miércoles, 12 de septiembre de 2007

NI EUROPEOS, NI ESPAÑOLES...SOLO ANDALUCES


Por: Francisco Campos López

Fuente: www.erllano.org

Es imposible saber quienes somos y quienes podemos o debemos ser, si ignoramos quienes hemos sido. Y para entender el pasado hay que partir de un principio previo: las ciencias en general y las sociales en particular no son asépticas, no son “La Ciencia” sino la consecuencia de la utilización y la manipulación del conocimiento por parte del Sistema conforme a sus intereses económicos-políticos. No pretenden la búsqueda de la verdad ni la conquista de la felicidad humana, sino la perpetuación de la sociedad burguesa mediante el perfeccionamiento de los procesos de expolio económico, de control social y de adormecimiento ético e intelectual. En las facultades no se enseña “Ciencia” sino solo una versión de la misma, la “ciencia” adecuada a los intereses del capital. Y esto es aún más claro si hablamos de “Historia”. Lo que se transmite como tal no es más que una mitología justificativa de la barbarie occidental y españolista.

Todo aquel que aspire a transformar la realidad tiene, ineludiblemente, que partir de un conocimiento profundo de la misma. Resultará completamente inútil la posesión de un método acertado de análisis o de un sujeto adecuado del mismo si la base de la que se parte, los apriorismos sobre los que se sustenta, son erróneos. Dicha teorización, al carecer se bases sólidas, no solo resultará inútil para alcanzar los objetivos perseguidos sino que constituirá un claro obstáculo al logro de los mismos. En este sentido, si se carece de una visión correcta sobre Andalucía, toda pretensión de emancipación de sus clases populares en general y de la trabajadora en particular, estará destinada al fracaso más absoluto. Si desconocemos quienes somos, estaremos incapacitados para comprender plenamente los orígenes y porqués de nuestra problemática y, como consecuencia, erraremos en los caminos que emprendamos para superarlas.

Miremos un mapa mundi. Si observamos los distintos continentes veremos que mientras algunos son evidentes, geográficamente hablando, otros no. Es obvio que es, por ejemplo, América o África, donde empiezan o acaban, cuales sus límites; pero, ¿podríamos decir lo mismo de Europa?. Vemos un nítido continente asiático, tan enorme que incluye subcontinentes como el indio. ¿ Y donde están, sin embargo, los límites objetivos entre Asia y Europa ?. Las mismas características que han determinado la conceptuación de esa enorme península del sur de Asia, la India, como subcontinente, la posee otra situada en el oeste, Europa. Solo el prepotente racismo norte-europeo hizo que no se catalogara a Europa como subcontinente asiático y se le atribuyese el ser todo un continente. Los nazis no fueron una aberrante excepción, sino la expresión más extrema e indisimulada de una ideología de “superioridad” compartida por las élites gobernantes económicas, políticas e intelectuales burguesas europeas, vigente hasta hoy.

Europa no es una realidad objetiva. Es un artificio fruto primero de los intereses de la alianza germánico-eclesial medieval y posteriormente de la aristocracia gobernante, primero con la burguesía “comercial” y después con el capitalismo industrial. Y es una creación reciente, cuenta con poco más de mil años. Comenzó a bosquejarse cuando las elites guerreras germánicas que habían sojuzgado a las poblaciones celtas autóctonas centro y norte europeas, tras el desplome del Imperio Romano, se aliaron con la Iglesia católico-romana para afianzar sus nuevos reinos. El primer resultante “continental” de dicha alianza, el primer germen de la actual Europa, se llamó Sacro Imperio Romano Germánico. “Más claro agua”. Posteriormente, de su seno nacerán la mayoría de los reinos del “occidente europeo”. Siglos después, la burguesía los perpetuó, de ahí el origen de muchas de las falsas naciones-estado, porque servia a sus intereses de rapiña y dominio. La burguesía no pretendía la liberación popular, sino sustituir a los señores en la posesión de las gentes y el territorio. Al no poder sustentar su dominio en la “voluntad divina” ni el “orden natural de las cosas” en que el antiguo régimen se basamentaba, utilizó para atraerse a la población conceptos ansiados como los de libertad, justicia o nación, erradicados por el antiguo orden. Y de la misma forma que transformó la libertad social en libertad de expolio y la justicia en protección estatal de la explotación, trastocó el de nación haciéndolo coincidir con el límite de la finca arrebatada, y el de pueblo equiparándolo a la totalidad de la población que la habitaba.

