivo de la ciudad de Puebla), la decoración de ataurique, etc. “En efecto, en México el gusto por las construcciones y ornamentación mudéjares se extendió durante toda la época virreinal y, en el siglo XIX, (...) continuó como un movimiento a favor del arte morisco registrado en las principales ciudades del país.”, según informa Elisa García Barragan . “La Sociedad de la purísima Concepción”, actualmente “Círculo Católico” en Puebla (con un precioso patio morisco, cuyo piso es de azulejo con diseño geométrico a la manera de la Alhambra) y el “Pabellón Morisco” (reproducción exacta de los arcos de la Alhambra y del Alcázar de Sevilla) en la capital mexicana son un buen ejemplo de ello. Quizás en su inspiración se asientan en ese pasado. Pero otra razón es que estos monumentos se construyeron en una época en que lo morisco y lo oriental en general se había vuelto de moda.

Para concluir queremos decir que de la misma manera que en la Península el paso de elementos orientales a la tradición española fue mayoritariamente obra de mudéjares y moriscos; en México el paso de elementos hispanoárabes se va a efectuar a mano de moriscos y andaluces o españoles en general porque la tradición árabe formaba ya parte integrante de la cultura española.

Dice Toussaint “Claro es que estas costumbres las habían traído los mismos cristianos andaluces que a fuerza de convivir durante siglos con los moros, las habían adoptado por suyas propias, pero algo –dice- debe haber atizado la llama para que no desmayase la hoguera.” (Op. cit.; 10). Evidentemente, se refiere a que algunos de los que habían pasado a México eran moriscos propiamente dichos.

Pese a que no constan datos que confirman la presencia morisca en México todo apunta a que la presencia de este colectivo en ese país y en otros puntos del Nuevo Continente fue una realidad. Una realidad silenciada; silenciada y silenciosa al mismo tiempo: silenciada por las autoridades ya que las fuentes históricas oficiales de la época no hacen referencia a este tema; y silenciosa por haber vivido los primeros moriscos su identidad de puertas para dentro por el miedo a caer en las garras de la Inquisición. Su destino fue silenciarse para siempre jamás hasta tal punto que no tenían ni el privilegio de constar en el Archivo General de la Nación.

En fin, para terminar podemos decir que lo morisco que proviene de un espacio donde se dio un proverbial modelo de mestizaje pasa a ser parte integrante de la tradición mexicana, sobre todo sabiendo que los indígenas, herederos de una extraordinaria tradición artística de la que daban y siguen dando testimonio un buen número de libros pictográficos y otros monumentos, habían participado en muchísimas obras artística y arquitectónicas incorporando así una nueva tradición y haciendo de ella un afluyente más en la ya de por sí compleja identidad cultural mexicana.


Bibliografía:

Alamán, Lucas (1942); Disertación sobre la historia de la República mejicana, México, Editorial Jus.

Angulo Iñiguez, Diego (1945); Historia del are hispanoamericano, Tomo I, Barcelona-Buenos Aires, Salvat Editores.

Arias Coello, Alicia (1992); “La imagen mítica de América en la España del Siglo XVI” en ACTAS del XXIX Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana, Tomo I, pp. 273-284, Universidad de Barcelona 15–19 de Junio, 1992.

Baxter Silvestre; La arquitectura hispano colonial en México, México, D. F., 1934.

Epalza, Míkel de (1992); Los moriscos antes y después de la expulsión, Madrid, Editorial Mapfre.

García Arenal, Mercedes (1975); Los moriscos, Madrid, Editora Nacional.

García Barragán, Elisa (1981); “Supervivencias mudéjares y presencias orientalistas en la arquitectura mexicana” en Actas del I Simposio Internacional de Mudejarismo, Madrid-Teruel, Diputación Provincial de Teruel. Consejo Superior de Investigaciones científicas.

García Icazbalceta, Joaquín (1935); La industria de la seda en México, Jalapa–Enriquez, Talleres de la Escuela de Arte y Oficios.

Garrido Aranda, Antonio (1980); Moriscos e indios. Precedentes hispánicos en la evangelización en México, México, D. F., Edición del Instituto de Investigaciones Antropológicas, Universidad Nacional de México.

López Guzmán, Rafael (Coordinación) (2002); Síntesis de culturas. Mudéjar. Itinerario cultural del mudéjar en México, Granada, Ediciones Fundación El Legado Andalusí.

Marmol Carvajal, Luis del (1946); Historia del rebelión y castigo de los moriscos del reino de Granada, Biblioteca de Autores Españoles, Madrid, Ed. Atlas. (1ª edición en Málaga por Juan René en el año MDC).

Pezzi, Elena (1991); Los moriscos que no se fueron, Almería, Ed. Cajal.

Sahagún, Fray Bernardino de (1946); Historia general de las cosas de Nueva España, Edición, introducción y notas de Juan Carlos Temprano, Madrid, Historia 16, Crónicas de América.

Toussaint, Manuel (1946); Arte mudéjar en América, México, Editorial Porru

No hay comentarios: