viernes, 9 de febrero de 2007

DE NUEVO LAS MUJERES


Kim Pérez Fernández-Fígares

¿Mientras avanzaba a la vez la conquista, se casaron los repobladores, muchos seguramente varones solteros y recién hacendados, con algunas mujeres musulmanas, o tuvieron esclavas, e hijos de unas u otras, como suele suceder en las conquistas, donde los colonos necesitan mujeres, puesto que las de su tierra no se han ido con ellos? La historia que conocemos es la historia de los varones; no suelen aparecer en ella muchos nombres de mujeres. Se sabe que el mismo rey que conquistó Toledo, Don Alfonso VI, primero se casó con la entrometida francesa Doña Constanza y luego con Doña Zaida, viuda de un hijo del rey poeta de Sevilla, al-Mutamid; Zaida, la mora, Reina de Castilla; su hijo Don Sancho, el único varón de Don Alfonso, si no hubiera muerto en Uclés, habría sido el siguiente Rey. ¿Cuántos castellanos, en el nuevo Reino de Toledo, seguirían el ejemplo de Don Alfonso VI?

Por supuesto, en ese mismo reino no era preciso ir muy lejos para encontrar a quienes tuvieran el árabe como lengua materna, diaria, casera e incluso notarial: los mozárabes, tan numerosos, tanto autóctonos como venidos de otras partes de Al Andalus. Las palabras arábigas que entraron en la vida de la casa, podían venir de las cautivas moriscas o de las familias mozárabes y de las hebreas, que también hablarían con frecuencia en árabe. Pero por ser las más olvidadas, quiero recordar ahora a aquellas cautivas y concubinas mudéjares o hebreas.

Nuestros nombres del ajuar (que en sí es una palabra de éstas), de los enseres que alhajaban (otra palabra) la casa y de algunas comidas son muy a menudo árabigos; hablo de la casa antigua, la casa castellana casi sin muebles, como mucho con sus estrados alfombrados con alcatifas (árabe) y llenos de almohadones (árabe), que era tan parecida a las andalusíes, y todavía más, dos siglos más adelante, de la casa andaluza, con sus paredes encaladas un año y otro por su dueña, en el estilo que todavía compartimos con Marruecos; repartidas en alcobas y algorfas o cámaras; adornadas con albendas y alahilcas, o colgaduras; con el zaguán como entrada, la barra del alamud en la puerta y coronadas por las azoteas; si las amas de casa hablaban en árabe, ésta es la explicación. ¿Por qué en Castilla la Nueva, Extremadura, Murcia o Andalucía se dice o se decía aljofifa y aljofifar en vez de fregar, alfaca en vez de cuchillo, zafa o jofaina en vez de lebrillo, alcayata en vez de escarpia, taca o alacena, anaquel, acetre y además nombres más generales como la albanega o cofia, la alfarda o peto, la albadena o vestido, la alcandora, el mandil, los alamares, las arracadas, entre las ropas y el arreglo personal, los alfileres, las jaretas o las alforzas en la costura, los tabaques o canastillos, los azafates o bandejas para coloretes como la alheña, el alcandor, el alcohol o polvillo negro para los ojos, la alconcilla, y también cosas como la almohada, la alfombra, el almirez, la jarra, la albornía o taza, la alcarraza, la alcuza, el hornillo de barro o anafe, en el que podían hacerse comidas como la alboronía, o guisado de verduras, según una receta atribuida a Buran, mujer del Califa Harun al-Raschid, ¿el zulaque o cocimiento?, el alcuzcuz (conozco la receta del que se sigue haciendo en Castilléjar, de Granada), las albóndigas, las zahinas o gachas, las alejijas de harina con ajonjolí, el alfitete o sémola, los fideos de nombre mozárabe, los alfajores, las alcorzas de pasta dulce, los dulces muy delgaditos llamados alfeñiques y los buñuelos o alfinges o el almíbar? ¿No podríamos añadir los nombres de las flores de arriate, o de alféizar, los alhelíes, los azemines o jazmines, las azucenas, las plantas como la albahaca..., que adornarían también puertas y ventanas? ¿Es que los oían en casa de los vecinos mudéjares o moriscos, tan desdeñados, o es que se oía en la propia casa?

Cada campo de palabras árabes, en castellano, está vinculado a un oficio o profesión enseñada por mudéjares: a los alarifes o arquitectos, a los carpinteros, a los hortelanos, a los guerreros, a los marineros, a los alfareros... ¿por qué el campo de las palabras domésticas no estaría unido al oficio de ama de casa, que entonces sería muchas veces o morisca o mozárabe? Lo mismo que la cocina mexicana, supervivencia de la india, testimonia del mestizaje, la cocina andalusí, delicada y especiada, con sus sopas, sus gachas, sus migas, sus fideos, sus boladillos, sus carnes picadas, sus pescados, su aceite desde luego, ha sobrevivido entre nosotros (sobre todo en la repostería)

LOS AMORES
Pero es posible concretar algo más. "El Tizón de la Nobleza" lo escribió, en tiempos de Felipe II, el Cardenal Arzobispo de Burgos, Don Francisco de Mendoza y Bobadilla, enfadado porque se les habían negado dos mercedes a dos sobrinos suyos, por no ser "limpios de sangre", para demostrar que toda la nobleza castellana, aragonesa y navarra tenía algunas antepasadas o antepasados judíos o moriscos. Lo transcribe Antonio Domínguez Ortiz. El primer ejemplo que menciona es el de un caballero de Córdoba, que se convirtió en tiempos del mismo Alfonso VI y tomó el nombre de Hernando Alonso de Toledo, ascendiente luego de los Portocarreros y los Pachecos. Pero aparte de éste, el resto son historias de amoríos o de amores entre nobles señores y muchachas judías, ricas o pobres; marqueses que no se casan pero tienen varios hijos con sus queridas , o condes que se casan con quienes fueron sus esclavas; obispos señoriales, mantenedores de familias ocultas...Las pasiones de la sangre por encima de los prejuicios de la sangre. Haré una enumeración, para no volvernos locos, como hizo el propio Cardenal Mendoza. La primera historia es la que ya he mencionado. Dos. En fechas muy antiguas, los Pachecos habían entroncado con María Ruiz, una hija muy hermosa del rico almojarife judío Ruy Capón, que se convirtió porque se lo pidió Alfonso III, y esta descendencia fue tan numerosa que de ella "desciende toda la nobleza de España". Tres. Luego, Don Juan I de Portugal tuvo en Inés Fernández Estévez, hija de un capitán de la guardia, convertido de judío, al que llamaban el Barbón, a Don Álvaro, Duque de Braganza, de quien proceden por diversos enlaces las casas reales e imperiales de Europa y muchas casas nobles de Castilla. Del hermano de Inés Fernández, llamado Don Juan Mendo de la Guardia, descienden otras casas nobles. Cuatro. Un hijo del Duque de Arcos, llamado Don Enrique, tuvo relaciones en Jerez con moras, judías y mulatas, de quienes tuvo hijos e hijas de quienes procedieron muchos caballeros de Córdoba, Sevilla, Jerez y toda Andalucía. Cinco. El Almirante Don Alonso Enríquez, con una morisca esclava suya, tuvo una hija natural, Doña Juana Enríquez, de quien descendieron más de diez casas con títulos de Castilla. Seis. El cuarto obispo de Cuenca, el dominico Fray Lope de Varrientos, tuvo una hija, Ynés de Varrientos, quizás con una judía cuyo nombre se desconoce; un descendiente suyo, Don Bernardino de Velasco, se casó a su vez con Doña Ynés de Zúñiga, hija también al parecer del abad de Paredes y de una conversa pobre de Alcalá de Henares, Doña Ysabel de Mercado. Don Bernardino tuvo al parecer otros amores con una hija natural de Don Juan Pimentel y de una esclava que supongo morisca, de los que nació la condesa de Ribadavia. Siete. Don Diego de Villaldrando, conde de Ribadeo, se casó con Doña Ana, una esclava suya, probablemente también morisca. El Príncipe o Emir de Tremecén, quizá cautivo de Don Pedro, el segundo Conde de Ribadeo, pidió el bautismo a la hora de la muerte y el Conde lo ahogó diciéndole que no se había de salvar en una hora siendo moro de tan mala vida, por lo cual la Reina Doña Ysabel lo tuvo preso, después de lo cual se casó con su hija, considerada esclava, que había tomado el nombre de Cathalina Rodríguez, y que murió a su vez sin hijos. Ocho. El Marqués de Alconchel, Don Fadrique de Zúñiga, no se casó, pero tuvo dos hijas de una esclava (¿morisca?) casada con un barbero, a las que casó muy bien, a una con un hijo del Marqués de las Navas y a otra con un Mayordomo de Felipe II. Nueve y diez. María del Caravito, ¿judaizante? confesa, de Salamanca, tuvo muchos descendientes con hábitos de las Órdenes Militares, lo mismo que del Regente Figueroa, que había sido nada menos que presidente del Consejo de las Órdenes y del importantísimo Consejo de Castilla se decía que era nieto de otra ¿judaizante? reconciliada de Zamora. Once. Del famoso Obispo de Cartagena, que había sido judío, Don Pablo de Santa María, y de su hermano, Albar García de Santa María, descienden también ciertos linajes, no tan brillantes. Doce. Don Rodrigo Pacheco, señor de Cerralbo, se casó con una hija de María de Castro, ¿judaizante? confesa; de ellos vienen los marqueses de Cerralbo, la octava de los cuales, Isabel Nieto de Silva Pacheco y Guzmán fue también octava abuela mía; los Pachecos seguían reuniendo sangre judía o mora. Trece. El Chantre de la Iglesia de Cuenca, que era villano o plebeyo, mantuvo una relación con Doña Estefanía de Villarreal, a quien se tenía por judía y humilde, de la que nació una hija natural, llamada también Doña Estefanía, que se casó, parece, con Don Luis de Mendoza. Catorce. Lope de Guzmán, de los Guzmanes de Toledo, condes de Valverde, se casó también con una humilde hornera toledana, Doña Francisca de Zúñiga, que se tenía por cierto que era morisca y confesa. Quince. Dicen que Don Alonso de Guzmán, Prior de San Juan y una confesa ¿judaizante o morisca?, natural de Consuegra, en su Priorato, tuvieron a Don Fadrique de Zúñiga, que se casó con María de Ayala, de donde proceden los condes de Fuensalida. Dieciséis. Mosén Pablo, médico convertido de judío, fue a Vizcaya y casó a sus cuatro hijas con cuatro casas muy ilustres. En este caso, no dice los nombres, y puede ser que porque una fuera la suya propia, la de los vizcaínos Mendozas. Diecisiete. Una tabernera de Madrid, hija de un judío convertido, fue la madre de Pedro Arias, contador de Enrique IV, de quien descienden los Condes de Puñoenrrostro. Dieciocho. El Rey Don Juan de Aragón y Navarra tuvo amores con una judía convertida y penitenciada en Zaragoza, llamada María de Juncos, apodada La Coneja, y tuvieron a Don Alonso de Aragón, de quien descienden los duques de Villahermosa, los duques de Albeyda, los condes de Guelves...Un duque de Villahermosa, Don Francisco de Aragón, se casó también con una hija de Zapata, judío muy rico, recién convertido. Diecinueve. Beltrán Coscón se dice, aunque hay dudas, que fue judío y trapero muy rico, y de él descienden las casas de Sástago y Camarasa. Veinte y veintiuno. Los Caballería de Zaragoza también eran judíos convertidos, y con ellos enlazaron muchas casas nobles, como con los descendientes de miser Marco, que se convirtió de judío, cuyo hijo, Felipe Clemente, fue reconciliado por la Inquisición de Zaragoza. Veintidós. De Don Juan de Autec, judío confeso, dice que desciende la mayor parte de los caballeros del reino de Navarra.

