sábado, 8 de septiembre de 2007

EL PUEBLO JUDIO


Hoy voy a abordar una vez más el tema espinoso de "los judíos". Porque esto, hablar de los judíos, como ocurre con el otro triste­mente emblemático asunto vasconacional, es un tema cuanto me­nos morboso y vi­drioso.

Por: Jaime Richart (Para Kaos en la Red)


Pero yo no me dedico a mirar a otro lado en los asun­tos deli­cados por definición, como hacen muchos intelectuales ma­labaristas de las palabras que escriben de cualquier futilidad para evitar preci­samente pronunciarse sobre los temas espinosos. Pero miren vds por dónde, una de las funcionalidades de Internet puede ser ésta: poder tratar ciertos asuntos de la manera que no es posible abordar en los medios que sólo se atienen a las verdades acuñadas según los catecismos globalizadores...



He de advertir, porque nobleza obliga, que no tengo nada contra los judíos. Al contrario, a su cultura pertenecen innúmeros egregios. No tengo en realidad nada contra nadie en concreto que no haya sido o sea un desalmado acogido a la protección que le confieren los Estados. Pero mucho menos contra razas, etnias y culturas con­cretas. Si acaso mi inquina actual pasa por un enorme desprecio por los electores norteamericanos que tras la comprobación de las men­tiras colosales que intentaron justificar la invasión de Afganistán e Irak, volvieron a elegir al jefe de la banda. Pues para mí, eso es como haber vuelto a reelegir para dirigir a un pueblo a un asesino de masas. Pero en fin, esta realidad evi­dentemente es otra cuestión...



El caso es que en el siglo "definitivo", éste de las Nuevas Luces, cuando sin existir una Ley Universal dictada por el concierto de las naciones, ni siquiera otra promulgada por el Imperio Norteameri­cano, al mundo, de una manera entre instintiva y delibe­rada, los opi­nadores de la realidad siguen dividiéndolo étnicamente, entre judíos por un lado y gentiles por otro. Y, por ejemplo, después de las movi­lizaciones sobre el mismo asunto, después de las conmemora­ciones y de las reacciones de contrario, ahora vuelve el Papa a ren­dir homenaje a las famosas víctimas del Holocausto en Viena. ¿Y para qué? Pues para el mercachifle propósito de frenar el declive de la Iglesia austríaca. Es decir, el Holocausto se ha convertido en un icono de muchas cosas y además un producto comercial más tanto para lavar el dinero de las conmemoraciones hasta para corregir apo­plejías espiritua­les. El caso es que el mundo estará muy "globa­lizado", pero sigue partido sólo en dos, en el que la otra parte sigue siendo también la de la causa y uni­verso judíos.



Cuando el lenguaje, el espíritu y los hechos de la globalización van orientados desde los centros de dirección a igualar conceptos, a di­fuminar distinciones, a suprimir las ideas diferenciadoras de los se­res humanos sobre razas y colores; cuando ha tomado cuerpo la famosa frase: "ya no hay diferencias, todos somos personas": ya no hay jóvenes y viejos, mujeres y hombres, españoles y australianos, italianos y maoríes... distinciones que quedan sólo para el pasa­porte; cuando el credo democrático se impone y señala la mundiali­zación como el principal objetivo; cuando ocurre todo esto, el mundo institucionalizado sigue empeñado en destacar ñoñamente a unas víctimas concretas, las víctimas judías del no menos famoso Holo­causto nazi, despreciando a las demás. Porque a esto, acotado así, le sigue la pregunta: ¿y qué me dicen ustedes de los millones de zíngaros, y de los millones de tullidos, y de los millones de donna­dies que pese a no llevar sangre judía ni zíngara murieron a manos de la misma causa abominable? ¿Por qué, a qué viene este empeño en reverdecer, en no olvidar, en remover un avatar histórico de hace casi un siglo, aislándolo y tratándolo por separado de los 30 millones que se calculan víctimas de la segunda guerra mundial? ¿Quién ha movido un dedo, por otro lado, para rememorar, para llorar el Holo­causto del indígena americano a manos de espa­ñoles en el Sur y de anglosajones en el Norte cuando sus descen­dientes en muchos ca­sos siguen ahí aunque muchas etnias sufrie­ron el etnocido o el ge­nocidio completo? Nadie.



Esta perpetuación de la distinción entre judíos y gentiles en el pla­neta, la única que en la cultura judeocristiana se quiere siga vigente, lleva camino de refrendar el fin de la historia, pero de la historia bí­blica según la cual el pueblo judío es el elegido de Yavé. Pero por esta misma razón, el recuerdo de semejante privilegio, estas efemé­rides absurdas, estos homenajes, esta prosopopeya aplicada a un suceso histórico lo único que pueden provocar es un nuevo odio universal hacia el pueblo judío que éste es de suponer no desea concitar nuevamente sobre sí.



Y a todo ello hay que añadir que si el pueblo judío sufrió, fue quizá por la distorsión aplicada a su protagonismo como cooptador eco­nómico en la sociedad. Hoy día está muy claro quién manda en el ámbito económico: multinacionales y sus estructuras de concerta­ción, formalizadas e informales. En el político el poder sigue, a pesar de la fragmentación étnica y comunitaria, en manos de los Estados. Pero en lugar de hacer los Estados el papel de contrapoder frente al omnímodo económico, pásmense ustedes, lo que hacen es secun­dar, ayudar y reforzar al poder difuso transnacional económico. De nuevo Marx, revisado. Porque en esto, no hay quien no sepa que los descendientes de las víctimas del Holocausto judío, siguen, como siempre, siendo las grandes pro­pietarias del mundo y de las rique­zas. ¿Qué tendrá esa raza o esa etnia o esa cultura, como quieran ustedes, sin patria o de una patria artificial desde 1947, fecha de su creación, donde reside una ínfima parte de sus individuos, para, de una u otra manera, condicionar constantemente los avatares san­grientos de la Humanidad? Es un enigma que sólo lo descifraremos cuando el destino nos alcance...

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