Al igual que a una unicidad nominal geográfica no tiene porque corresponder una unicidad climática o biológica, en el plano humano tampoco tiene porqué conllevar una unicidad poblacional o cultural. África es ejemplo claro de ello. La realidad norte-africana y la subsahariana son completamente diferentes. Tampoco la hay en Europa entre la zona norte-central y el sur. Igual que del “creciente fértil”, esa imaginaria media luna que iría de Egipto a Mesopotamia, cabría hablar de un “creciente sur-europeo”, que partiendo del cabo de San Vicente llegaría hasta el Bósforo. Toda la zona del sur de Europa que abarca, siempre ha poseído una interrelación que compartía con el cercano Oriente y con el norte de África, las mal llamadas “influencias orientales”,convirtiendo al mediterráneo en un gran lago común. Una autopista natural de intercambio comercial, social y cultural. Los grandes ríos, lagos y mares interiores, históricamente, no han constituido fronteras o muros separadores, sino vías de comunicación y unión. No ha existido, hasta épocas recientes y de forma impuesta, una cultura europea, pero durante milenios si ha habido una mediterránea. Un andaluz ha tenido y tiene infinitamente más relación con un occitano, un griego, un palestino o un magrebí, que con un bretón, un escandinavo, un eslavo o un magiar. Europa no es más que el nombre que recibe el resultado de la dominación del norte germánico atlántico sobre el sur mediterráneo.

El “mare nostrum” era y es el marco real y natural de nuestras señas de identidad. Formamos parte del norte del Mediterráneo no del sur de Europa. Y la cultura mediterránea o “meridional” abarca a todos los pueblos bañados por sus aguas, desde hace milenios. No hablo de cultura única, sino de común cultural. Aplicando algunas teorías ecológicas totalizadoras, podría decirse que los seres humanos que convivimos en sus orillas formamos parte del ecosistema mediterráneo, que nuestra idiosincrasia está intrínsecamente unida al marco geográfico, climático y biológico que conforma nuestro Mar. El hombre es un eslabón más de la cadena de la vida y está determinado por ella. No somos observadores o utilizadores de la naturaleza, formamos parte de ella. Eso lo comprendieron bien nuestros antepasados, por eso sus filosofías se asentaban en principios de unicidad e interrelación, no en los de división y compartimentación “occidental”. Ese “determinismo” vital o natural es el origen de los distintos pueblos y culturas. Por ejemplo; si un andaluz “vive en la calle”, mientras que un sueco no, ello está determinado por el territorio que habita, no por una elección de su voluntad.

La península estaba conformada por tres realidades muy diferenciadas; un noroeste atlántico, un sureste mediterráneo y una meseta central seudo-esteparia. Y a esa diversidad geográfica y biológica correspondía una semejante multiplicidad de poblaciones. Un noroeste habitado por pueblos atlánticos: astures, vascones, etc. Un sureste conformado por pueblos mediterráneos; tartesios, iberos, etc. Y una zona central, semidesértica y semideshabitada, que constituía la frontera natural y una zona de confluencia de intercambios entre ambas realidades o entramados culturales. Esta diferenciación física y humana ha determinado una línea divisoria imaginaria que siempre ha dividido a la península en dos conglomerados compuestos por multitud de pueblos autónomos. Dicha línea marcaba y marca la frontera entre las culturas europea u occidental y la mediterránea o meridional. Los adjetivos “occidental” y “meridional” no poseen, en este contexto, un sentido geográfico sino social. Occidente era el mundo germánico-celta y hoy sería esa anormalidad social, ese universo de egoísmo e individualismo destructivo representado por el capitalismo. Lo meridional es esa tradición ancestral ecológico-comunitaria que compartíamos en la cuenca mediterránea.

Formamos parte de la nación más antigua del subcontinente europeo. La mitología egipcia señalaba el origen de sus conocimientos en el Este. La fabulosa Atlántida se colocaba en el extremo occidental mediterráneo. Los griegos situaban su particular edén en Andalucía. El único pueblo del Este europeo citado por el Pentateuco hebreo es Tharsis. Habla de sus riquezas, sus tratos comerciales con el reino de Salomón y de como su flota arribaba con regularidad a los puertos del próximo Oriente hace más de tres mil años. Con independencia de lo mítico de todas estas referencias, su utilidad radica en mostrarnos un pasado más remoto, rico, trascendente y autónomo del que se nos ha pretendido hacer creer. En jurisprudencia, tres indicios pueden equipararse a una prueba. Y mientras el pasado de Andalucía puede retrotraerse al menos a hace más de tres milenios, el de España apenas cuenta con menos de doscientos años de antigüedad.

La península ha recibido diversidad de calificativos foráneos. España es la derivación de la denominación romana: “Hispania”. Hasta el XIX, no se ha equiparado al apellido de ninguna supuesta unidad nacional. Globalmente, Hispania era solo un término geográfico y a nivel socio-cultural señalaba al conjunto meridional, la “España” de referencia para Infante. En contraposición, La España política es muy reciente. Fue primero la denominación que recibió el Imperio Castellano. Durante la época de los Austrias se hablaba de “Las Españas”, en referencia al conjunto de los reinos bajo dominio imperial. Su conversión en falso Estado-Nación por parte de la alianza aristocrático-burguesa, aunque tiene sus antecedentes en la instauración borbónica, solo comienza a perfilarse en la primera mitad del XIX y se concretiza en la segunda. La Constitución de 1812, la llamada “de Cádiz”, afirma en su artículo 4º que: “La Nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios”. Igualmente define a los españoles en el siguiente artículo como: “... todos los hombres libres nacidos y avecinados en los dominios de las españas”. Aún era la España de entones más un concepto imperial, en el sentido de conjunto de territorios y pueblos bajo el dominio de una misma administración y dinastía monárquica (“las españas”), que de Estado-Nación. El cambio conceptual comienza en el periodo isabelino y se afianza con la “crisis del 98”. El nacionalismo español es contemporáneo del resurgimiento de los nacionalismos de los pueblos peninsulares, no anterior. España como falsa nación, es el nombre de la estructura de poder resultante de la alianza de la aristocracia terrateniente castellana (nuestros “señoritos”) y las grandes burguesías industriales catalana y vasca.