En fin, si esto era lo que sabía el Cardenal Mendoza en aquel superimponderable cotilleo, ¿qué sería lo que no sabía? Por cierto, esto demuestra también, lo digo en serio, una forma de transición entre el feudalismo de los grandes señores y el capitalismo de los judíos que no pudo sospechar un hijo de converso como Karl Marx. La transición por bodas.

Porque muy notable es que, en esta relación de enlaces de la clase más alta, de la nobleza, dieciocho son con linajes hebreos ricos, lo que podía convenir a las dos partes, enriqueciendo a una y ennobleciendo a otra, sin que en principio se supiera por dónde tomarían los hijos; aunque la verdad es que también hay matrimonios o hijos con judías pobres, por la fuerza de la carne, o acaso del amor; en siete ocasiones se menciona un enlace con moriscos, de los cuales sólo uno era varón y noble y las demás fueron esclavas: amantes, sea lo que sea lo que represente esta palabra. Tengo la noticia, que no he podido situar con precisión, de un pueblo extremeño donde vivió un señor que dejó mandas en su testamento para sus quince hijos (reconocidos, claro) y sus cuarenta mancebas...

Los pobres se casarían menos con hebreas de su clase, pues en este caso ni unos ni otras podían esperar una mejora de su situación que justificase la conversión; pero probablemente se juntaron o se casaron más con cautivas moriscas. Cualquier mozo castellano que hubiera sido mesnadero o luego soldado, podía haberse adueñado de una mujer en la guerra con los moros, como parte del botín. Esto es lo que hacían unos y otros: se mataba a los hombres y se cautivaba a las mujeres y los niños. Me figuro que habría una razón: en cada una de las naciones, tanto entre moros como entre cristianos, se daría una falta relativa de mujeres, porque la muerte por parto debía de ser frecuente; entonces, abundarían demasiado los mocicos o solteros, y la manera de colmar el vacío sería descomponer a la población rival. Si esto fue así, como parece, sistemático, nuestros ancestros andalusíes, olvidados en la línea materna, serían casi tantos como los norteños...

Kim Pérez Fernández-Fígares Licenciada en Historia, Ex-Ayudante de Historia Medieval de la Universidad de Granada.

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