Pero el origen de la que deriva la situación actual de nuestra tierra es muy anterior. Andalucía es el resultado de una situación que en nada se asemeja a otras. Somos la consecuencia del mayor genocidio que la historia ha conocido. Ningún otro pueblo ha sufrido uno de semejantes características al nuestro. Muchos otros han sido perseguidos y masacrados, pero solo en el caso del andaluz se ha logrado su anulación como tal. Otras poblaciones han sido diezmadas y aculturizadas pero no existe otro caso de exterminio psicológico como el nuestro. Somos el único pueblo al que, además de sus tierras y riquezas se le robó su alma. Otros han sufrido políticas de exterminio, pero los supervivientes siguen siendo conscientes de quienes son y han sido. El nuestro es el mayor caso conocido de realización de un sistemático ejercicio de psicología de masas y de control mental colectivo mediante el terror que ha conducido, tras siglos, al extremo de llegar a identificarnos con el enemigo, con el torturador, como en un gigantesco y sin parangón caso de mezcla de “lavado cerebral” y “síndrome de Estocolmo” social.

Nuestro caso es semejante al de aquellos niños arrancados de los brazos de sus madres y secuestrados en los campos de tortura de la dictadura argentina, siendo educados como hijos de los verdugos. Pero en el caso de nuestro pueblo no estamos hablando de unos pocos miles de seres humanos, sino de millones. Toda una nación que, ante la resistencia irreducible ofrecida al invasor, se vio sometida a un proceso de transformación obligada que ha conllevado para sus actuales descendientes no solo la total ignorancia de quienes son y han sido realmente, sino de su propia esencia como pueblo. Como en el caso de los niños “adoptados” de la dictadura argentina, no solo ignoramos lo que somos, nuestro verdadero origen, sino que nos creemos hijos de los asesinos de nuestros padres (o sea, españoles). A otros pueblos basta con hacerles conscientes del grado de sojuzgamiento, así como de la posibilidad de liberación. Al nuestro antes hay que mostrarles la realidad de su ser como pueblo, de su pasado, para que tan siquiera conciba la necesidad. De ahí la “obsesión” pedagógica de Blas Infante.

Andalucía fue conquistada por Castilla (otro reino europeo fundado por una elite germánica, “goda”), constituyéndose en piedra angular para su transformación en Imperio. El plan era que nuestra tierra hubiese cumplido dos papeles fundamentales; por un lado ser su granero y, por otro, ser la cabeza de puente para la conquista del noroeste africano, accediéndose y controlándose así tanto las rutas interiores del oro como las marítimas de las especies. Ceuta y melilla es lo que queda de algunas “cabezas de playa” de entonces. El “descubrimiento” de América trastocó parcialmente dichos planes. Ya no era necesario continuar la conquista del magreb. Andalucía, no obstante, continuó siendo la despensa del Imperio y la base de operaciones para la apropiación y explotación de los nuevos territorios. Y, tras la nueva alianza aristocrático-burguesa que propició el nacimiento de la falsa “nación española”, nuestro papel no se modificó. Se perpetuó como el de granero, proporcionador de materias primas y mano de obra barata y abundante. Algo semejante les ocurrió al resto de pueblos del norte mediterráneo por parte de otros imperialismos germánicos. Esa es la razón de que el “sur europeo” comparta equiparables problemáticas de subdesarrollo, etc. Somos consecuencia de un proceso colonizador y, la mayoría, de su obligada inclusión en falsos estados-nación. Somos países ocupados y expoliados. Todo los que nos sucede es consecuencia de esa condición colonial. Y esa condición nos determina seamos o no consciente de ella.

Andalucía no puede buscar ni esperar encontrar “soluciones” en España ni en Europa, porque ambas son el origen de sus problemas. Ser españolista o europeísta, es pretender la perpetuación de la postración y esclavitud de nuestro pueblo. La independencia, además de un derecho, en nuestro caso también es una necesidad. Como cualquier otro país sojuzgado, nuestra esperanza no puede estar depositada en otro futuro que aquel que depare una Andalucía de nuevo total y plenamente libre. ¡Andaluces levantaos, pedid tierra y libertad!... Luchemos, pues, por nuestra Tierra y por nuestra Libertad.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

moncs

Anónimo dijo...

falta mas informacion ma cabexa ok